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Opinión
Necesitamos construir una alternativa frente a la deriva belicista

No descubrimos nada nuevo cuando enunciamos cómo los acontecimientos se han acelerado en este primer cuarto del siglo XXI. El pistoletazo de salida de esta carrera, que nos lleva hacia un lugar que no somos capaces de intuir muy bien, lo dio la crisis de 2008, quizás un primer síntoma de que el motor de esta versión financiarizada del capitalismo empezaba a griparse. Una larga década de recuperación, una pandemia y una crisis de inflación provocada, entre otros factores, por el efecto rebote de la economía y la dedicada situación geopolítica, han hecho famosa la expresión “no queremos vivir más momentos históricos”.
Pero la realidad es tozuda, y la llegada de Trump por segunda vez a la presidencia de EE.UU. promete muchas emociones, si bien será difícil mantener el ritmo de estos primeros meses de sobresaltos casi diarios. Resulta complicado predecir hacia dónde se dirige la economía norteamericana. El éxito de Trump se basa en buena parte en haber prometido una vuelta a los buenos tiempos del capitalismo industrial (ya saben, Make America Great Again), pero no es tarea fácil relocalizar la producción y revertir varias décadas de Globalización neoliberal. Por otro lado, constituye un auténtico reto mediar entre las diferentes fracciones del capitalismo norteamericano. Las medidas proteccionistas (imposición de aranceles) y la pérdida de valor del dólar frente a otras divisas han afectado al comercio, han provocado vaivenes en las bolsas y el rechazo de quienes dependen de las importaciones baratas para el buen funcionamiento de sus actividades, poniendo de manifiesto que el equilibrio entre los distintos intereses no es sencillo de alcanzar.
Por su parte, Europa a su manera y abundando en su posición subalterna, ha respondido al cambio en la Administración estadounidense postergando a un segundo plano la Transición hacia una economía “verde” y apostando por el rearme. El Informe Draghi señaló las carencias de la economía europea, puso de manifiesto la necesidad de realizar importantes inversiones en sectores punteros para recuperar competitividad, y la respuesta ha sido un proyecto de aumento del gasto en Defensa que, atención, hasta la propia Alemania está dispuesta a ejecutar aun cuando suponga flexibilizar las reglas del déficit y el Pacto de Estabilidad europeo.
Análisis
Economía Informe Draghi: fracaso del libre mercado y el imperativo de la intervención estatal en Europa
Y es que, a nivel económico, un hilo recorre los diferentes hitos de esta aceleración de los tiempos que vivimos: si bien el capitalismo siempre ha necesitado de la intervención del Estado para hacer viable la acumulación, a lo que venimos asistiendo desde la caída de Leman Brothers en 2.008 es a un descomunal programa de ¿estímulo? ¿rescate? de la economía con una constante inyección de fondos. Primero fueron los diferentes mecanismos de liquidez puestos en marcha para el salvataje del sistema financiero, posteriormente las políticas de flexibilización cuantitativa con compras masivas de deuda por parte de los Bancos Centrales. Tras la pandemia, nuevos programas de estímulo se pusieron en marcha en las economías occidentales (Next Generation, Bidenomics), si bien posteriormente el aumento de la inflación motivó por parte de las autoridades monetarias la adopción de subidas de los tipos de interés con el objetivo de ralentizar la actividad y enfriar la economía. El último episodio, como ya hemos mencionado, lo constituye una nueva movilización de fondos públicos en la UE que irán destinados a reforzar la seguridad en el continente.
En este contexto, las izquierdas presentes en las instituciones se encuentran muy lejos de llevar la iniciativa. Más allá de presentarse como un mal menor frente a la llegada de las nuevas extremas derechas o de defender los restos de los estados de bienestar, la sensación es de impotencia y de repliegue.
Esta desorientación de las izquierdas se explica a mi juicio por dos circunstancias que representan las dos caras de una misma moneda. Por un lado, mientras se apela a la responsabilidad institucional, sus rivales políticos pueden entrar en las instituciones como un elefante en una cacharrería y romper la baraja de los consensos. Por otro lado, esa arquitectura que se defiende está diseñada para mantener el statu quo. Volviendo al símil de la baraja, las izquierdas juegan con las cartas marcadas.
No existe quizás mejor ejemplo de esta contradicción que lo que representa la UE. La defensa del proyecto europeo frente a los nacionalismos se presenta como necesaria a priori desde una óptica progresista, si bien en la práctica esta entidad supranacional se ha dotado de una institucionalidad que obedece más a criterios tecnocráticos e identitarios (el jardín europeo) que al más mínimo atisbo de espíritu internacionalista. Lejos de plantear una verdadera integración basada en la solidaridad entre los pueblos de Europa, la UE se ha configurado como un proyecto al servicio de las élites, basado en el fundamentalismo de mercado.
Llegados a este punto podemos preguntarnos, ¿no es acaso éste el momento de marcar perfil? Frente a una Europa que apuesta por el rearme, es necesario construir una alternativa pacifista que sitúe como ejes principales la profundización de la democracia y la disputa por la distribución de la riqueza.
Si los nuevos fenómenos políticos reaccionarios ofrecen respuestas simples e inmediatas a la inquietud ante unos tiempos acelerados y convulsos, no es más cierto que nada indica que tengan una solución más allá de la huida hacia adelante autoritaria y que, desde luego, no pasa en ningún caso por cuestionar los privilegios de quienes resultan beneficiados y al mismo tiempo son causantes de unos desequilibrios cada vez más frecuentes.
Siguiendo a la investigadora y activista Nuria Alabao: “Frente a unos malestares que han sido canalizados hacia formas de sentido común reaccionario, el desafío es rearticularlos desde una lógica emancipadora. Más que asumir el papel de una izquierda volcada en la gestión del orden existente, tal vez sea hora de recuperar para el campo transformador ese deseo de ruptura y cambio que, en buena medida, ha sido captado por las extremas derechas. Se trata de reorientar ese malestar hacia sus causas reales, y sus verdaderos culpables (...)”.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.