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En septiembre del año pasado, Facebook compró por un montante cercano a los mil millones de dólares CTRL-Labs, una startup que persigue conectar el cerebro con los ordenadores. Un par de meses antes, Microsoft había invertido otros mil millones en OpenAI, la iniciativa de inteligencia artificial de Elon Musk, el magnate con un patrimonio de 39.000 millones que, entre otras empresas tecnológicas inventoras de utopías para las élites, fundó Neuralink, compañía especializada en el desarrollo de implantes que comunican al usuario con la computadora para buscar una simbiosis total entre la persona y la máquina. Tras estos movimientos, como futuro inmediato se habla del nuevo iPhone cerebral y del neurocapitalismo, un estadio en el que las grandes multinacionales de las tecnologías de la información y la comunicación explotarán la última frontera que aún queda virgen: el comercio con los pensamientos, la extracción de beneficio violentando la privacidad mental bajo la coartada de la mejora del ser humano mediante la neurotecnología. En respuesta, como prevención ante los previsibles atropellos que se cometerán, un grupo de científicos ha propuesto añadir cinco neuroderechos (a la identidad, al libre albedrío, a la privacidad mental, al acceso equitativo a la mejora cerebral y a la protección contra sesgos) a la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Lo que podría ser el interesante y perturbador argumento de una multimillonaria producción de Hollywood —spoiler: no lo es— sucede ya, es la siguiente pantalla de una época en la que la implantación de internet, aplicaciones y dispositivos resulta irreversible y tan cotidiana como el pan a la hora de comer. En España, según la última edición de la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de la Información y Comunicación en los Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2019 nueve de cada diez personas en la franja de edad de 16 a 74 años utilizaron internet durante el último trimestre. El 90,7% de la población. 31,7 millones de usuarios. Entre los jóvenes de 16 a 24 años el porcentaje supera el 99%. Y casi siete de cada diez niños disponen de teléfono móvil.
Al creciente coro de voces —con más volumen desde el activismo, la investigación universitaria y la divulgación mediante la publicación de ensayos, algo más tímidamente desde el periodismo— que alertan de que lo que hay detrás de la pantalla es antes un monstruo que un igual y que avisan de que el precio que se paga es mucho más elevado que la tarifa plana se une ahora una muy airada, la del cuarteto Biznaga. Un grupo que le da al punk de toda la vida, el de guitarrazo y tentetieso, y que en su nuevo disco, Gran pantalla (Slovenly Recordings, 2020), el tercero ya en su cuenta, grita el hartazgo por la conversión de las personas en etiquetas, en contenido, en datos de los que cinco corporaciones extraen oro.
La rebelión de Biznaga contra el mito de Narciso con espejos de bolsillo —259 personas fallecieron entre 2011 y 2017 por hacerse el selfie perfecto— ya se intuía en su anterior disco, Sentido del espectáculo (Slovenly Recordings, 2017), pero es en este cuando ha estallado. La pantalla, lo que hacemos con ella y lo que nos hace, es el eje sobre el que gira un disco que sacude con estribillos como “la democracia es vigilancia y yo soy solo información”.
Como ocurre con todas las revueltas, es probable que la de Biznaga no triunfe y que el imperio del algoritmo venza pero, al menos, que se lleve algún guantazo, parecen decir las canciones de Gran pantalla. Para hablar de ellas, preguntamos a Jorge Navarro, bajista del grupo y autor de las letras, y a Jorge Ballarín, Milky, batería.
Solo he estado en un concierto de Biznaga, el año pasado en el EKO de Carabanchel. Me pareció fantástico y creo que tuvo todo el sentido ver a un grupo como Biznaga tocando en un centro social ocupado y autogestionado. Seguramente más que en eventos como el festival Tomavistas en el que tocaréis en mayo. ¿Dónde adquiere más significado vuestra propuesta?
Jorge Navarro: Desde luego, el contexto y el entorno engordan el significado final del mensaje que transmitimos. No obstante, también creo que es positivo descontextualizar ese mensaje, sobre todo para llegar a la masa, por decirlo de alguna manera. Si solo vamos a predicar a los conversos, mal vamos. Necesitamos que nuestro mensaje, o en general los mensajes que pueden aportar algo, esté lo más expuesto que se pueda, aunque no a cualquier precio. Pero es positivo.
Como Biznaga, siempre discutimos todos nuestros movimientos. No nos cerramos a nada: nos puedes ver tocando en el EKO o en La Casika de Móstoles o en el festival Kaos a Gracia o en festivales punk por nada, y también en cosas más grandes por dinero. Porque a ese tipo de empresas les pides dinero, obviamente, no vas a tocar por la cara. Pero creo que las dos cosas son positivas, aunque sí tiene un punch extra cuando lo haces en un sitio de estas características, con una buena causa detrás. Yo vivo en Carabanchel y esto me motivó muchísimo desde el principio, quise que nos involucráramos. Hace poco estuvimos en un evento en el EKO de solidaridad por los represaliados en Chile, no tocando aunque nos lo ofrecieron pero estábamos un poco saturados y hay que parar de vez en cuando.
Milky: En lugar de tocar, estuvimos emborrachándonos y no vimos a ningún grupo [risas].
J.N.: Fuimos a contribuir económicamente.
¿Cuál es el hábitat natural de Biznaga?
M.: Para mí, la sala. Porque ahí se puede mezclar todo el mundo, venga de donde venga. Los modernos que nos ven en festivales y en ciertos contextos no nos van a ver en La Casika. En una sala todo el mundo viene y está ahí mezclado y tú estás tocando y te partes la polla porque es todo muy heterogéneo.
¿Os reconocéis como grupo punk?
J.N.: Depende de la idea que cada cual tenga del punk. Desde luego, el punk, tanto a nivel de sonido como estético, no digo tanto en las pintas como en la filosofía que hay detrás, es una parte fundamental de Biznaga desde el principio y ha ejercido una influencia importantísima, pero no única. No somos un grupo de punk puro propiamente dicho.
M.: Ni somos punkis, a la vista está.
J.N.: Se quedaría un poco corta la etiqueta. Puede dar lugar a equivocaciones por parte de la peña.
M.: Y a muchos enfados [risas].
No tenéis nada que ver con Manolo Kabezabolo, que también se identifica como punk.
J.N.: No. También es verdad que punks hay muchos y de muchos tipos, de toda la vida, desde el principio. No es lo mismo Sex Pistols que Buzzcocks o los Clash que Subway Sect, por decir grupos del principio.
¿Qué significa el punk en el año 2020?
M.: Una actitud contestataria, eso siempre. Y explorar nuevas vías creativas y expresivas, como poco.
J.N.: No necesariamente contestataria. Lo que está claro es que es un género musical asumido por la cultura pop, un subgénero del rock. El resto de añadidos son opcionales, eso es el punk hoy en día. Si nos lo queremos llevar a una ética necesitaría un desarrollo más grande que lo estrictamente musical.
Hay quien dice que el trap es el punk actual. ¿Estáis de acuerdo?
[Los dos al unísono] No.
Desde que se publicó el disco Entertainment! de Gang of Four o los de otros grupos que moldean el sonido de Biznaga como pueden ser Buzzcocks o Eskorbuto han pasado más de 40 años. ¿Por qué elegís este lenguaje siendo un grupo joven?
J.N.: Particularmente, porque es una música que nos ha influido muchísimo. A mí me supuso un antes y un después con respecto a lo que venía escuchando haber escuchado ciertos discos y grupos de punk. Siempre me ha interesado la cultura que no me transmitían los medios de comunicación, y en un momento sentí la necesidad de buscar mi propia cultura y me fui interesando por grupos. Pero fue un momento especial, y supuso una ruptura con todo lo anterior, cuando escuché grupos de punk. Me marcó poderosamente. ¿Por qué? Creo que es un lenguaje musical accesible, yo no había tocado en mi vida un instrumento y era una buena manera de empezar. Era también un pegamento, algo que teníamos en común todos los del grupo.
M.: El pegamento era no saber tocar, no que nos gustase el punk [risas].
¿Qué os atrajo del punk?
J.N.: Precisamente la noción esa de hazlo tú mismo, tan trillada pero tan válida hoy en día como en su momento, cuando nació. Te anima, democratiza, en el buen sentido de la palabra, que todo el mundo pueda coger un instrumento y transmitir su mensaje. Se ha dicho hasta la saciedad, pero es cierto, funciona.
M.: Y también que los grupos se convierten en portavoces de mensajes que no están en la cultura parental ni en la cultura hegemónica, te hablan de cosas que te llaman la atención, te agitan más los nervios y los odios que tienes. También la solidaridad, la conciencia social.
En una entrevista publicada recientemente en Jotdown, Palmolive, batería de las Slits y de Raincoats, dice que “todas las cualidades positivas del punk pueden perfectamente canalizarse para ayudar a la sociedad”. ¿Puede tener el punk una finalidad benéfica?
M.: Sí.
J.N.: Sí, pero no en el sentido de caridad sino que puede proporcionar un beneficio a una persona sensible a esa música, a esa estética. Le puede engrandecer espiritualmente, o llevar a conocer a otra gente, a relacionarse, a crecer como persona, a poner en marcha proyectos creativos que le hagan crecer. En ese sentido sí es benéfico, en el sentido de caridad o limosna no.
El 1 de febrero murió Andy Gill, guitarrista e ideólogo de Gang of Four, muy críticos con la sociedad del espectáculo desde postulados cercanos al marxismo. Es una óptica que también aplicáis.
M.: ¿Óptica marxista en Biznaga? No del todo.
J.N: Algo hay. El marxismo, como pensamiento filosófico y como planteamiento económico de oposición al capitalismo, está ahí. No es que comulguemos cien por cien con el marxismo pero sí lo está, siempre ha estado en nuestras canciones. En el último disco tenemos una canción que se llama “Adorno”, un teórico marxista. Se acerca un poco al concepto marxista de reificación, lo de convertirnos en mercancía, y analiza un poco el asunto del fetichismo.
Andy Gill y Gang of Four son referentes absolutos para mí. Se acercaron mucho a esa facción más situacionista que, estéticamente e ideológicamente, me ha interesado mucho. Desde el punto de vista artístico siempre ha sido riquísimo y el punk ha estado muy ligado.
En las letras de Gran pantalla hay algunas ideas sobre el control social o el uso de la tecnología como algo que asfixia la democracia que remiten a algunas canciones de Lagartija Nick.
M.: Nunca los he escuchado.
J.N.: Es un tema recurrente desde 1984, en general. Se creó un paradigma y es un tema muy potente y muy real. Si sigue teniendo continuidad y vigencia es porque lo estamos viendo día a día. Nuestro disco entero está dedicado a eso. Creo que formamos parte, en este sentido, de una tradición larga.
¿Por qué hacer un disco sobre este tema?
J.N.: Es que a mí me parece el tema ahora mismo, porque fagocita al resto de temas. Es capaz de aunarlos y meterlos en una especie de centrifugadora para devolverlos completamente lavados y convenientemente distribuidos de la manera que se quiere hacer. El amor, la vida, la muerte,... los percibimos y tomamos conciencia de ellos hoy en día a través de la pantalla. Ese elemento mediador y transparente es fundamental. Hoy más que nunca, el canal tiene más sentido como temática que los propios temas que integra.
Tecnología
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Una campaña pide la prohibición de los sistemas de reconocimiento facial en conciertos y festivales en Estados Unidos. Artistas como Tom Morello, Amanda Palmer y el grupo punk Downtown Boys se han sumado a la iniciativa.
En 2015 entrevisté a Remedios Zafra por su libro Ojos y capital (consonni, 2015), que guarda una estrecha relación con Gran pantalla. En una respuesta dijo que “hasta hace poco nuestra mayor amenaza era la ‘pérdida de privacidad’, sin embargo hoy esto no nos importa, o no de la misma manera”. También decía que “acostumbrado a compartir cada fragmento de vida, el sujeto contemporáneo online parece estar convirtiéndose en otro tipo de humano, para quien la pérdida realmente importante sería, como sugería Umberto Eco, ‘la pérdida de visibilidad’”. ¿Es posible vivir hoy sin ver o ser visto en las redes o eso supone condenarse a la exclusión?
J.N.: No he leído ese libro de Remedios Zafra pero sí leí El entusiasmo mientras componíamos el disco y me gustaron algunas ideas, me parece una autora interesante. Parece que es imprescindible ya no tanto ver sino una necesidad de ser visto, de exponerse.
M.: Sí, de dejar constancia de que eso que estabas haciendo, viendo, experimentando ha ocurrido, y no verbalizarlo ni escribirlo sino publicitarlo. Un escaparatismo.
J.N.: Es la necesidad de publicar tu vida porque si no, parece que no ha tenido lugar. Hay una fiebre con eso. Es posible no hacerlo pero supone renunciar a cómo se entiende el contexto social y cómo nos relacionamos, supone romper con todo eso, pero por supuesto que es posible.
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¿Qué sucedería si internet se cayese durante tres o cuatro días?
M.: Yo no iría a trabajar y me iría a tocar la batería así que de puta madre. Luego haría un par de llamadas a mi gente y ya está.
J.N.: Supongo que a nivel económico cundiría el pánico pero a nivel de la calle quizá nos daríamos cuenta de ciertas cosas después de haber superado una breve crisis de ansiedad.
M.: Un día de ansiedad y después conseguir contactar entre nosotros entre la oscuridad y echarnos unas risas. Pero habría un montón de estructuras económicas que se derrumbarían.
Ante esa posibilidad, el filósofo y escritor Dan Dennett consideraba imprescindible la construcción de un bote salvavidas para aguantar al menos las primeras 48 horas. ¿Cómo creéis que sería ese bote?
M.: Yo metería música y colegas. Ir al parque a hacer ejercicio, un poco de rocódromo, comer con el abuelo y luego un buen pedete porque no tendría que ir a trabajar y ya lo remataríamos.
J.N.: También queda bien decir que un buen libro.
¿Es posible que internet nos haga libres o hay que abandonar esa idea?
M.: Hay que pensar un poco esto, espera, eh.
J.N.: No quiero ser tan pesimista pero desde luego internet no nos va a hacer libres, nos haremos libres nosotros mismos. Depende del uso que se le dé a internet nos puede condenar o nos puede ayudar a liberarnos.
M.: Puede ser como lo que dijo ese presidente francés de que hay que resignificar el capitalismo. ¿Existe el uso prudente y moderado de internet? Yo lo veo en personas que me rodean que efectivamente es así.
Hace unos meses publicamos una entrevista a Marta Peirano, autora de El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019). Ella distinguía entre internet y las aplicaciones: Facebook, Twitter, Amazon y Google. En su opinión, estas empresas nunca van a ayudar a desmantelar regímenes autoritarios en ningún sitio sino que están diseñadas para exactamente lo contrario, para que unos pocos controlen a todos los demás.
J.N.: Sí, pero creo que cada vez es más difícil disociar esas aplicaciones, esas empresas, de internet porque son casi dueñas de internet, tienen el monopolio. El 80% o 90% nos relacionamos con internet a través de esas aplicaciones. La idea de internet para la gente de a pie es Facebook, Amazon, Instagram, YouTube,... Quizá para un hacker no, pero para el común de los mortales internet es eso.
Pensamiento
Marta Peirano: “Internet no es el problema, la extracción de datos es el problema”
La periodista Marta Peirano (Madrid, 1975) ha publicado El enemigo conoce el sistema (Debate, 2019), un ensayo sobre el estado actual de internet y de las sociedades que están moldeando una serie de herramientas privadas.
Ella plantea que no tenemos la capacidad de dejar de utilizarlas porque han invadido la vida contemporánea, pero que sí se podría exigir que estas herramientas no nos espíen, no nos manipulen y no encarezcan el resto de nuestra vida.
J.N.: Me gustaría ver cómo se haría eso. Desde luego los Estados tendrían que intervenir porque por ellos no va a salir, pero veo difícil que lo hagan.
M.: Desarrollar un código deontológico, una nueva legislación. Ya se está empezando a hacer con los crímenes de odio en internet, el acoso, el sexting…
J.N.: El gobierno de Estados Unidos está castigando a otros países en las relaciones internacionales por ponerles vetos a empresas como Google. Supondría un conflicto internacional. Es la base del capitalismo, si vetas a empresas como estas te buscas un lío.
¿Por dónde pasa la esperanza de un mundo diferente?
M.: ¡Yo solo tenía un grupo con tres colegas, tío, me cago en la leche! [risas].
J.N.: Y estás aquí respondiendo esto.
Haberlo pensado antes.
J.N.: Soy bastante pesimista en este sentido, lo mejor será extinguirnos. El ser humano no tiene remedio, no aprendemos. No sé cuál es la solución.
M.: Yo lo digo muchas veces medio en serio medio en broma: si se va la humanidad a tomar por culo, no tengo ningún problema.
J.N.: No sé, la solidaridad entre las personas. Pero tampoco quiero dar un discurso de tipo anarquista porque no lo veo realizable, lo veo como una utopía.
Como grupo de música, ¿cuál es vuestro papel en este cuadro?
M.: Últimamente me voy ubicando y estoy por la labor de intentar hacer feliz a la gente que me rodea, mi familia y mis amigos, y que ellos me hagan feliz a mí. En lo social, barrionalismo, cuidar el barrio. Tener tu entorno lo más higienizado y empastado posible, que todos tus gestos y movimientos sean para contribuir a eso.
J.N.: Es importante crear redes entre personas, la política se puede hacer así a nivel cotidiano. Apoyar huelgas, ayudarnos, tolerarnos, son formas de hacer política.
En la canción “No lugar” retomáis el concepto de no lugares propuesto por Marc Augé. ¿Vivimos cada vez más en ellos?
M.: No vivimos. Transitamos y ahí nos encontramos.
J.N.: Siempre estamos de un no lugar a otro no lugar. El medio de transporte entre ambos es otro no lugar. Nos pasamos la vida en el metro, en la parada del autobús, para ir a un sitio que no nos importa en absoluto y probablemente vengamos de otro que tampoco nos importa.
M.: Cuando llevas muchos meses así tienes ganas de estar dos semanas en la puta playa, y ese sitio también se convierte en un no lugar y estás allí cogiendo unas fuerzas un poco intoxicadas para volver al mismo sitio. Si puedes enfocar tus intereses de otra manera para no perpetuar eso, para no llenar de gente los no lugares, hay que hacerlo.
J.N.: Tratar de romper esa dinámica, ese círculo, en la medida de lo posible. Pero esto es teoría, luego hay que levantarse e ir a currar. Esa puta canción la hice en el metro, en el tren.
En “Atentado” recuperáis un motivo clásico del punk, la crítica a la autoridad. En este caso, la figura del juez y los policías.
J.N.: Me gusta que resaltes lo del juez porque en otras entrevistas se han centrado en la policía, que es lo más llamativo, el brazo ejecutor. ¿Cómo abordas en una canción ese motivo clásico del punk de toda la vida, que se sigue haciendo en el underground y en los grupos de punk, pero que se echa en falta en grupos de otros estilos más masivos y con un predicamento mayor porque es una realidad? Me molaría que no se perdiera ese asunto.
Hay que intentar no ser maniqueo y no caer en los tópicos de siempre. Creo que hay que acotar la crítica hacia algo concreto, en este caso fueron las actuaciones policiales que se ven respaldadas por cómo funciona el sistema judicial y las relaciones que se establecen entre esos dos órganos de poder, el judicial y el brazo ejecutor de la policía.
M.: A mí me resulta interesante que en la letra lo relacionas con el resto de la temática del disco, la ficción, el simulacro,...
J.N.: Hay un mensaje paternalista, que es que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado velan siempre por tu seguridad, pero quién nos protege de esta peña porque muchas veces se les va la mano.
Tú mismo tuviste un incidente con unos policías y pasaste un día en el calabozo.
J.N.: Sí, fue una experiencia personal, pero tengo amigos que han pasado por cosas parecidas e incluso han sufrido malos tratos policiales. Fue una época en la que vi muchas cosas así por internet, igual es que me escuchaban por el móvil. Lo que le pasó al batería del grupo La La Love You con unos policías que le persiguieron por la calle mientras iban de paisano y se tuvo que defender y le pedían dinero y le querían meter en la trena. Empecé a ver muchos casos y me generó una especie de paranoia. Mi experiencia fue que estuve 17 o 18 horas en el calabozo y pensé que había que hablar sobre ello.
¿Echáis de menos que músicos con más repercusión y público canten sobre ello?
J.N.: Sí, desde luego. Es una realidad, lo vemos cada día en la calle.
M.: Cada grupo escribe de lo que le da la gana, yo no me meto en eso. Sí prefiero que haya una conciencia social o que mis padres tengan tan claro como yo que estas cosas ocurren, más que que un artista decida meter ese mensaje en sus letras. Eso me resulta irrelevante.
J.N.: Es que lo de atentado es una fórmula ya hecha, todo es un atentado contra la autoridad. Es de coña. Si le ha pasado hasta a uno de Podemos cuando lo de los pensionistas que fueron al Congreso, ¿no?
La que hoy es ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en una concentración de trabajadores de Alcoa, y los diputados Rafa Mayoral y Antón Gómez-Reino.
J.N.: Sí, es verdad. Acusados de atentado a la autoridad… Y luego tú tienes que demostrar que no, y si tienes la suerte de que eres una figura pública o de que hubo cámaras que lo grabaron se ve que no. Pero ellos lo lanzan y luego tú demuestra que no. Y como tienen presunción de veracidad y su palabra ante un juez es más que la tuya… Al final les tienes que indemnizar.
M.: Biznaga descubriendo el mundo, eh. Atento que te traemos la exclusiva [risas].
¿Se os ha pasado por la cabeza que las letras de este disco os puedan traer problemas?
J.N.: No. No obstante, cuando terminé la letra de “Atentado” se la pasé a un colega que es abogado de lo penal, el que me defendió cuando pasó aquello. La revisó y me dijo que no había ningún problema, no pueden alegar nada porque no hay falta de respeto ni mancilla el honor de nadie en concreto ni hay amenazas.
Pero ya es triste tener que pensar en eso.
J.N.: Es que después de todo lo que ha pasado…
M.: Estaba lo de Valtonyc, los raperos, lo de Evaristo. A mi madre sí se le pasó por la cabeza que un fiscal llamase a casa. Me lo dijo cuando le conté lo del disco.
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