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Personas refugiadas
Un día la historia juzgará
Yo también avisté una tierra que me dio refugio cuando mi país, Bosnia y Herzegovina, se desangraba. Curiosamente fue también València la que nos tendió la mano. Entonces entendí que la solidaridad puede vencer el desastre.
“No quería que mi último recuerdo fuera el de la sal abrasándome la garganta mientras me ahogaba”. No queda más que agachar la mirada ante el testimonio de Abdul Latif, un superviviente como los 630 que han llegado esta semana a València tras ocho días a la deriva a bordo del Aquarius. Compartió su historia de supervivencia el pasado 12 de junio ante una sala abarrotada de gente en el capitolio de Roma.
La cita se debía al lanzamiento de un gran Movimiento Euromediterráneo de Solidaridad con las Personas en el Exilio que propulsan entidades sociales de toda la región, entre ellas —la única española—, la Fundación Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas del Mediterráneo, con sede en València. En su manifiesto fundacional, esta nueva corriente compuesta por un centenar de organizaciones, instituciones y expertos, especifica que no se puede criminalizar la solidaridad y la humanidad. El mismo día, y a pocos metros, el ministro Salvini avisaba de que ningún barco de una ONG volvería a pisar Italia.
De vuelta en València, en la multitudinaria rueda de prensa que ofreció el pasado domingo la tripulación del Aquarius —interrumpida en varias ocasiones por aplausos de una improvisada sala de prensa en la que nos encontrábamos periodistas de todo el mundo—, no quedó lugar para el debate. Socorrer no es una opción, es un deber. No produce efectos llamada. Es la huida lo que lanza a personas desesperadas al mar. Y por eso su firmeza es infranqueable. Volverán al agua porque es donde deben estar, ayudando y dando testimonio de la magnitud de la tragedia que ocurre a pocas millas de nuestras playas, pidiéndonos que no convirtamos este rescate en concreto en una anécdota de solidaridad en caliente, sino en un precedente para poner a los seres humanos en el centro de las políticas migratorias. Recordándoles a los que las construyen que salvar vidas no es un crimen, y no hacerlo sí.
Socorrer no es una opción, es un deber. No produce efectos llamada. Es la huida lo que lanza a personas desesperadas al mar
Porque la llamada “crisis migratoria” no se detendrá con vallas, países tampón, acuerdos de extradición, ni siquiera con el mar de por medio, sino con un pacto global sobre refugiados que invierta energías y medios en paliar aquello de lo que huye la población: guerras, hambre, persecución, devastación ambiental, y anteponiendo la vida y la solidaridad al encogimiento de hombros.
Porque un día la historia juzgará. Buscará culpables y testigos del destierro de los casi 70 millones de personas que han tenido que abandonar de forma forzosa sus hogares, de los que la mitad son niños. La mayoría de ellos están reubicados en países vecinos en vías de desarrollo que soportan el grueso de esta enorme catástrofe humanitaria. Ocho de cada diez refugiados están en estos Estados, y esos dos que tocan a nuestra puerta se ven abocados a morir tragando la sal del mismo mar que debería unirnos y no separarnos.
Me he ratificado en que la voluntad de ayudar es el antídoto a la política que normaliza la muerte, haciéndonos creer que no hay otra opción
Mientras esperábamos al buque desde altas horas de la madrugada del domingo, imaginaba el aluvión de emociones que podían sentir viendo al fin un puerto seguro, porque hace 25 años yo también avisté una tierra que me dio refugio cuando mi país, Bosnia y Herzegovina, se desangraba. Curiosamente fue también València la que nos tendió la mano. Entonces entendí que la solidaridad puede vencer el desastre. Y en esta ocasión, me he ratificado en que la voluntad de ayudar es el antídoto a la política que normaliza la muerte, haciéndonos creer que no hay otra opción.
El médico del Aquarius, David Beversluis, dice que necesitará días para entender lo vivido a bordo del buque. Yo también, para digerir las emociones mientras lo esperábamos. Sólo sé que no permitiré que me convenzan de que no hay alternativa. La hay. Se llama humanidad. Y que este barco, cuya misión se ha bautizado como “Esperanza del Mediterráneo”, nos lo recuerde cada vez que nos hagan dudar.
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Si, hay alternativa, siempre la hay. También hay responsables y en algún momento serán juzgados. De todas formas algunos nos vamos a encargar de seguir ayudando, en la medida de nuestras posibilidades, que no son pocas, a todas esos grupos de personas que desde la más estricta intimidad y sin gran publicidad, están al pie del cañón. Un aplauso bien grande para todos ell@s, para todos nosotr@s.