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Feminismos
¿El feminismo es para todo el mundo?
A menudo, esa “igualdad de oportunidades” abstracta de la que habla Ciudadanos descansa en las cervicales de otras mujeres.
A medida que el feminismo coge fuerza, obliga a los partidos a posicionarse públicamente: desde el abrazo de Podemos al 8M, pasando por el “sí, pero no” del PSOE, al abierto rechazo del Partido Popular y Ciudadanos. El PP afirma que la huelga pretende “romper nuestro modelo de sociedad occidental”, siguiendo la línea argumental contra el terrorismo. Ciudadanos es más sutil: “Algunas somos feministas, pero no comunistas”, dijo Patricia Reyes, diputada de esta formación. Cada uno con sus fantasmas.
Cuando las de Ciudadanos dicen que esta es una huelga “ideológica” o que “contesta el sistema” porque las feministas hablamos del capitalismo para explicar cómo se produce el machismo hoy, lo que se pone en juego son ideas distintas sobre la igualdad. Ellas —que pertenecen a una capa social privilegiada— quieren ser iguales a los hombres que han alcanzado su mismo estatus. Porque ¿quién querría ser igual a un trabajador de Deliveroo que puede estar horas en la calle sin cobrar ni un céntimo, a un inmigrante que recoge fruta en jornadas extenuantes en los invernaderos de Almería o que destripa 700 cerdos por hora en un matadero de Vic?
Pensemos qué tiene que hacer una mujer profesional en nuestro país si no quiere renunciar a su carrera cuando recaen en ella la mayor parte de tareas del hogar y de cuidados. A menudo, esa “igualdad de oportunidades” abstracta de la que habla Ciudadanos descansa en las cervicales de otras mujeres.
En concreto, en la falta de derechos de las trabajadoras domésticas y cuidadoras. Porque si tuviesen esos derechos que ahora se les niegan, es muy probable que buena parte de las profesionales no pudiesen pagar sus servicios. Es decir, que tendrían que renunciar a sus carreras o asumir nuevos obstáculos, ya que ni el Estado, ni las empresas, ni los hombres van a hacerse cargo de ellas. Los gobiernos de turno no tienen mucho interés en regular este sector porque estas trabajadoras baratas cubren la falta de servicios públicos. Por tanto, el lema del feminismo liberal podría ser: iguales a los hombres que están en mi nivel, pero desiguales a las mujeres que están por debajo. O pisar algunas cabezas de mujeres para estar a la altura de algunos hombres.
El movimiento tiene que ser plural, pero es inevitable su componente radical, porque es constitutivo a las principales demandas del feminismo hoy. Está ahí, no tenemos que inventarlo. Es cierto que, a medida que crezca el movimiento, veremos una escalada de agresividad en la derecha. Vendrán tanto los ataques más liberales de Ciudadanos como los abiertamente conservadores del PP. La respuesta no puede ser un cierre identitario ni dejarnos encasillar, sino una pluralidad en las formas expresivas y discursos capaces de interpelar a todas. Somos un movimiento con vocación de mayorías, pero ¿qué mayorías? Las mayorías están en los problemas que compartimos: las trabajadoras mal pagadas que no tienen con quién dejar a los niños o que dejan sus empleos o asumen jornadas parciales para ocuparse de los enfermos, las viudas que no llegan a final del mes, las que aguantan violencia en casa porque no tienen adónde ir. Sin exclusiones, también tenemos que encontrar la manera de hablar a las amas de casa que votan aquí al PP y —cada vez más— a la ultraderecha europea.
Porque el verdadero ataque a la civilización occidental es el fin de los pactos de posguerra que hicieron posible el Estado del bienestar. Y la radicalidad hoy es de sentido común: pedir la socialización de los cuidados, servicios que hagan posible una vida buena, una vida con tiempo para luchar.