Madrid
Madrid no es

El crecimiento de Madrid a través de la historia arquitectónica, fundamentalmente de finales del s. XX, y la concepción de una ciudad cuyos desarrollos urbanísticos han perpetuado la segregación económica.

Piscina La Isla Manzanares
A la altura de la Estación del Norte, la piscina La Isla tenía tres piletas y un club social con salón de baile, gimnasio y solárium. Archivo El Salto
26 nov 2019 07:00

1. Geología

Madrid fue noticia por primera vez a propósito de una exhumación. De ello nos dejó constancia Ibn Hayyan en su Historia (citada, a su vez, por el recopilador al-Himyari), al referir que, allá por el siglo X, mientras se excavaba en el exterior de la muralla de Madrid, “se encontró una tumba que contenía un cadáver gigantesco, de 51 codos de largo, es decir 102 palmos [prácticamente 23 metros], desde el cojín que sostiene la cabeza hasta la planta de los pies”. Y añadía: “el volumen de la caja craneana de este cadáver podía calcularse en 8 arrobas, poco más o menos” [en torno a 90 kilogramos]. La primera noticia de Madrid le adivinaba un pasado de parque jurásico: los restos de elefantes, rinocerontes y mamuts expuestos en el Museo de San Isidro, o de Los orígenes de Madrid, lo corroboran. El hecho de que todo haya empezado por una excavación no significó tanto que el suelo de Madrid escondiera un tesoro, sino que ese suelo fuera el propio tesoro.

No sin un cierto despecho, mezclado con osada provocación y desparpajo irónico, el diario La Vanguardia, editado en Barcelona, publicaba el 18 de abril de 1974 un breve comentario sobre la calidad del suelo de Madrid, titulado: “Madrid: un suelo geológicamente malo que se está convirtiendo en el más caro de Europa”. Esta aparente paradoja habría sido objeto de concienzudos análisis por parte de diversos especialistas, dejándose La Vanguardia por el camino el sentido común: “la increíble especulación del suelo en Madrid ha creado esta gran capital que más bien es sólo una capital grande”. Este era el raciocinio: el suelo de Madrid solo tenía valor porque Madrid tenía muchos habitantes. El artículo de La Vanguardia no ahorraba términos comparativos. El precio de un metro cuadrado de solar madrileño vale más que si estuviera sembrado de diamantes.

Un tesoro, por tanto. Sin embargo, el crecimiento de la ciudad se hizo sobre los “esponjosos terrenos de las viejas huertas y campos de labor”. Territorio nutricio. Además, el suelo de Madrid estaría minado por toda clase de túneles, pozos, conducciones, colectores y galerías. Estas particularidades harían prever el empeoramiento del suelo madrileño. Pese a su mordacidad, el artículo de La Vanguardia no faltaba a la verdad. En efecto, el suelo de Madrid está compuesto, principalmente, de arenas y arcillas –rocas blandas del terciario–. La litología dominante es heterogénea, de origen antrópico, dando lugar a formaciones superficiales poco consolidadas. En sus principios de capital, la tierra de Madrid, tan mala para el urbanismo, se utilizaba para el cultivo de secano, desde cereales como el trigo, cebada, avena o centeno, hasta leguminosas como el garbanzo y algarroba. En las zonas regadas por el Manzanares se situaban las huertas y frutales. De Móstoles llegaban melones riquísimos; de Leganés, abundante hortaliza, como cebollas, berenjenas, nabos y coles.

2. Mitología

Madrid nació en una colina. Frontera al Manzanares, donde hoy se ubica el Palacio Real y la Catedral de la Almudena. Su fundación implantó la actual Villa y Corte en una zona fronteriza, la llamada Marca Media, zona de confines del dominio Omeya. La primera muralla de Madrid fue mandada erigir por Muhammad I, emir de Córdoba, el primer rey de Madrid, cuya estatua no está en la Plaza de Oriente. Madrid fue así una pequeña ciudad del Al-Andalus idéntica a tantas otras del resto del Islam. Pero la capital de las Españas no podría tener unos orígenes tan humildes (y tan islámicos) como una simple fortificación defensiva del territorio omeya. Habría que conferirle una fundación mítica: los griegos de Epaminondas, Nabuconodosor… Pese a la permanente evocación de ancestralidades prerromanas, la mayoría del tejido urbano de Madrid carece de historia. Madrid es una ciudad nueva. El único tiempo que tiene —al margen del que se gastó en su construcción— es aquel que dura la amortización de una hipoteca o un contrato de alquiler.

En busca de nuevas grandezas surge “Madrid, Capital Mundial de la Construcción, la Ingeniería y la Arquitectura”, el clúster formalizado el pasado mes de octubre entre el Ayuntamiento de Madrid y 20 entidades públicas y privadas para “llevar la capital a un nuevo estatus a través de la formación, capacitación, I+D+i, desarrollo y fortalecimiento empresarial, promoción y difusión” del sector de la construcción, ingeniería y arquitectura.

Precisamente, en el informe publicado este mismo año por la empresa de servicios inmobiliarios Jones Lang LaSalle (JLL), titulado “Demand and Disruption in Global Cities”, Madrid figura dentro del tipo de ciudades denominadas “aspirantes globales”, un grupo de urbes que ha adquirido muchos de los activos de las principales ciudades globales, tales como conectividad de entrada a sus economías nacionales y continentales, escala metropolitana efectiva y tamaño de mercado, la confianza del capital global, un grupo considerable de talento y múltiples especializaciones agrupadas.

Las ciudades “aspirantes globales”, en conjunto con las “siete grandes” (Londres, Nueva York, París, Hong Kong, Singapur, Tokio y Seúl), configuran una categoría que JLL denomina “ciudades globales consolidadas”.

3. Arquitectura

Las dos dimensiones políticas de la arquitectura son los procesos de producción y la recepción formal. El movimiento moderno se preocupó con los procesos de producción: construcción serial y estandarizada, el énfasis en la vivienda como programa social, la preocupación por las masas.

En este sentido, intentó que la arquitectura tuviera un papel determinante y más alargado en la resolución de problemas sociales. Así debe interpretarse la exhortación de Le Corbusier en su Vers une architecture, publicado en 1923: “Arquitectura o Revolución. La Revolución se puede evitar”.

Como señala Mary McLeod en un texto germinal de 1989 (Architecture and Politics in the Reagan Era: From Postmodernism to Deconstructivism), con el posestructuralismo —cuyo símil arquitectónico fue el deconstructivismo—, la arquitectura abandona el papel político defendido por el movimiento moderno, esto es, la búsqueda de la transformación de los procesos de producción y de las fronteras institucionales, porque su poder político pasa a estar en el signo cultural o, más precisamente, en la revelación de la desintegración de ese signo.

En el presente, las ciudades están hechas con esos mismos objetos culturales rotos, en los que es patente la imposibilidad de reconstruir la comunidad. El movimiento deconstructivista, siguiendo a Lyotard y su retrato de la condición posmoderna, proclamó la muerte de las grandes narrativas: igualdad, razón, verdad, nociones de consenso colectivo, etc. Con este colapso de valores, el arte adquiriría un nuevo papel redentor, uno que negaría las aspiraciones utópicas, pero que encontraría esperanza dentro de la desintegración contemporánea.

No deja de ser revelador que la mayoría de los arquitectos (Peter Eisenman, Frank Gehry, Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Daniel Libeskind) que participaron en la exposición “Deconstructivist Architecture” de 1988 en el MOMA —que, al menos institucionalmente, marcó el inicio del movimiento— se transformaron, con la sedimentación del neoliberalismo como modelo económico, en los portavoces arquitectónicos de las principales corporaciones financieras del capitalismo. España, siguiendo la exhaustiva descripción que Llàzter Moix hace en Arquitectura Milagrosa, se convirtió en el parque temático de la arquitectura posestructuralista. Gehry, Eisenman, Hadid tienen varias obras en la península.

La aportación más substanciosa de Rem Koolhas a la arquitectura y urbanismo —su Bigness y Lite Urbanism son los equivalentes arquitectónicos y urbanísticos de la desregulación regulada, de la exuberancia racional de la “New Economy” que nos ha traído hasta la crisis desencadenada en 2008— es la constatación de la invulnerabilidad del capital global a la critica e intenciones de la arquitectura. La principal implicación fue la retirada de la arquitectura de la teoría social; en el último caso, le dejó de interesar la ciudad. El propio Koolhaas lo manifestó: “la” ciudad ya no existe.

La adopción de una agenda asocial –asumida en la irrelevancia de las ambiciones de la arquitectura y urbanismo para ordenar la sociedad– ha venido acompañada de la popularización de edificios icónicos y radicales, proyectados por “arquitectos estrella”, starchitects, algo así como las top models de los ochenta y noventa.

Si bien lo último que uno debe hacer es tener en cuenta aquello que los arquitectos escriben sobre arquitectura, el corpus teórico de Koolhaas —por darle una pátina científica— apunta con notable claridad los senderos recurridos por la arquitectura y el urbanismo en los últimos años: sumisión al capital —hasta convertirse en su espejo—, la inutilidad de la critica y de todas esas pesadeces de la contracultura y las peroraciones izquierdistas de Tafuri. La principal consecuencia: la arquitectura dejó de interesarse por el mundo y se centró en si misma, en su avance en cuanto disciplina. Si es transgresora, ya no lo será frente a la economía, la política o la sociedad, sino tan solo en su propia lógica interna.

Bernard Tshumi —que coincidió con Koolhaas en la Architectural Association de Londres en los años 1970— incitó a sus alumnos, en una conferencia celebrada en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia, en 1994, a acelerar el capitalismo. Que la arquitectura y el urbanismo siguiesen, acríticamente, los flujos del capitalismo global fue quizá el último intento transgresor de los viejos héroes de la contracultura, descubriendo que la desestabilización podría lograrse mediante capitales de riesgo, grandes negocios y mercados monetarios flexibles.

Si Koolhaas pretendía que la arquitectura abrazase el capitalismo global —como remedio a los desastrosos esfuerzos utópicos de la arquitectura de hacer del mundo un lugar mejor—, los desarrollos urbanísticos que actualmente se llevan a cabo en Madrid, así como los venideros, y que podrían considerarse simulaciones castizas del Bigness de Koolhaas, solo tienen capital. En Madrid, el urbanismo es posterior a la ciudad. La arquitectura solo empieza después de la ciudad haber sido construida.

El paradigma —al menos mediático de todo esto— es, indudablemente, el proyecto Madrid Nuevo Norte (también conocido como Operación Chamartín), autoría del estudio de Richard Rogers (Rogers Stirk Harbour + Partners), en colaboración con RH Arquitectos (de Ana Riaza Espinosa de los Monteros), promovido por el BBVA y la constructora San José.

La combinación de elevadas densidades —se propone una edificabilidad de 2,8 millones de metros cuadrados, de los cuales 1,7 millones se destinarán a oficinas— con la algarabiada sostenible de los “espacios verdes”, dota a esta operación de semblanzas corbusianas con los modelos sesenteros y setenteros de las “towers in the park”. La grandiosidad de la operación confirma, definitivamente, la arquitectura como un agente de exclusión.

En su obra “Capitalismo y morfología urbana en España”, Horacio Capel señala que aquello que los geógrafos acostumbran a denominar la “morfología” urbana es el resultado de las opciones y decisiones adoptadas por los promotores y empresas constructoras. Como analiza Marc Linder en “Projecting Capitalism”, desde la construcción transnacional de ferrocarriles en los años 1840 hasta la edificación de plantas petroquímicas a finales del siglo XX, las empresas constructoras desempeñaron un papel crucial en la creación de los prerrequisitos del mercado mundial y en la propagación del capitalismo hasta lo que antes eran los confines de la tierra.

Desde el siglo XIX, las empresas constructoras vienen influyendo en la migración del capital a lo largo de las fronteras políticas y geográficas. Un tiempo antiguo: “Madrid, Capital Mundial de la Construcción, la Ingeniería y la Arquitectura”.

4. Centro y límite

El crecimiento de Madrid a través de círculos concéntricos —coincidentes con los trazados de las sucesivas cercas que le fueron confinando los recintos— se consuma en la morfología circular de la M-30 y en el desarrollo radial de las infraestructuras de transporte que conectan Madrid con el resto de España. “La circunferencia de Madrid como centro de España es tan perfecta que no busquéis más”, nos aconsejó Gómez de la Serna.

Madrid se fue exfoliando por el ensanche, el extrarradio, los núcleos satélites, los poblados de absorción, los poblados dirigidos. El corolario de todo esto son los denominados PAUs, Planes de Actuación Urbanística, versiones poligoneras del ensanche decimonónico. La manzana ortogonal se convierte en un prototipo de fortaleza, un reducto cerrado. Tipológicamente, un cuartel. La casa deja de ser la conquista plebeya del palacio para transformarse en búnker, casamata. Barrios construidos bajo la fuerza centrípeta de la almendra, deshojados, arrancados al centro, que ahora ese mismo centro quiere recoger en su interior a modo de grapa y recorriendo a ese impedimento que siempre supone un peaje, las puertas, exactamente llamadas las puertas del centro.

No en vano, las más faustas y desmesuradas ceremonias llevadas a cabo en Madrid eran las llamadas entradas regias, rituales organizados por los nuevos soberanos para escenificar su ascensión al trono.
Madrid alberga una contradicción, la paradoja entre su pretensión de ser centro —voluntad impuesta por el poder— y su genealogía de frontera, territorio limítrofe. Lo que une el centro y la frontera, al menos morfológicamente, es que ambos se pueden materializar en un fortín. En 1959 se lanzó el Plan de Descongestión de Madrid. Consistió en la implantación de seis polígonos para uso residencial e industrial en Ciudad Real (Alcázar de San Juan y Manzanares), Guadalajara (El Henares y El Balconcillo), Toledo y Aranda de Duero, con el objetivo de limitar la atracción de la inmigración interior hacia Madrid.

El entonces Ministro de la Vivienda, José Luis de Arese, declaró: “tú no vengas aquí porque esta ciudad no tiene cabida para más, pero como es justo tu deseo, te hemos preparado estos sitios donde hemos reunido lo que buscabas, elige entre ellos el que más te agrade”. España como el suburbio de Madrid.

5. Segregación y clase

Volviendo a los informes. Según el estudio Socio-Economic Segregation in European Capital Cities publicado recientemente por la organización Regional Studies Association, Madrid —una de las 13 ciudades europeas analizadas— se ha convertido en la última década en la capital más segregada de Europa y la segunda con mayor desigualdad social. Esto es, la ciudad en la que personas con diferentes niveles de ingresos viven vidas separadas en partes separadas de la ciudad.

Además, se observa el debilitamiento del impacto de las redes de solidaridad familiar —estas redes exigen una proximidad espacial entre diferentes clases sociales y generaciones—, cuya principal consecuencia sería un aumento de la segregación, característica a la cual Madrid sería especialmente proclive, bastando para ello un pequeño aumento de la desigualdad de ingresos. El aumento de la segregación espacial entre ricos y pobres, cuya manifestación más extrema es que las clases situadas en la parte más elevada del espectro de distribución económica vivan en comunidades cerradas, mientras que las clases más desfavorecidas viven en guetos inaccesibles, puede ser el catalizador de movimientos de agitación social.

En Madrid predomina la tendencia a que las nuevas clases medias con mayores niveles de ingresos se muevan a los suburbios de la ciudad, especialmente al norte y noreste. Por otro lado, aquellas personas con un nivel elevado de ingresos que heredan viviendas en el centro de la ciudad, ahí permanecen. Si bien la segregación espacial de Madrid siga produciéndose del centro hacia los suburbios, el centro viene siendo paulatinamente ocupado por clases con mayores niveles de ingresos (profesionales autónomos).

Este fenómeno se solapa con el hecho de que el centro de Madrid aún se encuentra en una fase inicial de gentrificación, lo que permite observar la convivencia de clases ricas y clases pobres. Esta tendencia tiende a desaparecer a medida que avanza el proceso de gentrificación, en el que las clases más pudientes pasarán a ocupar la práctica totalidad del tejido urbano central. En una ciudad cuyo perímetro se fue definiendo por sucesivas cercas —desde la muralla islámica a la cerca de Felipe IV—, Madrid Central es la nueva tapia de la capital.

6. Permanencia

Una de las canciones del único álbum de Juan Antonio Canta, “Las increíbles aventuras de Juan Antonio Canta”, se titula “Madrid”. En ella se versan cosas así: “Madrid no es una ciudad,/ tampoco es una mujer./ Madrid no es un animal/ aunque le tengo miedo si me mira mal./…/ Madrid no está en un lugar,/ es tu manera de vivir:/ El pecho alante, la mano atrás,/ porque aquí estamos y nos vamos a quedar”. Lo que distingue Madrid de cualquier otra ciudad es no poder ser otra ciudad.

Es una fatalidad, pero Madrid será siempre Madrid; al contrario, por ejemplo, de Lisboa, que puede ser Estambul o Valparaíso. La forma de vivir que Madrid es se asemeja a la cabezonería. Lo que más tiene es permanencia. No es comparable con Nueva York o París, sino con Talamanca de Jarama. Uno vive en Madrid porque tiene todos los otros lugares del mundo hacia donde ir.

Por ser una ciudad donde es difícil vivir, nunca se puede dejar de vivir en Madrid. Para ello, cuenta con un ardid que mucho se parece al olvido: lo que Madrid mejor sabe hacer es perdonar. Quizá por eso le causan tanto daño.

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