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Deportes
En el córner de La Romareda
Un club de fútbol esconde tras de sí mucho más de lo que parece. Los presidentes, directores, entrenadores, fisioterapeutas, utilleros y jugadores; las equipaciones, los patrocinadores y hasta el marcador son el telón tras el cual se encuentra Felipe, una pieza clave del Real Zaragoza.
Esta entrevista fue publicada en 2014, cuando Felipe González todavía vivía en La Romareda
Un día Felipe tuvo que cargar con una señora y un pulgar. El dedo era suyo; la señora no. Aquella mañana, Felipe usaba la sierra de brazo radial. Sumido en su taller, rodeado de toda clase de herramientas, parecía como si el chirriante ruido de la cuchilla lo hubiese hipnotizado. Nunca se despista, pero aquel día se le fue el santo al cielo; y notó un tirón. Comenzó a manar sangre. Se había rebanado un dedo. Impasible, lo envolvió en una toalla con hielos, quizás todavía se lo podían reimplantar. No avisó a nadie, ¿para qué?, solo tenía que llegar al hospital. De camino, una anciana, sorprendida por el paño inundado en sangre, le quiso ayudar. Quince minutos más tarde a Felipe le cosían el dedo mientras la mujer, con la que tuvo que cargar, era atendida por su desmayo. No le flojearon las piernas y su mano volvió a lucir diez dedos. Felipe no se inmuta al narrar esta historia, ni la de cuando le picaron más de doce avispas, ni la de cuando uno de sus hijos le golpeó en la cabeza con un martillo mientras dormía la siesta, ni cuando recuerda las seis operaciones que lleva a la espalda. Ni siquiera se emociona cuando cuenta que vive dentro de un estadio de fútbol, La Romareda, y que su jardín es el más grande de toda Zaragoza.
Felipe González nació en Piña de Campos, Palencia, el 17 de marzo de 1953. Fue el tercero de dieciséis hermanos y siempre vivió rodeado de naturaleza; cuidaba a las vacas, recogía remolacha y disfrutaba del pueblo. Empezó a trabajar al final de la infancia, a los catorce años, y todavía no ha parado. Tiene las manos tan gruesas que parece que nació para trabajar. Pero hoy ya es padre, ya es abuelo, y ya tiene arrugas. Ahora y desde hace 25 años Felipe es el portero del Real Zaragoza, y no, no le ha quitado el puesto a Leo Franco; trabaja como “encargado de instalaciones” para el club. Es amo de llaves, conserje, albañil, electricista y pintor. Felipe se encuentra en el lado oculto del microcosmos del Real Zaragoza. Y aunque está en la sombra es él quien le da vida al campo. Aunque no se contempla en su contrato, también quita el polvo, lava los platos y las mudas, se echa la siesta y riega las plantas allí. Por esto, además es guardián y defensor de La Romareda, porque no sólo es su lugar de trabajo, sino que también es su hogar.
Hizo la “mili” a los 21 años, pero no fue suficiente y en 1975 se alistó a la Legión Española; Destino: Villa Cisneros. Momento histórico: Marcha verde. Felipe ocupaba un buen puesto, ayudaba a “los altos cargos”, por lo que lo recuerda como una etapa “fácil”. Aun así, a veces recibía palizas de sus compañeros porque su madre le enviaba embutido. Esa era la ley en aquel lugar y se aplicaba por igual para todos. Pero eso no pudo con él. Tampoco el tiro perdido que, mientras andaba por la arena, impactó en su brazo. Más adelante, cuando ya caminaba por césped reglamentario, recibió otro duro golpe: un plan de remodelación de La Romareda, que suponía derruir el actual campo y amenazaba con dejarle sin casa. Pero él ya estaba curtido y lo asumió con fuerza. Por suerte para Felipe, la iniciativa no salió adelante.
Su “dos” es Segunda. Segunda Vergara. Su esposa y compañera de vida desde hace más de 37 años. De joven Felipe se hizo un tatuaje -de aguja fina, lo que le da un estilo muy carcelario- en el que aparece un corazón atravesado con una espada, un laurel y una letra: la “S”. Aunque entonces ni siquiera conocía a Segunda, cuando ella le pregunta el significado de esa “S” él responde que fue el destino. En el polo opuesto de la fortuna también el Real Zaragoza tiene una Segunda, muy diferente, en su trayectoria. Esta hace que la afición llore y pierda la esperanza. Todo el mundo desea que desaparezca, sólo está en los malos momentos: La Segunda División.
Cuenta Segunda Vergara que la Noche de Reyes de 1989, cuando acudían en familia a ver la cabalgata, Felipe recibió una llamada del Real Zaragoza, para el que ya trabajaba como autónomo desde hacía un par de años. No era para hacerle un nuevo encargo. Esa noche los Reyes Magos llegaron de verdad a casa de los González, pero no le trajeron ni oro, ni incienso, ni mirra, en su lugar, le ofrecieron un trabajo fijo, un nuevo sentimiento blanquiazul, y lo más importante, un hogar para él, su mujer y sus tres hijos que ya rondaban la decena de edad: La Romareda. Y así comenzó todo.
En 1992 el estadio de La Romareda había sido elegido para acoger los partidos de fútbol de las Olimpiadas de ese año. Unos meses antes, Dragados comenzó la reforma del césped, el foso y la ampliación del campo que requería el Comité Olímpico. Felipe, por su parte, trabajaba duro levantando la Sala de Prensa. No fue lo único que construyó en esos meses. El cambio en su entorno, la magia del fútbol, o simplemente una bendición hizo llegar un cuarto hijo en “tiempo de descuento”.
Un día Felipe recibió una llamada, por una cuestión relacionada con la organización, del mismísimo Jordi Pujol, presidente de la Generalitat por aquel entonces. Al parecer, La Romareda iba a recibir la visita de un alto cargo político del gobierno catalán, y Pujol quería concretar su llegada.
– ¿Con quién estoy hablando?
– Con Felipe González.
– ¿Qué? ¿Se está usted riendo de mí?
– No, no. Soy Felipe González.
Todos recuerdan que el malentendido generó un enorme enredo, ya que Jordi Pujol, indignado ante tal “tomadura de pelo”, llamó a la Jefatura de Policía de Zaragoza, para explicarles que estaba siendo víctima de la broma de algún empleado del Real Zaragoza.
– Lo siento señor, pero efectivamente, se trata de Felipe González.
– ¿Seguro que no es cachondeo?
Jordi Pujol nunca pisó La Romareda. Tampoco volvió a llamar a Felipe para disculparse y deshacer la equivocación.
La entrega en el día a día
Felipe cuenta que desde que empezaron a trabajar aquí ya no salen ni sábados, ni domingos, ni días de fiesta. Además, si hay partido, pierden todo el fin de semana. Felipe tiene que estar siempre dando el 100%, tiene que seguir siendo un trabajador de primera por mucho que el equipo esté en Segunda División. Para Felipe el partido empieza cuatro horas antes, y acaba un par después.Cuando la alarma del campo se dispara y rompe el silencio sepulcral de la noche porque un gato se ha colado por alguna parte, es Felipe quien recorre las instalaciones para comprobar “que todo anda bien”. Cuando un grupo de ultras embrutecidos va, de madrugada, a aporrear la puerta de su casa, como si de la residencia de algún directivo culpable de la crisis del equipo se tratase, también es Felipe quién les ahuyenta. Felipe recibe a los medios de comunicación cuando hay partido y es el que se mancha las manos cuando alguien lo necesita. A Felipe aún le quedan cuatro años de trabajo aunque Segunda ya se ha jubilado. Durante estos años, también ella ha formado parte de la plantilla del Real Zaragoza. Se encargaba de los “trapos sucios” del equipo: trabajaba en la lavandería.
Felipe no siempre ha estado solo en este trabajo. Durante tres años le acompañó Yako, un pastor alemán cruzado con lobo. Yako se encargaba de proteger la casa durante la noche, de disfrutar correteando por el campo y de eliminar la plaga de gatos que había en La Romareda por aquel entonces. Felipe dice que en más de una ocasión, en medio del entrenamiento, Yako se coló en el campo para brincar con los jugadores. Felipe afirma que la Policía de Zaragoza se lo quería quedar para la sección canina porque “era un perro muy listo”. También cuenta que iba a buscar a los niños al cole, que hacía visitas a la casa de sus consuegros y que le encantaba pasear solo. Pero la nochevieja de 2001 se fue de casa para siempre. Había sido el mejor perro del mundo. Yako dejó en la familia González el mismo vacío que la partida de Zapater, ocho años más tarde, en la afición. Un jugador de la cantera, de Ejea de los Caballeros, no sólo capitán del Real Zaragoza, sino zaragocista. No se fue, lo vendieron. “Zapater te quiero” coreaba el estadio. Él lloraba.
A los pies de la afición
¡Gooooooooool! Las paredes de la casa vibran, los pitos y trompetas rugen, los colectivos entonan cánticos. Diez segundos después aparece la jugada triunfal en la televisión en la que Felipe ve el fútbol. Está de baja y, si no es indispensable, prefiere ver el partido tirado en el sofá mejor que en el propio campo. Aunque la emoción se pierda. Aunque los goles propios o ajenos, las faltas y el minuto 32 -en el que se realiza la agapitada como protesta por la mala gestión del presidente del Real Zaragoza- lleguen spoileados por el inevitable hecho de vivir bajo la afición. El domicilio se encuentra adosado a las gradas, a los pies del fondo norte. La familia González es la envidia de todo zaragocista: ¿qué abonado no sueña con tener acceso al templo blanquiazul? A las profundidades del club, a sus rincones más inhóspitos, a los lugares que frecuentan sus jugadores favoritos, a los asientos acolchados del palco, al banquillo, al vestuario… Se escaparía al entendimiento de todos ellos el hecho de que Felipe González pierda la posibilidad de ver infinidad de partidos en directo y de forma gratuita. Pero bueno, En casa del herrero, cuchillo de palo. Además, ellos no entienden que para Felipe ese encanto, ese “algo” extraordinario, se convirtió hace ya tiempo en rutina, en su día a día.
A Felipe le gusta el fútbol, le emociona, pero nunca ha sido forofo. Los únicos deportes que le han apasionados han sido los toros y el boxeo. Se ha llegado a levantar a las tres de la mañana para no perderse ni un combate, ni una ronda, ni un derribe. A pesar de eso, Felipe ha participado en el Real Zaragoza de manera mucho más activa de lo que nadie podría imaginar. De hecho, la Recopa de Europa de 1995, que marcó uno de los momentos más gloriosos del Real Zaragoza, se consiguió gracias a Felipe.Podía haber viajado, junto con los directivos, jugadores, masajistas, fisioterapeutas y demás, en avión hasta París, y haber dormido en un lujoso hotel. Pero Felipe prefirió ir “con los suyos” –personal de las oficinas, lavandería y limpieza- en tren, un día después. Cuando el equipo llegó a la capital francesa se dio cuenta de que estaban incompletos. Los jugadores se habían olvidado las medias. Veinticuatro horas después Felipe no sólo era un mero invitado, tenía una misión: llevar las medias a los vestuarios del estadio Parque de los Príncipes. Visitó la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo y los Campos Elíseos acompañado de la caja en la que llevaba “el pasaporte” que permitiría al Real Zaragoza jugar el partido. Pero no fue tarea fácil, ningún policía hablaba castellano y Felipe no sabía francés. No le dejaban pasar. Fue una larga lucha hasta que finalmente alguien consiguió entenderle y le permitió el acceso. Allí le esperaban todos, pletóricos, agradecidos. Felipe estuvo en el centro del campo y fue invitado por el Presidente de la Federación Española al palco, pero de nuevo, se quedó en su ambiente, “donde estaba la juerga”. Vivió la victoria, el minuto 119, desde muy cerca, desde la primera fila. Tal vez fue un homenaje a Felipe o a su debilidad por el boxeo, pero fue Mohammed Alí quien marcó el glorioso gol. Mohamed Alí Amar, popularmente conocido como “Nayim”.
El primer lugar en el que descansó la copa fue en casa de Felipe. La copa estaba tan sumamente manoseada por los jugadores que nada más llegar de París, llamaron a Segunda para que se encargase de limpiarla. A contrarreloj, ella tuvo que lavar las cintas, plancharlas y frotar la copa, para que el Real Zaragoza pudiese presentarla digna en el Ayuntamiento, donde la afición ya se agolpaba esperando a sus ídolos.
En familia
En su casa, todo es del Real Zaragoza. Las pantuflas, la colcha de la cama, las tazas y tazones, los chándales, pantalones y polos. El reloj de pulsera, la agenda, el reloj de pared, algún que otro cuadro y hasta el dedal. A sus hijos, José Antonio, Óscar y Sergio les llamaban “los pikolines” en la escuela, porque siempre iban vestidos con la ropa del equipo. Desde 1992 hasta el 2005 el principal patrocinador del equipo fue Pikolin, empresa de artículos de descanso que pertenecía a Alfonso Solans, propietario en aquel momento del Real Zaragoza. Todo el merchandising del equipo llevaba la marca Pikolin, y por tanto, toda la ropa de los jóvenes González. Todo su entorno es el Real Zaragoza. La casa, de dos plantas, hace chaflán en la esquina derecha del campo, y toda ella está orientada al Hospital Miguel Servet. Ninguna ventana da al terreno de juego pero todas las habitaciones tienen una, ya que se trata de una casa muy grande pero estrecha y alargada. Hace ya tiempo que la familia González asumió que pocos pizzeros llegarían a su puerta, que muchas de sus cartas esperarían en la oficina de Correos y que nunca tendrían visitas de los vecinos. Es una vivienda muy curiosa, en la que, puerta tras puerta, encuentras sorpresas y descubres cómo algo tan común como un baño público se convierte, en este contexto, en algo íntimo, en “tu baño público”.Vivieron múltiples Copas del Rey, el triunfo 6-1 contra el Madrid, y esa época brillante del equipo. Aunque a ellos nos les afecta en el terreno profesional, el Real Zaragoza ya no disfruta de ilusiones. El descenso que vivió en 2002 fue solo el comienzo de lo que sería -y sigue siendo- una dura, y quizás letal, crisis para el club. Aquel día la afición no perdonó al Real Zaragoza, aunque dieron rienda suelta a su odio en la casa de Felipe. Les rodearon, les rompieron las ventanas y Segunda estuvo a punto de encerrarse con sus hijos en una habitación. Ahora la afición se conforma con no quedar en puestos de descenso.
Por lo demás, Felipe disfruta, como el resto del mundo, de los domingos en familia, y aunque podría invitar a 35.000 –literalmente- solo come con sus hijos y amigos más cercanos. La entrada 17 del campo es su aparcamiento. El pasillo de acceso “uno”, su tendedor. Aunque tiene los ojos azules su mirada es la de Don Vito Corleone, también para él lo primero es la familia, aunque en la boda de su primogénito sonó Titanium de David Guetta y no Che La Luna Mezzo Mare. A pesar de que hace ya tiempo que solo son tres en casa, las fuentes de comida, día tras día, rebosan como si sus hijos mayores nunca se hubiesen independizado. Felipe y los suyos disfrutan de la tarde en el salón, viendo la tele, y aunque el sol brille como si se fuese a apagar, jamás salen al campo, a pesar de que mida más de siete mil metros cuadrados. Ese césped está reservado a once: a Abraham, Paglialunga, Barkero y los demás.