Opinión
Volver, la eterna espera de la migración

Migrar nos condena a vivir en un permanente síndrome de Ulises, donde por la mañana parece que todo merece la pena y por la tarde me encuentro escuchando cualquier canción aleatoria de Camarón, con las lágrimas saltadas y diciéndome a mi misma que no puedo más
Ilustración migrar Clara Malpica
Clara Malpica “Quiero a mi tierra pero ella no me quiere a mí”
Andaluza migrada en Barcelona.
24 ene 2023 06:00

Toda migración conlleva pérdidas, no siempre somos capaces de encontrar hogar allá donde vamos, de hecho, creo que en la mayoría de los casos no encontramos hogar sino que nos dejamos llevar por la vida y por las ganas de salir adelante. A pesar de los años, el nuevo lugar de residencia sigue pareciendo extraño, aunque vivamos en un nuevo barrio, hagamos vida en él, encontremos amigas y vivamos momentos bonitos, algo no termina de cerrar. Nos pasan cosas buenas y no tan buenas, podemos tener casa, trabajo, podemos ver a nuestras hijas crecer e incluso nos alegra involucrarnos en el activismo local, pero todo no deja de ser siempre un poco lejano y nos hace preguntarnos: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no puedo elegir el lugar donde quiero vivir? Los días pasan y cada vez es más duro un nuevo comienzo sabiendo que no existe la certeza de volver a la amada Andalucía y es siempre, en estos momentos cuando resuena la idea de volver al jubilarnos, pero, ¿Por qué tengo que esperar a jubilarme si ni siquiera sé si viviré?

A veces tampoco llegamos a encontrar un ápice de estabilidad en esta nueva ciudad que parece acogernos y vamos tirando como podemos en un lugar que encontramos frío, en el que hemos ido perdiendo poco a poco nuestra identidad, pero entonces aparece el miedo a volver, y la gran pregunta del retorno: ¿y si al volver no encuentro trabajo?, ¿y si no encuentro dónde vivir? La constante incertidumbre de arrepentirse del regreso.

Esta reflexión no es más que una búsqueda para intentar expresar como la cafetería de la esquina de tu nueva ciudad nunca llega a ser “tu cafetería”, o como que las calles por donde ahora pisamos no llegan a ser nunca el cobijo que necesitamos.

“La migración forzada nos condena a esperar años hasta que las vacaciones o la estabilidad económica coincidan con la feria de tu ciudad”

Migrar nos condena a vivir en un permanente síndrome de Ulises, donde por la mañana parece que todo merece la pena y por la tarde nos encontramos escuchando cualquier canción aleatoria de Camarón, con las lágrimas saltadas y diciéndome a mi misma que no puedo más. La migración forzada nos condena a esperar años hasta que nuestras vacaciones o nuestra estabilidad económica coincidan con la feria de tu ciudad. Esta marcha forzada nos condena a vivir con la esperanza de volver a disfrutar y respirar su carnaval, su romería o su verbena popular. Nos obliga a una eterna espera hasta poder volver junto a las raíces que un día plantaste y se quedaron sin riego, todo ello por la idea de una idílica prosperidad. Porque esas famosas raíces no tienen porqué florecer en el nuevo lugar, porque si pudieras volver a Andalucía con unas condiciones dignas, nada te traería de vuelta aquí, salvo la precariedad contra la que luché y contra la que lucharon y seguimos luchando millones de andaluzas y andaluces.

“Que te obliguen a salir de tu tierra no es una aventura, no es una oportunidad de nada”

Que te obliguen a salir de tu tierra no es una aventura, no es una oportunidad de nada, es una condena que nos perseguirá cada hora de nuestras vidas, porque nunca fue una decisión completamente libre. Solo viviremos para ese bendito día en que podamos comprar los billetes para volver a ver a nuestra madre y a nuestra ciudad. El hogar que nos vio crecer y donde el sol parece que brille más fuerte y con más cariño que en ningún sitio.

Porque no, no siempre encontramos hogar allá donde vamos, porque nuestro hogar lo abandonamos un día para quizás nunca volver más.

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