Violencia machista
Otro 25 de noviembre sin respuesta

Un año más y un goteo que no cesa. Cada una de ellas nos duele como la última, como la siguiente que sabemos que llegará. Ya no importan los números, son decenas, cientos de miles. Las contamos para que no se nos olvide ni una sola.

Antropóloga y trabajadora social

26 nov 2018 16:00

Las contamos para que nuestra memoria las recuerde en un informe o un papel que es papel mojado, para que el sufrimiento que genera cada vez que nos arrebatan a una de las nuestras, nos recuerde que no podemos dejar de salir a las calles, porque el goteo no cesa. Nos declararon una guerra, una guerra abierta a las mujeres.

25 de Noviembre. Otro año más, otro día más para gritar de rabia. El primero quedó marcado en el calendario en 1981 en la ciudad colombiana de Bogotá, en un Encuentro Feminista de Latinoamérica y del Caribe donde se declaró este día como Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres. Así se conmemoraba el violento asesinato de las hermanas Mirabal, -Patria, Minerva y Maria Teresa- tres activistas políticas asesinadas ese mismo día del año 1960 en manos de la policía secreta del dictador Rafael Trujillo en República Dominicana. Las dictaduras, aunque desafortunadamente también las democracias, nunca han sido muy amigas de los derechos de las mujeres. Unos años más tarde, en 1999, la Organización de las Naciones Unidas recoge ese día en su agenda oficial, de esta manera, la violencia hacia las mujeres se convierte en un asunto de derechos humanos, y el objetivo principal será su erradicación.

Erradicar la violencia machista requiere remover la estructura toda, implica voluntad de estado y una firme apuesta por la política feminista, porque la violencia de género es un hecho social que se da en todas las culturas, que no entiende de clases sociales, de grupo etario, ni de etnias o religiones. La dominación masculina es un sistema que produce y reproduce un contrato sexual donde las mujeres son relegadas a la sombra, son la alteridad, son las otras. El sistema patriarcal se sostiene en una estructura que ampara, naturaliza y salpica violencia, con el leve detalle de que esta es ejercida por parte de los hombres hacia las mujeres, y esa violencia las reciben millones de mujeres por el simple hecho de serlo, es decir, porque pervive arraiga la idea de que en la especie humana existe una jerarquía en la cual las mujeres ocupan un lugar de inferioridad y por ese motivo “merecen” ser violentadas.

Teóricas que han abordado este asunto desde una perspectiva antropológica o sociológica afirman que la violencia de género es un hecho social que responde a patrones culturales aprendidos, y por tanto esa violencia es permitida y aceptada por la sociedad, pasa desapercibida y no incomoda. Esa violencia aparece como habitual en cada uno de nuestros referentes culturales y se nos muestra natural en los discursos que generan esos referentes en ámbitos tan amplios como la literatura, el arte, el cine, los medios de comunicación, el sistema educativo o la política entre otros.

Las consecuencias de la violencia machista las conocemos bien, han sido teorizadas, han sido objeto de estudios, hay cifras de todo tipo. El feminicidio es la máxima expresión de este sistema patriarcal, la más cruda, pero la violencia de género es como un caleidoscopio. Esta problemática de orden social se manifiesta de diversas formas, unas muy evidentes y otras más sutiles que gozan de mayor aceptación en el imaginario colectivo pero que tienen un grave impacto en la vida de las mujeres. Violencia física, psicológica, sexual, simbólica o económica que atraviesa la cotidianidad de las mujeres, condicionando sus experiencias de vida, generando trabas, suelos pegajosos, techos de cristal, brecha salarial. Nos cosifican, nos acosan, nos agreden, nos violan, nos matan. Todas las mujeres a lo largo de la vida van a sufrir múltiples formas de violencia, muchas de nosotras vamos a formar parte de esas estadísticas, de esas cifras de la vergüenza.

Frente a tanta violencia las mujeres han resistido históricamente, se han hermanado y han inventado respuestas de lo más variadas incluida la autodefensa, tanto dentro como al margen de las instituciones, porque frente a la dominación patriarcal que nos empuja al suelo una y otra vez solo cabe levantarse. 

El 17 de noviembre de 1997, Ana Orantes fue asesinada tras narrar su desgarradora historia de vida en un programa cualquiera de Canal Sur

¡Andaluzas levantaos! Y se levantó Ana Orantes, después de 40 años de una violencia brutal a manos de un hombre —maldito amor romántico gritamos hoy las feministas. El 17 de noviembre de 1997 fue asesinada tras narrar su desgarradora historia de vida en un programa cualquiera de Canal Sur, una agonía eterna que jamás le permitió vivir libre de violencia machista, día tras día minusvalorada, menospreciada, golpeada. Ana Orantes marcó un antes y un después en la concepción de la violencia de género, a ella hoy le alabamos su valentía, y al estado que le dejó totalmente desprotegida y lo sigue haciendo con miles de mujeres, lo despreciamos. Crónica de un asesinato anunciado. Ella está en la genealogía feminista, porque llevó al ámbito público lo que entonces se entendía como un asunto privado, lavó los “trapos sucios” fuera de casa, dándole sentido al tan manido y acertado mantra feminista “lo personal es político”. 

Han pasado más de 20 años desde aquel suceso que conmocionó a la sociedad y fue el impulso de importantes políticas de igualdad, pero siendo honestas, no hemos avanzado a buen ritmo, la sociedad ha fracasado en tanto decenas de mujeres siguen siendo asesinadas, incluso en situaciones en las que el estado y la sociedad debiera protegerlas. Además, el machismo se reinventa y se cuela en todos los espacios, se disfraza para seguir ejerciendo control y oprimiendo de múltiples formas a la mitad humana.

Las cifras en Andalucía son devastadoras, siendo sintomático en la falta de compromiso político de las instituciones, que el último informe en materia de violencia de género a cargo del Observatorio andaluz date del año 2014. Política de recortes, política de la muerte. Según feminicidio.net, un proyecto autogestionado que aborda el tema de la violencia de género desde una perspectiva feminista y contempla un concepto de feminicidio más amplio que el reduccionista del estado, en Andalucía ha sido asesinadas 18 mujeres en lo que va de año 2018.

Los datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) muestran que Andalucía registró en 2017 un 18% más de denuncias por violencia de género que el año anterior, recibiendo los juzgados 35.398 denuncias por este motivo, superando cualquier cifra de años previos. Por otro lado el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su Estadística de Violencia Doméstica y de Género señala que en Andalucía hay 7.000 mujeres víctimas de violencia de género inscritas como tal, de las cuales 6.982 poseen orden de protección y medidas cautelares, superando de igual manera los datos de años previos.

Los datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del CGPJ muestran que Andalucía registró en 2017 un 18% más de denuncias por violencia de género que el año anterior

Además de las cifras, aplicando el enfoque cualitativo leemos de las experiencias de vida de miles de mujeres, esas otras violencias que sufren las mujeres andaluzas cuando encuentran trabas para su desarrollo profesional, viéndose obligadas a ejercer trabajos poco cualificados y peor remunerados, con contratos basura a tiempo parcial, o dedicando su tiempo y salud, a cambio de poco reconocimiento y menos remuneración, a la crianza y cuidados de menores y personas dependientes. Feminización de la pobreza. Suma y sigue.

A pesar de las políticas públicas que beben de la ley integral contra la violencia de género promulgada en el año 2004, la dotación presupuestaria es escasa, insuficiente, no hay recursos para ejecutar los procedimientos que la ley señala, ni mecanismos de control para castigar a quienes la contradicen. El estado que debe amparar, revictimiza y no ofrece respuestas. Nos encontramos de frente con el espejismo de la falsa igualdad, pues no hemos dejado de reproducir el statu quo, nos topamos con políticas que no cuestionan las desigualdades ni los privilegios masculinos sino que invitan a unas pocas de mujeres -expoliando el termino de empoderamiento y aplicándole una mirada capitalista empresarial-, a ocupar los lugares de poder que ocupan los hombres, aunque esto suponga asumir rasgos de la masculinidad que perpetúa la dominación sobre otras.

Desde el movimiento feminista se insta al estado a que se tome en serio la erradicación de la violencia machista, y por eso denuncian, no solo en el mes de noviembre sino todos los días del año, las carencias del sistema, y solicitan que sea el movimiento quién en conjunto con los equipos técnicos de los ministerios redacten leyes y políticas públicas que tengan en cuenta una mirada feminista. Que esas políticas públicas sean prioridad de estado y que pongan el foco en educar en valores de igualdad, que se incluya formación obligatoria y de calidad en materia de igualdad a todo el personal de la administración pública, que se generen mecanismos de control y sanción para quienes contravengan la legislación en materia de género. Caminar con paso firme y decisión hacia una sociedad que tenga en su horizonte que mujeres y niñas ejerzan su derecho a vivir una vida libre de violencias.

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