Opinión
El covid-19 avisa de la urgencia de una “nueva agricultura” basada en la soberanía alimentaria

Un sistema de precios injusto para las personas agricultoras, falta de relevo generacional, una importante brecha de género y salarial, vulneración de derechos de las jornaleras migrantes, sobreexplotación de recursos hídricos son algunos de los problemas que arrastra la agricultura andaluza. Una actividad que no se ha parado durante el confinamiento, dejando ver las costuras de un sector que representa el 6,5% de la economía andaluza.

Huerta en Andalucía
NanoMundo Comunicación Multimedia Personas trabajando en una huerta andaluza.

Profesor de la Universidad de Sevilla

Coportavoces de Equo Andalucía
2 may 2020 12:00

La pandemia originada por el covid-19 ha puesto de manifiesto la urgencia de transitar hacia un nuevo modelo agrícola. El sistema agroalimentario actual es una de las actividades económicas que, por su presión sobre los ecosistemas naturales, más está contribuyendo a crear las condiciones para las pandemias. Además, organizaciones internacionales como la FAO, y voces expertas del mundo académico, nos han venido advirtiendo sobre las múltiples ineficiencias del actual modelo agrícola, intensivo en el consumo de recursos, agua y energía, así como en fertilizantes químicos y pesticidas, con grandes producciones de residuos, y desarrollado en condiciones económicas y laborales injustas para las personas que trabajan en el sector.

En España, poco antes de la declaración del estado de alarma, hemos asistido a las masivas protestas de las personas agricultoras que vienen sufriendo un sistema de precios injusto, que no les permite sostener los costes derivados de la producción, y que sólo beneficia a los especuladores e intermediarios del sistema, o a las grandes superficies que ponen el precio en el destino final. Se unen otros factores externos, como la producción agrícola de otros países productores, tal es el caso de Marruecos, con estándares de calidad y sanitarios diferentes, que les permite fijar precios más competitivos en el mercado. Desde el punto de vista energético es un disparate que Andalucía alimente a Europa mientras nos alimentamos con productos que recorren de media 4.000 km para llegar a nuestros hogares.

Asistimos a la paradoja de una juventud sin futuro en nuestras ciudades, mientras el campo carece de trabajadores andaluces jóvenes dispuestos a tomar el relevo para sostener nuestro sistema agroalimentario

No se puede olvidar tampoco, la amplísima brecha de género y salarial del sector agrícola. Las condiciones de trabajo de las mujeres temporeras o jornaleras en los campos son injustas y precarias, siendo especialmente duras, las de las mujeres temporeras marroquíes, migrantes y pobres, más vulnerables además por el desconocimiento del idioma, y de las que hemos conocido casos flagrantes de abusos. La falta de inspección, seguimiento y control suficiente de la contratación en origen, unido a la falta de condiciones de habitabilidad de muchas de las fincas agrícolas, agravan su situación dejándolas en situación de indefensión. Esta crisis ha puesto el foco además en sus miserables condiciones de vida en asentamientos informales de plástico de Huelva y Almería, sin agua ni otros servicios públicos esenciales, como la retirada de basuras.

También la escasa implantación del reconocimiento de los derechos de titularidad de la tierra afecta a muchas mujeres rurales, que han trabajado duramente en los campos, sin que a día de hoy puedan disfrutar de lo que les corresponde. La brecha es amplia en el sector agrícola y también lo es en relación con el número de mujeres al frente de cooperativas agrícolas, siendo bastante menor que el de hombres.

Otro grave problema es la falta de relevo generacional, dado que no se adoptan medidas ni se implantan servicios atractivos para que la población joven quiera tomar el relevo en un sector, el del campo, duro y sin expectativas de modernizarse. Asistimos a la paradoja de una juventud sin futuro en nuestras ciudades, mientras el campo carece de trabajadores andaluces jóvenes dispuestos a tomar el relevo para sostener nuestro sistema agroalimentario, por las injustas condiciones a las que se ve sometido el sector.

A todo esto, hay que sumar el reto del cambio climático que, con la alternancia de largos periodos de sequía y lluvias torrenciales, está reduciendo la disponibilidad de agua a marchas forzadas a la vez que perdemos suelo fértil. En una comunidad como la andaluza, donde el sector agrícola tiene tanto peso en la economía, el escenario no es nada prometedor.

El covid ha dejado al descubierto que en situaciones como la actual, en la cual la movilidad y los desplazamientos están obligadamente reducidos, un sector que subsiste fundamentalmente por la mano de obra extranjera y precarizada es insostenible. Y no se puede olvidar que el abastecimiento de productos agrícolas es un servicio esencial para la vida.

La generación de residuos plásticos y la contaminación por nitratos de los acuíferos genera daños acumulados a espacios naturales de gran valor, como el caso de Doñana, y ponen en riesgo el abastecimiento de agua en provincias como Almería

En Andalucía, un ejemplo de la necesidad urgente de transitar hacia un “nuevo modelo agrícola” es el actual modelo del cultivo de frutos rojos en la provincia de Huelva. La campaña de recolección de la fresa de Huelva es la que más trabajadores/as mueve en Andalucía, unos 80.000 en la campaña 2015/16, adquiriendo gran importancia la mano de obra extranjera. El 80% de la producción se destina a exportación, un 95% a países de la UE, Francia y Alemania fundamentalmente con un 62% del volumen exportado. La comercialización de la fresa de Huelva se realiza por el sistema de ventas a consignación. Esto significa que la formación de precios se hace en los mercados de destino, no interviniendo en el mismo los exportadores de fresa onubense. Y son fundamentalmente las centrales de compras de supermercados las que adquieren entre el 80 y el 100% del volumen exportado. Actualmente tienen competidores en Marruecos o Turquía, donde las condiciones laborales y medioambientales son más laxas.

Sin embargo, la transformación de la fresa tiene una presencia testimonial en la provincia, dado que sólo el 20% se destina a la industria, y casi toda fuera de Huelva.

La generación de residuos plásticos y la contaminación por nitratos de los acuíferos genera daños acumulados a espacios naturales de gran valor, como el caso de Doñana, y ponen en riesgo el abastecimiento de agua en provincias como Almería. El nivel actual de sobre explotación de nuestros acuíferos por parte del sector agrícola es insostenible y más aún, si tenemos en cuenta los escenarios climáticos de reducción de precipitaciones que se esperan en Andalucía. La reutilización de agua a partir de depuradoras o los trasvases no son la solución y sólo contribuirán a encarecer un recurso, el agua, cada vez más escaso, haciendo aún más ineficiente el sistema agrícola.

Pero esta crisis sanitaria nos ofrece una oportunidad única de avanzar hacia un nuevo modelo agrícola que permita construir nuestra soberanía alimentaria, impulsando y escalando iniciativas pioneras en Andalucía.

La soberanía alimentaria, como establece Vía Campesina, es “el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo”.

Los elementos para una transición del modelo agrícola actual están ahí. Queda pendiente su conexión y la implicación firme de todas las instituciones

No sólo se centra en la disponibilidad de alimentos, sino en la importancia del modo de producirlos y en su origen, así como en las consecuencias que la importación de determinados alimentos, más competitivos en precio, tiene para el debilitamiento de las producciones y poblaciones agrarias locales. La transición hacia la soberanía alimentaria pasa por un cambio de modelo agrícola más diversificado, y que potencie los circuitos cortos justos de producción, transformación y consumo locales.

Ya tenemos un potente sector agroecológico en Andalucía, líder a nivel europeo. Y existen iniciativas locales de grupos de consumo, planes de recuperación de huertas locales abandonadas, y propuestas para impulsar el comercio de productos locales desde la economía social y solidaria, así como iniciativas de transformación in situ de los frutos rojos para aportar valor añadido a la fruta, así como investigación tanto en técnicas de optimización de riego y consumo de energía, como en tratamiento de los residuos generados.

Por tanto, los elementos para una transición del modelo agrícola actual están ahí. Queda pendiente su conexión y la implicación firme de todas las instituciones, y en particular de las locales, las más próximas a la ciudadanía y que pueden coordinar las redes necesarias que apoyen esta “nueva agricultura”.

Las instituciones locales, impulsoras de los planes estratégicos de desarrollo local en las provincias, están llamadas a coordinar planes de transición hacia una “nueva agricultura”, dinamizando espacios de participación donde estén representados todos los agentes locales del territorio. Uniendo en la misma mesa a las organizaciones de carácter social que trabajan por mejorar la situación laboral y de bienestar de las personas temporeras y a las entidades que están tejiendo redes en torno al bien común, y a la economía social y solidaria.

Hay redes que ya se están implantando cada vez con más fuerza en las provincias andaluzas, como la Red Economía Social y Solidaria (REAS), que está promoviendo alternativas locales de economía circular de la mano de entidades como Traperos de Emaús, cooperativas de consumo o espacios de coworking como es en el caso de Huelva, la cooperativa Consumo Gusto o el espacio Social Lab.

En esta mesa por la nueva agricultura no pueden faltar las asociaciones y colectivos de mujeres rurales y feministas, que apoyan y reivindican los derechos de titularidad de la tierra de las mujeres del campo, o trabajan por las condiciones de trabajo y de vida digna para las temporeras.

También es necesario sumar a las universidades andaluzas, que tienen un papel fundamental en el impulso del manejo agroecológico, de la permacultura y el estudio de alternativas de recuperación de suelos contaminados o pueden proponer soluciones locales frente al cambio climático.

Sólo desde una acción local participativa rotunda sostenida en los principios de la soberanía alimentaria y de la economía social y solidaria, podremos transitar hacia una “nueva agricultura”, basada en el bien común, que nos permita disponer de un espacio seguro, cuyo suelo lo tejemos entre todas sin dejar a nadie atrás y cuyo límite lo determina la capacidad del planeta.

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