Opinión
Español sin ganas
López Obrador recuerda que la Corona española y la tiara vaticana llevan ya demasiados siglos posponiendo una disculpa. Una cosa simbólica aunque sea, por el expolio cultural. Nunca pensé posible ver unidos a fascistas, comunistas, anarquistas, independentistas catalanes, carlistas, capitalistas… defendiendo el derecho del Papado y del Borbón a no hincar rodilla en tierra.
12 de octubre de 1936. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Millán-Astray, herido por Unamuno en lo poco que le queda, el orgullo, se yergue y grita:
—¡Muera la inteligencia! ¡Muerte a la intelectualidad traidora!
Y el corifeo, embrutecido, brama:
—¡Viva la muerte!
Y en él se entiende. Él es la metáfora hecha carne del espíritu vertebral de España, esa idea que, antes de nacer nación, ya nace Imperio. Nace, por tanto, para fracasar, demasiado grande para sostenerse. España nace al invadir América, al tomar, mediante la guerra, el chatanje y las intrigas, Granada a los nazaríes, Castilla a la Beltraneja… Nace matando y, a cada paso, se cercena, carnívora y soberbia, mientras se derrumba.
Nacer contra uno mismo es cosa extraña. Solo puede presagiar tragedias.
Cernuda, español “a la manera de aquellos que no pueden ser otra cosa, porque no es posible a quien su lengua une, hasta la muerte, al menester de poesía”, huirá a París, a Londres, a Michigan.. Morirá en México, en la casa de un amigo, al abrigo de una lengua que es un signo de sangre.
López Obrador recuerda que la Corona española y la tiara vaticana llevan ya demasiados siglos posponiendo una disculpa, una cosa simbólica aunque sea, por el expolio cultural, el genocidio de los pueblos originarios. Algo así como lo que se hizo con los judíos sefardíes por parte del Estado español, o con Galileo por parte de la curia papal. No pide mucho, la verdad.
No pide la abdicación del trono ni la disolución de la Iglesia, no pide que se vayan las empresas españolas de México, ni que se derrumben las catedrales, ni pide que se devuelva el oro, ni las vidas. No pide mucho. Solo un reconocimiento público de que aquello fue un acontecimiento violentísimo y tremendo.
Y de solo evocarlo, el Imperio, ¡qué fascinante conjunto emerge a defenderlo! Nunca pensé posible ver unidos a fascistas, comunistas, anarquistas, independentistas catalanes, carlistas, capitalistas… defendiendo el derecho del Papado y del Borbón a no hincar rodilla en tierra. “¡Fue hace mucho! Peores eran los británicos… ¡No los matamos a todos!”.
Lo minimizan. ¿Como pueden trivializarse cinco siglos enteros? Fuimos, invadimos, vencimos. Vencimos hasta derrotar lo más profundo del ser, y les obligamos a pensar como nosotros, en la esencia misma del lenguaje. Las lenguas originarias se hicieron pecado, los pocos supervivientes se vieron obligados a ocultarla, a llevarla en el pecho de contrabando, ajena a los textos oficiales, como un secreto semántico.
Mientras tanto, pasó desapercibida la erradicación en las escuelas de las letras de todo un continente. Adiós Cortázar, Vallejo, Rulfo, Mistral, Carpentier… Adiós Alejandra, querida. Adiós Vicente Huidobro, Ernesto Sábato… Adios Paz, Arguedas, Onetti…
¡Que amputación brutal! Pero, claro… ¿Cómo disimular que llevas todo el peso de la historia en la garganta, si en tu idioma no se pone el sol?
Pero queríamos que aprendiesen para recibir órdenes, no para darlas. Queríamos que aprendiesen los rudimentos básicos del “mande” y del “lo que quiera el señor” y no esa cosa, fabulosa, magnífica, imponente, de la literatura hispanoamericana, más grande que la cordillera de los Andes, más larga que el Amazonas, más alta que el Iguazú, y con más estrépito.
Y sin embargo, no estaría mal que a estas alturas, les pidiésemos perdón por tanta sangre y, ya que estamos, les diéramos las gracias, porque en vez de devolvernos la pólvora y la viruela, nos hayan devuelto la palabra.
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