Pensamiento
A de asesino

La exigencia de Ingeborg Bachmann es no ocultar ni borrar el dolor sino devolverlo de nuevo a la realidad para que podamos ver.

Ingeborg Bachmann en su escritorio
Ingeborg Bachmann en su escritorio
@magoa_
22 oct 2017 20:50

Si aceptamos que son las sensibilidades de ciertos autores las que funcionan como instrumentos de medición de lo exigido y de lo prohibido en una época  –como lo expresaba Adorno, en referencia a Proust, en La posición del narrador en la novela contemporánea–, en el caso de Ingeborg Bachmann (1926-1973) su exigencia es la de no ocultar ni borrar el dolor sino devolverlo de nuevo a la realidad para que podamos ver; de otro modo, abrirnos los ojos ante la violencia y el crimen que están en el centro mismo de la sociedad.

Esta exigencia se ve especialmente en el ciclo de novelas inacabado que, según había proyectado Ingeborg Bachmann, llevaría el título Modos de muerte, del cual forman parte Malina, la novela inacabada El caso Franza y el apenas borrador Réquiem por Fanny Goldman. El estudio sobre los distintos tipos de muerte pretendía resumir la imagen de los años de posguerra de Viena y Austria.

Malina, publicada en 1971, fue la primera novela de Ingeborg Bachmann. A pesar del éxito comercial (Malina llegó a la tercera edición y consiguió vender más de diez mil ejemplares) el reconocimiento que, hasta entonces, había conseguido como poeta, no se extendió con la misma unanimidad a su narrativa, donde encontró críticas severas.

Malina está ambientada en un único espacio, Viena, y tiempo, hoy, unidad de tiempo y espacio solo aparentemente interrumpida por los sueños que atraviesan la narración, instalados también en el mismo hoy, siendo así, esta noche. La protagonista, un yo-narrador femenino del cual no llegamos a conocer el nombre, vive con Malina, presentado como un funcionario público y, en realidad, doble y contrapartida masculina de ese yo-narrador, la parte objetiva en un enfrentamiento entre la razón y el sentimiento. El amante del yo-narrador es Iván, estereotipo de la normalidad, de una visión simple del mundo donde no hay espacio para el entusiasmo. El amor que siente el yo-narrador es un amor fuera del cual no existe nada, un amor tan intenso y vivido con exclusividad que no podrá ser correspondido con la misma intensidad por Iván. En este controvertido juego de espejos Malina acaba sobreviviendo al yo-narrador femenino. Sin embargo, no es Malina quien asesina al yo-narrador sino quien le hace darse cuenta de algo que ya ha sucedido hace tiempo: ya ha sido asesinada y solo debe dar un paso más para desaparecer por completo. Pero, ¿quién la ha asesinado?

El asesino que todos tenemos cerca

“Aquí una no muere, sino es asesinada. (…) Siempre hay guerra. Aquí siempre hay violencia. Aquí siempre hay lucha. Es la guerra eterna.”1, leemos en Malina.

Para Bachmann es un error creer que somos únicamente asesinados en situación de guerra, también somos asesinados en situación de paz. Se trata del asesinato del yo-narrador en Malina, destino compartido por Franza y Fanny en las otras dos novelas de la trilogía inconclusa Modos de muerte. Se trata de tres mujeres que no simplemente mueren, sino que son asesinadas y sus tres historias están atravesadas por una relación con la escritura.

¿Escritura autobiográfica tal vez? En más de una ocasión la propia autora aclaró que su escritura no era autobiográfica en el sentido usual de la palabra. En una entrevista de 1971, refiriéndose a Malina, afirma que se trata de una “autobiografía espiritual, imaginaria. Esa existencia monológica o nocturna no tiene nada que ver con la habitual autobiografía en la que se narra una vida y las historias de alguna persona.”2 En otra entrevista del mismo año precisa esta dimensión monológica de su narración: “La acción está trasladada al interior. Pienso que la acción es interna, pero no es íntima en absoluto. Las grandes inquietudes del yo no se originan nunca en acciones externas sino en los conflictos consigo misma.”3   

En el prólogo a El caso Franza, presentado como un libro sobre un crimen, Bachmann nos recuerda que, aun pasados veinte años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los crímenes no han terminado; lo que ha sucedido es que se han renovado sus formas los crímenes (de guerra) han dejado de exigirse y condecorarse–; han tomado una apariencia más sutil pero igualmente mortal. 

El fascismo, según Bachmann, no empieza con las bombas sino con la relación entre los seres humanos y, especialmente, en la relación entre un hombre y una mujer. En este marco puede entenderse la historia de Franza, que huye de Viena y de su marido psiquiatra, para iniciar una travesía por el desierto que es, a un tiempo, un recorrido por su propia enfermedad. De un modo semejante es dibujada la relación destructiva entre Fanny Goldmann y un escritor primerizo e inestable. 

Lo que hay que decir

La escritura de Bachmann, que estudió Filosofía y se doctoró en Viena, está atravesada por la afinidad confesa con la filosofía de Wittgenstein, a quien dedicó varios ensayos filosóficos y de quien admiraba haber reducido el problema de la filosofía al problema del lenguaje. Para Bachmann lo único importante es lo que hay que decir. La función del escritor en la sociedad se construye en su relación con el lenguaje, que podría resumirse en la preocupación por la exactitud del pensamiento y la claridad en la expresión. 

El pesimismo del juicio que manifiesta la escritora austríaca sobre el devenir del mundo a través de sus novelas es, sin embargo, contrarrestado con la creencia en lo que ella llama "Llegará un día", esto es, la posibilidad de un mundo transformado, que queda dibujado en las siguientes palabras de Malina:

Llegará un día en que los hombres tendrán ojos de color negro dorado, y entonces verán la belleza, quedarán libres de toda inmundicia y todo lastre, se elevarán por los aires, avanzarán bajo las aguas y olvidarán sus callosidades y miserias. Llegará un día en que serán libres, todos los hombres se habrán liberado hasta de la libertad con que soñaban. Será una libertad mayor, superior a toda ponderación, una libertad para toda la vida...4

Pues sin la creencia en que este mundo puede ser transformado Ingeborg Bachmann confesaba que no podría seguir escribiendo. El dolor no se obvia ni disimula en su obra porque es el que nos hace sensibles a la experiencia y a la verdad. Únicamente en su reconocimiento está la posibilidad de su transformación.

___________________________________

1. Ingeborg Bachmann: Malina, Akal, Madrid, Trad. de Juan J. del Solar Bardelli, p. 238
2. Ingeborg Bachmann: Debemos encontrar frases verdaderas. Conversaciones y entrevistas, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, Trad. de Ana María Cartolano, 2000, p. 85
3. Ibíd, p. 123
4. Malina, p. 119, fragmento referido en la respuesta de la autora a la pregunta de Ekkehart Rudolph ¿Cuál es su ilusión? en una entrevista que tuvo lugar del 23 de marzo de 1971

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