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Migración
Entre la incertidumbre y la esperanza: jóvenes migrantes atrapados en Calais

“Sin papeles ni asilo, pero tampoco nos dejan ir”, se queja Adil, un chico de 20 años que se marchó del Sudán a raíz del estallido de la guerra civil, para intentar llegar a Inglaterra. Una vez allí, quiere estudiar porque cree que la educación es básica para conseguir cualquier cosa.
Hace dos días que ha llegado a un pequeño asentamiento en las afueras de Calais, donde un fuego improvisado hace de nexo entre chicos de diferentes edades, provenientes también del Sudán. Solo una decena de tiendas, rodeadas de árboles y barro, quedan del antiguo campamento conocido como Old Lidl. De lo que fue ese campamento desalojado hace dos años, solo reconocemos la ropa hacinada de los cientos de personas en tránsito que habitaban en ella. Ahora, una nave rodeada de concertinas ocupa la explanada donde las personas migrantes jugaban a fútbol y una calle asfaltada corta lo que fue un gran charco de agua, dejando solo pequeños arroyos.
Mientras nos invitan a una taza de shay (té en árabe), conocemos a Abdouras: tiene 20 años y una enfermedad de crecimiento. Hace cinco meses pidió el asilo, teniendo que dar sus huellas dactilares, y no sirvió de nada. Sigue malviviendo en una tienda de campaña mientras espera ayuda o, aunque sea, alguna respuesta del Estado francés. Muchos de ellos no quieren pedir el asilo hasta llegar al país de destino por temor a que les apliquen el Convenio de Dublín - la ley de la Unión Europea creada en 2003 y reformulada en 2013, para dictaminar qué Estado se hace responsable del solicitante de asilo-, y los vuelvan al primer país de la UE donde ingresaron.
Todo está pensado para que abandones: concertinas, urbanismo hostil, registros, detenciones…
“Esto no es vida, no somos animales. Sin agua potable, sin comida saludable… no son condiciones dignas para vivir“, reclama Adil. La mayoría tienen entre veinte y treinta años, pero también están Yamal de 18 años y Omer, de 16. Omer hace cinco días que ha llegado al campamento, pero ya hace un par de años que dejó Sudán atrás. Mataron delante suyo a su familia -padre, madre y hermana-, a causa del conflicto bélico. Fue a pie hasta Libia desde donde salió en patera hacia Italia, en una travesía de tres días. Pero Calais no es el final del trayecto, esta semana ya ha hecho su primer intento de subir a un camión que le lleve a Reino Unido. Y como ellos, todos los jóvenes que acampan alrededor de la boca de inicio de los 50 kilómetros de vías ferroviarias, que cruzan bajo el agua el Canal de la Mancha, conectando Francia con Reino Unido: el Eurotúnel.
“Atravesar por mar es para los que tienen dinero y pueden pagar a las mafias, en cambio, el camión es para los pobres”, explica Qasim
Qasim, de 33 años, lleva dos meses en el campamento y ya lo ha intentado 25 veces. La policía ya le conoce, nos dice con una sonrisa conformista. “Atravesar por mar es para los que tienen dinero y pueden pagar a las mafias, en cambio, el camión es para los pobres”, explica mientras enseña las fotografías y vídeos de los tres días en barca cruzando el Mediterráneo desde Libia hasta Italia.
Ya son muchas las personas fallecidas por atropellos en la carretera o debido a los mecanismos de las puertas y los motores de los camiones. El pasado 4 de febrero, el cuerpo de un hombre hallado junto a la carretera tras caer de un camión se sumaba a la larga lista de 487 personas víctimas de las políticas migratorias en la frontera franco-británica desde 1999. Cuatro meses después, ya llevamos 505. Tan sólo en 2024, más de 35.000 personas atravesaron el Canal de la Mancha y 84 han muerto debido a las condiciones inhumanas de los asentamientos o bien intentando esconderse en un camión o cruzando en barca los 30km de agua que separan la costa de Dover y la región de Calais.
El 2024, el año más mortífero en el Canal desde 2021
El aumento de las muertes en el último año está relacionado con las condiciones cada vez más peligrosas con que se encuentran las personas para llegar a Reino Unido. Ante el refuerzo de la vigilancia en la frontera franco-británica, las salidas son desde lugares cada vez más remotos y cualesquiera que sean las condiciones meteorológicas. Ya a principios de enero de 2025 vemos las primeras salidas mediante el llamado taxi bateu desde la playa Petit Fort Philippe, Gravelines, a menos de 20 km de Calais. Ni la niebla ni las bajas temperaturas que llegaban a los cero grados, impidieron que, sólo del 13 al 17 de enero, llegaran a costas inglesas hasta 11 barcas con 579 personas migrantes. Entre ellas encontramos familias con niños y jóvenes procedentes mayoritariamente de países de Oriente Medio, como Afganistán, Irán, Pakistán, pero también de Vietnam, Eritrea y Somalia.
Subir a una de estas barcas hinchables a motor puede costar entre 1.500 y 2.000€. Algunas personas llevan tantos meses estancadas en el norte de Francia, lo que se llama la última frontera natural europea, que deben trabajar sin contrato para poder pagar los gastos del trayecto. Un chico paquistaní de 25 años, que quiere mantener el anonimato, se marchó hace cinco años de su país. Ha estado trabajando durante dos años en París, pero quiere llegar a Inglaterra porque aquí le han denegado el asilo. Francia es uno de los países de Europa considerados menos deseables, en cambio Inglaterra es para muchos el destino final más soñado debido a una legislación laboral más flexible, controles de identidad menos frecuentes, comunidades extranjeras más unidas y una lengua que hablan mejor o peor muchas personas migrantes. ”Los países deberían ser más inteligentes, como hace Inglaterra, nos necesitan para trabajar, como mano de obra de los trabajos más duros y precarios“, nos comenta enfadado mientras hablamos de la situación migratoria en España y Francia.
Una vez más nos invitan a sentarnos y a tomar té alrededor del fuego, esta vez en uno de los asentamientos que hay repartidos en torno a la zona industrial de Loon-Plage y Grande-Synthe. Un grupo de jóvenes pastún de entre 20 y 30 años, la mayoría afganos y paquistaníes, nos acogen en su barraca. Nos cuentan que están sin luz porque les cortaron los cables. Cada martes de los últimos meses, la policía aparece de madrugada rompiéndolo todo y robando sus pertenencias. Esta noche, ”por suerte", ha tocado en la zona de tiendas que hay al otro lado de las vías y han podido descansar. Algunos aún tienen lesiones y heridas del último intento de cruzar en barca hace dos días, ésta se hundió. Todos tienen sus familias en el país de origen, pero algunos tienen contactos en Inglaterra: amigos y familiares lejanos. Quieren llegar para trabajar en cualquier trabajo honrado y vivir en paz.
La eterna espera
“Hemos perdido a muchos hermanos por el camino, algunos no han llegado, otros se han vuelto locos o han preferido quitarse la vida al pasar demasiado tiempo aquí”, afirma Ibrahim, un chico sudanés de 29 años. Nos encontramos en una nave abandonada en la zona de polígonos de Calais. Ésta no es como las antiguas casas que durante muchos años las asociaciones y ONG okuparon para acoger a personas migrantes vulnerables, como mujeres y niños. La última la desalojaron hace un año aproximadamente y sólo queda el recuerdo de todas aquellas okupas, como la Casa de las Mujeres de la calle Victor-Hugo o el edificio industrial Galloo. En esta nave abandonada malviven cientos de chicos, la mayoría jóvenes sudaneses, que esperan días, semanas y meses hasta conseguir cruzar hacia Inglaterra en alguno de los camiones que aparcan cerca, la mayoría con matrícula inglesa. Según Médicos sin Fronteras, un 60% de los refugiados solicitantes de asilo que están acampados en Calais desde 2023 son de origen sudanés.
“Hemos perdido a muchos hermanos por el camino, algunos no han llegado, otros se han vuelto locos o han preferido quitarse la vida al pasar demasiado tiempo aquí”, afirma Ibrahim, un chico sudanés de 29 años
No tienen luz y la basura, los excrementos y la comida se acumula por las esquinas, el baño y las paredes exteriores. Sólo vemos dos bidones de agua potable, que utilizan para limpiar y lavarse, como señal de que las ONG pasan por allí. Estamos a pocas calles de la llamada Warehouse, un gran almacén donde las organizaciones de voluntarios y voluntarias se reúnen y guardan todo el material humanitario para facilitar el día a día de las personas migrantes atrapadas en una frontera que les trunca el futuro, que no les deja marchar pero tampoco conseguir el asilo.
A pesar de los cambios legislativos y endurecimiento de las políticas migratorias de la Unión Europea y Reino Unido para fortalecer la seguridad en las fronteras, miles de personas continúan intentando llegar a Inglaterra cueste lo que cueste, poniendo en peligro, cada vez más, sus vidas. Las muertes aumentan y las respuestas institucionales siguen siendo insuficientes. La crisis humanitaria en Calais no es nueva, pero se agrava cada año ante la falta de soluciones que prioricen los derechos humanos.













