Palabras contra el poder: la vigencia radical de Barbara Kruger

La primera retrospectiva completa de Barbara Kruger en España presenta los distintos formatos y soportes con los que ha trabajado en las últimas cinco décadas: ‘paste-up’, instalaciones de vídeo, obras en LED y vinilos murales.
Barbara Kruger en Bilbao
‘Barbara Kruger: Another day. Another night’. Vista de la instalación, Museo Guggenheim Bilbao, 24 de junio–9 de noviembre, 2025. Cortesía de la artista, Sprüth Magers y David Zwirner.

Barbara Kruger lleva más de cuatro décadas desmontando, desde dentro, los lenguajes del poder. Sus imágenes —tipografía en blanco sobre fondo rojo, fotografías en blanco y negro, frases cortantes, irónicas, ambiguas— se han vuelto icónicas no por su estilo, sino por su eficacia política. Desde sus primeros paste-up hasta las instalaciones digitales más recientes, Kruger ha trabajado con la lógica visual de la publicidad, el consumo y los medios de masas, apropiándose de sus códigos para exponer sus contradicciones. Su obra no busca convencer, sino inquietar; no explica, sino que obliga a pensar.

Con motivo de su primera gran retrospectiva en España, en el Museo Guggenheim Bilbao, hablamos con Lekha Hileman Waitoller, comisaria de la exposición, sobre el recorrido expositivo, las tensiones entre arte crítico e institución, la vigencia del lenguaje como campo de batalla y el lugar de Kruger en el arte contemporáneo actual.

Esta es la primera retrospectiva completa de Barbara Kruger en España. ¿Cómo se ha planteado el recorrido expositivo? ¿Qué hilos conceptuales articulan la selección y disposición de las obras?
Efectivamente, esta exposición es la primera retrospectiva completa de Barbara Kruger en España. Aunque el recorrido responde en parte a una lógica temática —centrada en cuestiones como el lenguaje, el poder, el consumo o la construcción de la identidad—, la disposición de las obras estuvo determinada, sobre todo, por la arquitectura del museo. Casi todas las salas tienen proporciones y características únicas, lo que permitió plantear intervenciones específicas y reforzar el carácter inmersivo de la exposición.

Desde los primeros paste-up de finales de los años 70 hasta sus instalaciones de vídeo, obras en LED y vinilos murales más recientes, la muestra presenta los distintos formatos y soportes con los que Kruger ha trabajado en las últimas cinco décadas. Varias piezas se han adaptado al contexto arquitectónico de Bilbao, como Untitled (Forever), que ocupa una galería cuadrada con mucha altura, o Untitled (Camino), una instalación en euskera y español que recorre el suelo de la galería de transición.

Más que establecer una lectura lineal o cronológica, el recorrido está concebido como una experiencia espacial en la que la arquitectura y el lenguaje se entrelazan. El visitante se ve inmerso en ambientes visuales y sonoros que exigen una respuesta activa, una toma de posición ante mensajes que interpelan, confrontan y, en ocasiones, incomodan.

En un museo con una arquitectura tan determinante como el Guggenheim, ¿cómo dialoga la obra de Kruger con los espacios? ¿Qué decisiones se han tomado para que el discurso visual y político no se vea neutralizado o diluido?
Barbara Kruger es una artista extraordinariamente sensible al espacio expositivo. Desde hace décadas, ha concebido instalaciones específicas para lugares muy diversos —museos, estaciones de tren, fachadas, marquesinas— y entiende la arquitectura como un medio más con el que dialogar. En el caso del Guggenheim Bilbao, ese diálogo era ineludible: las galerías del museo tienen una fuerza formal y una escala muy particulares, que no pueden obviarse ni “neutralizarse”. En lugar de imponer una narrativa cerrada, decidimos partir de las posibilidades que ofrecía cada espacio para articular un recorrido en el que forma y contenido se potencian mutuamente.

Varias de las obras más monumentales de la exposición —como Untitled (Forever), Untitled (Nuestra gente) o Untitled (The globe shrinks)— fueron concebidas o adaptadas específicamente para estas salas. En lugar de quedar diluido, el discurso político de Kruger se amplifica en contacto con la arquitectura: las palabras recorren suelos, envuelven muros, escalan estructuras verticales o se expanden en instalaciones de vídeo multicanal. La contundencia formal de su trabajo permite que su mensaje no solo sobreviva a la escala del museo, sino que la ocupe con autoridad crítica.

También fue fundamental cuidar la elección de los idiomas —castellano, euskera e inglés— en función del contenido, el contexto y el público local. Ese gesto, junto con el uso del color, el sonido y el ritmo visual, asegura que la obra no quede “espectacularizada” por la arquitectura, sino que se convierta en una experiencia activa, en la que el visitante es interpelado directamente, tanto física como ideológicamente.

Kruger trabaja con lemas que parecen simples, pero cuya eficacia radica precisamente en su ambigüedad, en su capacidad de generar duda, contradicción, reflexión

Kruger trabaja con estrategias visuales que provienen de la publicidad para desmontar sus mecanismos de poder. ¿Cómo se negocia, desde la curaduría, el riesgo de que esas estrategias queden absorbidas o estetizadas en el marco institucional?
Ese riesgo está siempre presente, especialmente en una institución como un museo de arte contemporáneo, donde los lenguajes visuales más agresivos o disruptivos pueden ser rápidamente absorbidos por una lógica estética o incluso decorativa. En el caso de Kruger, sin embargo, hay una lucidez muy aguda sobre esa tensión. Desde sus inicios, ha trabajado precisamente desde dentro de los lenguajes del poder —la publicidad, los medios de comunicación, el marketing— para exponer sus contradicciones, apropiarse de sus herramientas y devolverlas con un giro crítico.

Desde la curaduría, nuestra tarea fue mantener esa fricción activa, no disolverla. Por eso cuidamos tanto la escala, el ritmo del recorrido, el uso del sonido, el idioma, y sobre todo, la confrontación directa con el espectador. La exposición no se presenta como una sucesión de obras “bellas” o “emblemáticas”, sino como una experiencia envolvente, por momentos incómoda, en la que el visitante es interpelado de forma constante.

Kruger trabaja con lemas que parecen simples, pero cuya eficacia radica precisamente en su ambigüedad, en su capacidad de generar duda, contradicción, reflexión. Esa ambivalencia no se resuelve con un cartel en la pared ni con una lectura unívoca. Al contrario: quisimos preservar el carácter abierto, provocador y a veces incluso contradictorio de su obra, evitando la tentación de “explicarla” demasiado. En ese sentido, la exposición no busca proteger al público de los mensajes, sino situarlo en el centro mismo de la pregunta: ¿cómo nos afectan las imágenes y las palabras que consumimos a diario?

Exposición de Barbara Kruger en el Museo Guggenheim Bilbao
‘Barbara Kruger: Another day. Another night’. Vista de la instalación, Museo Guggenheim Bilbao, 24 de junio–9 de noviembre, 2025. Cortesía de la artista, Sprüth Magers y David Zwirner.

Muchas de sus obras abordan de forma directa el género, el consumo, el deseo, el control. En un contexto como el actual, marcado por retrocesos en derechos y por una extrema derecha mediática e institucional muy activa, ¿cómo se lee hoy el trabajo de Kruger?
El trabajo de Barbara Kruger adquiere hoy una resonancia renovada, precisamente porque nunca fue complaciente. Sus obras abordan cuestiones como el género, el deseo, el consumo o el control no como temas aislados, sino como estructuras de poder que operan sobre nuestros cuerpos, nuestros afectos y nuestras decisiones. En el contexto actual —marcado por retrocesos en derechos fundamentales, el ascenso de discursos de odio y una extrema derecha cada vez más normalizada en el plano mediático e institucional— muchas de sus frases e imágenes adquieren una urgencia casi dolorosa.

Lo notable es que Kruger nunca ha trabajado desde una posición moralizante o dogmática. Su fuerza radica en la ambigüedad, en la forma en que sus obras devuelven al espectador sus propias contradicciones. La pregunta no es solo a quién se dirige una obra como Untitled (Your body is a battleground), sino cómo nos posicionamos frente a ella hoy, qué cuerpo está en disputa, qué batallas siguen abiertas.

Desde el inicio de su carrera, Kruger entendió que el lenguaje es un campo de batalla en sí mismo. Su apropiación de los códigos visuales de la publicidad y su uso de frases cortas, imperativas o aparentemente banales, revela cómo las estructuras de poder se infiltran en lo cotidiano, en lo que decimos y en lo que callamos. En este sentido, su trabajo es profundamente contemporáneo: nos ayuda a pensar cómo circula la ideología en las redes, en los medios, en la política, pero también en la intimidad.

Frente al control algorítmico, la viralidad o la espectacularización de la política, Kruger responde con un trabajo que no pretende ordenar ese caos, sino reflejar su intensidad

La muestra incluye obras recientes como Untitled (No Comment), de 2020. ¿Qué desplazamientos o actualizaciones detectáis en el trabajo de Kruger en estos últimos años? ¿Cómo se posiciona frente a lo digital, las redes, las nuevas formas de control?
Untitled (No Comment) es, en muchos sentidos, una obra bisagra. En ella se condensa la evolución de Kruger desde los primeros paste-up —hechos a mano con tijera, fotocopias e imágenes de archivo— hasta las complejidades del presente digital. Si en los años 80 “cortar y pegar” era un acto físico y analógico, hoy Kruger copia y pega desde la sobrecarga informativa de internet: imágenes de redes sociales, memes, titulares, vigilancia, violencia, banalidad. Todo eso aparece en Untitled (No Comment) en una instalación envolvente, sin punto de fuga, que satura al espectador y refleja la lógica vertiginosa de nuestro entorno mediático actual.

En los últimos años, Kruger ha ampliado su lenguaje visual y ha incorporado tecnologías —proyecciones multicanal, animaciones, sonido, texto en movimiento—, pero sin abandonar sus estrategias fundamentales: la apropiación, el ritmo visual, la interpelación directa. Lo digital no es para ella una novedad formal, sino un nuevo campo de disputa ideológica. Le interesa cómo circula la información, cómo se construye la verdad, cómo se negocia la intimidad y la vigilancia.

Frente al control algorítmico, la viralidad o la espectacularización de la política, Kruger responde con un trabajo que no pretende ordenar ese caos, sino reflejar su intensidad. Lo hace desde una posición crítica pero no distante. En lugar de alejarse del presente, lo habita. Y lo hace con las herramientas de siempre: el lenguaje, la ironía, la duda. Su obra reciente no representa una ruptura, sino una actualización lúcida de su mirada, consciente de que las formas de poder han cambiado, pero siguen operando sobre nuestros cuerpos, afectos y deseos.

En paralelo a la exposición, el museo ha desarrollado el proyecto Didaktika con contenidos y actividades educativas. ¿Cómo se ha pensado la mediación en este caso? ¿Qué tipo de público se ha tenido en mente?
La propuesta de Didaktika para esta exposición se ha concebido como una extensión natural del enfoque de Barbara Kruger: directo, accesible, crítico y profundamente conectado con el espacio público. La mediación no parte de la idea de “explicar” su obra, sino de ofrecer herramientas para pensar con ella, reconociendo que sus mensajes operan dentro y fuera del museo.

En este caso, hemos querido poner en valor el carácter público y cotidiano de su práctica, mostrando cómo sus intervenciones han circulado en soportes tan diversos como vallas publicitarias, estaciones de metro, camisetas o monopatines. El espacio Didaktika incluye una vitrina con objetos diseñados por Kruger y un documental sobre su intervención en el Coleman Skatepark de Nueva York, que permite comprender cómo adapta sus mensajes a distintos contextos urbanos y sociales.

El público que hemos tenido en mente es amplio y heterogéneo: personas que conocen bien su obra, pero también quienes se encuentran con ella por primera vez. Por eso el enfoque es directo y visual, apelando a experiencias comunes y a códigos que circulan en la cultura popular. Como en la propia obra de Kruger, se trata de generar momentos de interrupción, de reflexión inesperada, incluso en los márgenes del recorrido expositivo.

Kruger ha dicho en varias ocasiones que no se considera una “artista feminista” en sentido doctrinario, pero que su trabajo sí ha estado siempre atento a las formas en que el poder se ejerce sobre los cuerpos

Kruger es una artista reconocida, pero no siempre ha estado presente en los grandes relatos del arte contemporáneo. ¿Qué lugar crees que ocupa hoy en ese canon? ¿Y cómo se relaciona su obra con las prácticas feministas actuales?
Es cierto que Barbara Kruger es una figura ampliamente reconocida, pero durante mucho tiempo no ocupó el lugar central que merecía en los relatos hegemónicos del arte contemporáneo. Esto tiene que ver, en parte, con el tipo de lenguaje que emplea —más cercano al diseño, a la cultura visual popular, a la intervención urbana— y también con el hecho de haber trabajado de manera sistemática cuestiones como el género, el deseo, la representación y el poder desde una mirada crítica, pero sin inscribirse nunca del todo en un movimiento o etiqueta específica.

Kruger ha dicho en varias ocasiones que no se considera una “artista feminista” en sentido doctrinario, pero que su trabajo sí ha estado siempre atento a las formas en que el poder se ejerce sobre los cuerpos —especialmente los cuerpos feminizados— en los medios, en el consumo, en la política y en la vida cotidiana. Su uso del lenguaje, de los pronombres, del cuerpo fragmentado o anónimo, sigue siendo enormemente relevante para pensar las políticas de la representación hoy.

En cuanto a su lugar en el canon, cada vez es más evidente su influencia en generaciones más jóvenes, tanto en las artes visuales como en el activismo visual contemporáneo. Su capacidad para apropiarse y reconfigurar los lenguajes del poder —sin perder precisión ni ironía— le da a su obra una vigencia que va más allá de cualquier coyuntura. Y aunque no trabaje directamente con las formas del arte relacional o el arte activista más reciente, sí comparte con muchas prácticas feministas actuales una preocupación por el lenguaje, por la performatividad y por la circulación de los discursos en el espacio público.

¿Qué ha supuesto para ti comisariar esta exposición? ¿Qué preguntas te deja abiertas el trabajo con una figura como Kruger?
Comisariar esta exposición ha sido una experiencia profundamente estimulante y transformadora. Trabajar con Barbara Kruger significa entrar en contacto con una artista que piensa de forma rigurosa y estratégica, no solo sobre lo que muestra, sino sobre cómo, dónde y para quién lo muestra. Cada decisión —desde el idioma hasta la escala, desde la tipografía hasta la ubicación espacial— está cargada de intención.

Como comisaria, me ha obligado a replantear muchas de las dinámicas habituales del museo: cómo se comunica, cómo interpela al público, cómo se construye una experiencia expositiva que no adormezca, sino que sacuda. Kruger no busca ilustrar ideas, sino detonarlas. Y esa exigencia —esa necesidad de estar alerta— es algo que marca todo el proceso curatorial.

Me deja muchas preguntas abiertas: sobre el poder de las imágenes en el presente, sobre el rol del museo como espacio de confrontación simbólica, y sobre cómo seguir generando propuestas que no solo representen discursos críticos, sino que activen al espectador como agente de sentido. Kruger nos recuerda que el lenguaje no es inocente, y que nuestras miradas tampoco lo son.

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