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Arte político
El Mamotreto, o el peligro de que la revolución enamore
Cuatro módulos y una esfera hinchable. Una especie de trasto irrumpe el domingo 14 de abril en la plaza del Museo Reina Sofía. Es El Mamotreto.
“El poder nos teme porque la revolución enamora”
(cartel en Sol, durante la acampada del 15M)
A primera vista, desconciertan sus formas caprichosas y fue inevitable evocar instantáneamente el monolito de 2001, Odisea del Espacio, de Stanley Kubrick. Comparte con éste el halo de enigma y de objeto indescifrable. No reconocible, mejor dicho. Aunque al escuchar la descripción de sus realizadores, ese arbitrio formal y el misterio derivado se desvanecen, el objeto empieza a llenarse de sentidos y las asociaciones comienzan a fluir en tropel.
Sin embargo, la analogía con el monolito de Kubrick es más por el sentido que por la forma. El objeto de la película era simple y formal, un paralelogramo de proporciones racionales. El Mamotreto es desmesurado. Formalmente sofisticado, abstracto y asimétrico, configura una ‘no-representación’, no transmite ningún significado a la vista, no quiere decir nada. Y eso es precisamente lo que lo llena de diferentes —potenciales— múltiples sentidos.
El artefacto —al modo de un caleidoscopio— sugiere imágenes y asociaciones de muy diferentes órdenes. Alguno de los presentes en el montaje experimental creyó ver un edificio de apartamentos —objeto de desvelos de los colectivos antigentrificación— coronado por la burbuja inmobiliaria, que estaría simbolizada por el globo transparente en su cima. Otros quisieron ver en su frontal afilado —no perpendicular al suelo— la proa de un barco que surca las dificultades de la contemporaneidad. A alguien, la oquedad de sus módulos lo retrotrajo al Caballo de Troya, portador de un ejército secreto que acabó tomando la ciudad.
Lo que resulta evidente es que, a partir de esa impronta lábil, polisémica y transversal, El Mamotreto pueda tomar potencia singular, según el grado de empoderamiento y fuerza de los movimientos que se sientan interpelados y decidan hacer suyo este objeto-signo. La virtualidad de sus formas le habilita a relacionar y componer diferentes mundos. Como dispositivo podría operar en modo análogo al de las carreras de relevo con testigo —o carreras de posta— donde los corredores se van pasando un único objeto que une todas las voluntades y las potencias de los atletas. Más como virtualidad hecha cuerpo, que como talismán o fetiche.
Su idealizadora, Mar Núñez, artista plástica y activista del colectivo Lavapiés ¿dónde vas?, explica el origen y desarrollo del proyecto.
¿Cómo surgió la idea de El Mamotreto?
A partir de que Jesús Carrillo, coordinador de un programa cultural del Museo Reina Sofía, preguntara a Lavapiés ¿dónde vas? si, como parte del tejido ciudadano, tenemos alguna idea en desarrollo. Entonces el colectivo me deja a mí el encargo de pensarlo. La verdad es que lo vi claro desde el inicio y, a partir de mis preocupaciones, inquietudes y referencias, hice algunos bocetos y acabé proponiendo esta forma. Ha sido un trabajo en tándem con Eduardo Gutiérrez [arquitecto y también activista Lavapiés ¿dónde vas?]. Primero lo conversamos él y yo, y luego se lo presentamos a nuestro colectivo, después a Jesús Carrillo y posteriormente a varias personas y colectivos, y a todo el mundo le fascinó. Y entonces, con las compañeras, decidimos tirar, siendo muy conscientes de que la forma no era lo más importante, lo fundamental de la propuesta era la tensión entre el objeto y sus posibilidades de apropiación por parte de los colectivos.
¿Qué proceso llevó el desarrollo del proyecto?
Conceptualizar la propuesta nos llevó un tiempo, porque se trataba de que gustara no solo a nuestro grupo. Estuvimos reuniéndonos con otros colectivos para hacerlo viable, porque el objeto en sí no es válido, solo tiene sentido en circulación. Llevamos el proyecto a la Asamblea de Vivienda de Madrid, donde están representados todos los colectivos. Y, una vez consensuado el sentido, empezamos a diseñar propiamente el objeto. Y había que hacerlo pasar del puro dibujo y posterior cálculo, a los tubos de metal y paneles. El proceso de diseño nos llevó cerca de dos meses y la producción se hizo en dos semanas, muy intensas, eso sí.
Luego también es verdad —y esto fue premeditado— que queríamos que se encuadrara en las formas habituales de un monumento, es decir que tuviera más altura que base, que fuese como un monolito y un hito visual. No nos planteábamos tanto deconstruir la forma monumento como aprovecharnos tácticamente de ella para que, en tanto “objeto artístico”, fuera reconocible para todo tipo de público.
Y concebimos las alianzas para su concreción, no solo en el plano de la idea sino en su realización material, buscamos la gente que tuviera las capacidades y el deseo de hacerlo. No nos valía cualquier profesional, porque es algo singular y hay que comprender el sentido de la cosa y los límites presupuestarios que tiene, porque tenemos recursos muy limitados. Buscamos a los profesionales que comprendieran e hicieran suyo el proyecto y que lo fueran a tratar con amor. Y una vez que tuvimos el equipo conformado para su producción y una idea presupuestaria, empezamos a diseñar la estructura.
Se lo percibe como un objeto polivalente, polisémico…
Lo vemos como un juguete que le estamos regalando a la ciudadanía de Madrid. Está pensado para que tenga el ciclo de un año y luego ya veremos. Lo inauguraremos este domingo, por iniciativa conjunta de Lavapiés ¿dónde vas?, la asociación vecinal del Barrio de las Letras, el Eje de Precariedad y Economía Feminista, la Asamblea de Bloques en Lucha y las vecinas de Argumosa 11. La idea es que cada vez que lo saquemos se componga un acto y también una trama de relaciones. Y que los sujetos, de unos a otros vayan teniendo visibilidad y se vaya saturando esa red de conexiones hasta el momento en que emerja con fuerza un sujeto político mayor. Esa es la hipótesis, está por ver si lo lograremos.
¿Y habría alguna manera de dejar registrada en la iniciativa la participación de los colectivos que se van apropiando de él?
Sí, claro. Hay una parte del proyecto que es de documentación. Es una parte del trabajo que vamos a intentar realizar sacándola fuera del colectivo, intentando profesionalizarlo en la medida en que se puedan conseguir más recursos, para dejar registro y análisis de todo el proceso. Y de esto extraer múltiples aprendizajes. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene este tipo de intervenciones en su relación con la apropiación ciudadana? ¿qué significa para la gente que se apropia de él y que, de alguna manera, lo puede modificar un poco, o usarlo para lo que quieran? Cada colectivo lo puede pintar conforme a sus necesidades y deseos. ¿Qué sentido tiene que el objeto vaya a los sitios en vez de que las personas tengan que ir a verlo? Y si es verificable la doble hipótesis de que se haga más densa esa trama de relaciones entre los colectivos y de ahí, si es posible, que emerja ese sujeto político potente.
El nombre completo es Mamotreto, monumento relocalizable por el derecho a la ciudad. Y la idea de llamarlo así es porque es muy grande y muy trasto, donde lo pongas va a estorbar. Y esa es una de sus potencialidades, en el momento en que lo pones en un espacio público, es difícil no verlo, que no interfiera y estorbe. Además, en términos positivos es que no queda fijado para siempre, se quita y funciona solo durante el rato que está. Opera como el típico monumento de rotonda, pero su significación no se extrae de su mera forma sino de su capacidad de irrumpir en un espacio que está hiper comercializado, hiper privatizado y que, de repente, las personas que lo llevan allí interrumpen la cotidianeidad y con eso ayudan a resignificar el espacio y a reapropiaárselo.
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