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Opinión
La corrupción, algo inseparable del capital y el estado
Cada Navidad, cada Semana Santa, cada San Valentín... se renuevan los rituales y se reviven las emociones mil veces experimentadas. De igual modo cada nuevo caso de corrupción -y ya conocemos cientos- produce la misma sorpresa que el primero de la saga histórica y desata idéntica indignación; tan pasajera y tan inocente como pudo serlo la que generó cualquiera de los casos precedentes.
Los comportamientos de los políticos profesionales son repetitivos y patéticos. Los del partido afectado lo niegan todo y ponen la mano en el fuego por sus presuntos corruptos, hasta que las evidencias les obligan a tirar balones fuera cada vez que cámaras y micros esperan su explicación o a intentar justificar que son casos aislados y que esas manzanas podridas ya han sido apartadas de la organización.
En cuanto a los del partido contrario su comportamiento no suele ser menos hipócrita, puesto que se lanzan en aluvión a clamar contra la corrupción y a exigir dimisiones, con independencia de que en su propia casa acumulen corruptelas y chanchullos de un calado similar o incluso superior.
Y así se va incrementando el listado de casos que un día fueron cabeceras de telediarios y portada de todos los periódicos, hasta que el rápido desgaste que experimentan las noticias o la aparición de nuevos escándalos los relegó al olvido.
De todos esos casos que tanto se habló mientras estuvieron en los medios y en los juzgados, la mayoría acabaron sin condena: faltaban pruebas concluyentes, los delitos habían prescrito antes del juicio, los costosos recursos a todos los tribunales posibles acabaron por lograr sentencias absolutorias o generosos indultos perdonaron la tropelía cometida.
Sí que hubo varios sonados procesos en los cuales algunos de los acusados fueron condenados y acabaron con sus huesos en la cárcel. Pero incluso estos desafortunados delincuentes tuvieron un trato mucho mejor que el que se dispensa a los rateros de poca monta. Reducciones de pena por buena conducta, visitas de familiares y permisos de salida poco tiempo después de su ingreso en prisión, rápido acceso al tercer grado (por el que solo hay ir a dormir a la cárcel) y puesta en libertad por enfermedades terminales de chorizos que afortunadamente se recuperan de su grave dolencia en cuanto ponen los pies en la calle. Evidentemente la Justicia no es ciega; ve muy claro que hay que ser benevolente con los muy ricos y que toca ensañarse con los muy pobres. Total, estos últimos no tienen dinero ni para recurrir la sentencia que los condena por ser unos modestos raterillos.
Evidentemente la Justicia no es ciega; ve muy claro que hay que ser benevolente con los muy ricos y que toca ensañarse con los muy pobres.
La larga lista de casos de corrupción que se suceden en el país -de todos los partidos que han gobernado- podría darnos la falsa sensación de que el fenómeno es algo muy español, como la siesta o la tortilla de patata, y que más allá de los Pirineos estas corruptelas no se producen. Es posible que la corrupción no sea tan frecuente ni tan burda, pero pocos países se libran de ella.
Y donde no está tan generalizada es porque esos estados se han ido dotando de controles y filtros que hacen harto difícil desviar dinero público sin que el saqueo sea inmediatamente detectado y castigado. Aunque lo mayoritario es que viendo la imposibilidad de evitar esas prácticas mafiosas y corruptas se haya optado por regularlas en su ordenamiento jurídico. Tomemos como ejemplo dos casos muy conocidos: en los EE.UU. los bancos y grandes empresas hacen elevadas donaciones a los partidos para sus campañas electorales esperando, lógicamente, que una vez instalados sus representantes en los diferentes organismos estos tomen decisiones y legislen en sentido favorable a los intereses de los grupos económicos que tan generosamente han financiado sus carreras políticas.
Otro ejemplo de libro lo constituye la propia Unión Europea, que tiene reglamentado el funcionamiento de los lobbies de abogados y agentes cuya función es presionar (o comprar, si fuera necesario) a los diputados europeos para que aprueben resoluciones que beneficien a las compañías que han contratado los expertos servicios de estos grupos de presión.
En definitiva podríamos concluir que mientras el dinero sea el dios supremo, ante el que se sacrifican todos los valores morales o éticos, y siempre que las decisiones que afectan a las sociedades las tomen unos pocos representantes con mucho poder de decisión y escaso control popular, lo más probable es que sigan menudeando los casos de corrupción que tanto nos sorprenden, pero a los que no va a quedar más remedio que acostumbrarse; eso o ir pensando en cómo nos organizamos para acabar con este sistema.
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Muy bien dicho todo. Cuando dices que todos los partidos que han gobernado han sido corrompidos no has tenido en cuenta a Podemos, a pesar de todo el lawfare del R78.
