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Hasta hace unos años, cuando sobrevivían generaciones que habían padecido aquella tragedia en 1936 de adultos, o incluso de mayores, se oía mucho la expresión “antes” o “después” de la guerra. Para aquella gente había un mundo anterior y otro posterior a un acontecimiento que marcó sus vidas. La mía es la primera generación de la historia de España que no padeció ninguna tragedia, ya sea guerras, pestes o hambrunas. Hasta ahora. Cuando esto pase hablaremos de “antes” y “después” del coronavirus.
No sabemos cuando acabará este espanto ni como quedará el mundo cuando finalice esta pesadilla que hace solo unos días hubiéramos tomado por una obra maestra de ciencia-ficción o una brillante muestra de distopía. No podemos mirar hacia adelante con certidumbre. Sería pretencioso y absurdo, como el paisaje urbano que vemos tras la ventana. Pero sí debemos mirar hacia atrás sin ira. Resulta inteligente y aleccionador.
Echar la vista atrás, solo unos días atrás, es ver un mundo que ya no existe porque se han derrumbado algunos mitos que lo sustentaban. El primero el de la globalización. Se nos contó que se trataba de asumir con entusiasmo la modernidad y el avance de la humanidad hacia un mundo sin fronteras donde fluía el intercambio de personas y mercancías, impulsado por las nuevas tecnologías. Quien se oponía a ello iba contra la implacable realidad y era absolutamente idiota, un pobre aldeano apegado al pasado y a la autarquía, o un romántico digno de compasión. Mentira. Era una nueva fase del desarrollo capitalista, ese caballo desbocado. No cayeron las fronteras, solo evitamos los pasaportes para viajar a algunos países. No desaparecieron los Estados Nación, se fortalecieron. El mejor ejemplo es China, nuevo gigante mundial, de donde vino precisamente el coronavirus. No aumentó la riqueza, excepto para el nuevo capitalismo invisible, de fondos de inversión sin rostro, que la multiplicó para una minoría blindada, al igual que la desigualdad.
Ahí está la patética globalización de la Unión Europea. No era un proyecto, era un negocio. Lo único que interesaba era el euro. No se globalizaron derechos sociales ni políticos. Ni los derechos humanos. No hay una Constitución europea. Ni en tiempos de catástrofe son capaces sus países miembros, ni mucho menos el club de ricos que la controla, de adoptar una rápida respuesta común, primero al problema sanitario y luego a una nueva y tremenda recesión. Cuando España entró en la UE, con el entusiasmo lógico de quien veía en sus instituciones la llama de la libertad durante el franquismo, hubo voces que alertaron contra “la Europa de los mercaderes”. Fueron ridiculizadas. Eras antiguallas de rojos y extremistas. No echamos a tiempo a los mercaderes del templo europeo, del que se apropiaron y en el que se hicieron fuertes. Ahora amenazan con volarlo.
Sigamos con los bulos universales, mucho más letales que los que se propagan por internet, porque aquellos no tienen antídotos y anestesiaron a la inmensa mayoría de la población. El de la eficacia del sector privado en contraste con el público ha resultado demoledor. Se tradujo en una ola de privatizaciones de servicios básicos en todo el mundo desarrollado, empezando por la sanidad. Ahí están las consecuencias, con los hospitales colapsados, los médicos decidiendo quien puede vivir por falta de camas y material sanitario, y los geriátricos convertidos en una espantosa morgue donde conviven ancianos con cadáveres que no son retirados.
Cuando llegó la recesión del 2008, otra crisis cíclica del moderno capitalismo que pagaron los pobres y las clases medias, como siempre, se agudizó el proceso privatizador que había iniciado Margaret Thatcher, empobreciendo al sistema público y enriqueciendo a un puñado de empresarios. Nos alertaron contra lo que estaba pasando las mareas blancas y las películas de Ken Loach, pero los manifestantes en las calles y los seguidores del director británico en sus butacas no nos dábamos cuenta de nuestro error: lo de todos funciona mejor en manos de unos pocos que saben hacer negocios. Va a ser difícil que ni el más fundamentalista entre los neoliberales se atreva a mantener estos despropósitos después del coronavirus. En tal caso que lo encierren, como a todos ahora en nuestras casas, en un psiquiátrico privado, solo para él y financiado con su dinero.
Seguir con el listado de las falsas noticias universales asumidas colectivamente, hasta el punto de que convertían en hereje o alucinado al disidente, se haría interminable, como esta lista de muertos y contagiados que nos sobrecoge a diario. La del fin de la historia de Fukuyama, con el triunfo indiscutible del benéfico capitalismo, la desaparición de la clase obrera con la de las grandes catedrales industriales, porque nadie nos reconocemos en los monos de trabajo sino en la clase media en ascenso, con su pisito en propiedad, el fomento de los emprendedores, ese fraude que consiste en la deserción de las obligaciones del Estado, lo secundario del cambio climático, porque el desarrollismo y el crecimiento económico son dogmas del sistema único que no admite discusión ni reforma....
Se han derrumbado los mitos de la modernidad y han aflorado a la vida cotidiana lo que pasaban por utopías o lejanos recuerdos del pasado, como el apoyo mutuo que reclamaban y practicaban los anarquistas hace un siglo, como si no hicieran con ello otra cosa de seguir una lección de la biología y la naturaleza.
“El mundo está como está por culpa de las certezas”, dice una canción de Jorge Drexler. Al menos con la pandemia se han caído algunas que nos hicieron mucho daño. Cuando acabe saldremos de nuestras casas a enfrentarnos a un mundo nuevo, tampoco con muchas certezas. Aunque cabe aventurar alguna, como la caída de la Monarquía española. Por sus errores, no por el republicanismo del pueblo, como pasó siempre con los Borbones. Hay quien no aprende nunca de la historia. Ni con la histeria desatada.
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31 de enero “Creemos que España no va a tener como mucho, más allá de algún caso”;
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2 de marzo “No debería ser ningún problema celebrar eventos multitudinarios”;
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Resumiendo, gobierno incompetente, lento y malo. Coreados por Unidas Pandemias