Oriente Medio
‘Aliadas’, un libro para imaginar otra Shatila y recordar Palestina

Hablamos del libro, el deporte, la vida en Shatila y el genocidio en Gaza con la autora, Txell Feixas, junto a Majdi y Razan, padre e hija que protagonizan esta historia de rebeldía y amor por la vida en el campo de personas refugiadas del Líbano.
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Momento de celebración del Palestine Youth Club. Abacus/Roser Gamonal

La historia del Palestine Youth Club fue uno de sus primeros trabajos como corresponsal en Líbano. En ese momento sintió que una crónica de radio y televisión de apenas dos minutos era una cobertura injusta. “Me llamó la atención que un equipo de baloncesto femenino pionero en el país hubiera nacido en Shatila. Lo que me resonaba de este campo era la masacre de 1982. Muchos sitios de esta región los asociamos sólo a muerte, violencia y destrucción, cuando por suerte hay vida ahí, aunque no la contamos porque parece no interesarnos”. 

Txell Feixas (Mediona, 1979) lejos de ser la idílica estudiante de periodismo que soñaba con hacer crónicas desde Palestina, decidió dedicarse a este oficio sin ninguna pretensión, dejándose guiar por una profesora de Filosofía. Tras diez años de profesión en Madrid, entre cifras y estadísticas, se lanzó como corresponsal en Beirut, donde estuvo 6 años trabajando. En 2021, publicó su primer libro Dones valentes. 

Más tarde, publicaría el segundo: Aliades. Les nenes de Xatila desafien les regles del joc (2023), que se edita ahora por primera vez en castellano por Capitán Swing. La propuesta inicial era crear un cuento infantil y confiesa que cuando decidió escribir este libro le invadió el temor de no saber si podría llenar todas sus páginas. 

“Aliadas habla de las alianzas entre madre e hija, entre viudas que cosen para desafiar al sistema patriarcal, también alianzas con hombres como Majdi. Alianzas de vida y de supervivencia”, indica la autora

“Al principio me quería centrar en el equipo de baloncesto de niñas, pero ha acabado siendo un retrato de una Shatila feminista y empoderada. Aliadas habla de las alianzas entre madre e hija, como Basma y Razan, entre viudas que cosen para desafiar al sistema patriarcal, también alianzas con hombres como Majdi. Alianzas de vida y de supervivencia”, cuenta. Cada capítulo recorre las historias de mujeres que se alían porque es “entre los fogones de las cocinas donde se cuecen las revoluciones feministas”. Así es como Txell consigue que la lectora pueda imaginar otra Shatila, distinta al recuerdo de 1982, y conocer también cómo es la vida de una parte de la población refugiada palestina.

En el Líbano viven más de 500.000 personas refugiadas de Palestina y el 45% de ellas están repartidas en los 12 campos del país, según los últimos datos de febrero de 2025 de UNRWA. Shatila es uno de estos campos que se creó en 1949 como consecuencia de la Nakba –“catástrofe” en árabe– cuando Israel expulsó a más de 700.000 personas de Palestina tras iniciar el proceso de limpieza étnica el 15 de mayo de 1948.

Txell Feixas
La periodista Txell Feixas fue corresponsal en Oriente Medio durante seis años. Foto: Oriol Andrés Gallart

En el campo de Shatila, cerca del centro de Beirut, tratan de vivir más de 10.000 personas –hasta más de 30.000 según otras estimaciones–. Este terreno de apenas un kilómetro cuadrado se expande en vertical, construyendo pisos apilados sin cimientos adecuados y de tal forma que la luz no entra en las casas. En la última década la población ha aumentado considerablemente tras el estallido en 2011 de la guerra en Siria, también personas del Líbano llevadas por la extrema pobreza del país, así como, migrantes de otros lugares como Etiopía, Eritrea y Bangladesh.

Majdi, uno de los protagonistas de Aliadas, nació en Shatila como refugiado palestino, ahora tiene 53 años. Sus abuelos huyeron de Amqa en 1948. Junto a sus hijos y su nieto Nabil son ya cinco generaciones fuera de Palestina desde hace 77 años. Para él la vida en Shatila es muy difícil. “Estamos en 2025 y puedes encontrar gente viviendo sin electricidad, a pesar de que pagamos dos facturas, una para el generador y otra para el Gobierno. No hay agua potable para beber o para cocinar”.

“Nuestra juventud está en la calle. Muchos no pueden continuar sus estudios porque es muy caro", explica Majdi

Tras crear un equipo de fútbol infantil, en 2012 decidió apostar por el baloncesto femenino para darle una alternativa de ocio a las jóvenes del campo. “Nuestra juventud está en la calle. Muchos no pueden continuar sus estudios porque es muy caro. Como refugiados tampoco tenemos derecho a tener trabajos que no sean ser obreros, pintores, herreros o carpinteros. Tampoco tenemos la libertad de movernos a otras ciudades y menos aún viajar fuera del Líbano”.

Txell reconoce en el entrenador un agente de cambio para las jóvenes que rompe los estereotipos de lo que erróneamente se piensa de los hombres árabes y musulmanes. “Lo más bonito fue ver a Majdi convencer a los padres que en algunos casos les prohibían a las niñas jugar. Años después, algunos de estos padres que primero veían con reticencias que sus hijas se pusieran un chándal y botaran una pelota, acababan emocionándose en la cancha. Este proyecto es como una mancha de aceite revolucionaria que se extiende por toda la comunidad. Majdi con su acción convierte el baloncesto y Shatila en un acto de resistencia”.

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Foto: Abacus/Roser Gamonal.

A través de Aliadas, Txell describe las violencias y resistencias de sus protagonistas en primera persona, consigue encontrar las palabras entre tanto dolor y alejándose de la romantización de la lucha diaria por sobrevivir. Como periodista occidental, reconoce la dificultad de no cruzar la línea del eurocentrismo y el paternalismo, por eso “el objetivo era sobre todo que hablaran ellas”. La catalana confiesa que uno de los principales obstáculos en el proceso de escritura fue “subestimar la complejidad de que estas chicas tan jóvenes me contaran violencias tan estructurales. Algunas no se dan cuenta de que las sufren porque las han normalizado. Otras querrían contártelo, pero no tienen los instrumentos. Y otras, porque es evidente que ven una periodista en mí y que no van a ganar nada contándole a una extraña sus luchas diarias”.

Al entrenador siempre le fascinó la idea de que las jugadoras protagonizaran el libro de la periodista catalana y presume con orgullo formar también parte de este proyecto. “Mis chicas merecen compartir su historia con los demás. En realidad no sabemos si el libro se venderá mucho. Solo estamos buscando que nuestra historia sea conocida, que alguien trate de preservarla para la próxima generación”.

Razan era una de estas jóvenes que empezó en el equipo de baloncesto cuando tenía 12, con un par de diferencias: su padre era el entrenador y nunca quiso jugar al baloncesto

Hace 13 años, este proyecto comenzó en una quinta planta de un edificio de Shatila en el que entrenaban un grupo de chicas de entre 12 y 14 años. Razan era una de estas jóvenes que empezó en el equipo de baloncesto cuando tenía 12, con un par de diferencias: su padre era el entrenador y nunca quiso jugar al baloncesto.

Razan –que en realidad se llama Baylasan, un nombre que le puso su abuela por una flor que se cultiva en Palestina– confiesa que ahora tiene una buena relación con el baloncesto, desde que ya no es deportista. Recuerda con cariño todo lo que le aportaron aquellos años, sobre todo buenas amigas. Al igual que Majdi, también está orgullosa de cómo ha evolucionado el proyecto: “Ahora tenemos la segunda generación del equipo y estamos también entrenando a un grupo de niñas más pequeñas. Son una segunda y tercera generación ya”.

Un futuro incierto para Razan

Tras un par de años entrenando, Razan se opuso a que su padre le salvara de ese futuro incierto en Shatila —en sus planes nunca entró qué un hombre tuviera que salvarla—. Para Txell, esta joven, a quien dedica el libro, era una de las chicas más valientes que tenía alrededor. “Ella no entendía que para querer ayudarla, su padre le impusiera el camino. Me sorprendió que cuando leyó el libro, hasta tres veces, estaba súper contenta porque las páginas le hacían de espejo de una mujer valiente. Cuando en su propia casa, en su entorno y en parte de la comunidad, ella era la oveja negra que no había seguido el camino moralmente, de forma malentendida, a seguir”.

A Razan, en realidad, le gustaría no tener que ser una mujer valiente. “Me veis así pero aquí sigo atrapada. Ser una mujer valiente en Shatila no es algo bonito, es tener que enfrentar muchísimas dificultades. En mi caso además, ser madre soltera, sin un hombre y viviendo en la casa de tu familia implica sentir vergüenza constantemente. Pero, la verdad es que no me importa. Tal vez, todo lo que he vivido me ha hecho más fuerte. Tengo voz y la uso, aunque hablar me trae problemas, me da igual”, cuenta.

“No quiero que la gente sienta lástima al leer mi historia. Les digo que sean valientes y se quieran a sí mismas", espera la joven refugiada

La joven, que ahora tiene 26 años, confía en que el libro sirva para otras chicas y niñas. “No quiero que la gente sienta lástima al leer mi historia. Les digo que sean valientes y se quieran a sí mismas. Tengo la esperanza también de que alguien la lea y me apoye para salir de aquí”. Para ella sus planes de futuro son sobrevivir junto a su pequeño Nabil. “Me espera un futuro difícil porque es realmente duro criar a un hijo en este lugar. Soy una superviviente, así que no tengo otros planes”. 

Mientras tanto, Majdi confía en que haya un relevo generacional del Palestine Youth Club. “Si no logro encontrar personas que continúen mi trabajo, no estaría consiguiendo nada”. El equipo de baloncesto viajó cinco veces a Italia y a España. La única condición era —y así sigue siendo— que para jugar tienen que estudiar. Ahora, con los más pequeños de entre 10 y 12 años, visitará de nuevo Italia para jugar al fútbol en junio de 2025. El entrenador consiguió crear en 2018 el centro deportivo Shatila Community Sport Center, con el apoyo de la asociación italiana “Un ponte per” y muchos más amigos. Actualmente, continúa buscando colaboraciones y financiación para mejorar los servicios de este centro juvenil de deportes.

El genocidio en Gaza reabre las heridas en Shatila

El Palestine Youth Club empezó como un equipo formado por palestinas, pero el aumento de la población en el campo, ha hecho que entre sus jugadoras haya ahora también sirias y libanesas. Todas ellas llevan por delante la causa palestina arrastradas por la frase de Majdi: “No tenemos justicia, pero si memoria”. Por eso trata de transmitir a las jugadoras el origen del campo y lo que pasó allí. El entrenador recuerda muy bien el genocidio de Shatila. Sobrevivió a él. 

En septiembre de 1982, en los campos libaneses de Sabra y Shatila se cometió un genocidio, reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, por milicias cristianas libanesas con la connivencia del ejército de Israel que en ese momento ocupaba el país. En ambos campos donde vivía población refugiada de Palestina fueron asesinadas entre 3.000 y 3.500 personas –según diferentes estudios– en tres días. Ese año Majdi escapó de la muerte. Salvó su vida porque huyó de un agujero donde estaba escondido y al día siguiente todas las personas que también estaban en ese lugar aparecieron asesinadas. 

“Majdi ha vivido y vive el genocidio de Gaza cómo vivió la masacre de Shatila. Es como reabrir la herida, el trauma de hace más de 40 años”, señala Txell

“Majdi ha vivido y vive el genocidio de Gaza cómo vivió la masacre de Shatila. Es como reabrir la herida, el trauma, porque Shatila está llena de cicatrices en cada calle de la masacre que se vivió hace más de 40 años. De la cual no se ha hecho justicia y no se han rendido cuentas”, señala Txell.

La escritora lamenta que la publicación de Aliadas en castellano coincida también con uno de los peores momentos de la historia para la población palestina. “No me habría imaginado nunca que se publicaría con Gaza así y también los bombardeos israelís en el Líbano. Pero con todo, ratifica el poder de supervivencia de la gente. Tal vez es más necesario que nunca mostrar esta Shatila, que no deja de ser un pedacito más de Palestina”.

Desde que empezó el genocidio en Gaza, Razan confiesa que descubrió un lado de su personalidad distinto. “Durante un año y medio viendo el genocidio le decía a mi hermano que teníamos que hacer algo, que no me quería mover y que prefería morir aquí”. En septiembre de 2024, cuando Israel comenzó a bombardear también el Líbano, Razan no pudo soportarlo, hizo las maletas y se fue con Nabil y Basma a Siria, de donde es su madre. “Vivirlo es totalmente diferente. Nunca podré olvidar los sonidos, cómo temblábamos, los gritos de las mujeres y los niños. Me ha afectado y creo que no soy tan fuerte como pensaba. Igual es porque solo soy un ser humano”.

“Como colectivo, la prensa no estamos haciendo la presión suficiente para intentar entrar en Gaza. Mientras, Netanyahu continúa su objetivo expansionista y colonialista”, denuncia la autora

Como periodista, Txell tiene claro el reconocimiento a quienes ejercen la profesión en Gaza. Desde el 7 de octubre, las fuerzas israelíes han asesinado a más de un centenar de periodistas, según Reporteros Sin Fronteras. “Es excepcional que la prensa internacional no pueda acceder, porque acaba siendo una forma extrema de censura. Para deshumanizar a los palestinos y que el periodismo acabe nutriéndose apenas de números y estadísticas. Como colectivo, la prensa no estamos haciendo la presión suficiente para intentar entrar en Gaza. Mientras, Netanyahu continúa su objetivo expansionista y colonialista. Es preocupante, además, ver como Europa y Estados Unidos colaboran en este genocidio”.

Para Majdi, “todos los gobiernos occidentales y las organizaciones internacionales apoyan la ocupación israelí y el genocidio. Inshallah, llegue ya el alto el fuego y se detenga este genocidio. Buscamos que termine la ocupación y vivir como el resto de pueblos del mundo”. El entrenador confiesa llorar cada día por lo que está pasando y siente una profunda impotencia por no saber cómo actuar como refugiado. 

Pese al contexto actual, con toda seguridad, Majdi sabe que va a regresar a Palestina: “Seguimos con la esperanza de volver”. Como refugiado palestino 5,6 millones de personas, según datos de UNRWA, reivindica el derecho al retorno, reconocido en la resolución 194 de Naciones Unidas que establece la vuelta de las personas palestinas a sus casas. 

“Si no es mañana, será pasado. Si no es este año, será el próximo. Palestina es nuestra casa. Antes de que Israel llegara y ocupara, vivíamos con los judíos en paz. Escucho que toda la gente se enfoca en el 7 de octubre. Pero nosotros vivimos bajo ocupación desde hace 77 años. Tenemos derecho a resistir y a regresar a nuestras casas, pero nadie nos escucha”.

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