Pensamiento
Clara Mattei: “El liberalismo y el fascismo están unidos en su protección del orden del capital”

El ambicioso ensayo 'El orden del capital' nos traslada al Reino Unido y la Italia de la I Guerra Mundial, que se contemplan como un momento bisagra: el auge de socializaciones y cooperativizaciones que tuvo lugar durante la contienda y la inmediata posguerra fue abortado a través de un 'shock' austericida destinado a restaurar la centralidad de los grandes capitales.
Clara Mattei
Clara Mattei es profesora de Economía en la Universidad de Tulsa (Oklahoma). Foto cedida por Capitán Swing.
14 jun 2025 05:19

La economista Clara Mattei habla de un pasado muy vinculable con nuestro presente en el fascinante libro El orden del capital (Capitán Swing, 2025). Trata de recortes de los presupuestos públicos que estrechan los horizontes de lo que parece política y económicamente posible. Y habla de discursos tecnócratas que dotaban de una pátina de racionalidad a la imposición de medidas dañinas para la mayoría social y que benefician solo a las élites. Según la autora, tanto el modelo liberal como el modelo fascista persiguieron “un objetivo similar dentro de países disimiles: la necesidad de rehabilitar la acumulación de capital”.

Eres economista, pero afirmas constantemente en tu libro que la economía es política, aunque abunden los expertos que presentan sus recetarios como objetivos, neutrales, ajenos a las ideologías.
Sí, mediante El orden del capital intenta mostrar lo obvio: cuan político es nuestro sistema económico. El capitalismo es política, evidentemente, porque implica que la gente tiene que aceptar ir a trabajar por un salario que, por lo general, es bajo. Y no hay nada de espontáneo en este sistema económico.

¿En qué sentido?
En que este sistema tiene que ser forzado y reforzado constantemente, tiene que disciplinar a las personas para que estas naturalicen y por ultimo acepten el sistema capitalista. ¿Y como lo hace? Por ejemplo, través de la austeridad. Por otro lado, la economía es política como disciplina porque suele justificar el capitalismo y la austeridad. Muchos economistas se atribuyen una neutralidad y una objetividad que les confiere de una autoridad supuesta para afirmar que la austeridad es buena para todos porque es buena para el capitalismo, aunque se base en la subyugación de los trabajadores. Mantener a los trabajadores lejos de la toma de decisiones es clave para la economía como disciplina.

Cuando la economía pierde sus cimientos de supuesta objetividad, los liberales se asocian de una forma evidente con regímenes autoritarios

En tu libro confrontas unas cuantas ideas asumidas, como esa insistencia estructural en entronizar la iniciativa privada y la competitividad entre particularidades como incuestionablemente más eficaz que la planificación pública. Defiendes que Gran Bretaña ganó la I Guerra Mundial gracias a que abandonó el laissez faire liberal, por ejemplo.
Creo que esta afirmación en concreto no es controvertida. Todos tenemos que admitir que la forma en que se sobrevivió la I Guerra Mundial fue a través de una nacionalización masiva, de una economía planificada y de un replanteamiento de la denominada mano invisible. Eso queda muy claro en los archivos históricos, yo solo lo introduje en un marco más teórico. Los gobiernos tuvieron que renunciar a las formas de manejarse habituales de la economía. Eso hizo que quedase claro que la economía es política, que no tiene nada de natural, y abrió los espacios a la imaginación política de economías alternativas que son interesantísimas. Lo que es menos ortodoxo de mi libro es que afirmo que el liberalismo y el fascismo están unidos en su protección del orden del capital. Lo hemos visto con el neoliberalismo y Pinochet, y con muchos otros ejemplos a lo largo del tiempo. Pero yo creo que no solo se trata de neoliberalismo, sino que se trata de capitalismo. Cuando la economía pierde sus cimientos de supuesta objetividad, los liberales se asocian de una forma evidente con regímenes autoritarios que coartan o erradican el poder de negociación de la clase trabajadora. En los cimientos del fascismo está la idea de proteger al capital en perjuicio de los trabajadores, y a menudo nos olvidamos de eso.

En tu recorrido histórico dimensionas las experiencias cooperativas y socialistas que emergieron en la posguerra en el Reino Unido y en Italia. Hemos podido ver montones de películas sobre la Gran Depresión y el New Deal, pero muy pocas sobre estos momentos. ¿Fueron momentos clave, momentos bisagra, en que la historia política del mundo podría haber seguido por otro camino?
Sí, gracias por apuntarlo. Los historiadores hablan mucho de las entreguerras, de la depresión, del New Deal y de los años treinta, pero hablan poco de lo que pasó antes. Y hay mucho material interesante que puede resultar inspirador en el presente si nos fijamos en el Bienio Rojo italiano, por ejemplo. Fueron momentos en que se planteaba que la libertad económica está vacía de contenido si no se habla de la autogobernanza de la producción, de que los trabajadores tengan control de lo que se produce y se distribuye y cómo se distribuye. Creo que es algo útil para que confrontemos las tragedias actuales, como el genocidio o la catástrofe climática. Vemos trabajadores estadounidenses que se rebelan contra la construcción de bombas que asesinan a niños y población civil. Aunque algunas personas ganen mucho dinero como ingenieros de corporaciones como Microsoft, están siendo explotadas porque no tienen nada que decir sobre su trabajo, tienen que aceptar que sirva para el beneficio de unos pocos y para ejercer la violencia. El problema es cómo cambiar eso. Y diría que hay que llevar la democracia a los lugares de trabajo para que estos se rijan por una lógica más humana, en lugar de regirse únicamente por la lógica del lucro.

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Estos momentos históricos se pueden ver como derrotas del pasado susceptibles de demostrar que el “no hay alternativa” neoliberal es cierto, pero también pueden nos estimulen y nos inspiren, aunque nos adviertan de las dificultades.
Sí, por supuesto, esa es la idea básica. Ese es el aspecto de mi libro que no es deprimente y que puede inspirar a las personas que buscan alternativas, que quieren economías solidarias, que reclaman lo común, que quieren fiscalizar los procesos de producción y el uso de materias primas. Todo eso parece difícil, parece que supone un gran esfuerzo, pero lo que supone un gran esfuerzo es preservar un sistema que no funciona para la gente.

La austeridad no tiene que ver con que el Estado dé un paso atrás, sino con expropiar más recursos de todos para beneficio de élites rentistas

Con la austeridad se dio una vuelta de tuerca a los discursos tecnócratas. Se administran unas políticas implícitamente clasistas, no porque haya una voluntad política de aplicarlas, sino porque es necesario por un supuesto buen común. Debió funcionar la escenificación, porque seguimos moviéndonos en estos marcos un siglo después.
Totalmente. Es evidente que este ideario tiene como objetivo crear conciencias pasivas que acepten una austeridad que, en realidad, es muy violenta. La austeridad no tiene que ver con que el Estado dé un paso atrás, sino con expropiar más recursos de todos para beneficio de élites rentistas. Y se impone a través de recortes de gastos sociales, de privatizaciones, de fiscalidades regresivas... Es algo que sale muy caro a la gente. La gente ve el expolio y el saqueo, pero la manera como se enseña economía contribuye a que las cosas sigan así, porque se lava el cerebro de los estudiantes. Por eso me he mudado a Oklahoma. En el Centro de Economías Heterodoxas que dirijo intentamos transmitir a los alumnos que la economía es política, que tenemos que conseguir que las personas participen en la construcción de un conocimiento que se vincule con las luchas sociales del pasado y del presente. La economía no es algo que solo pertenece a unos expertos que son los únicos que la pueden entender.

Una de las paradojas de la actualidad es que una parte del supuesto descontento hacia los efectos de la economía dominante termina reflejándose en apoyos electorales a partidos en la órbita del fascismo que no cuestionan precisamente el estado de las cosas.
Sí, claro, ahí se ve el éxito de la austeridad. No reduce la extracción de riqueza por parte de unas élites y mata la conciencia de clase y la solidaridad de clase. Votar a Trump y a gente de su calaña es la expresión de eso. Ahora mucha gente está muy insatisfecha, pero vota por aquellos que van a continuar con la misma dinámica. La pregunta es hasta cuándo. Espero que existan formas de romper con esto, aunque sea difícil tener tiempo siquiera para hablar de ello, porque estamos ocupados buscando un trabajo para pagar un alquiler, unos gastos médicos...

Se ha generado una idealización del keynesianismo de postguerra que no se sostiene y por eso quiero escribir ese nuevo libro

Es curioso que se cuestione tanto a los gobiernos que están en el poder durante la gestión de una crisis, pero que el escrutinio no acostumbre a llegar, ni siquiera desde la izquierda, a los bancos centrales. ¿A qué crees que se debe ese olvido casi sistemático? ¿No es una asunción de que la economía está emancipada de cualquier toma de decisiones remotamente democrática?
Esta es una pregunta difícil de responder. Lo que puedo decir es que estos bancos centrales no son de fiar porque no se preocupan de las crisis sociales, y forman parte de los cimientos del sistema. Se basan en la idea de que nunca tienen que explicar sus decisiones ni pedir perdón por los efectos de estas. Implementan medidas económicas que dañan las vidas de las personas sin asumir ninguna responsabilidad, es su propósito. Este diseño permite que las instituciones implementen la austeridad sin rendir cuentas. Es algo que se puede hacer de una manera fascista, eliminando los derecho de los trabajadores, o mediante la forma liberal, a través de instituciones tecnocráticas. Pero la historia nos ayuda a ver lo que verdaderamente hay detrás de ese discurso tecnócrata.

Estás preparando un nuevo libro que trataría sobre los años posteriores a la II Guerra Mundial.
Sí, es la idea. Estoy promocionando El orden del capital a la vez que dirijo el centro que te comentaba en la Universidad de Tulsa, así que no sé como lo voy a hacer. Pero sí, estoy documentándome e investigando. Creo que puede percibirse el inicio de mi crítica al keynesianismo si lees El orden del capital. Cuando Keynes intenta hacer algo diferente, en esta supuesta época dorada de los países privilegiados, la austeridad todavía estaba ahí. La pregunta que me hago es: ¿cuanta redistribución social es compatible con el capitalismo? Y creo que es poca. Trasladarse a esa posguerra en que supuestamente el sistema trabajaba de una forma humana es interesante. Se ha generado una idealización de ese momento que no se sostiene y por eso quiero escribir ese libro. ¿Cuándo lo voy a hacer? No lo sé todavía.

Si en ese futuro ensayo se cuestionan las economías occidentales posteriores a la II Guerra Mundial, a menudo idealizadas como una especie de paraíso perdido de un capitalismo más comedido, será como si ya no habrá un pasado bueno al que volver. Y quizá tendremos que mirar hacia el futuro en lugar de intentar restituir pasados...
Esa es exactamente la idea. Desear volver al pasado limita nuestra capacidad de mirar hacia el futuro y entender que los problemas de nuestro sistema económico son estructurales. No hay que esperar que un buen Estado te solucione los problemas, porque el Estado protege la explotación capitalista y eso requiere la subordinación de la mayoría. Han habido diferentes momentos históricos con sus diferentes especificidades, pero el fondo del asunto es ese. Creo que tendremos que mirar hacia adelante si queremos encontrar maneras de hacer que sirvan para encarar el futuro de la humanidad.

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