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Sam Mendes sigue rozando la excelencia, y eso que tenía el listón altísimo cuando emergió durante los Oscars del año 2000. Fue con American Beauty, su ópera prima en la gran pantalla y con Steven Spielberg como impulsor del proyecto. Cinco estatuillas, incluida la de Mejor película, coronaron a un Mendes treintañero y bien afeitado para la gala, donde el propio Spielberg le entregó el premio de Mejor director tras haber batido a Lasse Hallström, M. Night Shyamalan, Michael Mann y Spike Jonze.
Curtido en el teatro, siendo una eminencia hoy en día, Mendes no se embaló tras haber sacudido el corazón de Hollywood. En su filmografía hay saltos de tres o cuatro años entre cada largometraje, sin ser un dogma pero sí un indicio de su forma de trabajar. Ese esmero le impidió asomarse de nuevo a los Oscars, al menos a título individual, aunque le brindó la oportunidad de pulir la saga de James Bond con Skyfall (2012) y luego con Spectre (2015).
Después de otro parón, el cineasta inglés regresa a la primera plana con 1917. Se trata de una sobrecogedora epopeya, que utiliza un único plano secuencia y cuya dirección de fotografía pertenece al excelso Roger Deakins, quien hasta la fecha ha sido nominado 14 veces en los Oscars. Mendes y él consiguen una narración inmersiva de la Primera Guerra Mundial, para un guion que firman el propio director y Krysty Wilson-Cairns.
Desde lo más crudo de las trincheras, dos jóvenes soldados británicos afrontan lo que parece una misión imposible. Schofield, a quien da vida George MacKay, y su compañero Blake, interpretado por Dean-Charles Chapman, deberán atravesar a contrarreloj el territorio enemigo para entregar un mensaje y evitar así un mortífero ataque contra 1.600 soldados aliados, incluido entre ellos el propio hermano de Blake.
Sin loas ni proclamas
Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong y Benedict Cumberbatch aderezan un reparto de secundarios de auténtico lujo. Eso sí, el filme no incomoda a ningún sector social, lo cual resulta hasta extraño en estos días de constante posicionamiento político. Tampoco hay loas hacia las tropas que lucharon contra las Potencias Centrales, sino una historia de simple y llana supervivencia, que básicamente es el cometido de un soldado.
Los personajes de Schofield y Blake solo se tienen el uno al otro, esquivando a cada paso el miedo a morir. La trama recae en dos actores sin la reputación que atesoran sus secundarios, pero de los que Mendes saca mucho jugo expresivo; como lacra, si acaso, está el poquísimo trasfondo de ambos soldados. La complicidad es palpable entre un MacKay que ya dejó destellos en Captain Fantastic (2016), al lado de Viggo Mortensen, y un Chapman recordado por su doble papel en la serie Juego de Tronos.
1917 resuelve dos horas de metraje con una pulcritud envidiable en su faceta estética. Mendes ha admitido en varias entrevistas que su rodaje merodeó el lenguaje de los videojuegos, con Red Dead Redemption 2 como gran inspiración porque a su hijo le encanta. Así, resulta un ejercicio indisimulado de trasladar al cine las virtudes de una industria que lidera el ocio audiovisual, retroalimentándose en escenas que quizá ni el mismo director había previsto.
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