Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita

La limpieza étnica de los territorios palestinos forma parte sustancial del ideario sionista.

Por arte de birlibirloque, el conflicto actual entre Irán e Israel ha comenzado en el momento en que Teherán ha lanzado su primera oleada de misiles contra objetivos civiles israelíes.

Europa no ha dejado de vender armas a Israel, ni de recibir su tecnología militar; sin embargo, ahora no sabe cómo salvar al país de sus propios impulsos autodestructivos.

Un año y medio después, la comunidad internacional permanece contemplativa, por mucho que algunas voces, tímidas, hablen de genocidio, promuevan juicios internacionales y unos cuantos Estados hayan suspendido relaciones diplomáticas.

Trump, suponemos, no está empeñado en hacer literalmente lo que ha dicho; le basta con obtener el visto bueno de sus aliados árabes a un nuevo cerco sobre Gaza.

Israel tiene una capacidad especial para ganar en los acuerdos, y sobre todo en el modo de aplicarlos, lo que no ha obtenido en sus campañas militares.

Aunque se trata de una decisión histórica y de gran carga simbólica, la orden de detención de Benajamin Netanyahu y del exministro de Defensa, Yoav Gallant, no va a tener consecuencias directas, tal como ocurrió con otras sentencias similares.

La participación militar de EE UU directa y sin intermediarios en Gaza, Líbano e Irán es de las pocas cosas que le queda por hacer a Trump después del apoyo incondicional que el Gobierno de Biden brindó a Netanyahu.

Se cumple un año del inicio de la masacre: no se había visto tal grado de destrucción desde hacía décadas en ninguna otra parte del planeta.

El régimen de Tel Aviv tiene el privilegio de ser el primer Estado “occidental” cuyos dirigentes quedan reducidos al nivel de parias “tercermundistas” como Gadafi, Omar al Bachir, Kambamba, Gbagbo o Milosevic.