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La memoria y los cantes transmitidos de boca a oreja son la arcilla en la que Maria Arnal y Marcel Bagés hunden sus manos, gargantas, entrañas y cabezas para componer música. Con esa materia prima han dado forma a 45 cerebros y un corazón (Fina Estampa, 2017), su primer disco largo tras dos anticipos en formato más breve.
Con un título inspirado por los restos encontrados en una fosa común de represaliados por la dictadura franquista en La Pedraja (Burgos), es un disco que hurga en los silencios de las últimas ocho décadas hasta encontrar canciones que hablan del presente. Y que, además, suenan a hoy.
Sin atrapar a la primera, las escuchas acaban revelando las valiosas y numerosas capas de un trabajo en el que las canciones, bonitas a rabiar, se imponen sin remisión por el peso de dos argumentos irrefutables: la verdad y la belleza.
Nacida en Badalona hace treinta años, Arnal decidió probar lo de cantar durante una baja de larga duración por un accidente laboral. Aunque su madre siempre le recuerda que, antes de hablar, ya daba el cante.
13 de octubre de 2017, vaya momento para entrevistar desde Madrid a una cantante catalana.
Pues sí [risas]. Es un momentazo, aunque no sé si es peor hacerla hoy o el otro día, cuando la habíamos pactado y no pudo ser, justo antes de este desenlace épico.
¿Cómo ves todo lo que ha pasado en las últimas dos semanas?
Es bastante acertado llamarlo crisis territorial, es algo que viene de muy lejos y creo también que es una oportunidad que se abre a un proceso constituyente, a una república. Me ilusiona bastante. Es extraño que la manera por la que se llegue sea a través del independentismo, pero sí ha habido un antes y un después, al menos aquí en Catalunya. Muchísima gente que no es independentista ni nacionalista, como yo, se ha sumado a esta movilización porque ha visto que puede desembocar hacia un proceso constituyente.
Por otro lado, tiene sentido porque fueron 40 años de dictadura, 40 de transición y de democracia, y ahora hay este momento de crisis. Nuestro disco habla mucho de esto. “45 cerebros y un corazón” es una canción que conecta justamente todo esto. Claro que en el 78 se pactó y se redactó la Constitución con miedo a un golpe de Estado, con la emoción a flor de piel, con un trauma muy fuerte. Pero ahora mucha gente que no vivimos la guerra, pero heredamos el miedo, ya probamos con el 15M una experiencia muy transversal, muy potente, y esto creo que nos acerca a un lugar para imaginar otras realidades.
¿Crees que afectará a vuestra manera de hacer música?
Todo se ve afectado. El otro día me decían que los teatros han bajado algo la venta de entradas en Catalunya, a la espera de ver dónde va a parar esta historia. El 11 de octubre tocamos en Santander e íbamos pensando “hostia, a ver cómo va a ser”, porque tenemos un repertorio en catalán y un concepto crítico de nuestra realidad. Sin embargo, fue genial. Te das cuenta de que al tratar con la gente directamente es mucho más sencillo.
Una parte de lo que hacéis es entender la música como un archivo.
No. Lo que hacemos es trabajar a partir de archivos y fonotecas. Hemos hecho canciones a partir de grabaciones de campo que encontramos en internet. Claro que no entendemos la música como un archivo, la entendemos como algo vivo, que nos alimenta y que sirve para generar cosas maravillosas y potenciar emociones.
El resultado suena muy actual.
Sí, esto es importantísimo para nosotros. No tenemos ninguna intención de trabajar sobre la idea de museo, conservación o incluso de taxidermia. Hay muchos proyectos de ‘actualización’ de músicas antiguas, pero no nos sentimos conectados con esta visión. Pensamos más como si estas canciones fueran barro y nosotros le diéramos la forma que más nos sirve. Si necesitamos un vaso, haremos un vaso. Es decir, es entender que estas músicas nos pertenecen y con ellas podemos hacer lo que queramos, que seguramente es la misma relación que tenían con estas canciones quienes las grabaron. Es lo que nos puede servir de la tradición: nos la podemos apropiar para reaccionar ante nuestro presente.
¿Lo que hacéis tiene algo de la búsqueda de Alan Lomax o Violeta Parra?
Claro, hay una conexión de intereses. Lomax cantaba pero no tenía esa vocación de Violeta Parra, que escribía canciones maravillosas y se iba a grabar. Cuando empecé con esto y descubrí los archivos, también fui a grabar a gente. Incluso en su momento quería hacer un archivo, idea que luego desestimé. Fui, por ejemplo, a grabar a Pep Gimeno, ‘Botifarra’, un cantaor de Xátiva, Valencia, que para mí es un referente. Él se ha pasado toda su vida justamente recogiendo canciones de su zona. Algunas de las que cantamos las aprendimos de él, como el “Ball del vetlatori” o “Cant de batre”. Lo que he hecho es cambiar las letras.
Cuando tú escuchas las grabaciones de campo, no puedes tener la certeza de cuándo es esa canción, si se pasó de padres a hijos o si la persona se la inventó en ese momento, si era un campesino o un taxista madrileño cantando cinco minutos mientras se hacía un cigarro. Lo que sí sabes es que esa canción no la va a cantar nadie igual, porque esa persona la canta a su manera. Ese espacio de libertad que te dan esas músicas me interesa mucho. Esto es así también por el tipo de autoría, colectiva, que permite que puedas añadirle tus letras propias.
Habláis de trabajar con “canciones para acompañar la vida, el luto, el trabajo y la fiesta, que hablan de la música como una manera de formar una comunidad”. ¿Ese acompañar la vida es la función principal que ha de cumplir la música?
Para mí sí. Al menos, a mí sí me la satisface, sin duda. Y yo trabajo también desde esa intención.
Algunas comunidades negras en Nueva Orleans hacen de forma literal lo de acompañar el luto con música: la banda toca en el camino del féretro hasta el cementerio.
Sí, esto también se hacía aquí. No así, claro, cada cual a su manera, con sus músicas y su cultura de la tristeza. Precisamente, Botifarra explica que hasta los años 30 se solía celebrar el baile del velatorio, que consistía en un velatorio que se hacía cuando moría un niño menor de siete años y durante toda la noche se le cantaba y bailaba, con el cuerpo propio y con la voz. Se celebraba en el sentido de compartir esa pena enorme que se siente desde las herramientas que tienes y, al mismo tiempo, celebrar esa vida que has tenido la suerte de poder tener cerca.
Marcel y yo hemos tenido muertes familiares, muy cercanas, y para mí descubrir que había existido esta manera de relacionarse con la muerte, no desde el tabú o la vergüenza, fue muy impactante. De este ritual fúnebre nacieron formas de baile y de cante más folclóricas, como un fandango tradicional del que cogí algunas estrofas para crear una letra propia para la canción que hemos hecho. Sin duda, ese espacio para la música existe y puede ayudar mucho encontrar el cauce de la música en momentos en que la emoción se desborda.
En cuanto a formar comunidad, ¿cómo se hace mediante la música?
Uy, eso es una pregunta muy complicada y compleja. Cuando hacemos un directo, estamos con esa idea de compartir algo, que haya un vaivén de la emoción. Nos alimentamos de las reacciones que se generan, intentamos trabajar con una proximidad y sobre la idea de que lo que hacemos puede ser útil a la persona que nos escucha. Desde allí puede haber una conexión muy potente. También lo hacemos desde la posición de evitar ser unos virtuosos a quienes hay que adorar, para nada queremos esa idea del artista.
Para poder formar esa comunidad, ¿es imprescindible que la música se desvincule del capital, de la industria y volver a otros modos de relación?
Creo que podemos continuar viviendo en comunidad a pesar del capitalismo. De hecho, es más necesario. Pero el capital atraviesa nuestras vidas e intentar hacer reductos de pureza es muy naíf y muy difícil. Hay que encontrar la manera de estar donde quieres sin sentirte incómoda con las contradicciones que te atraviesan. O poder pensar y criticar desde ese espacio de incomodidad, con sus contradicciones. Lo he dicho muchas veces: la idea siempre es muy limpia y la realidad, muy sucia. La realidad está llena de mierda.
Defendéis la cultura libre, ¿en qué se concreta esa apuesta?
Trabajamos con licencias Creative Commons y el proyecto nació muy conectado con un colectivo pluridimensional, Compartir Dona Gustet, que orbita en torno a la performance y otros trabajos artísticos. También veníamos de años muy potentes de activismo en Barcelona, relacionados con el inicio de internet, cuando la red podía ser un espacio donde se podía trabajar contra las formas capitalistas que existen en la realidad no virtual. En un momento hubo una esperanza de que internet fuera una ventana abierta hacia un mundo nuevo que se pudiera construir desde otro lugar. Ahora ya se puede decir que eso no ocurrió y la realidad acabó entrando en internet.
Claro que se pueden crear espacios de resistencia que pueden tener muchas formas: de cuidado, de compartir, que a nadie le puedan multar por poner nuestras canciones en una radio libre, por ejemplo. Nuestro punto de partida ha sido todo ese caldo de los movimientos sociales en Barcelona, de la cultura libre, del nosotros frente al yo. Y en eso seguimos, intentando no tener miedo de las contradicciones y poder tener tiempo para pensarlas en común.
¿Y qué pasa con la gente que quiere vivir de su trabajo como músico?
¡Es que cultura libre no es cultura gratis! Tampoco es cierto que en las músicas tradicionales no se cobrara: los joteros que iban a amenizar la fiesta en los pueblos igual no cobraban en dinero pero sí en comida, en jamón o en vino. Son cosas diferentes.
La música como herramienta contra el olvido está muy presente en todo el disco, desde el propio título. Pero la memoria histórica es un tema poco frecuente en la música.
Sí, aunque no sé si eso es bueno o malo. Siempre hemos trabajado desde la idea de que la música es una manera de explicar algo, ella en sí misma es un lenguaje pero luego están el presente, el contexto y nuestras ganas de decir cosas. El hilo conductor del disco es la memoria y su reverso, la desmemoria. Solo hay una canción de memoria histórica, por decirlo así, pero el resto pueden agruparse bajo este concepto.
Por todo ello, en el disco hay muchas cosas.
Sí, y somos solo dos [risas]. Esa intención de comunicar está en todas las partes del disco, no solo en las letras.
Hace unos meses el dibujante Miguel Brieva me dijo en una entrevista que “cualquier trabajo creativo que ahora no pretenda sugerir, aunque sea de manera sutil, la posibilidad de otro mundo mejor, no sirve para nada”. ¿Estás de acuerdo?
En principio sí, pero frases tan categóricas me cuestan un poco. Pero sí, cuando trabajo tengo esa intención.
Así planteado es una responsabilidad muy grande.
Sí, pero creo que no se tiene que ver tanto en el resultado como en la intención, en la práctica, en el proceso por el que puedes llegar a ese resultado.
“Canción total” abre el disco. Es una de las canciones del año. ¿Cómo llegasteis al original de Las Víctimas Civiles, un grupo de Valencia cuya música no tiene nada que ver con la vuestra?
Son muy amigos, nos conocemos desde hace años. Yo participé en su disco. La letra me encanta. Lo digo siempre: las canciones maravillosas como ésta hay que multiplicarlas.
La letra es el retrato de la socialdemocracia.
Y de la tibieza [risas]. Es una canción muy irónica, claramente, y muy divertida. Héctor Arnau, su autor, es una persona a la que quiero mucho y quería darle espacio dentro de nuestra visibilidad.
¿Qué otros grupos actuales os interesan?
Hemos escuchado mucho a Arca y a Kate Tempest, a la que vi en un concierto brutal. Ayer fui a ver a Princess Nokia.
En Madrid hubo problemas en su concierto porque los de seguridad pidieron la identificación a varias personas negras en la entrada.
¿En serio? Qué fuerte… Aquí se escuchaban mal las partes grabadas, la voz en playback. Esa moda que se ha impuesto de llevar cosas grabadas… Me sabe mal porque me gusta lo que hace, el personaje poderoso que tiene y su discurso. Pero ahora casi parece que lo más importante son los vídeos en YouTube y las stories de Instagram.
Hay quien dice que recordáis a Björk.
Björk es una referencia, totalmente. Ella trabaja mucho todo el concepto y lo lleva a un nivel incluso exagerado, con el vestuario y lo demás. A mí me encantaría poder trabajar a ese nivel. Es muy inspiradora, como personaje y por su manera de entender la música. Es un espejo en el que me gustaría reflejarme, sí.
En el disco también hay una mención a Ovidi Montllor.
Él hacía lo que hacemos nosotros: cogía canciones tradicionales y les cambiaba la letra. Tiene un cant de batre super bonito que dice “mamá, yo no quiero ser labrador porque lo que les gusta a las chicas del pueblo es el tractor”. Habla de cosas que en los años 70 eran de su presente. Otra cosa interesante de él es que fue muy menospreciado durante la Transición. Cuando ya no hacían falta voces críticas, la suya dejó de ser escuchada y eso fue muy duro para él. Esto pasó muchísimo, parece que aquella gente que durante la Transición no mantenía un discurso antifranquista sino más bien anticapitalista no interesaba en aquel momento.
Como Chicho Sánchez Ferlosio.
Sí, exactamente.
Es muy llamativo el agradecimiento a Coop57, por lo inusual de hacer público que sin financiación ajena no habría podido salir el disco.
Sí, para nosotros es un orgullo. Casi no habían financiado proyectos de música y ya trabajamos con ellos en la maqueta y ahora en el disco.
¿Os gustaría poder llegar a un público mayoritario?
Si le va bien al proyecto, sí. Pero creo que es un poco complicado.
¿Qué no haríais nunca para llegar a ese público?
No creo que haya que pagar peajes. Una radio como Los 40 Principales no pondrá nunca una de nuestras canciones, así que la pregunta sería: “¿Harías reguetón para salir en la radio?”. Nunca haría el himno del PP [risas].
Creo que no hay que trabajar con la idea de pureza, sino tener una mirada crítica sobre lo que haces y una intención muy clara. La mía es poder generar espacios en los que la música no sea meramente ornamentación, algo inocuo. La música sirve para comunicar cosas que no puedes expresar mediante un discurso.
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El disco es increíble. Sin menospreciar las letras que son sencillas y hermosas, la música y las armonías que manejaís entre voz y guitarra hablan por si mismas, cuentan una historia que remueve por dentro .
Pedazo de disco. Lo escuché en Carne Cruda y me enamoré de la música. Ojalá pueda veros pronto en concierto! Discazo!