Ocho días después del anuncio de Errejón y Carmena, Podemos sigue como un boxeador sonado. Hoy, 25 de enero, Ramón Espinar ha anunciado su dimisión como secretario general de Podemos en la Comunidad de Madrid, cargo que ocupaba desde 2016. Se suma a la renuncia de Carmen Lizárraga como diputada andaluza e integrante del consejo ciudadano. Este fin de semana, algunos de los barones del partido —ocho secretarios autonómicos— están convocados para un encuentro en el que pedirán que se restañen las heridas entre el secretario general, Pablo Iglesias, e Íñigo Errejón. Quedan tres meses para el comienzo de la campaña electoral y la fractura en Podemos amenaza con abrir paso a los tres partidos de la derecha en todos los parlamentos autonómicos y liquidar al partido morado de cara a las Elecciones Generales. ¿Qué posibilidades quedan, por pequeñas que sean, de salvar los muebles?
Kilómetro cero
Dos torpezas de nivel vodevilesco han marcado los principales hitos de la ruptura en lo que fue Claro que Podemos, la máquina creada por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón para diseñar un partido adecuado a su estrategia.Episodio uno: un trabajador de Princesa —sede del partido— deja abierta su sesión de Telegram en el ordenador. El trabajador es errejonista y, entre las conversaciones abiertas, otro trabajador encuentra un plan —llamado “mate pastor”— de los afines al hoy candidato de Más Madrid para que su fracción controle el partido. Más específicamente los dineros del partido —liberados, sueldos—. La torpeza termina con el secretario de Organización, Sergio Pascual, y deja en libertad vigilada al propio Errejón, que se reinventará de cara al congreso de Vistalegre II, en el que presenta un equipo que sale claramente derrotado.
Esa derrota precipitará el siguiente movimiento maestro, que desembocará en un nuevo vodevil, otro movimiento maestro y así sucesivamente. Iglesias y Errejón conciertan la salida del segundo hacia la Comunidad de Madrid, donde Podemos tiene una organización híbrida —como en todos los territorios—, con evidente peso de Anticapitalistas y sectores que han reclamado otro modelo de organización, pero, y este factor es fundamental, más atención mediática que en cualquier otro lugar. Una baronía con hechuras.
Dulce “quitarse de en medio” al anterior compañero, patada a seguir, que tiene como efecto necesario la imprescindible unidad operativa de dos familias separadas desde los tiempos del mate pastor. Las sospechas sobre esa unidad operativa explotan cuando la politóloga y diputada Carolina Bescansa envía a través de su canal de Telegram otro supuesto plan maestro para desmontar el “pablismo” en cómodos pasos, comenzando por Espinar. La torpeza acelera la convergencia y en abril se firma un acuerdo que desembocará en unas primarias en las que se inhibe de participar el sector encabezado por Anticapitalistas. La paz dura poco como consecuencia del episodio de la consulta sobre la permanencia en la dirección del partido de Iglesias e Irene Montero a raíz de la compra de una casa en Galapagar. Pero no hay rebelión explícita y la implícita no arroja resultados determinantes.
El runrún que llega de la capital no ayuda a estabilizar el proyecto en la Comunidad. La alcaldesa Manuela Carmena insinúa en repetidas ocasiones que Ahora Madrid ya no la representa y recuerda que Podemos nunca la representó. Quiere volar en solitario, rodeada de “los mejores”, que surgen de varios frentes, con preponderancia de los afines a Errejón. Iglesias, que públicamente se ha deshecho en elogios hacia Carmena, apenas reacciona cuando uno de los únicos concejales afines a su proyecto en Madrid, José Manuel Calvo, anuncia en noviembre que se va con la alcaldesa a un proyecto en el que Podemos, como tal, no tiene ningún espacio reservado.
Pese a la extraordinaria relevancia de la alcaldía, la dirección de Podemos considera que puede permitirse perder pie en el Ayuntamiento siempre y cuando el dispositivo electoral autonómico, encabezado por Errejón, incluya representantes de las tres principales familias que han quedado tras el arrinconamiento de Anticapitalistas y la salida de la portavoz en la Comunidad, Lorena Ruiz Huerta, indignada con el proceso. Condenados a entenderse quedan el oficialismo, encabezado por Espinar, el errejonismo —mucho más volátil de lo que aparenta—, e Izquierda Unida, que, de puertas afuera, transpira unidad tras la diáspora del periodo 2011-2015.
Todo salta por los aires el 17 de enero.
Después del naufragio
¿Es la unidad un valor en sí? ¿Un valor superior a la marginación política del sector mayoritario? La ruptura de Errejón, no planteada como tal sino como un paso adelante en las políticas “de la ilusión”, situaba a la dirección de Podemos en una situación pierde-pierde. O tragaba y aceptaba el marco propuesto —impuesto— por Errejón, con el apoyo de Carmena, o iba hacia el cisma.El cisma se producía pocas horas después del anuncio de Errejón y daba lugar a tres reacciones mayoritarias en el seno de la izquierda, no solo la izquierda madrileña.
Una, quienes están en el “secreto” —o fingen estar en el secreto— errejonista combinan la flojera de piernas —especialmente quienes aún ostentan cargos institucionales— con la denuncia de un régimen de seudo terror instaurado por Pablo Echenique, secretario de Organización, y el propio Iglesias. Denuncia que, como era previsible, tiene eco en la agenda mediática y que cada nueva purga parece confirmar.
Dos, el oficialismo se queda noqueado por el anuncio. Comienzan los movimientos para encontrar un candidato o candidata solvente y un pacto sólido con IU que relance un partido con perfiles de izquierda frente al progresismo suave propuesto por Errejón. Salen nombres, desde los que indican repliegue total —Juan Carlos Monedero— o parcial —Rafa Mayoral, Gloria Elizo— hasta los que dejan la responsabilidad en manos de IU o en un candidato independiente y sorprendente —suena Carlos Jiménez Villarejo—. Nada pasa del susurro, de la elucubración y de la interpretación, en el mejor estilo de lo que fue la Kremlinología. Son rumores, son rumores.
Una certeza es que Espinar queda definitivamente derrotado y se ve abocado a la dimisión. El partido sigue noqueado e Iglesias convoca una reunión de urgencia para la tarde del 25 de enero. Los ecos llegarán hasta el 2 de febrero, el próximo fin de semana, cuando tiene que reunirse el Consejo Ciudadano Estatal. Al margen de medir la “lealtad” de los mandarines, necesariamente habrá que medir la competencia de los leales.
Tres, el electorado medio queda desconcertado y cotizan al alza los chascarrillos sobre el frente judaico popular, la izquierda que siempre igual y ahora a quién votamos en mayo porque de verdad dan ganas de no votar. Las simpatías por unos y otros influyen, pero el diagnóstico general es que todo es un desastre y que la derecha se llevará de calle la Asamblea de Madrid, a pesar de Aguirre, González y Cifuentes. Los sectores abstencionistas solo tienen que decir “os lo dije” para recibir adhesiones que probablemente no amplíen “su base” de manera significativa en las elecciones de mayo.
¿Qué posibilidades quedan, por pequeñas que sean, de salvar los muebles? Varios sectores empujan a que se restaure la entente Iglesias-Errejón, como condenados a entenderse. Esta restauración, o la definitiva ruptura, se articularían en torno a unas nuevas primarias, pero lo natural —la tradición— es que estas se decanten hacia una u otra posibilidad según la voluntad de la actual dirección.
La primera opción, la reintegración puede ser un mal menor para ambos sectores: el candidato Errejón ha debido sentir el vértigo de la confrontación con la izquierda madrileña —si no lo ha hecho es que su análisis es incompleto— y la dimisión de Espinar evidencia que la organización en Madrid —más allá de que haya candidatura el 26 de mayo— ha reventado definitivamente. En ese caso, la máquina de guerra electoral se centraría en tratar de hacer olvidar el papelón de las últimas semanas y volver a la dialéctica de la unidad operativa y las sonrisas. Parece complicado que suceda.
La segunda opción, todavía la más plausible para la dirección de Podemos, es tratar de pasar pegamento primero por su base y después por el sustrato izquierdista y antagonista de la Comunidad. Pedir una nueva oportunidad y distanciarse del progresismo suave para establecer un diferencial con el partido de Errejón-Carmena. El significante no sería tanto la ilusión como una promesa de redención. Tal vez no sea suficiente pero quizá sea un primer paso para levantarse de la lona.
Comunidad de Madrid
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