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La caída de Thomas Cook y sus egoístas ejecutivos, los fallos en suministro de las empresas de agua privatizadas, las corruptelas de dirigentes conservadores… En un tiempo político “normal”, el ciclo de noticias semanal en Reino Unido habría sido un catalizador de apoyo a la oposición de izquierdas. Pero Brexit lo ocupa todo. Y, sin embargo, detrás de la letanía semanal de hipótesis, mensajes cifrados de Bruselas y conspiranoias, se adivina ya la composición de una estrategia de salida clara para las élites que han empezado todo este proceso.
Esta semana, contra todo pronóstico, Boris Johnson ha conseguido arrancar un acuerdo en Bruselas. En esencia, es prácticamente el mismo que alcanzara la fallida Theresa May. La única diferencia sustancial es la cesión continental de crear una frontera especial en el Canal de Irlanda y permitir que Irlanda del Norte tenga un trato diferenciado para facilitar el comercio en la isla. Parece, sin embargo, que la idea de que la Irlanda Británica pertenezca al mismo territorio aduanero que la República Irlandesa es un escollo insalvable para los Unionistas protestantes que apoyan el gobierno Johnson. Podría haber algunos rebeldes de otros partidos, particularmente el Laborista, que votaran a la desesperada. Pero tampoco pueden arriesgarse a apoyar un acuerdo que no contase ni con el apoyo de los socios de gobierno conservadores.
La oposición tiene varios dilemas. Por el camino, suficientes diputados conservadores han abandonado a los suyos como para permitir una moción de censura. En ese caso, el líder de la oposición Jeremy Corbyn ocuparía el cargo de Primer Ministro de manera temporal y activaría un proceso para detener el Brexit sin acuerdo. En una primera instancia, vendría la convocatoria de elecciones y la celebración de otro referéndum (aunque el orden pertinente para la causa de los remainers no está claro). Si se eligiera la opción electoral y, en el supuesto de que el laborismo ganase las elecciones, Corbyn negociaría un nuevo acuerdo y después éste se presentaría contra la opción de permanecer en la Unión Europea ante un eventual referéndum.
Aunque estas elucubraciones ocupan páginas y páginas de los diarios, no tienen mucha importancia. Porque el Partido Liberal, algunos de cuyos diputados son antiguos laboristas contrarios a Corbyn, se niega a que este último ocupe la posición de Primer Ministro ni aunque fuese por el limitado tiempo que garantizara nuevas elecciones. Por el camino, ha habido muchas rutas no tomadas. El mes pasado eran justamente los conservadores los que pedían elecciones. Hace cuatro meses eran los liberales los que pedían un nuevo referéndum; ahora quieren simplemente anular el proceso de salida.
Existe un cansancio doméstico e internacional respecto al problema del Brexit y el plan conservador sigue siendo el mismo: imponer a la fuerza un caos económico y social en Reino Unido
De hecho, es la posición de estos dos partidos la más paradójica respecto al Brexit. El Partido Conservador niega a los británicos el derecho a decidir sobre el acuerdo final. El Partido Liberal, al querer cancelar la moción parlamentaria que activó el Brexit, busca negar el resultado del referéndum e ignorar los deseos de aquellos que votaron por la salida. Solo el Partido Laborista (con apoyo de los Verdes y Nacionalistas Escoceses) considera que el resultado del referéndum debe respetarse, pero que el acuerdo final necesita también su ratificación popular.
En cualquier caso, existe un cansancio doméstico e internacional respecto al problema del Brexit. El plan conservador sigue siendo el mismo: imponer a la fuerza un caos económico y social en Reino Unido. ¿Cuál es el método y la motivación de esta élite que parece estar cometiendo un suicidio económico colectivo? Sencillamente, posicionar la voluntad individual por encima de la razón de Estado y cualquier otra atadura de tipo colectivista.
La nueva derecha Atlántica
Las divisiones ideológicas no solo afectan al contenido del programa electoral: público o privado, secular o religioso, tolerante o tradicional… También marcan la táctica y la estrategia de los que las comparten. Las campañas de Brexit y de Trump se basaban en una concepción de la política como mercado; una suma agregada de voluntades expresadas por likes de Facebook y suscripciones a canales de extrema derecha en YouTube. El microtargeting virtual facilitado por Cambridge Analytica no es solo una hábil estrategia electoral, sino también consecuente con una comprensión muy concreta de la polis: no existe nada que podamos llamar “sociedad”, solo hay individuos y sus familias (como dijo Thatcher).Bajo esta concepción política, la voluntad individual es el arma más poderosa. Trump lo deja patente a cada paso. Su campaña de primarias y luego para la presidencia se caracterizaba por su promesa de conseguir “mejores acuerdos”. Mejores acuerdos con Irán, con China, con Europa y con cualquier competidor en su visión del planeta como un jugoso terreno urbanizable a repartir entre varios promotores. Mejores acuerdos para sus votantes, “los olvidados” por Obama y los Demócratas progresistas que solo buscan mejoras para las minorías. Para los nuevos conservadores como Trump, la sociedad de clases, las comunidades de tradición conservadora o las fuerzas geopolíticas históricas no son nada ante un hombre con un plan y una buena capacidad negociadora.
Algo distinto a Trump, Boris Johnson proviene de un país donde el peso de la clase es omnipresente. Tanto él como la mayoría de sus camaradas (y ex-camaradas como David Cameron) fueron educados en las grandes escuelas privadas pensando que habían nacido para gobernar Reino Unido. De hecho, Winston Churchill es una de las fijaciones de Johnson y de los conservadores en general. La figura del Primer Ministro durante los peores años de la Segunda Guerra Mundial ha sido uno de los puntos de referencia para los brexiteers. Algunos invocaban el ‘Blitz’, el intenso bombardeo de Londres durante esos años, como una llamada patriótica para resistir ante el previsible castigo económico post-Brexit.
Claro que hay un factor fundamental que diferencian a los conservadores de hoy con los de antaño. Churchill y compañía no solo habían nacido para gobernar, sino que sabían y querían hacerlo. Las obligaciones relacionadas con el mantenimiento del Imperio Británico crearon su eficiente (y entonces racista) sistema funcionarial. Las clases altas de principios de siglo XX entendían que, frente a la revolución, necesitaban presentar un proyecto colectivo igualmente convincente para cohesionar el Imperio. Respetaron los consensos sociales de postguerra mientras hacían de Londres la sede principal de los negocios financieros globales. La paradoja es que el neoliberalismo thatcheriano no solo ha laminado la capacidad de la izquierda de mejorar las condiciones de vida de la mayoría; es que ha acabado con la posibilidad absoluta de garantizar la gobernanza de las democracias liberales.
Esto es porque los cuadros conservadores formados en los 80 y 90, como Johnson, entienden la política como accesoria a la economía. Hasta hace relativamente poco tiempo, muchos de ellos de hecho apoyaban la pertenencia a la Unión Europea. Después de todo, esta institución no se diferencia por sus principios políticos de carácter social. Más bien al contrario, en los 90 en Europa del Este y a partir de la crisis en el Sur, la Unión y sus instituciones relacionadas (el Euro y el Banco Central Europeo) han impuesto modelos económicos regresivos; como hiciera el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en los países del Sur Global.
Thatcher decía, en tono burlón, que el problema con el socialismo es que eventualmente se te acaba el dinero que puedes requisar a otras personas. Como acostumbra a decir la comentarista política Ash Sarkar, el problema con el neoliberalismo es que eventualmente se te acaba el dinero que puedes requisar al privatizar bienes públicos. En un clima de creciente competencia internacional y duopolio China-Estados Unidos, las clases dirigentes británicas no pueden pretender perseguir la supremacía digital o incluso militar. Pero los conservadores como Boris Johnson tampoco se conforman con el mantenimiento del status quo, con la City como intermediaria del capital global y un mantenimiento del nivel de consumo a través del endeudamiento inmobiliario; algo que satisfacía a Cameron y compañía.
Si Churchill y compañía se interesaban al menos superficialmente en mantener el bien del Reino por encima de sus negocios; Johnson y colegas buscan el bien de sus negocios por encima de la estabilidad del Reino
Efectivamente, les queda una opción para afianzar su posición económica: atarse irresistiblemente al destino del vecino anglosajón más poderoso, los EEUU. De hecho, esto no es solo una evolución del antiguo concepto geopolítico de la “relación especial” (o, como prefería entenderlo De Gaulle, la idea de que Reino Unido es el caballo de Troya de los Estados Unidos en Europa). Las clases dirigentes Atlánticas podrán beneficiarse directamente de la transformación resultante de un Brexit duro o moderado. Es decir, si bien Churchill y compañía se interesaban al menos superficialmente en mantener el bien del Reino por encima de la estabilidad sus negocios; Johnson y colegas buscan el bien de sus negocios por encima de la estabilidad del Reino
Como Trump, por tanto, los viajes de Johnson a Bruselas y sus entrevistas en televisión se caracterizan por un optimismo sin límites. Son hombres con capacidad de negociar un plan. Ante los nubarrones, ofrecen la promesa de “más y mejores acuerdos” con potencias de todo el mundo. ¿Queda algo por vender en Reino Unido? La sanidad pública, la educación, los contratos de servicios sociales, los ferrocarriles, los servicios básicos de agua y energía, la movilidad, la seguridad e incluso el ejército son absolutamente privatizables bajo un punto de vista conservador. El shock económico post-Brexit, como la crisis inflacionaria de los 70, servirá para apuntalar una renovación del pensamiento neoliberal que llevará el mercado a terrenos que Thatcher no se atrevió a ocupar. Por no hablar de las posibilidades de extender esta mercantilización a todos los rincones de la vida, con la inestimable colaboración de Silicon Valley.
La alianza contra Corbyn
Mucho más que Brexit, Corbyn es un accidente histórico. Nadie podía pensar que, al otro lado de el Partido Conservador más radicalizado de la historia, la alternativa la dirigiría un equipo de socialistas que quiere cambiar las reglas del juego para siempre. Su liderazgo en el laborismo ha pasado ya de la novedad a su fase “institucional”. Su más reciente conferencia política, que sienta las bases de los programas electorales, tiene un objetivo claro.Redistribuir la riqueza en Reino Unido; no mediante impuestos y programas sociales, sino cambiando definitivamente de manos las principales fuentes de poder del país. Vivienda social y controles del alquiler, acciones corporativas para los trabajadores, nacionalizaciones del ferrocarril y las energías, banca pública para la transición ecológica, cuidados a mayores universales y gratuitos…Es un programa para la mejora colectiva de todos los ciudadanos, apoyándose en los sindicatos y el movimiento cooperativista.
Juncker y Johnson, Trump y Trudeau, Putin y Macron… todos los poderes de la vieja Europa en alianza temen que la respuesta a la inacabable crisis sea la vía Corbynista. El masivo sentimiento de rabia y desamparo tras la crisis fue en gran parte catalizado por la extrema derecha. Igualmente, las opciones “centristas” (radicalmente conservadoras en lo económico) se beneficiaron de un discurso frentepopulista para hacer frente a la derecha radical. Con el experimento de Syriza aplastado, Podemos en retroceso y sin opciones para gobernar, Bruselas (con Washington y Frankfurt) podía respirar tranquila.
Los “blairistas” son viejos representantes de un orden social desvanecido que entraron en el partido en los años 90 para prosperar como políticos profesionales y, como los conservadores, confían más en el criterio individual de las élites y el de los mercados
Sin embargo, un programa de este tipo se aleja en gran medida de los limitados objetivos de la mal llamada “izquierda radical” de la fase 2014-2016, que era una mera oposición a la austeridad. Tampoco es un retorno al keynesianismo paternalista del siglo XX. Al contrario, supondrían la construcción de un nuevo contrato social en torno a la protección social, la igualdad de género y el ecologismo. Y es, antes que el Brexit, la mayor amenaza a la hegemonía neoliberal en Europa desde la caída de la Unión Soviética. Fuera o dentro de la Unión Europea, Reino Unido es una de las principales economías mundiales, con una influencia diplomática y política en todos los continentes. En 1945, su sistema de salud universal (entre otras reformas) inspiró a gobiernos de todo el mundo. Ese es el verdadero peligro del proyecto Corbynista, especialmente ante una próxima crisis capitalista mundial.
Prueba de ello es la sentencia de Juncker, avisando a los británicos de que se trata de “este acuerdo, o ninguno”. Este comentario no es inocente. Es una ayuda a Johnson para que los parlamentarios sientan la presión y el líder conservador consiga su objetivo de aprobar el acuerdo. Otra prueba: la incapacidad de los liberales de aceptar un gobierno Corbyn de transición; “antes el peor de los Brexits que tener al viejo socialista ocupando el número 10 de Downing Street”.
Este orden de prioridades es algo que incluso los moderados dentro del Partido Laborista se plantean. Los “blairistas” son en realidad viejos representantes de un orden social desvanecido. Entraron en el partido en los años 90 para prosperar como políticos profesionales, en un mundo más optimista y menos preocupado por las diferencias ideológicas. Como los conservadores, confían más en el criterio individual de las élites (algunos ya han sido tránsfugas en hasta tres partidos políticos) y en la capacidad del mercado para resolver los problemas. Por todo ello, el conflicto en Reino Unido es mucho más que europeístas contra euroescépticos. Es el conflicto de un hombre con un plan, contra un movimiento que busca transformar la sociedad.
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Todo esto se basa en el radicalismo contra ideas socialistas.
Muchos dicen que el comunismo adoctrinaba para lo peor, pero parece que el capitalismo hizo lo propio.
El que aun crea que democracia=capitalismo o que es un matrimonio perfecto, se parece a homero simpson.