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Cine
Colectivo y sin autor: breve historia de otro cine

Hace unas semanas pasó por Madrid, Cataluña y Euskadi una comitiva que llevaba una película. Recuerda a las antiguas compañías itinerantes de cine. Como el circo que llega, la película en cuestión, Una isla y una noche (2023), también tiene que llegar a ti porque no se distribuye online ni forma parte de ningún circuito comercial. Sus autores, les Piratas de Lentillères, han dado forma a este proyecto autoproducido y autodistribuido de manera colectiva y participativa. “Colectiva, porque las decisiones podían debatirse entre todas las personas implicadas, y participativa, porque cada etapa de la realización estaba abierta en todo momento para quien quisiera sumarse”, explican.
La propuesta se originó en el año 2021 en el Barrio Libre de Lentillères, ocho hectáreas autogestionadas en el centro de la ciudad francesa de Dijon que se habían okupado una década antes frente a la especulación inmobiliaria. Una isla y una noche no es, como se podría esperar, un documental, sino una fabulación onírica rodada en 16 mm que hace de Lentillères un lugar mágico: “Una isla en medio del cemento; los okupas y migrantes como piratas de hoy; la música y la danza como formas de expresión más allá de las palabras”. Reconocen que “la ficción parecía una forma más accesible y acogedora, ya que es más fácil mostrarse a través de un personaje”.
Tras dos años de trabajo compartido, les Piratas de Lentillères se desplazan por centros sociales para proyectar la película. Además de España, llevan visitados otros once países de Europa y América. “Mostrar una película militante en una gira de proyecciones es para nosotres una forma de viajar con un propósito político, de encontrarnos realmente con otros lugares, otras personas. Es contribuir a crear una red, un archipiélago”, valoran.
Es una iniciativa inspirada en otro proyecto francés, Les Scotcheuses, y en otro espacio autogestionado, en este caso la ZAD (Zone À Défendre, en español Zona A Defender) de Notre-Dame-des-Landes, un antiguo terreno okupado en 2009 para frenar la construcción de un aeropuerto internacional. A partir de 2013, momento de mayor actividad en el lugar, se formó este colectivo de cine autodenominado “artesanal” que trabaja en Super 8. Su influencia ha sido para les Piratas “una verdadera escuela de deconstrucción del cine clásico, por su realización (colectiva y horizontal), por su estética (mezcla de documental, ficción, animación) y por su implicación política (películas hechas por y con personas en lucha)”.
En Francia, mientras se perfilaba a mediados del siglo XX el concepto de “cine de autor” que tanto ha acompañado a la producción cinematográfica, los movimientos políticos pusieron a experimentar el modo de hacer cine
Lo cierto es que en Francia, mientras se perfilaba a mediados del siglo XX el concepto de “cine de autor” que tanto ha acompañado a la producción cinematográfica, los movimientos políticos pusieron a experimentar el modo de hacer cine. Especialmente con la irrupción del mayo de 1968. Ahí surgieron los cinétracts (cinepanfletos) anónimos, propaganda política contrapuesta a los medios de comunicación oficiales, o el surgimiento de grupos de cine colectivo como los Grupos Medvedkin o el Grupo Dziga-Vertov. En este último, la finalidad no era tanto producir un cine político, sino plantear el cine al servicio de la política. Ramón Font, editor de Jean-Luc Godard y el grupo Dziga-Vertov: un nuevo cine político (Anagrama, 1976) define en el prólogo del libro “el propósito del grupo de luchar en dos frentes: políticamente contra la burguesía y el revisionismo, cinematográficamente por una cierta práctica de los sonidos y las imágenes”.
Tanto Dziga-Vertov como Medvedkin son nombres de cineastas soviéticos vinculados al documental. Medvedkin fue ferroviario antes que cineasta, dos grandes invenciones del siglo XIX, lo cual le llevó durante la década de 1930 a desarrollar el Cine-Tren, un proyecto amparado por el propio gobierno estalinista. Chris Marker dirigió un documental sobre su vida, El último bolchevique (1992), donde el propio Medvedkin aparece relatando la experiencia: “Podíamos ir adonde quisiéramos, detener el tren, filmar nuestra película, procesarla en el lugar y mostrarla inmediatamente a las personas que acabábamos de filmar”. En la película, Marker cita el proverbio chino “Dale un pez a un hombre y comerá hoy, enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”, porque la idea era ofrecer a los trabajadores soviéticos unas herramientas de producción propias. Siguiendo esta línea, los Grupos Medvedkin franceses pusieron a filmar a los trabajadores de fábricas en lucha para relatar sus propias experiencias: la textil de Besanzón, de la que nacería Clase de lutte (1968) y la Peugeout de Sochaux, que dejaría Les trois-quarts de la vie y Week-end à Sochaux, ambas de 1971.
Pocos años después, en España el cine también entraba en las fábricas. Antes de Numax presenta… (1980), donde Joaquim Jordá filmaba a la asamblea de trabajadores de la fábrica de electrodomésticos, el Colectivo Cine de Clase coordinó la grabación de un documental con los trabajadores de la empresa metalúrgica Laforsa de Cornellà de Llobregat: O todos o ninguno (1976). Antes ya habían rodado España 68: el hoy es malo, pero el futuro es mío (1968) y El campo para el hombre (1973), entre otras. Helena Lumbreras, una de las directoras detrás del proyecto, contó al año siguiente en El País su metodología clandestina: “Usan ellos las cámaras además de protagonizarlas. Así, las máquinas entran en las fábricas, salen a la calle, y he visto cómo la sensibilidad de gente que no es profesional del cine, pero que cuenta su vida, ofrece visiones extrañas a nosotros, pero muy efectivas”.
El asentamiento de la democracia en España vino a acabar con el anonimato de los autores detrás de ciertos colectivos de cine, fundamentalmente porque el anonimato había sido la respuesta a la represión
El asentamiento de la democracia vino a acabar con el anonimato de los autores detrás de ciertos colectivos de cine, fundamentalmente porque el anonimato había sido la respuesta a la represión. Un caso particular es el del Colectivo de Cine Polans, que operó entre 1976 y 1977. Hasta la recuperación reciente de su material por parte de la plataforma La Digitalizadora de la Memoria Colectiva, sus miembros no se habían reconocido como tales públicamente. Entre sus grabaciones de mítines y manifestaciones, se encargaron de reflejar un Madrid en plena transición democrática a través de los movimientos sociales y las asociaciones de vecinos. José Aguirre, uno de los dos miembros, explica: “La idea de nuestro colectivo era recoger audiovisualmente lo que ocurría en la calle, con el fin de concienciar y movilizar al grupo de personas afectadas a defender sus derechos”.
Grabaron en Super 8 dos documentales —Plan parcial de Vallecas y Transporte en Madrid o el caos como beneficio del capital, ambos de 1977— que se proyectaban “de forma clandestina, bien en centros sociales o parroquias de los barrios donde se habían realizado las acciones grabadas. La respuesta del público era muy participativa, principalmente porque eran los protagonistas de lo que se estaba proyectando. Lo que salía en pantalla eran sus propias reivindicaciones”.
En Barcelona también se sucedieron experiencias similares. Para las primeras lecciones democráticas tras la dictadura franquista, el partido la Lliga de Catalunya planteó como propaganda electoral la elaboración de unos reportajes que se realizarían y emitirían en un autobús en marcha por los pueblos de Girona. La iniciativa se ofreció a nueve jóvenes que se habían conocido en un taller de cine social: Vídeo-Nou. “Llegábamos a los pueblos con el autobús, con música y banderas de la Lliga y, después de hacer entrevistas y recursos de imagen, emitíamos por unas pantallas adheridas a las ventanas”, contó Xefo Guasch en una entrevista para el libro Historia no oficial durante la hipotética transición. El caso Video-Nou / Servei de Vídeo Comunitari (Rayo Verde, 2024). En él su autor, Daniel Gasol, explica que “lo importante no era la tecnicidad de la disciplina audiovisual, sino eso que era registrado videográficamente y que había sido invisibilizado por los medios de comunicación hegemónicos”. El colectivo estaba más interesado en las posibilidades transformadoras de lo social que en las cuestiones artísticas. El Cine-Bus se convirtió en un testimonio radical que daba voz a los habitantes de pueblos y barrios. Tanto es así que antes de acabar el plazo estipulado, Vídeo-Nou fue despedido por el partido porque, como se recoge en un diario de la época, Catalunya-Exprés, “sus películas eran demasiado sociológicas”. La experiencia se prolongó con distintos trabajos hasta 1980, entonces se institucionalizaron bajo el nombre de Servei de Vídeo Comunitari y tres años después se disolvió coincidiendo con la creación de TV3.
Como en la España de 1970, el cine anónimo sigue existiendo como denuncia de los regímenes fundamentalmente no democráticos. A raíz de las protestas de 2019 en Hong Kong, se formó el Anonymous Film Collective. De esa unión colectiva surgió el largometraje Inside the red brick wall (2020), censurada por la Ley de Seguridad Nacional china pero exhibida a través de diferentes festivales a lo largo del mundo. La película recuerda por su estética a otro proyecto activista de finales de la década de 1960, el Newsreel (que toma el nombre de los noticieros de principios de siglo) de Estados Unidos. Sus primeras películas son filmaciones de las protestas contra la guerra de Vietnam y por los derechos civiles. Son los años de la Convención de Chicago, el Verano del Amor, la actividad de las Panteras Negras y el auge del feminismo. Como los cinétracts, los nuevos newsreel servían de información política y anónima enfrentada al sistema.
Aun en democracia, la seguridad que ofrece el anonimato es una de las ideas compartidas por les Piratas al hacer referencia a la militancia: “Las personas visibles en esta película están vinculadas de una u otra forma con este lugar, que ha sido señalado por el Ministerio del Interior y otras autoridades. Son personas que, por su vida militante o por su situación irregular en Francia, están o pueden estar amenazadas por el Estado y sus mecanismos represivos”.
La creación colectiva, al diluir la noción de autoría tradicional, abre nuevas posibilidades políticas para imaginar el futuro, en contraposición a la segmentación y especialización del trabajo tan características de nuestro tiempo. Para les Piratas, “la voluntad era hacer la realización lo más colectiva posible, rompiendo con la división clásica de tareas en el cine, en una lógica de transmisión de saberes y búsqueda de horizontalidad”. A colación de los grupos Dziga-Vertov, la revista Evergreen Review decía en 1970: “Para luchar contra la noción burguesa de Autor y la práctica que implica, podéis empezar agrupando a varias personas (…) Pero si no os organizáis sobre una base política (…) el colectivo no será más que una comida colectiva en el restaurante”.