We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Palestina
Tres o cuatro días sin comer en Gaza
.jpg?v=63918420678)
Es plena noche en la ciudad de Gaza. Oigo los bombardeos, más o menos lejanos. De noche se ven las cosas con otra perspectiva, el tiempo es más lento, los pensamientos no fluyen, calan hondo. Aún no he decidido si la vista desde mi ventana es más surrealista de noche o de día. Parece una película, pero todo es dramáticamente real.
Estuve en la ciudad de Gaza hace 11 años. Antes era una bonita zona residencial. Ahora las calles están cubiertas de escombros y de restos de coches que parecen haber sido catapultados sobre los restos de las casas.
No soy ajeno a los paisajes lunares en la Tierra. He trabajado con MSF en casi todas partes, incluso en respuestas de emergencia a catástrofes naturales. La fuerza de la naturaleza es increíble, pero la brutalidad humana es peor. Aquí todo está destruido por culpa del hombre.
La noche tambien da miedo. El hijo de un compañero enfermero se pasó toda la noche llorando. Gritaba en la cama: “Cuando termina la guerra, ¿por qué hay guerra?”. “¿Qué puedo responder?”, me dice. Nos miramos, pero ninguno de los dos teníamos respuesta.
Aquí en el norte, cuando llegan las órdenes de evacuación, a veces solo tienes siete minutos para encontrar refugio. Es la antesala del infierno. Cuando te atas los cordones de los zapatos por la mañana piensas que puedes estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Los ataques a la asistencia sanitaria no solo se producen a través de acciones militares. También tienen lugar mediante restricciones impuestas a la entrada de suministros médicos, que obligan a los médicos a racionar los analgésicos, y mediante órdenes de desplazamiento que obligan a cerrar hospitales enteros con poca antelación. O a través del acoso y las confusas órdenes emitidas por las autoridades israelíes, que dificultan cada vez más la prestación de tratamientos vitales.
En la clínica de MSF en la ciudad de Gaza recibimos cada día a cientos de pacientes que llevan tres o cuatro días sin comer. El drama de no poder dar suficiente comida a tus hijos es inmenso, sobre todo cuando sabes que a pocos kilómetros hay camiones llenos de ayuda. Parados. Bloqueados. Así que nuestra sala de espera, además de enfermos crónicos y heridos, ha empezado a acoger a niños desnutridos y mujeres embarazadas con desnutrición. Siempre está llena, un bastión de humanidad.
Son las tres de la mañana y me esfuerzo por encontrar algo a lo que agarrarme. No lo encuentro. Aquí ya no hay nada bonito. Caen bombas del cielo y llega el zumbido incesante de los drones. La playa está llena de tiendas de campaña de personas desplazadas. Todo alrededor es destrucción. Pero luego, pensando en los muchos pacientes que encuentro en la clínica, me doy cuenta de que aquí también hay belleza: es la fuerza de la gente, la implacable voluntad de vivir. Una de nuestras farmacéuticas me sonrió ayer por la mañana a pesar de que dos días antes su casa había sido destruida. En Europa, ¿se vuelve al trabajo dos días después de una tragedia así? Y con una sonrisa. Esta es la belleza de Gaza. Aquí, la gente te enseña a permanecer unidos. A empezar de nuevo cada día. Cae una bomba, suenan sirenas, se levanta polvo. Al día siguiente, reconstruyes obstinadamente con lo poco que tienes. Somos hormigas levantando de nuevo el hormiguero golpeado.
En esta enésima noche de guerra, siento que hoy mi lugar está en Gaza. Lo hago sobre todo por mi hijo Dani, que ha aceptado mi decisión de estar aquí. Cuando le dije que volvía a marcharme, ya sabía adónde iba. Este mundo mejorará si cada uno de nosotros da un paso hacia el otro, sin pensar en dominarlo. En lugar de buscar formas de vida en otros planetas, intentemos no matarnos en este. Cesad el fuego y dejad entrar la ayuda. Ahora.