Feminicidio
En honor a Tamia Sisa Alta, víctima de feminicidio en Ecuador

Tamia Sisa Alta es la primera víctima del feminicidio en Imbabura, Ecuador en 2020. Las firmantes de esta carta señalan al Estado ecuatoriano por su indiferencia ante la violencia contra las mujeres.

Feminicidio Ecuador Tamia Sisa
Imagen del entierro de Tamia Sisa Alta. Erika Arteaga
Capas Colectiva Antipatriarcal
15 feb 2020 10:50

A Tamia Sisa Alta —primera víctima del feminicidio en Imbabura, Ecuador en 2020— se la llevó la violencia patriarcal, porque así lo permitió la alienación individual y colectiva en una sociedad deshecha por el abandono estatal. El tiro en el abdomen disparado por su expareja revela el carácter indolente de un modelo político-social fallido, incapaz de garantizar la convivencia en paz y el respeto por la dignidad humana en una sociedad con graves deficiencias en materia de educación pública y de calidad, de inclusión social y garantías de vida digna.

El estado ecuatoriano, una vez más, hace gala de su violenta indiferencia y de su naturaleza recalcitrante, al echar por tierra uno de los mecanismos disuasorios de la violencia patriarcal que reposa, como telón de fondo, en el escenario de la cotidianeidad de un país donde cada tres días un hombre asesina, como mínimo, a una mujer; en tanto, el embarazo de niñas, producto de la violencia sexual, arrecia bajo el manto del silencio que encubre las mentalidades de una mayoría social empañada por la mojigatería reaccionaria y el negacionismo moralista de un cristianismo reconvertido en estatuto de la decencia en el Ecuador del siglo XXI.

Mientras esto ocurre ante la expectación de padres, madres, hermanas, hermanos, abuelas, abuelos escandalizados, el Gobierno anuncia la rebaja de más de 4,5 millones de dólares al rubro destinado a la implementación de la Ley de erradicación de la violencia contra la mujer, y desmantela por completo el presupuesto para la prevención del embarazo en niñas y adolescentes.

Más allá de los relatos sensacionalistas

Pero, volvamos al caso concreto que hoy nos ocupa, que es la lamentable pérdida de la joven Tamia Sisa, y pongámosle la lupa encima. No porque ello no tenga que ver con los problemas político-socioeconómicos estructurales recién citados y debamos dejar de referirnos a ellos, sino porque es extremadamente necesario, a partir de lo cercano y palpable, situar y analizar, de forma integral, en su amplio contexto, un hecho que muy probablemente termine cayendo en la red de quienes pretenden huir de la problematización, alejar el foco crítico, y asegurarse de que terminemos, como siempre, interpretando las desgracias innatas de un modelo inviable como si se tratara de un trozo de realidad aberrante, terrible, aislado de la realidad político-social del país y de la región. Ante esta lectura solo cabrá la posibilidad de extirpar lo ajeno, lo externo, considerado culpable de los trastornos que corrompen nuestro vulnerable equilibrio interno.

Desde los espacios mediáticos hegemónicos, los feminicidios sistemáticos siguen siendo sucesos, más que los signos agudos de un fenómeno histórico 

Leemos en la prensa local que fue su expareja quien, indiciariamente, la mató de un tiro. Podríamos facilitar multitud de datos acerca de la escena del crimen y del joven agresor, sin invertir demasiado esfuerzo y tiempo, a través de una búsqueda rápida, entre los medios masivos que se han dedicado a cubrir el suceso: sí, suceso, porque desde los espacios mediáticos hegemónicos, los feminicidios sistemáticos siguen y seguirán siendo sucesos, más que los signos agudos o las secuelas de un fenómeno histórico incrustado en un complejo entramado de relaciones de poder muy bien afianzadas.

Mientras nos quedamos con los detalles —a menudo superfluos y amarillistas— de los sucesos, con las connotaciones menos insospechadas que el término pudiera denotar, pocos son los medios que asumen la importante tarea de abordar el primer feminicidio del año en el departamento de Imbabura —al norte del Ecuador—, partiendo del sentido de responsabilidad y la autonomía ética que esta insostenible realidad requiere. Más aún, con la que está por caer, con la época preelectoral que se aproxima amenazante —y, por cierto, toda ella impregnada de una tremenda hediondez producida a base de xenofobia, racismo, clasismo y aporofobia, todas ellas entrelazadas— ante una ciudadanía que agoniza, abatida, como quien tuvo la calamidad de quedársele la cuerda del zapato enredada en la vía férrea mientras se le venía el tren encima.

Correlaciones tendenciosas y los prejuicios como moneda electoral

Mientras, el presidente del gobierno y otros tantos candidatos ávidos de poder se dedican a capitalizar la indignación y el terror que generan los episodios más mediáticos de la violencia patriarcal, bifurcando la atención y la potencial capacidad crítica de la ciudadanía hacia una ficción cuya trama argumental consiste en rebuscar correlaciones simplistas, tendenciosas, estereotípicas y maniqueístas; vínculos utilizados, a lo largo de nuestras historias, para justificar la sumisión y explotación de poblaciones enteras, haciendo creer que determinados factores como el color de la piel, o la procedencia geográfica, están relacionadas con una supuesta tendencia a la delincuencia y a las actitudes machistas, violentas, y a la comisión de atrocidades.

En ese estado de estrabismo absoluto, resulta complicado llegar a comprender que, el asesinato de Tamia Sisa Alta no puede comprenderse y juzgarse sino como un feminicidio que es producto de un contexto cultural y socioeconómico estructuralmente violento. Una manifestación o resultado de una problemática desproblematizada que no podemos seguir naturalizando, asumiendo, como si se tratara de un tajo o una quiebra más, producto de una larga serie de impactos constantes e inevitables que algún día terminarán por dividir el tallo como único desenlace posible.

El patriarcado sigue siendo el hijo sano del capitalismo

Sabemos que no es así, que nuestro horizonte de vida en común, nuestro porvenir como sociedad, no está predestinado. Sabemos que la violencia patriarcal, en cuanto resultado de una construcción que le es funcional a un determinado modo de producción y distribución de riqueza, tiene una larga trayectoria que se nutre de la naturalización y la invisibilización de sus causas y consecuencias materiales y concretas en nuestra cotidianeidad.

Desde el acoso callejero a la sistemática devaluación de las mujeres, cis, trans, racializadas y precarizadas, y sus reivindicaciones económicas y políticas en la escena pública, la violencia machista se expresa a través de mandatos que establecen quién ejerce el poder y sobre quién lo ejerce, manteniéndose en una permanente regeneración como estrategia de sometimiento, miedo y dominación.

En nuestros territorios, despojados y explotados sistemáticamente, donde el capitalismo, el extractivismo, el discurso religioso fundamentalista y el neoliberalismo y neocolonialismo autoritario juegan un papel cada vez más central, el cuerpo de todas las mujeres y los territorios expresan una disputa fundamental: es precisamente allí donde se juega el valor de la vida misma, donde se garantiza el inicio y el sostén de la vida, en el planeta de todas nosotras y todos nosotros.

La disputa fundamental por la sostenibilidad de la vida

Esa disputa fundamental por el valor de la vida está representada, por un lado, por la existencia y resistencia de las mujeres diversas, cis y trans, y su rol social como fuerza motriz de generación y reproducción de la vida, y por otro, por la necesidad del capitalismo de someter esa fuerza motriz a sus necesidades de acumulación y expansión infinita.

Por eso rechazamos, con contundencia, las fórmulas simplistas que interpretan los feminicidios como respuestas individuales o aisladas, producto de una supuesta ‘violencia epidémica’ que llega para perturbar la paz natural en nuestras sociedades, así como otras apreciaciones que disminuyen su carácter estructurante de las relaciones sociales bajo el capitalismo. Someter los cuerpos feminizados, precarizados y racializados a la violencia del estado y de sus instituciones, o de los individuos, es una estrategia histórica que sirvió y sirve a objetivos bien precisos, enmarcados en una jerarquía de códigos y valores que buscan la legitimación social, al reforzar una serie de ideas, costumbres y mensajes sobre los lugares sociales que mujeres y hombres, y las diversas clases y grupos sociales, deben ocupar en el sistema.


Efectivamente, esas jerarquías entre hombres y mujeres son complejas y es importante comprender que dentro de cada grupo existen divisiones que difuminan las distinciones simplistas. Por ejemplo, entre los mismos cuerpos leídos por la sociedad como masculinos, en un contexto racista y heteronormativo, mientras hombres blancos y heterosexuales son generalmente valorados desde la perspectiva de sus contribuciones a la sociedad, hombres racializados y sexualmente disidentes son, en contrapunto, mirados desde las narrativas de la debilidad o de una supuesta ‘tendencia innata a la criminalidad’.

Lo mismo ocurre en grupos feminizados, donde mujeres blancas son representadas como las portadoras de los valores civilizacionales, vistas como el ‘sexo frágil’, mientras las mujeres racializadas son representadas como las fuertes, hechas ‘naturalmente’ para los trabajos manuales e incapaces de ejercer oficios intelectuales. De esta manera, aún se utilizan discursos biologizantes y patologizantes para definir lo que son las identidades femeninas y masculinas, sin considerar la existencia y la vida de quien se autodenomina hombre o mujer más allá del sexo asignado.

Exigir una existencia libre de violencia patriarcal no es una tarea puntual, sino que se trata de rescatar las pistas y seguir resistiendo en honor a la memoria de Tamia

Es por eso que, al reivindicar, desde nuestras luchas cotidianas y posicionamientos políticos, una existencia libre de violencia machista y patriarcal, somos muy conscientes de que estamos colocándonos del lado de las mujeres racializadas, precarizadas, cis y trans, y sus existencias como fuerza motriz de generación y reproducción de la vida. Exigir una existencia libre de violencia patriarcal implica, además, obstaculizar los mandatos patriarcales de un sistema que no prescinde de transformar diferencias en desigualdades —de clase, raza, etnia, género, sexualidad, estatuto migratorio— para seguir acumulando riqueza en la mano de muy pocos mientras lleva destrucción, empobrecimiento y devastación a más de dos tercios de la humanidad.

Rescatar las pistas

Tratemos, pues, de rescatar las pistas que nos proporciona cada muestra de violencia misógina, racista y xenófoba en nuestro alrededor, comenzando desde lo más sutil hasta arribar al extremo del feminicidio. Analicemos con astucia las respuestas, interpretaciones, tratamientos y acciones que se canalizan desde los diversos estamentos de poder ante las mismas, a los fines de la necesaria y progresiva ganancia de ventaja frente a quienes hoy detentan el imperio de las verdades únicas y sus irrebatibles planes en torno a los principios de la paz, la seguridad, la justicia, la igualdad, el desarrollo y la democracia.

Esta es la invitación que les hacemos en el día de hoy. Rechazar lo fácil, lo espectacular, el prejuicio como moneda electoral, la naturalización y la invisibilización de una violencia que, al ser estructural, toca a toda sociedad. Exigir una existencia libre de violencia patriarcal. Más que una tarea puntual, se trata de rescatar las pistas y seguir resistiendo y luchando, en verdadero honor a la memoria de Tamia.

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