El miedo a un país facha y otras siete claves de las elecciones del 28 de abril

El último CIS da por descontada la victoria del PSOE y cuestiona que la suma de PP, Ciudadanos y Vox sea suficiente para gobernar.

Las elecciones de 2019 se presentan como determinantes en la medida en que suponen un punto de inflexión: hacia el retroceso sobre la imperfecta base del consenso constitucional del 78 o hacia una continuación del “sanchismo”, una especie de improvisación constante que tiene la virtud de evitar el mal mayor y, sobre todo, de aprovechar el momento. La opinión pública parece haber asumido ese momento de encrucijada y la abstención seduce menos que en 2016: entonces, un 11% declaraba que no iba a votar (y finalmente no lo hizo un 30%), mientras que el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicado ayer rebaja esta cifra hasta el 7%, de forma que es previsible una participación mayor que en las últimas generales. 

La crisis abierta por la convocatoria del referéndum del 1 de octubre ha abierto una grieta definitiva en el sistema que comenzó a partir de la Constitución de 1978. La posibilidad de un cierre autoritario a la crisis que comenzó en 2011, mediante una transformación inmediata —y casi casi manu militari— del Estado de las autonomías, ha sido acariciada por el sector ultramontano, que ha borrado del mapa de la derecha a cualquier otro sector conservador o centrista. 

El vértigo ante esa posibilidad de cierre autoritario ha movido al electorado moderado —centrista— y a la izquierda sociológica, de vuelta al PSOE. Cuatro años después de sus peores resultados, el Partido Socialista recupera una intención de voto superior a la que desalojó al partido de La Moncloa en 2011. El último CIS preelectoral, basado en más de 14.000 encuestas, otorga a Pedro Sánchez resultados más propios de los tiempos del bipartidismo. La derecha habla de manipulación del Centro de Investigaciones Sociológicas, sin embargo, también las encuestas privadas dan por segura la victoria del PSOE con porcentajes superiores al 25%. Pocas encuestas dan por seguro que la suma de los tres partidos —PP, Ciudadanos y Vox— alcance los 176 escaños imprescindibles para la formación de Gobierno, el CIS de ayer aleja definitivamente esa posibilidad.

El momento Redondo

Pedro Sánchez convocó las elecciones cuando estaba seguro de que las podía ganar. El “momento redondo” fue el patinazo de Ciudadanos al acudir a la Plaza de Colón de la mano con la derecha de Pablo Casado y el emergente Vox. Desde entonces, el partido de Abascal ha sido el fenómeno político informativo del año, ha segado el suelo debajo de los pies de PP y Ciudadanos.

El último CIS todavía muestra un grupo de indecisos que dudan entre ambos partidos y Vox, pero la recta final de la campaña se definirá en la disputa por el 11,9% de indecisos que aún no han decidido si votarán a PP o Ciudadanos. Cuanto más se escore a la derecha el partido de Albert Rivera, más riesgo tendrá de perder al 8,9% del electorado indeciso que duda entre ellos y el PSOE.

El PP se aferra al efecto tractor

Después de limpiarse al sector tecnócrata dentro del partido, Pablo Casado debió de pensar “¿y ahora qué?” Y en esas sigue. Mordido por Vox y su estrategia de segmentación en algunos de los bastiones conservadores, la campaña del Partido Popular en la recta final de campaña se basará en la solvencia en la gestión —precisamente aquello de lo que Casado prescindió tras su victoria— y en contener el impulso de Vox en las dos Castillas y en la llamada “España vaciada”, rural y tradicionalmente conservadora. Algo para lo que el candidato se ha subido a un tractor.

El CIS publicado ayer aporta llamadas de atención con respecto a la pérdida de votos frente a Vox. Ejemplo: el PP perdería sus dos escaños en la provincia de Guadalajara, uno en favor del PSOE —que con dos diputados, ganaría la provincia—y otro que pasaría a Vox. De igual manera, en una provincia como Alicante, los populares perderían entre dos y tres diputados, de los cuales dos serán —siempre según el barómetro— para el partido ultra. Más sorprendente, si cabe, es el vuelco en Barcelona, donde el PP se quedaría en un diputado y Vox subiría de cero a tres escaños. 

La paranoia por ese recorte del voto de extrema derecha ha llevado a Casado, muy propicio a estos excesos, al desvarío de acusar a Sánchez de “alta traición” y de tener “las manos manchadas de sangre”. Posiblemente, Casado supere sus propios límites en la campaña que empieza en la madrugada del viernes 12.

Unidas Podemos y la permanencia

Sin el favor de los medios —perdida su complicidad con sectores dentro de Atresmedia—, Unidas Podemos se ha visto en el espejo que el proyecto de Pablo Iglesias quiso romper: la fragmentación de la izquierda, la difícil elección entre intentar ser un partido de masas o ser una máquina publicitaria de guerra electoral.

Sin ser ni una cosa ni otra, Unidad Podemos competirá por la permanencia. Todo lo que sea mantenerse por encima de 40 diputados y optar a formar Gobierno le permitirá sobrevivir de cara a locales, europeas y autonómicas. Cualquier resultado en el límite del 15% en las generales será muy positivo para una confluencia que puede entrar en una crisis de identidad definitiva a partir de la madrugada del 28 de abril

Las encuestas para el barómetro de ayer se realizaron entre el 1 y el 18 de marzo, antes del pistoletazo de salida de la campaña electoral, el 23 de marzo, culminada con la intervención de Pablo Iglesias en la plaza del Reina Sofía. La recuperación de los discursos contra la “casta” y de relación entre la “trama” y la “máquina del fango” —a raíz de los datos sobre el espionaje y las técnicas de intoxicación contra Podemos— han otorgado más tiempo en los medios de masas al partido morado, que puede optar por ocupar el espacio que le reserva el establishment —la etiqueta de “populistas de izquierdas”— para intentar invocar el espíritu de impugnación de régimen que le vio nacer y en el que cabalgó hasta 2016.

La confluencia de Podemos, En Comú, IU y Equo aspira a recuperar aire en la campaña de las generales. Sin embargo, las deprimentes expectativas de voto en determinados territorios —especialmente en las dos Castillas y Extremadura— señala el mayor riesgo de Unidas Podemos en esta campaña: que el voto útil hacia el PSOE haga desaparecer el proyecto en un buen puñado de circunscripciones.

La ruptura con Compromís en el País Valenciano, así como el complicado panorama en Galicia, restan opciones a Unidas Podemos en algunos de los territorios que le fueron propicios en 2016. En Madrid, la disputa será por arrebatarle a Ciudadanos el papel de tercera fuerza más votada.

Ciudadanos, el partido del que todos pillan

El partido de Albert Rivera desfallece cuando llegan las generales, pero tiene una base montada a lo largo de los últimos cuatro años, como prueban los fichajes anunciados para animar a su parroquia, algo alicaída desde el acto de la plaza de Colón y por la sensación de que todos los partidos se llevan votos de Ciudadanos.

El ataque contra Sánchez puede lastrar las opciones de un partido que no encaja en el esquema propuesto por sus socios europeos (ALDE) desde que se fumó cualquier principio para apoyar la formación del Gobierno del Partido Popular en Andalucía con el auxilio de Vox.

Sus taras en territorios históricos y la división de voto en circunscripciones de tres a siete años pueden situarles en el mismo punto de partida que en 2015 en cuanto a representación y ante un dilema trascendental: asociarse con Casado y Vox o buscar una tercera vía para la derecha española. En campaña, Rivera ha pedido un acuerdo con Casado, que ha optado por desplantar a Ciudadanos. Los errores tácticos se muestran en el hecho de que la pérdida de apoyos en Catalunya —donde pasará de ser la fuerza más votada en las autonómicas a la quinta en las generales— apenas se compensa por el aumento en otros territorios. Todo suena demasiado desesperado en un partido que, como su líder, parece creerse mucho más importante de lo que es. 

Vox busca su límite

Nacido para concitar el voto del odio al mestizaje, el feminismo y la plurinacionalidad, Vox ha irrumpido con una estimación del 11% de los votos en el último CIS. La atención de los medios de comunicación, junto con las sospechas de que está utilizando las tácticas de segmentación de voto y mensajes en redes creadas alrededor del gurú ultra Steve Bannon, sitúan a Vox como una incógnita en la noche electoral: el más temido entre propios (los otros partidos de la derecha) y ajenos.

Pero Vox sigue siendo el partido con más voto negativo, a mucha distancia de los demás. Un 70% de la muestra del CIS asegura que con toda seguridad nunca votará a los de Abascal, y la media en la escala entre 0 —no lo votaría nunca— y 10 —lo votaría siempre— es 1,1.

El partido de ultraderecha apurará sus posibilidades de seguir robando votos al PP y Ciudadanos, algo que pasa, en buena medida, por evitar que el primer partido enarbole con éxito la batalla por el voto útil, toda vez que la victoria mediante una suma entre los tres partidos de la recentralización parece descartada a favor de un triunfo claro del PSOE.

ERC parte con ventaja en Catalunya

Las elecciones generales son propicias para Esquerra Republicana de Catalunya, que se posiciona, por primera vez desde la restauración de la democracia, como fuerza más votada en estos comicios.

ERC ha sumado actores del espacio de los Comunes y mantiene una posición consistente en torno a los temas que mueven la agenda catalana: el juicio del 1-O, la inoperatividad del Gobierno Torra y la extravagante posición de Puigdemont. Las encuestas dan entre 17 y 18 diputados al partido que encabezará el encarcelado por el referéndum Oriol Junqueras, si bien esta es una de las cifras más controvertidas del último CIS.

Esquerra, que según el CIS sería primera fuerza en todas las provincias de Catalunya, se come el espacio político de Junts per Catalunya, que obtendría entre cuatro y cinco escaños. Dicho espacio se ha reducido aún más tras la salida de Carles Campuzano, una referencia del proyecto antes conocido como Convèrgencia. 

PNV hace su camino

La estrella declinante de Podemos favorece al PNV, que volverá a ser primera fuerza en la Comunidad Autonómica Vasca si las encuestas se confirman. Su papel en el conflicto catalán y la circunstancia de que es el único partido antifascista dentro de la derecha juega a favor de un entendimiento rápido con el PSOE si se diera la ocasión. Precisamente, la estimación en el País Vasco muestran la buena estrella de los socialistas, que sumarían dos diputados más de los tres que obtuvieron en 2016.

El País Vasco no será, según el barómetro, tan propicio para Podemos como lo fue en 2015 y 2016. La coalición Unidas Podemos perderá entre dos y tres diputados en esta ocasión. EH Bildu aspira a aumentar su representación de dos a tres e incluso cuatro escaños.

Miedo a un país facha

El miedo a lo irreversible —la entrada de Vox en un Gobierno o la dependencia del partido de Santiago Abascal— inclina al electorado de provincias tradicionalmente conservadoras al voto a un PSOE que ha aprovechado sus meses de experiencia de Gobierno para proponer un regreso a un tiempo indeterminado antes de la crisis económica de 2008 en el que el conflicto entre el Estado y Catalunya aún es reversible. Una solución que, en su falta de estridencia, es adecuada para el poder —y también para el sistema europeo— siempre y cuando el PSOE no tenga que hacer concesiones al deseo de autodeterminación de capas amplias de la población vasca y catalana.

Si las elecciones de 2015 midieron la capacidad de soporte de la ciudadanía a la corrupción del Partido Popular, las elecciones del 28 de abril miden no tanto el proyecto de Sánchez si no si es posible ganar unos comicios sobre la base de la hostilidad hacia los sentimientos independentistas de Catalunya y, por extensión, del País Vasco. Es decir, se prueba si el nacionalismo español es mayoritario y puede aplanar a los territorios que se resistan contra su empuje. Es una apuesta fuerte, que está desfigurando a Ciudadanos —el partido que más retrocede en el último CIS— y que el PSOE está sabiendo aprovechar con un discurso templado, que le funciona en Catalunya, donde el barómetro le sitúa casi doblando los resultados de 2016.

El miedo al país del “a por ellos”, unido a la nostalgia de determinados sectores sociales —especialmente la población de más edad— por el tiempo del bipartidismo, señala la posible victoria del PSOE. El mal menor frente al cataclismo que supondría el binomio Casado-Abascal en los puestos de mando de la crisis del régimen, parece imponerse cuando quedan 18 días para los comicios en las que la derecha quiere cambiarlo todo y la izquierda se conforma con que la foto electoral no salga revelada en tono azul mahón.

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