Opinión
Del malismo al imbecilismo

Los patanes en traje con poder que infestan nuestro ecosistema como moscas plastas, son el reflejo de un régimen que busca la imbecilidad masiva.
Donald Trump USA
Donald Trump, presidente de los USA. Foto: Gage Skidmore. (CC BY-NC)
Sarah Babiker
11 jul 2025 06:00

Últimamente no paran de metérseme imbéciles con traje en el ojo. A poco que leo los periódicos, aparecen ahí, con sus corbatas rojas y sus trajes azules, manejando el cotarro como nunca. Es imposible hacer tu vida entre la gente digna y cabal de este planeta —que va por ahí vestidos de todos los colores, hablando en todos los acentos, charlando, recitando, dialogando, manifestándose contra el fascismo—  resulta muy complicado abordar lo importante, lo necesario y lo urgente, cuando en cualquier momento, en cuanto te descuidas, pumba, un imbécil con traje te agrede la retina y el alma. Una deriva del patriarcado que quizás no nos esperábamos es este vivir permanentemente pendientes de las ocurrencias de un puñado de patriarcas idiotas. Que, repeinados y mirando a cámara, denuncien a los tribunales que persiguen a los genocidas, reivindiquen el nobel de la paz para sí mismos mientras la sangre gotea bajo sus manicuras. Que sus ocurrencias arrasen hogares, separen familias, cancelen el futuro de territorios enteros, o hagan tambalear economías. Claro que se puede argumentar que nada tiene de ocurrencia idiota este genocidio programado en Gaza, o este supremacismo blanco de toda la vida. Que hay un plan detrás muy sofisticado para avanzar hacia este (des)orden mundial. Bueno. Demasiado a menudo se ha confundido la falta de escrúpulos con la inteligencia. 

No tener ética, ni palabra, mentir desvergonzadamente, y hacer cotidiano alarde de crueldad, no son características que nos demuestren que estamos ante astutos zorros, genios de la política, maestros de la propaganda. Significa sólo que estamos ante individuos ruines, y también imbéciles. El imaginario no es nuevo. Se trata de sujetos que ya habitaban nuestros relatos en múltiples formas: el dios caprichoso, el patán poderoso que dice sandeces pero al que hay que seguirle el rollo para que no se enfade, el abuelo con ínfulas de grandeza a quien ya nadie se atreve a contradecir, el rey africano avaricioso y tontorrón de las narrativas coloniales. 

Es una tragedia esta correlación entre el poder y la imbecilidad, porque, en realidad, en medio de la pinza entre la represión brutal y la coaptación de la mente con chorradas, hay mucha inteligencia colectiva intentando rebelarse

No sé en qué momento estas figuras ridículas, pasaron de ser una caricatura del poder, epítomes caducos de una masculinidad que ya daba vergüencica, a los impúdicos jefazos del hoy y los diseñadores del mañana. Van por ahí con su corte de gente respetable en traje, riéndoles las gracias, y haciéndoles sentir que son la puta bomba. Van por ahí diciendo frases de gramática dudosa, repitiendo proclamas, escupiendo narrativas que solo pueden creerse sus más férreos acólitos, pero que sin embargo configuran la agenda internacional. Y mientras, los presuntamente respetables mandatarios que también van en traje pero intentan disimular su falta de ética, y prefieren no parecer imbéciles, se doblegan ante ellos, les siguen el juego o participan activamente en la deriva. 

El mandato idiota

Los patanes en traje con poder que infestan nuestro ecosistema como moscas plastas, son el reflejo de un régimen que busca la imbecilidad masiva. Nadie está a salvo del mandato idiota: El neoliberalismo lleva décadas torpedeando nuestra capacidad de análisis para reducir cualquier reflexión sosegada a una triste batería de silogismos que necesitan de un cierto grado de infantilización por nuestra parte: si quieres puedes, cada cual tiene lo que se merece, y hay que ser el mejor. Son fórmulas mágicas para borrar la historia, ignorar las estructuras de poder, y erosionar los vínculos colectivos. Así nos tienen corriendo cuan hamsters lobotomizados (diciéndonos que en el horizonte está la prosperidad, aunque en realidad ya solo corremos por la supervivencia), mientras unos cuantos desgraciados acaparan lo de todos sin una pizca de pudor. 

En realidad mucha gente, quizás la mayoría, ya no compra esa fábula. Para que toleremos este contrato social intolerable nos mantienen entretenidos. Las series, las redes sociales, los telerrealities de mindundis insufribles, el ocio instagrameable como democrático sucedáneo de la felicidad nos dejan poco tiempo para pensarlo. A golpe de scroll, nos ofrecen una oferta inasumible de comida rica, ropa y accesorios, destinos paradisíacos, productos para necesidades que ni sospechabas que tenías. Compra como un millonario, te dice una compañía de venta por internet, da igual que no te llegue para alquilar una vivienda, no importa si no sabes cómo vivirás el año que viene, llena tu cueva, decora tu incertidumbre con un montón de cositas de plástico, imbécil.

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Allá por donde mires hay gente pagando por hacer el gilipollas: empresas que te montan despedidas de soltero donde harás el idiota por la ciudad, gente paseando en tuctuc sobre el asfalto hirviendo, entre los autobuses municipales, peña viviendo de reto en reto de tik tok o de lo que le pongan. Cuando la experiencia (de las luchas colectivas, de nuestros mayores, de la memoria histórica) están en declive en el mercado de valores, y nos damos alegremente la misma hostia contra la misma piedra las veces que haga falta, lo que se ponen de moda son las experiencias, que se consumen, como se consume la vida, sin tener realmente el control sobre nada, una pérdida de control que trasciende lo individual, con alcance geopolítico. 

Tanta institucionalidad para esto

Congreso, senado, derechos humanos, derecho internacional, poder judicial, garantías procesuales, qué antiguallas son esas. Aquí viene Daddy a poner orden, vender merchandising de los cocodrilos con gorras del ICE, vacilar con resorts sobre la tierra quemada palestina, y compadrear con genocidas que cada día pasan líneas rojas que ni siquiera imaginábamos que podían existir. Tanto rollo de tratados internacionales, arquitectura institucional, salvaguardas, consejos de seguridad, y la madre que los parió a todos, para que en los últimos años se evapore toda pretensión de disimular que el neoliberalismo ya solo puede sustentarse en el fascismo. Un fascismo comandado por imbéciles. 

Es una tragedia esta correlación entre el poder y la imbecilidad, porque, en realidad, en medio de la pinza entre la represión brutal y la coaptación de la mente con chorradas, hay mucha inteligencia colectiva intentando rebelarse, hay tantas y tantas que no compran ni una línea de la delirante retórica del poder, hay tantas personas que consigue salvaguardar su espíritu crítico en medio de la cantinela consumista, a pesar de la gota malaya neoliberal en la que nos han socializado. En medio de este régimen de chulos irresponsables, hay tanta gente comprometida con la vida, con el común, con evitar a toda costa el naufragio

Creo que hay que atacar a la lógica noalternativista de todo esto. Nos dan mucho miedo, y nos dan mucho cringe, como diría mi hija pequeña, pero eso no debería pararnos en señalar que ser un ilimitadamente rico, es una mierda, que ser un irresponsable es una vergüenza, que solo son niñatos que quieren ser celebrados o temidos, y lo que se merecen es una gran torta con la mano abierta. Una revolución que sea como una gran torta con la mano abierta, en términos metafóricos, ¿cómo sería? Se escuchan propuestas.

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