Opinión
Rojos apesebrados

Quienes asistimos el jueves 29 de mayo, como invitados e invitadas, a la tribuna de público de la Asamblea de Extremadura, durante la sesión plenaria en la que se debatía la propuesta de Ley de concordia que han pactado PP y Vox, fuimos insultados, despreciados y ridiculizados por quienes, se supone, deben ser garantes de los principios de tolerancia y respeto que se debe a cualquier persona que acuda a esta institución para asistir a un ejercicio supuestamente de diálogo y, en este caso, poca concordia.
La intervención más violenta y despectiva fue la del diputado de Vox Álvaro Luis Sánchez-Ocaña Vara, quien comenzó su discurso frente al atril sin dar las gracias a la presidenta de la cámara por cederle la palabra, pero sí dando la bienvenida “a los rojos apesebrados de la tribuna”. Su situación de privilegio y poder como actuante en el hemiciclo, sin riesgo de réplica desde la tribuna injuriada, le permitió despacharse a gusto soltando una serie de groserías, insultos y vejaciones más propios de un chulo de tres al cuarto que de un representante de la ciudadanía.
No contento con sus exabruptos iniciales, continuó llamando a parte del público “miserables morales e intelectuales”, para extenderse después en un discurso revisionista, falto de rigor histórico, fundamentado en fuentes ya obsoletas para el estudio historiográfico, con referencias a Ramón Salas Larrazábal, supuesto historiador franquista que participó en la sublevación militar golpista de 1936 primero y luego como piloto en la escuadrilla azul, junto a la Luftwaffe de la Alemania nazi. Toda una perla como referencia bibliográfica.
Al más puro estilo bronca y de matón, acusó a quienes estábamos en la tribuna, junto a los partidos de izquierda de la Asamblea, de “haber asesinado a cuatro presidentes del Gobierno español: Cánovas del Castillo, Canalejas, Eduardo Dato y Carrero Blanco”. Solo le faltó acusarnos de haber matado a Franco de viejo.
Su manido repertorio incluyó las ya acostumbradas referencias a la quema de conventos, el Paracuellos de Carrillo, los asesinatos de ETA y demás perorata neofranquista, puramente nostálgica de aquellos tiempos en los que no existían libertades, ni Asamblea donde discutirlas, con un claro lenguaje revelador de la sustancia fascistoide de su discurso, colándose en cierto momento palabras como “alzamiento” para referirse al golpe de Estado de 1936 y la “Nueva Extremadura” que estaba por llegar bajo la égida de su partido y sus cómplices, los del PP, remedo de aquella “Nueva España” que se impuso a base de ejecuciones, torturas y violaciones. En otro tiempo, tan añorado por su Señoría, habría acabado su discurso con un “¡Arriba España! ¡Viva Franco!”.
Al más puro estilo bronca y de matón, acusó a quienes estábamos en la tribuna, junto a los partidos de izquierda de la Asamblea, de “haber asesinado a cuatro presidentes del Gobierno español: Cánovas del Castillo, Canalejas, Eduardo Dato y Carrero Blanco”
Fue tal el aguacero de insultos, con aplauso de la bancada pepera, que solo rebajó el tono de humillación que sufrimos el agradecimiento que la presidencia de la cámara y los partidos que presentaron enmiendas a la totalidad, PSOE y Unidas Podemos, hicieron a las asociaciones memorialistas por asistir. En aquella tribuna estábamos rojos, sí, y orgullosos de serlo, pero no “apesebrados”, porque siempre supimos quiénes fueron los dueños del pesebre. También asistieron familiares de las víctimas, quienes no se definen ni de uno ni de otro color. Solo estaban allí para llorar a los ausentes.
Pero lo que más sorprendió de la intervención del diputado de Vox no fue su agresiva y grosera verbosidad, animada por sus socios del PP en esta Ley de concordia que pretende acabar con el derecho de las victimas —de todas las víctimas— , sino su vanidad, su vanagloria y pimpolleo a la hora de alardear sobre su profesión como profesor de Historia, labor hace tiempo abandonada por el señor Sánchez-Ocaña Vara, para dedicarse a esta otra de salvar a los extremeños (no a las extremeñas, a quienes no menciona en ningún momento) de sus yerros y pecados.
Sorprende porque la labor de profesor, en la que quien esto escribe lleva ya casi 30 años, siempre en la pública y para la pública, supone educar para la tolerancia, sin que ello signifique permisividad o pasividad ante la injusticia y la violación de los derechos humanos. La tolerancia no es solo el respeto a las ideas, creencias o prácticas ajenas cuando no coinciden con las propias, sino la capacidad de saber refutarlas sin caer en la descalificación personal, manejar los mecanismos de la retórica y, en definitiva, convencer al contrario más que vencerlo, algo que ya dijo alguien en un momento mucho más difícil de la historia a quienes hoy quieren de nuevo revertirla y falsearla.
Vanidad, grosería y matonismo son rasgos de aquella España violenta que en su día llevó a una guerra civil. Los Gil Robles, Ledesma Ramos, José Antonio y demás conspiradores no tienen nada que envidiar a la intervención del Señor Sánchez-Ocaña Vara en la Asamblea de Extremadura, quien deja mucho que desear tanto como anfitrión como docente de historia. Es de esperar que, si alguna vuelve a la docencia —¡ay del alumnado!— no lleve a su clase a visitar la Asamblea. Deberán estar en la tribuna de invitados, a la que tantos insultos suele dedicar.
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