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Opinión
¡A la mierda Europa!

“El Día de Europa celebra cada 9 de mayo la paz y la unidad en el continente”, explica la página institucional de la Unión Europea a 75 años de la declaración Shuman, la propuesta del entonces ministro de exteriores francés que está en los orígenes de esta institución tan cotizada. A mí, que nací con la democracia, se me inculcó como a toda mi generación el europeísmo acrítico de un estado desesperado por ponerse al día, y sentarse a la mesa con los serios países del continente, autopercibidos como faro de la humanidad.
Y es que, para la España de los 80, entrar en la entonces Comunidad Económica Europea era superar los fantasmas del atraso y el aislamiento, sacarse el carnet de un club selecto, el de la vieja Europa, una pertenencia que valía cualquier sacrificio: desde la reconversión industrial en la primera década que a tantos currantes dejó a la deriva, al Tratado de Maastricht, que abrazó el neoliberalismo como seña identitaria del proyecto europeo, y que España aprobó sin necesidad de preguntar -como sí se hizo en otros estados- a su ciudadanía mediante un referéndum.
Un plebiscito que sí hubo una década después, ya en 2005, para aprobar la fallida Constitución Europea, un documento que la población española, más europeísta que nadie, respaldó con un 77%, en una votación que tampoco despertó pasiones, pues hubo una gran abstención. E incluso cuando en plena crisis la troika vino a recordarnos que lo de la unidad y la hermandad no es más que un discurso y que en el club de los selectos hay clases, cuando los fantasmas de la austeridad ulularon sobre lo que ahora parecían europeos de segunda, gorrones invitados a la fiesta, tras un breve episodio de rebeldía nutrido por las plazas y representado institucionalmente por Atenas, los díscolos se vieron pronto forzados a volver al redil, tras recibir la lección a través del cruel castigo a Grecia.
Después de someter al dominio de la austeridad, la UE empezó a apostar por su conversión en fortaleza, con la militarización de las fronteras y la subcontratación de la violencia a las antiguas colonias
Después de someter al dominio de la austeridad y la progresiva precarización de la existencia a sus propias poblaciones, la Unión Europea empezó a apostar ya desvergonzadamente por su conversión en fortaleza, con la militarización de las fronteras y la subcontratación de la violencia a las antiguas colonias. La Europa que nos aburre con su cháchara de la necesidad de defenderse, ha conseguido con su políticas migratorias que sus fronteras sean las más mortíferas del mundo.
Así que ahora cuando nos hablan de estrategias de defensa común, de unidad para preservar los valores europeos, de coordinación militar para emanciparnos de la tutela estadounidense, quizás cabría preguntarse en qué consiste esa unidad, sobre qué cimientos se construye, y por qué deberíamos defenderla. Si esta UE embebida de sí misma, colonial, dispuesta a hacer del mundo entero zona de sacrificio, de sembrar su propio territorio de zonas de sacrificio, es una entidad a defender, así, sin más. Si esta UE cada vez más desigual, que precariza a las y los trabajadores y favorece la acumulación del capital, es defendible. Si cabe alinearse con esos líderes que ante la incertidumbre existencial agitan la bandera del racismo, o apuestan por el belicismo. ¿Quién puede sentir pertenencia hacia una entidad política que no solo no frena al Estado de Israel, sino que le acompaña en sus crímenes? ¿Queremos defender a la Europa cómplice del genocidio?
La otra Europa
Los llamados a la unidad siempre esconden las disputas que habitan abstracciones como Europa. Bajo ese jardín discursivo de prosperidad y humanismo existen las muy reales poblaciones del continente, gentes que sienten cada vez más lejos las instituciones, personas diversas que sufren en su cotidianeidad la precarización de las vidas consecuencia de los mandatos neoliberales que nos ordenan (o desordenan) la existencia, por debajo de todos estas soflamas grandilocuentes de valores compartidos.
Como en todo el mundo, frente a la agenda del poder, siempre hay quienes ponen por delante la igualdad y la justicia, alumbran movimientos o revueltas que cambian su nombres a lo largo de los siglos, pero que comparten un mismo magma de cuestionamiento de las élites, de impugnación de un status quo que favorece a unos pocos. Siempre ha habido resistentes a las estratagemas del poder para disfrazar de inevitables las decisiones que garantizan su perpetuación. Siempre ha habido quienes no se han tragado las palabras ampulosas con las que se justifica la acumulación de riqueza y la violencia contra los otros. Siempre ha habido gente inmune a esa miopía propiciada desde arriba para que veamos la amenaza en el otro, en lugar de en la avaricia desmedida de los sectores privilegiados que se presentan como “los nuestros”.
¿Quién puede sentir pertenencia hacia una entidad política que no solo no frena al Estado de Israel, sino que le acompaña en sus crímenes? ¿Queremos defender a la Europa cómplice del genocidio?
Comparten valores (no europeos sino humanos) quienes se niegan a aceptar la necropolítica migratoria, quienes denuncian el genocidio aunque se jueguen la persecución y la represión, quienes reniegan del supremacismo europeo, los descendientes de los condenados de la tierra, hijos de la colonización que también habitan Europa, que también son europeos, y que están pagando el precio más alto por alzar la voz contra la barbarie cometida en nombre de la civilización.
Hay otra Europa que es víctima de la Europa neoliberal y belicista que apuesta por la industria de las armas a costa de los derechos sociales, es una Europa que se muere de vergüenza cada vez que ve imágenes de Gaza o Cisjordania, que no puede creer que en pocos días habrá otro festival de música hortera de coste multimillonario en el que participará un estado que perpetra ahora mismo una limpieza étnica. Y esa otra Europa, la de los de abajo, la que oye hablar de unidad, defensa común, seguridad, independencia militar, y entiende colonialismo, triunfo del capital y más neoliberalismo, es una Europa que hoy no tiene nada que celebrar.
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Este discurso (con el qu estoy de acuerdo, sin emnergo,èirde ser analñizado como euroesdceptico (que no lo es). Se podría conclñuoir qeu hay q
Muy bien expresado sarah, y yo creo que votar izquierda, como apunta senenoa, no es suficiente; hace falta una huelga general revolucionaria en toda Europa.
Necesitamos sindicatos transnacionales activos. Trabajadores con conciencia de clase trasnacional. Las oligarquías ya están organizadas transnacionalmente.
Cierto Sarah, muy cierto y la diferencia entre una y otra UE está en el voto. Votemos a la izquierda, a la izquierda de verdad, para cerrar el paso a la UE reaccionaria en la que estamos.
Totalmente de acuerdo. M.A.I. (por sus siglas en inglés) -Mierda A la Iros