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La mirada rosa
Igual que en un escenario

Un año más ha terminado el Orgullo. La verbena de la sexualidad libre ha tocado a su fin y todo son parabienes para quienes organizan y viven nuestra manifestación como un espectáculo. Mientras, somos cada vez más quienes esperamos otra cosa, algo más allá de celebrar 20 años desde la aprobación del Matrimonio Igualitario, de asegurar que no daremos “ni un paso atrás” y de reclamar tímidamente un pacto de estado contra los discursos de odio.
Para contrarrestar los mensajes de la ultraderecha no basta con charangas, batukadas y un alegre escenario de fin de fiesta: necesitamos un discurso reivindicativo sólido, estructurado y comprensible al que quiera y pueda sumarse una amplia mayoría social, aunque me temo que quienes convocan nuestra manifestación siguen dando más importancia al elemento espectacular que al ideológico.
¿Por qué gritar nuestras ideas, si nadie va a oírnos tras el insoportable ruido de una batukada?
Participo en una modestísima plataforma que, por no tener, no tiene ni estatutos. No somos más que un grupo de libreras, autores, ilustradores, lectores y amantes del arte que salimos a defender nuestro mensaje: “Sin Cultura no hay Orgullo”. Somos pocas, pero bien avenidas, y año tras año terminamos la marcha con un sentimiento de frustración insuperable.
¿De qué sirve hacer carteles, si quienes deben observarlos se encuentran lejos y al otro lado de unas vallas, contemplándonos como si estuvieran visitando el zoológico? ¿Para qué estar tanto tiempo sin movernos, si luego acuden raudas las voluntarias a azuzarnos para que corramos, porque deben empezar a salir las carrozas? ¿Por qué gritar nuestras ideas, si nadie va a oírnos tras el insoportable ruido de una batukada? ¿Qué sentido tiene hacer una pancarta, si cuando pasamos junto al escenario donde termina la manifestación nadie nos nombra, porque justo en ese momento da comienzo la lectura de un manifiesto —que redactan solo las convocantes— o, peor aún, está programada la actuación de un DJ o un cantante que, como hace unos años, defendía “echarle la culpa al alcohol” para justificar su relación —un tanto tóxica— con una mujer?
Quizá la culpa sea nuestra y deberíamos olvidar de nuestro mensaje político y entregarnos a la celebración. Ya que la escaleta del escenario donde termina la marcha está por encima del desarrollo de la manifestación, ya que lo que importa realmente son las carrozas, ya que lo más relevante es hacerse selfies con diferentes cargos políticos, ya que lo primero es el festejo, y no la reivindicación... podríamos hacer como la mujer que participaba en el grupo que “desfilaba” delante del nuestro: no dejar de bailar en ningún momento y, si es necesario, sacarse el pene y orinar en medio de la calle, en el lugar exacto por donde luego iba a pasar la mitad de las organizaciones.
La mirada rosa
La mirada rosa Faltan activistas
Podríamos, también, organizarnos bien e inscribirnos en la FELGTBI+, porque así tal vez nos mencionasen al llegar al escenario. Si hay suerte, claro está, porque en esta convocatoria algunas entidades fueron silenciadas, como SegoEntiende, buen ejemplo de la defensa de nuestros derechos en el entorno rural que, precisamente, era uno de los objetivos políticos —olvidados— de este Orgullo. O podríamos, directamente, renunciar a hacer la marcha y alquilar una carroza para sobrevolar la manifestación y entregarnos a la bacanal orgullosa —saben los dioses lo que ocurrirá dentro de esos autobuses...—. Pero ¿algo de todo esto sirve para difundir nuestra reivindicación, para parar a una extrema derecha que ya está empezando a recortar las leyes que tanto nos ha costado conseguir?
La ultraderecha debe estar celebrando que estemos organizando una fiesta mientras los discursos de odio se terminan de asentar en nuestro entorno
Encaramados a lo alto de sus respectivas carrozas, diferentes cargos institucionales defendían que el de este año ha sido el “Orgullo más reivindicativo de los últimos años”, como decía en su cuenta de Instagram el responsable de las políticas LGTBI del PSOE. Para mí, este Orgullo ha sido la decepción definitiva. Todo mensaje activista quedó borrado tras un desfile festivo en el que ni los convocantes supieron mantener una mínima cortesía de la participación, respetando y visibilizando la presencia de quienes reivindicamos durante todo el año. Si, como dice la leyenda, cuando los turcos invadieron Constantinopla encontraron a los sabios de la ciudad debatiendo sobre el sexo de los ángeles, me temo que, en nuestro caso, la ultraderecha debe estar celebrando que estemos organizando una fiesta mientras los discursos de odio se terminan de asentar en nuestro entorno.
Las entidades que convocan del Orgullo nos están obligando a representar una obra de teatro que disfrace de política un desfile de carrozas
El modelo festivo del Orgullo está de capa caída. Cada vez participa menos “público” en nuestra convocatoria: 250.000 personas —si es que llegamos a la cifra que recogen los medios— son muy pocas comparadas con el millón que movilizamos hace veinte años para reivindicar el Matrimonio Igualitario; y, además, me temo que no acuden para dar su apoyo a un movimiento social, sino para contemplar una cabalgata y disfrutar en el barrio de Chueca de una verbena insostenible, que hace la vida imposible al vecindario y expulsa de sus calles a quienes más la frecuentamos el resto del año. Más preocupante aún es que cada vez es más difícil difundir un mensaje político, porque toda protesta se silencia tras el ruido de las charangas o en aras de mantener la programación de un guateque agotado de tanto repetirse.
Cada vez menos activistas acudimos con ganas a nuestra manifestación, porque somos conscientes de que en lugar de fomentar nuestro derecho a reivindicar, las entidades que convocan del Orgullo nos están obligando a representar una obra de teatro que disfrace de política un desfile de carrozas. Igual que en un escenario, estamos más cerca de fingir nuestro dolor barato que de reclamar los derechos que se nos niegan, los derechos que amenaza una ultraderecha a la que no conseguiremos parar con cabalgatas, sino con manifestaciones. Un año más ha terminado el Orgullo, aunque quizá sea mejor decir “un año menos”. Queda un año menos para todo lo que está por venir, para que cualquiera de los próximos orgullos sea el último.