Ahora Madrid
            
            
           
           
Madrid, Ayuntamiento del cambio
           
        
        La conclusión de este primer intento de 'asalto municipal' deja un sabor agridulce: algunos lo intentaron y perdieron. Tal vez habrá que intentarlo una segunda vez con mejores pertrechos.
Tras dos años y medio de haber ganado las elecciones municipales y a poco más de uno de terminar la legislatura, se impone una reflexión. El Ayuntamiento del cambio, en Madrid, no está respondiendo a las expectativas depositadas en él y corre el peligro de bloquear aquellas transformaciones para las que había nacido. Esta situación es debida a diversos factores, tanto internos como externos, algunos micro, otros macro, pero muchos de ellos relacionados con la especial estructura y cultura política dominante.
El Ayuntamiento de Madrid es una institución especialmente piramidal y presidencialista. Este modelo organizativo fue el escogido por el anterior alcalde Ruiz Gallardón (PP) para hacer de su Ayuntamiento un pequeño feudo en el que reinar de modo indiscutido. Era la época de la pugna entre Esperanza Aguirre, señora de la Comunidad de Madrid, y Ruiz Gallardón, jerarca de Madrid.
La actual alcaldesa no ha cambiado en nada esa estructura que casa muy bien con sus maneras presidencialistas. Se produce entonces un ejercicio carismático del poder: la ciudadanía vota una candidatura arracimada en torno a su cabeza de lista; en el caso de ser elegida ésta recibe todo el poder, que emana desde ella al resto del equipo, siempre de arriba hacia abajo. La selección de las personas que ocupan áreas y distritos es una competencia exclusiva de la alcaldesa que no se discute colectivamente. Como lo es el nombramiento de personas no electas para funciones que concentran gran poder en la estructura municipal, o como lo es la relación directa que la alcaldesa mantiene con algunos vecinos y vecinas o grupos de presión a los que da un trato privilegiado; se establece así una jerarquía tácita en la subordinación. Lo es también la portavocía, que lo es de la alcaldía, pero no del entero grupo de gobierno.
Esta falta de cultura política democrática no es un error de la alcaldesa, es una constante en este país donde el poder parece que sólo pueda ejercerse de forma autoritaria y unipersonal
Obviamente esos procederes no contribuyen a cohesionar el grupo de gobierno, por más que éste se esfuerce en no mostrar abiertamente sus fisuras. Estas no se deben a diversidades ideológicas, como pretenden habitualmente los medios de comunicación, puesto que las posiciones del grupo son bastante concordantes, al menos en lo sustancial. Se deben mayormente a la desidia en la labor de cohesión del grupo y de debate interno que ha sido interesadamente dejado de lado, puesto que la falta de cohesión aumenta el poder de su cúspide que tiene así las manos libres para dialogar uno a uno con quien mejor se preste.
Por más que pudiera parecerlo esta falta de cultura política democrática no es un error de la alcaldesa, es una constante en este país donde el poder parece que sólo pueda ejercerse de forma autoritaria y unipersonal. Por el contrario los métodos democráticos son fundamentales en cualquier toma de decisiones.
Ahora Madrid y especialmente su predecesora Ganemos se esforzó denodadamente en cuidar los procedimientos democráticos de toma de decisiones; puso en marcha todo un mecanismo de plenarios, grupos de trabajo, foros de debate, metodologías participativas, en fin, una serie de mecanismos que permitieran la formación de opinión y de conocimiento de cuáles eran las opiniones mejor valoradas o más compartidas antes de la toma de decisiones. Nada de esto se ha traspasado al gobierno de Ahora Madrid que ha hecho suya la peor de las culturas administrativas heredadas de periodos anteriores.
Lo peor no es que esa forma de proceder arruine la iniciativa, lo peor es que dinamite las expectativas de un cambio social más profundo que hiciera del acceso a las instituciones una palanca de transformación. La conclusión de este primer intento deja un sabor agridulce: algunos lo intentaron y perdieron. Tal vez habrá que intentarlo una segunda vez con mejores pertrechos.
A esa falta de cultura democrática interna se une el perverso juego de las instituciones representativas. Cualquier ciudadano o ciudadana interesada en la política debería acercarse, al menos una vez en su vida, a un pleno del Ayuntamiento. Vería cómo el hemiciclo parece un campo de Bramante, con concejales de pie en sus escaños señalando con uñas afiladas a sus contrincantes de la otra bancada, prestos a saltarles al cuello al menor descuido; vuelan los improperios y las declamaciones; y parecen pasárselo en grande jugando a las guerras con espadas de cartón. En los pasillos y en la cafetería reina un ambiente completamente opuesto: los aguerridos contrincantes toman café juntos, se dan palmadas en el hombro y ríen las gracietas. Reina la concordia.
Queremos inventar otra política pero hasta el momento no sabemos cómo hacerlo. Pequeños ensayos, como los antes citados, mueren ahogados por la inercia dominante
Que un pleno sea la escena de un teatro no debería sorprender. La pregunta es ¿qué se juega en esa representación?, ¿qué obra se está representando en este escenario? La respuesta es lo preocupante puesto que el sainete que ahí se representa significa la pérdida de poder político por parte de la población, significa que los conflictos políticos, sociales, económicos o de simple convivencia no van a poder ni siquiera plantearse, no digamos ya resolverse, puesto que son transmutados en frases ingeniosas en un guión dramático a recitar por personajes de opereta. No es de extrañar el desdén por la política institucional y representativa de las generaciones jóvenes. 
Queremos inventar otra política pero hasta el momento no sabemos cómo hacerlo. Pequeños ensayos, como los antes citados, mueren ahogados por la inercia dominante.
En la coyuntura difícil y compleja que estamos viviendo se abren solamente dos vías: la de una democracia teatralizada, plebiscitaria y carismática que envuelve un régimen autoritario en ciernes o la de una democracia de base viva, abierta y transversal que pueda protegernos de futuras derivas. Las dos opciones tienen sus seguidores que no son pocos. Como dijo Machado en versos proféticos: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza , entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. 
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