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Derecho a la ciudad
Un puente a Katembe
Que alguien convenza a todos los dragones, por favor, que ese puente no conduce a ninguna parte.
El skyline de Maputo ha cambiado para siempre. Mientras la ciudad se extiende sin solución de continuidad hacia el norte, como queriendo huir de la vecina Sudáfrica, un puente colgante se yergue sobre el estuario y aterriza suavemente como la trompa de un elefante en Katembe. Los chinos, constructores de esta nueva maravilla de la técnica, a escala africana, hace tiempo que han tomado posiciones al otro lado del río. 'Hay hasta una iglesia china', me dicen, los terrenos que antes apenas tenían valor son ahora un nuevo eldorado inmobiliario.
Ya no hará falta tomar el viejo ferry que cruzaba lentamente entre los dos embarcaderos, o quizás sí. Es obvio que la capital necesita mejoras infraestructurales, pero esos inmensos pilares de hormigón probablemente no servirán para facilitar la movilidad diaria de cientos de miles de mozambicanas y mozambicanos. 'Sólo hay trabajo aquí, es normal que la gente haga cada día tres horas (y más) por trayecto para poder llegar a primera hora a la ciudad de cemento', que es como todos llaman a esta pequeña joya de la arquitectura moderna que es el centro de Maputo.
La metrópolis centrifuga sin compasión a sus habitantes, el precio del suelo crece por momentos a pesar de ser de titularidad pública. Cuando no se tienen demasiados ingresos, lo normal es vender, dejar esos barrios informales que no ofrecen más que fango y servicios deficientes, cuando existen, e irse a Matola o Marracuene. Son 20 kilómetros, ahí al lado, vivir en el centro está sobrevalorado, les sonará la frase de cuando decidimos ser ricos en España y abandonar nuestro modelo de ciudad mediterránea. Pero en realidad es un calvario que empieza cada día a las tres de la mañana, a bordo de xapas atestadas de gente y carteristas, sin conexiones, horarios ni cinturones de seguridad.
‘Háganme caso, no se vayan. Ahora es cuando sus casas valen dinero, háganlo al menos por sus hijos’, advierte en tono paternal el Dr. Simango, alcalde de la ciudad, en la primera entrega de DUAT (los permisos para el uso de parcelas) en el barrio informal de Chamanculo. Sin ese proceso de legalización, todo está en el aire y es pasto de la confução local, nadie arregla o invierte en lo que no es suyo. Hay que reestructurar un hábitat urbano que fue densificándose durante los años de la guerra, al acoger a refugiados de cualquier lugar del país. Sin construir en altura, hasta extremos berlanguianos: los callejones son tan estrechos que a veces no se puede sacar ni a los muertos dentro de sus ataúdes. Consolidar parcelas y calles con una extensión mínima implica ceder terreno sin contraprestaciones en estas latitudes, un ejercicio nada evidente en el civilizadísimo Norte.
Si en ese barrio hay opciones reales para la legalización, en otros como Maxaquene, en primera línea de expansión de la cidade de cemento, la estrategia se centra en fortalecer una sociedad civil muy débil y acompañar a plataformas y espacios de articulación ciudadana. ‘Ahí se cruza el derecho a la ciudad con el derecho a la información, y es clave el trabajo de base para que la gente sea consciente de todos sus derechos.’ Álvaro forma parte de Radio Maxaquene, una iniciativa comunitaria en el dial de un país donde todavía te pueden romper las piernas por criticar a quien no debes. Espacios así son clave para llevar adelante ese trabajo de chinos, que supone asimismo poner en marcha servicios públicos como la recogida de residuos. Por esos callejones tienen que poder pasar también los carritos que empujan los catadores, mientras hacen sonar su silbato para que el vecindario saque su basura a la puerta.
‘Háganse cargo del esfuerzo que nos ha costado conseguir 17 DUAT en un solo barrio, todavía nos quedan más de cuarenta como este’. El funcionario municipal se queja con razón, las capacidades son las que son y a nadie parece importarle tener una ciudad inclusiva y digna, si hay quien da más dinero por ella.
Mientras tanto, dos calles más arriba, los chinos, los de verdad, pavimentan de cualquier manera la calle principal del barrio, mezclando y compactando la arena roja con algo de cemento. La tecnología punta y las toneladas de hierro y hormigón son para el puente que atraviesa el río, o para la autopista de circunvalación que ya marca los límites de esa metrópolis en construcción. Ya puede usted ir en su flamante vehículo al nuevo centro comercial en las afueras, ¿quién quiere una red de transporte pública habiendo 4x4?
A veces, los que estamos en esto de la cooperación parece como si viajáramos en ese viejo y obstinado ferry, yendo y viniendo sólo por una cuestión de principios, impotentes a ras de las olas, entreteniéndonos en quimeras y tareas enternecedoras. Las ciudades africanas y las de todo el mundo son el problema y la solución, pero por ahora transitan por esos colosos con pies de barro, y cuando devoren Katembe querrán seguir más allá.
Que alguien convenza a todos los dragones, por favor, que ese puente no conduce a ninguna parte.
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Muy bien observado y resumido. El problema de la Katembe es que los Tembe, la población originaria, no tiene DUAT o cualquier documento que acredito su legítima posesión de las tierras que han trabajado durante generaciones.
Con el anuncio del puente y la información privilegiada los tiburones del FRELIMO se han apropiado de terrenos por poco o nada de dinero y van a hacer grandes negocios a costas de los de siempre: el pueblo.
Por cierto: son "chapas" y es "confusão" :-)