Opinión
“Els joglars” de palacio

Els Joglars, como muchos otros prohombres de la transición, simplemente han comprado el discurso del poder y disparan sus chanzas contra quienes se proponen cambiarlo.
Els joglars
Representación de la obra ‘¡Que salga Aristófanes!’ del grupo Els Joglars.
30 ago 2022 12:25

En Araia, un dinámico y bello pueblo alavés, volví a ver a Els Joglars, en el marco del indispensable Festival de Teatro de Humor —al que soy asiduo— representando su nueva obra, ¡Que salga Aristófanes!.

Ya me habían avisado de que el grupo catalán había cambiado mucho en los últimos años, aunque francamente no esperaba encontrarme con un discurso tan profundamente reaccionario, disfrazado —eso sí— de defensa de la libertad, similar al que desde el campo de la política podrían suscribir Ayuso, Rivera o Valls… Un grupo endiosado y una obra que se resume en un lamento quejica sobre “los nuevos tiempos”, junto a una crítica facilona y casposa a dinámicas sociales y debates que al parecer les irritan.

Tal vez sea —permítanme malpensar— que su pereza mental y su encasillamiento en pasados éxitos y glorias contestatarias no les permiten entender estos nuevos debates, con lo que les resulta más sencillo simplemente ridiculizarlos.

Las burlas constantes en la obra al lenguaje inclusivo, al pensamiento decolonial, al “no es no”, a la autodefensa feminista… esconden un discurso que presenta esas reivindicaciones como una forma de poder opresor

Las burlas constantes en la obra al lenguaje inclusivo, al pensamiento decolonial, al “no es no”, a la autodefensa feminista… esconden un discurso que presenta esas reivindicaciones como una forma de poder opresor, poniendo así su granito de arena a la construcción conservadora de la fábula sobre la existencia de una “dictadura de lo políticamente correcto”, una nueva forma de opresión que estaría acabando con la libertad de expresión y con la Libertad con mayúsculas.

El problema es que no se sabe muy bien quién ejercería esa dictadura, en un país con una justicia tan conservadora y una clase política tan reacia a cualquier actuación que moleste a los poderosos señores de ley y orden, que ordenan y mandan desde sus poltronas.

Tampoco parece que los grandes medios de comunicación formen parte de esa supuesta conspiración feminista-animalista-antirracista contra las libertades, ni siquiera los que se las dan de izquierdas, como se ha visto en el caso Ferreras.

Las “checas feministas” y los “lobbies buenistas liberticidas” solo existen en la imaginación esclerotizada de señoros como estos juglares desfasados

Mientras que en las redes sociales —en las que obviamente hay de todo— vemos más bien discursos mainstream, que se parecen más a las quejas patéticas del personaje principal de la obra —un profesor acusado de acoso por sus alumnas— que a mensajes de feministas o antirracistas radicales. De manera que las “checas feministas” y los “lobbies buenistas liberticidas” solo existen en la imaginación esclerotizada de señoros como estos juglares desfasados.

Obvian, además, otra censura —esta sí muy real— sobre críticas a estamentos muy reales como la monarquía o la Iglesia, que lleva a internautas, cantantes, teatreros y raperos frente a la justicia, el exilio o incluso a la cárcel; en un país capaz de encarcelar largos años a decenas de personas por organizar un referéndum democrático en Cataluña y apalear a los votantes.

Els Joglars, como muchos otros prohombres de la transición, simplemente han comprado el discurso del poder y disparan sus chanzas contra quienes se proponen cambiarlo. En su caso, el truco está en mostrarse como víctimas de un supuesto poder en la sombra, en vez de portavoces de un particular liberalismo ácrata: de derechas y a la española.

Teatro
Ramón Fontseré (Els Joglars): “El Me Too, o lo que le ha pasado a Woody Allen, es una barbaridad”
La nueva obra de Els Joglars, Señor Ruiseñor, sitúa al grupo en un territorio inédito, el de la carcajada desacomplejada y el aplauso atronador de la derecha, que hasta hace poco torcía el gesto con cada estreno de la compañía.

Así, pueden pretender cierta coherencia con sus ya antiguas burlas contra el franquismo y la iglesia, pretendiendo dirigirlas ahora contra los “nuevos poderes opresores”. Aunque el problema es —claro— que esos poderes no son tales, pues, como bien dice la canción de mis paisanos de La Polla “Congreso de ratones”: “Aquí siempre mandan los mismos”.

De la misma forma que, para Ayuso, la libertad es poder tomar unas cañas en Madrid, para Els Joglars se trataría de poder hace chistes de gangosos sin que los gangosos protesten, cuestionando así —según ellos— su sacrosanto derecho a la libertad expresión.

Pese a sus pretensiones irreverentes, el discurso de los teatreros catalanes no es contra el poder sino todo lo contrario: sirve más bien de barrera a los cambios sociales que ponen en cuestión ese poder

El problema para “los juglares” no es tanto que existan agresiones e insultos cotidianos a mujeres, gais, o personas racializadas, sino que no nos dejen hacer chistes sobre maricones, feministas o negritos; chistes, que lejos de estar prohibidos, vuelven a estar “de moda” en ciertos circuitos, envueltos en un halo contestatario frente a la supuesta dictadura de los también supuestos grupos de presión “buenistas”. Por tanto, pese a sus pretensiones irreverentes, el discurso de los teatreros catalanes no es contra el poder sino todo lo contrario: sirve más bien de barrera a los cambios sociales que ponen en cuestión ese poder.

En todo caso, me dirán ustedes con mucha razón que siempre es muy saludable reírse de uno mismo, y desde luego hay en muchas actitudes y discursos de la “izquierda cultural” una importante carga de absurdos y contrasentidos que bien pueden tomarse a risa. Al fin y al cabo, la provocación incita al debate, como se repite una y otra vez en la obra.

Sin embargo, la clave está en saber dónde nos colocamos al provocar —pues la obra sin duda es una gran provocación— si lo hacemos en el lado del poderoso o en el del oprimido. Pues de elegir un punto de vista u otro dependerá el sentido del debate que suscitemos.

Leí este verano una novela, también muy polémica, de Cristina Morales, Lectura fácil (Anagrama, 2018), que aunque no es una comedia al uso, tiene en común con ¡Que salga Aristófanes! que ambas se desarrollan en un centro público destinado a personas con dificultades de inserción social.

En Lectura fácil, que apareció con el subtítulo “Ni dios, ni amo, ni marido, ni partido, ni de fútbol”, la autora, en boca de la inolvidable Nata Napalm, carga contra todos los tópicos, hipocresías y absurdos de las izquierdas catalanas, sin olvidarse de ninguna; pero lo hace desde la perspectiva de una mujer desgarrada, que arremete contra la incapacidad de la izquierda para cambiar la realidad, y sus intentos, a veces risibles, de disimularlo con maquillajes crematísticos que sólo sirven para esconder la podredumbre social.

Literatura
Cristina Morales: “El ciudadano es el nuevo súbdito”

La novela Lectura fácil (Anagrama, 2018) aborda desde una perspectiva radical las posibilidades de rebeldía de las personas declaradas discapacitadas por el sistema neoliberal.

Se puede estar de acuerdo o no con Natalia Napalm —o con su autora—, pero su provocación no tiene nada que ver con la del personaje protagonista de la obra de Els Joglars: el profesor Aristófanes, acusado de acosador y derribado de su pedestal del saber, como las estatuas de conquistadores o esclavistas derribadas en las calles de América Latina. Uno expresa el miedo a perder el poder, o el enojo del poder perdido, y la otra su desesperación por no ser capaces de derribarlo.

En cuanto a los autores, Cristina Morales, tras unas provocadoras declaraciones sobre las barricadas “antisistema” en Barcelona, fue denostada a diestra y siniestra, corriendo el riesgo de ser condenada al ostracismo, de la misma forma que lo han sido otros provocadores natos como el actor Willy Toledo.

En cambio, estos juglares de palacio acarician los oídos de los poderosos y sus servidores, con chanzas que provocan —como mucho— un cierto gesto de reprensión, acompañado siempre de un guiño cómplice.

Archivado en: Teatro Opinión
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