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Coronavirus
¿Cómo cocinamos nuestros miedos? Alimentar la vida mirando, aprendiendo y transformando miedos
Siempre hay algo de temor en todas nuestras recetas, en nuestras recetas de vida individual y en cómo nos alimentamos como sociedad, como cultura.
La incertidumbre, la angustia, el temor, nos desvelan nuestra vulnerabilidad. En la coyuntura actual, con la enfermedad del Covid-19 extendiéndose por todo el mundo, más de doce millones de personas infectadas, aproximadamente medio millón y medio de personas fallecidas, medidas restrictivas y con la resaca del Estado de Alarma, parece necesario mirarnos y aprender de nuestros miedos, para ver cómo alimentamos la vida y qué tipo de vida queremos alimentar.
Miedo es la ansiedad provocada por la anticipación de un peligro. Es una de las emociones universales, todas la personas, en todas las culturas la sienten. Existen desencadenantes innatos de miedo, que afectan a la humanidad entera, como también hay una gran diversidad de desencadenantes subjetivos. Sentimos miedo en la medida que percibimos como amenaza algo, a alguien, o contextos y situaciones concretas.
Qué consideramos una amenaza y qué nos parece seguro, lo vamos aprendiendo y desaprendiendo a lo largo de nuestra vida al menos de tres formas diferentes. La primera de ellas tiene que ver con la experiencia directa o bien de un peligro que hemos sufrido de forma continuada, o de algo que nos ha marcado especialmente. La imitación tiene una fuerza similar, el miedo, como se dice, es contagioso y por tanto, también lo es la percepción de qué es una amenaza y qué nos da seguridad. Y por último, también sentimos miedo por la información que recibimos y por cómo la recibimos.
Por tanto, conviene mirar los miedos, no como algo individual de lo que hay que zafarse, avergonzarse o a lo que enfrentarse en solitario, sino como parte de nuestra cultura, de nuestra sociedad y de nuestra coyuntura actual, en la que por supuesto existen múltiples formas de vivirlos. En cuanto a miedos y temores, como en otros aspectos culturales, la diversidad está servida.
Señala José Antonio Marina en su libro Anatomía del Miedo, “no hay especie más miedosa que la humana. Es el tributo que hemos de pagar por nuestros privilegios”, y aunque en el libro se refiere más a lo cognitivo como privilegio, me pregunto: ¿cuánto influyen nuestros privilegios en nuestros miedos? ¿hasta qué punto tememos perder la satisfacción de nuestras necesidades o tememos renunciar a ciertas demandas y perder privilegios?
El modelo actual de éxito solo es posible por la exclusión de otras vidas
Desde el ecofeminismo se viene señalando, desde hace años, que uno de los mayores peligros para la vida es el modelo de individuo autosuficiente, independiente, que no necesita a nadie y puede valerse por sí mismo, que rompe los límites sin miedo, con arrojo y valentía (para entendernos mejor, “con dos cojones”), con un proyecto individual por el que luchar que contempla poco o nada el devenir colectivo y, casi menos, el de la naturaleza. Si cerramos los ojos, podemos verlo: un humano blanco, con poder adquisitivo y formación académica, heterosexual y muy macho, sin ninguna discapacidad, no es niño ni adolescente, ni viejo, por supuesto. Su entorno son las ciudades, aunque si va al mundo rural, siempre encontrará alguien a quien iluminar. Es un peligro, porque es una mentira con las patas muy largas, que invisibiliza y oculta múltiples relaciones de explotación y discriminación hacia otras personas y hacia la naturaleza. El modelo actual de éxito solo es posible por la exclusión de otras vidas.
Existen peligros, daños y amenazas que en el relato que nos hacemos de cómo es el mundo, se han obviado y normalizado. En la actualidad algunos se han hecho más visibles (si quieres mirar hacia ellos, claro). Así como aplaudíamos al personal sanitario y nos asusta la enfermedad, tememos las consecuencias de la privatización y la falta de inversión en la sanidad pública y en el cuidado de mayores. Una necesidad y un derecho que estamos cometiendo el error de convertirlo en valor de mercado.
Allí donde sufrimos subidas de precios y falta de diversidad para conseguir comida, sentimos la falta de soberanía alimentaria, es decir, que confiamos nuestro sustento a un sistema dependiente en buena medida de las importaciones y de las grandes industrias agroalimentarias.
Cuando se nos encoge el estómago por miedo a ERTES, despidos y una mayor precariedad, se trasluce el sometimiento de nuestras vidas a un trabajo asalariado, para conseguir vivir y cubrir nuestras necesidades.
Dependemos de un sistema globalizado en el que el crecimiento es indispensable, un crecimiento que depende de la energía fósil que tiene unos límites que ya hemos sobrepasado. Un movimiento que empeora el cambio climático y nuestra salud, pero sin el cual, la economía actual se viene abajo.
Estos miedos nos pueden ayudar a mirar la realidad y, al igual que todos los sentimientos, producen una reacción. Un camino es la huida. En muchos casos nos escapamos sin querer afrontar los problemas, mirando tanto el presente concreto individual que se nos olvida nuestro posible futuro y otros presentes. O miramos intensamente el futuro deseado, ocultándonos el presente y esperando que ese futuro llegue de forma mágica.
Un camino parecido es la parálisis. Se habla a nivel individual del concepto de indefensión aprendida. Pensar “haga lo que haga no puedo cambiar la situación dolorosa en la que estoy, no puedo controlar la situación”. De esta forma se implanta la impotencia, la cual produce, en muchos casos, estados de depresión y ansiedad. Sinceramente, creo que se podría aplicar algo así a las sociedades.
También existen salidas autoritarias para combatir el miedo, y para implantarlo. El temor es uno de los resortes del poder. Cuando una sociedad siente miedo, puede aspirar a tener un brazo fuerte que le salve y está dispuesta a cambiar libertad por seguridad, seguridad que a su vez es generadora de nuevos miedos. Debemos cuidarnos de la utilización del miedo como legitimación ideológica del individualismo, del sálvese quien pueda, de la desigualdad, del discurso del odio, como herramienta para afianzar las desigualdades existentes en la actualidad.
Dar miedo es muy rentable
Esta salida, en muchos casos, pretende basarse en la existencia de un “enemigo”, alguien a quien achacar nuestro malestar. Ya se encargan las clases privilegiadas de que poca veces miremos para arriba para buscar esas responsabilidades y las busquemos en quienes están peor que nosotras y nosotros. Una salida jerárquica, que induce al odio, que se puede ver en manifestaciones de grupos que han hecho de la provocación su estrategia, pero que también está detrás de la militarización de nuestra sociedad. Por poner un ejemplo, en este año 2020, año de pandemia y crisis, se han aprobado siete nuevos Programas Especiales de Armamento (PEA), que alcanzan un total de 13.356 millones de euros para la fabricación de armamento entre 2019 y 2032. Dar miedo es muy rentable.
No podemos vivir amedrentadas por lo que le pase a todo el mundo y a toda la tierra, pero si solo sentimos miedo por lo que nos pasa a nosotras y a nuestro entorno más cercano, no cambiaremos las estructuras más profundas de un sistema injusto y quizás, algún día, poca gente sienta miedo por nosotras.
Nuestra receta para sostener la vida tiene una dosis de miedo, pero también tiene otros ingredientes fundamentales que no podemos olvidar: la esperanza activa, la revalorización de todas las alternativas existentes, la implicación, el espíritu crítico, la autocrítica y el trabajo sobre nuestros privilegios, el respeto, la creatividad, la paciencia, los cuidados, la alegría, la cooperación, la valentía que surge de la conexión con otras personas... Trabajamos para sentirnos seguras, liberarnos del temor, sabiéndonos vulnerables.
Muchas personas ya estaban antes con las manos en la masa para cocinar esta otra realidad, esa otra vida, pensando y trabajando en lo inmediato, en las soluciones a los problemas concretos y diarios, con una mirada puesta en el futuro. Otras también lo han estado durante la pandemia. Y lo hacían y hacen en colectivo, en redes, vinculadas, porque los miedos en compañía son más llevaderos y se pueden afrontar mejor, sin tener por qué ocultarlos.
Y mientras cocinamos, siempre es bien recibida un poco de música, porque ya se sabe que “quien canta, su mal espanta”.
Artículo elaborado para el proyecto “Una mirada a la construcción de acciones transformadoras: Vinculación de causas locales a causas globales y articulación de propuestas y alternativas basadas en la sostenibilidad de la vida” financiado por la AEXCID- Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Junta de Extremadura.
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Clarísimo análisis del mecanismo psicosocial del miedo. Me falta otro que desarrolle y explique mejor los procesos personales y grupales que necesitamos para enfrentar el negocio del miedo. Gracias por un escrito tan lúcido
Gracias por compartirlo. Ha puesto palabras a cosas que llevaba dentro y han surgido nuevas preguntas y motivaciones para la acción.