Literatura
Marginalidad y escándalo altanero. Celebración de Néstor Perlongher

La trayectoria escritural y vital de Perlongher se da permanentemente a la fuga entre los espacios público y privado, los dominios de lo íntimo y del común, sin detenerse demasiado en ninguna zona de confort. Explora, nómade, las mismas rutas que transcribe. ¿Qué lo singulariza? ¿Qué originalidad compone? ¿Qué contagia? ¿Qué replica?
Néstor Perlongher recitando
Néstor Perlongher
18 feb 2022 08:00
Eh, rata cruel, no me aplastarás con tu autoridad.
Siempre estará la necesidad necesaria de un acto por cada
palabra. Y que siga el cuento, porque el cuento no ha terminado.
Osvaldo Lamborghini

Los días que anteceden a la redacción de este artículo venía leyendo en el transporte público, en el trayecto rutinario de ida y vuelta al trabajo, el libro Prosa Plebeya. Ensayos 1980-1992 (Colihue, 2008) del poeta, sociólogo y antropólogo argentino Néstor Perlongher (Avellaneda, 1949 - San Pablo, 1992). Paso una semana sin desprenderme de su compañía desmenuzando, perdiéndome, una vez más, en los entresijos de esta valiosa y multiforme recopilación de escritos que brinda una caída sin paliativos al quehacer de Perlongher. Con el objetivo de extraer una especie de savia revitalizante, decido imbuirme de sus vibraciones buscando estímulos, buceando un autor disperso, huidizo, poco frecuentado aún en los contextos del Reino.

Cada viaje, en el banquito esperando al metro o de pie frente al andén, en el vagón, en el autobús, nunca falla: tiendo las páginas abiertas del volumen como si fueran las de un periódico y compruebo cómo las personas que se sientan cerca levantan la vista de sus teléfonos móviles para mirar, con sospechosa extrañeza, los títulos que interrumpen su despiste narcotizado. «El sexo de las locas», «Matan a una marica», «Joyas macabras», «Todo el poder a Lady Di», «La religión de la ayahuasca», «Deseo y violencia en el mundo de la noche», «La fuerza del carnavalismo»¸ «Poesía y éxtasis», «Ondas en el Fiord. Barroco y corporalidad en Osvaldo Lamborghini».

¿Acaso cedo ante la facilonga diversión del escándalo gratuito? ¿Actúo agilipollado, altanero, blandiendo el amaneramiento de lo desconocido, o cual bebé y su jueguito del ahora me ves, ahora no me ves? No importa. En cualquier caso, de aquí en adelante propondré otra serie de cuestionamientos. Por ejemplo: ¿qué supone una celebración de la figura de Perlongher? ¿A cuento de qué? ¿Qué singularidades concentra y por qué resulta relevante, reconfortante, traerlo, de vez en cuando, de vuelta por acá?

Primeramente, adelanto que el acto de lectura coloca al intrépido lector ante un espejo que confronta el «estancamiento y desastre» marginales del lumpenaje más variopinto con la propia imagen-cuerpo, igual que le sucede al Marqués de Sebregondi en las prosas de Lamborghini. Porque Perlongher explora y escribe (de) los cuerpos; los recorre, los cruza, bajándolos por un instante de la cruz. Y deja en manos ajenas la incierta promesa de elaboración carnal de otros tránsitos, otras derivas para saltar por los aires las prisiones del aquí y del ahora imperturbables; mientras ―para qué mentir― nos preparan, claro está, nuevas celdas en los patios comunes del confuso, borroso y hasta improbable porvenir ―haré que el sol salga mañana desde aquí (...préstamo de la canción Reloj sin manecillas, de Nacho Vegas).

Devenir loca, devenir mosca (rata, culebra, araña)

«Nena, ser travesti es una fiesta», repite a lo largo de toda la novela una de las protagonistas de Las malas (2019), de Camila Sosa Villada. Si la crudeza subyacente a la realidad ficcionada en las páginas del libro reconcome con solo una lectura diagonal, a cada paso (letra a letra) una pizca de brillantina cósmica, un temblor sublimado y clandestino traen al mundo las malas con su vuelo emplumado de antinomias. Sosa Villada nos desciende al submundo argentino (en primera persona, en deuda biográfica con la historia) de la prostitución trans-travesti. Con Perlongher, sucede algo (con distancia suficiente, entiéndase el símil) parecido: se establece una leve continuidad con la autora contemporánea cuyo nexo está ahí afuera, en La Calle misma. «La calle es un desorden vivo», pensaba Lefebvre. La calle convertida en campo de minas, encrucijada del deseo, Lovetown del intercambio monetario de los cuerpos, organismos nómades, de las derivas amalgamadas en la penumbra clandestina de esos «márgenes bien poblados» a los que Perlongher dedicará horas de vida, escrutinio, tránsito errante y vagabundo.

Resulta delicado encasillar una figura tan versátil, aunque precisamente ahí reside su riqueza heterogénea. Hacia el año 1968 comienza a estudiar la Carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Militante y fundador desde 1971-72 del grupo Eros, célula del Frente de Liberación Homosexual argentino disuelto con la dictadura militar de Videla, pagará exiliado en Brasil la visibilidad de su lucha activista en primera línea. Antes ya había sido encarcelado tras un allanamiento a su domicilio acusado de posesión de estupefacientes. A pesar de la ratonera en la que poco a poco va quedando recluido, aislado, golpeado, entre tanta represión, mientras las detenciones policiales no dejan de sucederse, en 1976 se asocia a la Facultad de Filosofía y Letras con una licenciatura en Sociología. 1981 será el año que finalmente le conduzca a San Pablo. Más tarde, con su tesis O negocio do michê. Prostituçâo viril em Sâo Paulo, obtiene una maestría en Antropología Social. Por el camino, publica dos libros de poesía, Austria-Hungría (1980) y Alambres (1987), y su extenso poema Cadáveres (1982).

Las décadas de los setenta y los ochenta Perlongher va gestando un aporte agudísimo para des(a)nudar el organigrama represivo del régimen sexual neoliberal

Ante todo, Perlongher escribe. Es en el lenguaje desplegado, artículo a artículo, de ensayo a poema, donde hay que buscar aliento, motivos, figuras de riqueza indudable. Las décadas de los setenta y los ochenta va gestando, con un pie entaconado en el asfalto y la mano al mismo tiempo en la máquina de escribir, un aporte agudísimo para des(a)nudar el organigrama represivo del régimen sexual neoliberal. «En los márgenes del cuerpo social emergen impulsos de fuga o de ruptura», escribe, impulsos fuera de quicio, transidos por un pálpito fatigado que, a su huida, tiende retales al olvido, desgarrados jirones por captar, tejer, reconstruir.

La raíz de la persecución de la disidencia sexual es política. Perlongher muestra cómo en ningún caso conviene animar la percepción o asimilación del cuerpo sexuado como una realidad autónoma. Ese espejismo no existe, desfigura solo el plano del entendimiento: desactiva, desconecta, despotencia cualquier horizonte de transformación radical. Cada prosa ensayística de Perlongher enmarcada bajo el epígrafe «deseo y política» supone un eslabón indisociable con la antropología urbana de la prostitución viril. Es desde ese ángulo, desde esa esquina aventada a las corrientes del deseo, que se proyecta una máquina de visión intensiva que disecciona al milímetro las formas de sobrevivencia última, de habitabilidad parásita del sistema.

Casi casi al final, oteando distante el trecho recorrido, sin perderle el pulso al presente, Perlongher decreta la «Desaparición de la homosexualidad» (1991). La homosexualidad, esa «criatura médica» del XIX, cada vez más «saturada», ahogada con la moral higiénica del Sida, con la creciente medicalización de la sociedad, poco a poco naufraga, se desprende de su carácter subliminal amilanándose, reculada en el punto muerto de las identidades. «Ya el movimiento de las locas empezó a vaciarse cuando las locas se volvieron menos locas». La Droga y sus guerras mundiales coparán las noches de raso blanco, a partir de los noventa, el páramo yerto que a sus espaldas dejaron las luchas callejeras de las locas, trans, travestis, putas, bolleras, regado de cadáveres con nombres, tantos nombres, que desbordan. Pero, ¿qué fue de la Loca del Frente, de Lemebel, y sus secuaces, cabalgando el instinto de supervivencia necesario para seguir el cuento, para seguir amando, siempre, lo imposible? La respuesta de Perlongher, igual que otrxs, pasa por el llamado a devenir.

La traslación del devenir deleuziano al plano sociológico, antropológico, literario, implica para Perlongher el hallazgo de un bote salvavidas ante el mar embravecido. Siempre minoritario, siempre vagabundo, abandonarse a un devenir conlleva encarar el vértigo de las rupturas, la intemperie de soltar-para-nadar ―sin garantías― los cascotes flotantes del aparentemente aséptico acomodo. «Abandonamos el cuerpo personal. Se trata ahora de salir de sí». ¿Pero cómo devenir, hacia qué horizontes, por cuáles derroteros? El relato Azul de Perlongher desliza mordaz, subrepticiamente, la siguiente pista: «habrá que arratonarse, ser cada vez más mosca, más araña». Devenir loca, y devenir mosca, culebra, araña. Inquietud zumbona, zigzag hiperactivo o pétrea inmovilidad escrutante, de la tierra al alocado vaivén del viento, parasitando hasta la tupida tela en red de los engaños, hasta en la mierda posándose.

Antiacademicismo nómade

«Rasgos de nomadismo ―criminalizado y medicalizado― sobreviven en las derivas de los noctámbulos, en los vagabundeos del sexo y de la droga, en los ilegalismos obscuros que se traman en la noche […] Una mitología de cuerpos sanguinolentos, violáceos, mutilados, hace de cortina musical a la guerra minuciosa que recorre y trastorna el cuerpo social». La trayectoria escritural y vital de Perlongher se da permanentemente a la fuga entre los espacios público y privado, los dominios de lo íntimo y del común, sin detenerse demasiado en ninguna zona de confort. Explora, nómade él también, las mismas rutas que transcribe. ¿Qué lo singulariza? ¿Qué originalidad compone? ¿Qué contagia? ¿Qué replica?

Perlongher hereda del Lyotard de Economía libidinal (1974), además del ramillete despampanante de términos y figuras, tensores, pulsiones, bandas, derivas, disimulos… la firme distancia para con los postulados de la crítica, en favor de una intensificación de las cosas mismas. Sustituye el vértigo teórico-crítico por una primacía de la descripción arabesca fruto de la proximidad inmersiva, la casi fusión con los objetos de estudio. De ahí que, frente a las condiciones de opresión sistemática de las minorías, Perlongher adopta una voz capaz de articular, con préstamos de urgencia, hábiles cartografías deseantes. Sus fuentes de cabecera serán los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia de Deleuze y Guattari, ampliados con Suely Rolnik; el primero de ellos lo leyó en un taller de barrio hacia 1975 con pragmático paganismo, orientándolo a la praxis política, a un conciso aterrizaje suburbano.

Perlongher guarda con cuidado las distancias respecto a los saberes autorizados: la Academia. A día de hoy, los sobrepoblados estudios culturales pasean siglas, conceptos, artefactos; lo LGTBIQ+ se vuelve eslogan publicitario, la omnipresente «emancipación» en aullido mudo, el «deseo» en espejismo… Asistimos, no con la suficiente perplejidad, al progresivo vaciamiento de categorías en favor de una cháchara ilustrada de espasmos berborreicos. Porque la Academia también tiene sus Sálvame Del(e)ux(z)e y sus sálvese quien pueda: marikón el último. Otra onda, diríase, la producción de Perlongher. Con marginal altanería, emerge similar a una ventosidad que se cuela (invisible), devolviendo el silencioso saber ―posándolo sobre la grava, los adoquines, sobre las aceras mariposeado― al lugar que le corresponde: al hondo precipicio donde huelen nuevamente y crepitan oscuras ansias de infinito.

Frente a las condiciones de opresión sistemática de las minorías, Perlongher adopta una voz capaz de articular, con préstamos de urgencia, hábiles cartografías deseantes

Entre las filias y afinidades que sostienen el grueso de la arquitectura pensante de Perlongher se encuentran Bataille y el erotismo, la antropología estructural de Levi-Strauss y sus discípulos, el postestructuralismo francés al completo, René Schérer y Guy Hocquenghem, ambos integrantes del FHAR francés, y responsable el segundo de la primera e imperiosa respuesta proto-queer a El Anti-Edipo con El deseo homosexual, pasando por San Genet, comediante y mártir, de Sartre. Y la no menos crucial poesía latinoamericana. Sobresale entre sus múltiples intereses la continua atención prestada al Neobarroco. Perlongher va a encontrar ahí una prolongación, un contagioso repositorio de influencias con el que fortalecer la expresividad de su lengua viperina. «Los fuera de la ley, en el ocaso, encienden fuegos y parpadean con un estilo, con un estilo, de pantomima ideológica (filosófica, lógica y política)», sale al paso Lamborghini en una de sus prosas. «Errar es un sumergimiento en los olores y los sabores, en las sensaciones de la ciudad»; por ahí es que Perlongher inserta la travesía del nómade, acorde a una postura que persigue excedentes libidinal-políticos de deseo con estilos recargados de expresión.

«No es una poesía del yo, sino de la aniquilación del yo» la poética que practica con Lamborghini. «Metáforas al cuadrado» que desbaratan el sentido en favor de una potencia productiva del lenguaje que subvierte las nociones de forma y significación. Es inconcebible la escritura de Perlongher, sonoridad, runrún, diseminación, sin considerar la enorme deuda con la obra de Lamborghini, del mismo modo que Lemebel quedara engatusado nada más descubrir la existencia de Perlongher. Desde El fiord (1969), «la perversión ―diríase― puede florecer en cualquier canto de la letra». Rebasamiento del cuerpo y claroscuro, embarrado de fluidos, excrementos. Todo el corpus textual de Lamborghini debe comprenderse al calor del incipiente estudio de Lacan en Argentina, introducido por Óscar Masotta en respuesta al psicoanálisis kleiniano. Y escribirá Lamborghini: «lo único que hay es lo único que importa: el lenguaje». De estos lodos, Perlongher adoptará rasgos de estilo, juegos malabares de lenguaje, más que el estudio del deseo como deseo del otro en Lacan, que asume su coetáneo.

Hay un exceso, en el deseo, de desprecio. Que masturba. Que eyacula. Neobarroso, ya, el embarrocamiento ca(ve)rnoso del plano figural de la escritura.

Pompas vespertinas

Aún quedan palomas negras en
la noche me han contado todavía.
Pedro Lemebel

Lumpen y frenesí. Pelaje pagano más que profano de crápulas, desmelenados, maleantes. Paloma negra de los excesos o el éxtasis folk de malandrín sureño. Eros violentado. Amoralidad blasfema e insolente pajarada sin remilgos. Sex, drugs, rock&roll despeluchado, callejeado: «el malandro transa con el borracho, la marica fuma con el maconiero, y la puta hace programa con el transeúnte». Musgo encharolado en los tacos. Irónico humorío delirante: «esa enorme masa fecal que expele incontinente el ano paquidérmico de la Reina del Plata» (Zelarayán). Pompas. Palabras, mano a mano con el cacareo altisonante, la mítica altanería proletaria. Oscurecido Adonis al trasluz. Encarnada herida, abierta, que supura. Aún. Hoy. Todavía. «O. K., boy, siempre hubo guerras, pero no siempre (he) estado». Santo Daime clinamen divino. «Quien se pierde, pierde el yo. Si yo me pierdo…». Pompas. Palabras. «El último saber flota, muy mono, antes de hundirse» (Lamborghini). Escándalo de un decir plebeyo, de geografías humanas que desbancan, amanecen y amaneran vespertinas el sueño adormecido del viaje semanal de ida y vuelta al trabajo.

Referencias bibliográficas 

Todas las citas de Néstor Perlongher insertas en el artículo y sin referenciar han sido extraídas del mencionado volumen: Prosa Plebeya. Ensayos 1980-1992, Buenos Aires, Colihue, 2008.

Las citas del poeta y prosista Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940 – Barcelona, 1985) provienen del libro Novelas y cuentos I, Barcelona, Penguin Random House, 2015.

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