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Culturas
Bob Pop: “Mis poemas son unas croquetas sabrosas y no congeladas”
Con un diagnóstico reciente de esclerosis múltiple y 27 años, Bob Pop escribió su primer libro. Era 1998, fue un libro de poesía y Bob Pop era Roberto Enríquez. La misma editorial, La Uña Rota, publica en 2025 otro De cuerpo presente, un poemario que incluye y contesta al primero.
Pese a lo raro que pueda resultar leer poesía de este escritor, crítico cultural, guionista y vedete intelectual, él puntualiza: primero, De cuerpo presente es una vuelta a su escritura de origen. Segundo, pese a ser un texto más serio, no le falta humor, reivindica. Tercero: el poemario completa un puzle.
Tu registro habitual es el humor. ¿Crees que lo abandonas del todo en De cuerpo presente? ¿Puede haber algo de humor en este libro sobre tu enfermedad?
Es un poemario más serio, pero hay algo de ironía. Es un poemario en dos partes muy diferenciadas. La primera es casi una autorreflexión, una manera de explicarme cómo me siento y qué creo que le está pasando a mi cuerpo con el diagnóstico de la enfermedad. La segunda parte es sobre dónde estoy y cómo lo estoy viviendo 27 años después. Pero no es un libro al que le falte humor. Creo que sobre todo la segunda parte tiene mucha luz. En la segunda parte hay muchas ganas de divertirme en esto que está pasando, eso para mí es fundamental, entender que todo tiene que ser divertido pese a todo.
Lo que pasa es que el humor en la poesía es muy complicado, hay que ser muy bueno para hacer humor en poesía, tienes que ser Nicanor Parra y yo no llego a tanto. Pero tampoco quiero que la gente se enfrente a él como: “Madre mía, este señor nos va a contar un drama”. No existe el drama porque existe el libro. Sin el humor, yo no podría ponerme intenso.
¿Cómo escribías hace 27 años y cómo escribes ahora?
Hace 27 años, lo primero, escribía sin dolor. Escribía con la mano derecha y escribía para entender qué me iba a pasar, cómo mi cuerpo se iba a posicionar frente al mundo, pero sin saberlo de verdad. Me enfrentaba a ese diagnóstico con la poca información que había en ese momento sobre la enfermedad, con incertidumbre, pero sobre todo con la fantasía: ¿qué podría ser de mí?, ¿qué lugar podría ocupar?, ¿cómo voy a escribir esto?, ¿cómo voy a contarme a través de esto?
El segundo libro lo escribo con la mano izquierda, con dolor en el hombro y con dolor en el cuerpo. Ahora, para que no me duela, solo puedo escribir a mano. Escribir en el ordenador me cuesta mucho y el dictado me parece un infierno absoluto. Y entonces, lo escribí a mano y luego lo dicté a alguien que lo transcribió y se convirtió en esto. O sea que es un libro en el que en el primero estaba muy solo y en el segundo estoy muy acompañado. Y, de hecho, es un libro colectivo.
Paradójicamente, la segunda parte, en la que el avance de la enfermedad ya es un hecho, es muy luminosa.
Sí, porque también tiene algo de pérdida de miedo. En la primera parte hay mucho miedo, en la segunda hay una sensación casi de temeridad: lo que temía que pudiera pasar en el primer libro que escribí era mucho más leve de lo que luego ha acabado pasando. Y pese a eso, aquí estoy. Tengo la suerte de estar en buenas condiciones cognitivas, emocionales, materiales.
Desde los últimos años de la enfermedad, diría que desde la pandemia, tengo la sensación de estar viviendo todo el tiempo una agonía muy larga, como todos. Sí que hay una cosa en el segundo libro que es la certeza de la mortalidad que a mí, al contrario que asustarme, me parece muy guay, porque cuando lo peor que te puede pasar es morirte, pues es algo como tan vulgar y tan común que tampoco es para tanto. Yo sería mucho mejor sin enfermedad y sin dolor, a mí la enfermedad no me ha enseñado nada, pero sí que me ha ayudado a entender que ese es un proceso por el que pasamos todos. Digamos que se me ha mostrado de un modo mucho más evidente: entonces, agradezco mucho que la vida haya visto que yo no era muy espabilado y, para explicarme en qué consiste, me haya puesto este subrayado con un rotulador muy fluorescente.
La enfermedad no es un regalo ni muchísimo menos, pero como yo me dedico a hacer croquetas con todo, pues eso también lo uso para mi sofrito
Pues qué cabrona.
Ella hace lo que puede y yo me manejo. No tenía más recursos. Estaría baja de presupuesto. No lo sé. Pero como herramienta narrativa me parece guay. Y luego, además, hay otra cosa muy chula para mí en esa segunda parte y es el lugar desde el que me coloca como escritor, porque la silla de ruedas y la dependencia no dejan de ser un lugar privilegiado desde el que observar y pensar. A lo mejor no es un regalo ni muchísimo menos, pero como yo me dedico a hacer croquetas con todo, con todas las sobras de la vida, pues eso también lo uso para mi sofrito. Reconozco que sobre todo soy un aprovechado.
¿Tus poemas entonces son unas buenas croquetas?
Son unas croquetas sabrosas y no congeladas. Y las he hecho yo con mucho curro.
¿Qué papel tiene el gozo en tu libro?
Yo ahora definiría el placer como la falta de dolor. O sea, para mucha gente el placer es una búsqueda incesante de estímulos que les lleve a un lugar de disfrute. A mí me basta con que alguien me rasque donde yo no llego, me coloque la pierna o el brazo en un lugar donde yo no puedo hacer. Yo ahora mismo soy un cuerpo gozante muy sencillo, muy fácil. No soy nada sofisticado. Realmente soy como la antítesis de cualquier parafílico loco: no me tienes que colgar de los pezones ni hacerme un pis en el escroto ni echarme cera ardiendo. O sea, ráscame la cabeza y ya con eso tengo una satisfacción enorme, cosa que sale mucho más barata y más limpia.
En 2019 te entrevistamos en El Salto y ahí ya había una obsesión por la limpieza. Acuérdate que decías que quemar contenedores para hacer la revolución no te iba porque ensuciaba mucho…
Es verdad, deja muchos cascotes. Yo soy de natural ordenado. Pasados los años me he dado cuenta de que yo tengo esta obsesión por el orden y por el equilibrio. No sabía hasta qué punto me iba a convertir en un infierno para quienes me rodean, porque claro, yo ya no me puedo levantar y colocar un jarrón dos centímetros.
Tu libro se puede leer de dos formas. La primera es seguido, del tirón. La segunda es saltando de la primera a la segunda parte, y entonces se ve un juego de espejos, donde un poema se refleja en otro.
Cuando Carlos, de La Uña Rota, me propuso reeditarlo añadiendo poemas, yo tuve que releerlo. Hacía un montón de años que no lo releía. Y dije: “Uy, mira qué talento tenía yo de chiquillo, qué pena que me haya dedicado a cosas tontas como el cabaret”. Una vez leídos, cogí uno por uno y respondí a los poemas de entonces. Y la verdad es que me pareció un ejercicio muy bonito, sobre todo porque no guardaba nostalgia, tampoco me daba vergüenza… Sentí que me había puesto unos cebos y yo, que soy muy facilón, me lancé a morder. El primer libro fue un flash, pero para construir un puzle emocional me faltaba un accesorio de este click de Playmobil que es Bob Pop, y ese accesorio es el dolor, la enfermedad… Un poco intenso. Pero tampoco demasiado.
Te iba a decir: “Hablemos del cuerpo”. Pero no sé si hemos hablado de otra cosa que no sea el cuerpo. ¿Qué papel tiene el cuerpo en tu escritura?
Es un papel que ni siquiera he decidido, me ha venido dado. En estos años de enfermedad y de escritura me he dado cuenta de que escribir ha dejado de ser una tarea intelectual, una tarea motora, es algo físico. Pero ya no solo escribir. Todo lo que yo hago implica a mi cuerpo, cada día me enfrento a dolores nuevos o faltas de movilidad nuevas y eso también me obliga a saber hasta dónde puedo llegar. Al ritmo que vive el mundo, también agradezco que yo pueda seguir mi ritmo y eso agradezco sobre todo a la suerte, que parece un factor muy importante y del que muy poca gente se hace eco ni tiene en cuenta.
¿Suerte es privilegio?
Suerte es privilegio, pero también es suerte. Al final, la suerte es puro azar. Haber nacido donde has nacido, tener un entorno, haber encontrado compañeros profesionales que me permiten estar en el modo en el que puedo estar. Yo ya he perdido toda la iconografía clásica de escritor, no me puedo encerrar en una habitación a escribir ocho horas porque mi cuerpo no lo soporta. Y eso también me obliga a ser mucho más preciso en la escritura. Es decir, si yo voy a estar un rato escribiendo, hay una tarea previa de escritura, que es mental o que es oral. Como paso previo a la escritura, doy muchas vueltas en la cabeza, grabo cosas, luego las escribo a mano.
La escritura, la cultura, es colectiva. Yo lo que hago es una pieza de un fresco que estamos haciendo un montón de nosotres a la vez
Lo que menos me duele hacer es hablar, entonces ahora mismo hablo muchísimo. Y mi casa se ha convertido en un lugar donde viene la gente a charlar. Me he dado cuenta de que no sé pensar-pensar. Necesito hablar, escribir o leer de otros para que me lancen la carnaza y yo, masticando, sepa lo que pienso.
Hablar para hacer la croqueta…
Exacto, para hacer la croqueta final.
Tu cuerpo está más presente que nunca, dices. Eso lo entiendo. Pero, además, es un cuerpo en “presente de indicativo”, dices, ¿por qué?
Porque me marca, porque me señala, porque me indica frente a los demás, porque ha dejado de ser subjuntivo. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que me llevaba muy mal con mi cuerpo. Yo fui un niño gordito hasta que llegó el diagnóstico de la enfermedad y me hice vigoréxico un poco con la sensación de que, ya que he perdido el control sobre este cuerpo y lo ha tomado la enfermedad, mientras pueda voy a controlar lo poco que puedo que es este cuerpo a través de ejercicio. Veo mis fotos de entonces y me veo como flaco cachas, pero recuerdo que en mi cabeza me seguía sintiendo gordo y poco deseable.
Ahora que el cuerpo ha dejado de ser funcional en el sentido más básico del término, me doy cuenta de que me llevo mucho mejor con él. Es un cuerpo indicativo y tengo una percepción mucho más real de mi cuerpo gordo, peludo y con dificultades de movilidad, pero que reacciona a los afectos y a los estímulos. Y que se defiende todo el tiempo para no perder parcelas de movilidad. Y me hace cada vez un poco más punky. Es decir, también me quita el miedo a actuar en cualquier lugar hasta que ese lugar se vaya cerrando. Eso es lo que hace que sea indicativo, lo que hay es lo que ves.
O sea, un cuerpo wysiwyg.
Exacto. What You See Is What You Get. Sí.

Has mencionado que hay una inquietud por la muerte. Yo veo más un deseo de trascender.
Más que de trascender, hay una idea de que la escritura, la cultura, es colectiva. Yo cada vez sufro menos porque ya he dejado de sentir que tengo que escribir el libro sobre la enfermedad, el libro sobre el alcohol, la serie sobre la niñez y la homosexualidad… Yo lo que hago es una pieza de un fresco que estamos haciendo un montón de nosotres a la vez. Me gusta poner mi parte en ese coro donde a veces, de pronto, me toca ser un poco más solista, pero luego me echaré un poco para atrás y será voz solista otra. Lo de la trascendencia también tiene que ver con que yo ahora cada vez que escribo algo, pienso que después va a venir alguien mejor que yo, y que le puede ayudar lo que he escrito igual que a mí me ha ayudado lo que han escrito otros. Y solo con eso ya me siento supercontento.
Además es un libro que yo he escrito para que se lea, pero para que se lea de verdad, sintiéndose interpelado. Porque, además, yo hablo de un cuerpo muy preciso, pero si amplías un poco la figura te das cuenta de que es el cuerpo de todos. Todos somos un cuerpo en decadencia y en descomposición y nos tenemos que inventar una forma u otra.
Yo no creo que tenga otro sentido más que el de irse gastando. Si se ha ido gastando es porque se ha ido usando y se ha ido gozando
Uy, eso no mola escucharlo.
¿Por qué no? Es que ese es el sentido del cuerpo. Yo no creo que tenga otro sentido más que el de irse gastando. Si se ha ido gastando es porque se ha ido usando y se ha ido gozando. Lo que tenemos que pensar es que, ya que lo tenemos, tenemos la presencia y tenemos la posibilidad, lo usemos como podamos y si es posible para entrometernos en todo lo que sea injusto o cruel.
El libro va acompañado de imágenes. La primera parte lleva imágenes de Toya Legido, imágenes de la anatomía de un cuerpo. En la segunda parte hay fotos hechas en tu casa que te hace tu marido, Mauricio Rétiz. ¿No te hacen sentir muy expuesto?
He perdido cualquier temor a la exposición, porque cuanto más te expones más difícil es que te malinterpreten. Y yo necesito que me interpreten bien porque me aburre mucho volver a explicar las cosas. Quiero avanzar, no quiero andar en círculos. Cuando parecía que estábamos avanzando en asuntos muy importantes, llega el fascismo y pretende volver a preguntarse lo mismo. No, no, no: dejemos las cosas muy claras y sigamos avanzando.
Más allá del poemario, ¿qué andas haciendo?
Estoy haciendo teatro, en una gira con Hablar no sirve de nada que ahora estreno en Madrid en el teatro Marquina el 24, 25 y 31 de mayo y 1 de junio. Hice una gira con otro monólogo, pero me di cuenta de que el teatro que yo quería hacer era mentira como monólogo, porque yo ya no puedo hacer nada solo, tengo que estar siempre acompañado. Entonces escribí una pieza para mí y mi cuidador. Es un diálogo sobre el cuerpo, pero también sobre el poder que ejercemos y que ejercen sobre los otros, y sobre los cuidados, sobre mis propios fracasos, sobre el dinero. Sobre un montón de cosas que me interesaban mucho como la dependencia, porque la dependencia que en realidad asumimos como algo que solo nos pasa a un tipo de personas es algo que vivimos todos.
Ya lo han explicado las feministas…
Pero hemos tardado mucho en hacerles caso. Y para mí es una obsesión el hecho de que mi presencia no es suficiente. Además, en el teatro hablo de cosas muy incómodas de las que ya solo se puede hablar en el teatro.

¿Hay cosas de las que solo se pueden hablar en el teatro?
Cada vez más. De hecho, hay cosas de las que hablo en la obra que si las pusiera en Twitter a lo mejor la Audiencia Nacional me llamaba un poquito. Aunque me salí de X mucho tiempo y estoy en Bluesky supercontento porque realmente todo ha dejado de ser urgente, importantísimo y puedo estar todo el día sin consultarlo que no ha pasado. Y luego estoy con varios proyectos de pelis documentales esperando a que la industria ponga la guita, un par de guiones míos y uno de ellos que me gustaría dirigir que no tiene nada que ver con nada de lo que he hecho hasta ahora.
Hace unas semanas arrancó La familia de la tele, un programa de entretenimiento para las tardes de La 1 que se estrenó entre mucha polémica, quejas y unas audiencias que no son las que se esperaban. ¿Qué haces en este programa y por qué ha sido tan polémico este arranque?
Me encanta empezar hablando de poesía y acabar hablando de Belén Esteban, cosa que me parece súper compatible. Pues mira: desde que me propusieron estar en el proyecto me hizo mucha ilusión. Primero, porque a mí me gusta mucho aprender de gente que sabe hacer su oficio, yo vengo de hacer una tele muy gourmet, tele de pago en El Terrat, que es todo alta cocina, y me apetecía mucho hacer menú del día, que también tiene muchísimo arte.
Estás diciendo que La familia de la tele es menú del día, igual se puede liar…
No me preocupa nada. Es menú del día e incluso te diré que un bocadillo. Pero es que un bocadillo bien hecho está muy bien. Yo primero fui muy detractor de Sálvame en su momento, luego fui viendo en qué se iba convirtiendo y me pareció muy interesante el trabajo que hacían. Tuve un giro cuando vi el reality que hicieron en Netflix. De repente vi un grupo de gente con un talento brutal para generar situaciones de altísima comedia disparatadas, sin tomarse nada en serio. Hay que tener mucho talento para hacer eso. Me llamaron además para un papel que me encanta, que es el de ser consultor de audiencia. O sea, que la gente me cuente sus quejas sobre el programa y yo hablar con todo el equipo para ver cómo se puede solventar. Lo que pasa es que yo no sabía que iba a tener tanto trabajo. Yo si lo llego a saber pido más dinero.
A lo mejor soy muy naif, pero me parece un proyecto democrático de tele pública muy interesante. En un momento donde todo está metido en compartimentos estancos, que el programa quiera mezclar tantas cosas, todo tipo de gente que se grite y no se mate me parece que está muy bien. Y donde además no tenga cabida el fascismo.
Si nos dan la oportunidad de acercarnos, probablemente podamos destruir la normalidad como concepto y entonces todo será más divertido, porque la normalidad como concepto es facha
En este momento parece que con lo único que puedes discrepar es con posturas nazis o fascistas. No, desde un mismo lugar progresista podemos discrepar y lo tenemos que hablar aunque no lleguemos a ninguna conclusión. Y, sobre todo, cara a cara. Porque cara a cara es más difícil odiarse. El plató, la tele, también tiene eso.
Que si el primer día que tuve de frente a Kiko Matamoros yo lo primero que le dije por favor, es que me impone mucho tu cosa autoritaria, como de macho alfa. Se levantó, me dio la mano. Todo el mundo me parece tan marciano… pero también creo que yo a ellos se lo parezco. Decía Caetano Veloso una frase que me gusta mucho: “De cerca nadie es normal”. Si nos dan la oportunidad de acercarnos, probablemente podamos destruir la normalidad como concepto y entonces todo será más divertido, porque la normalidad como concepto es facha. Es inevitablemente inmovilista. Lo normal es que ganen los ricos, entonces vamos a evitarlo.
“Me ofrezco para conducir tanques, escribir manifiestos y hacer flores de miga de pan” decías en aquella entrevista con El Salto en 2019 donde te describías como “revolucionario cuqui”. ¿Sigues siendo un revolucionario cuqui?
Ahora soy un poco menos cuqui, porque voy en un tanque. Esta silla-tanque me permite llevarme gente por delante, con lo cual, si hiciera falta... si hay alguna causa, que hay muchas, que me necesitara, puedo incluso instalar unos lanzallamas al lado de la silla.
¿Y sobre escribir manifiestos y hacer flores de miga de pan qué me dices?
Manifiestos puedo escribir pero no tengo ya mucha psicomotricidad fina para la miga de pan. Otra cosa saldrá. Yo me ofrezco para causas.
Y termino. En una presentación de tu libro en Madrid con la escritora Alana Portero ella dice que el poemario gana movilidad en la segunda parte, mientras tú la pierdes. ¿Lo ves así?
La escritura, el habla, creo que es mi forma de moverme. De hecho, en Barcelona voy a presentar el libro con un espectáculo de danza con un bailarín, Miguel Barcelona, porque la creación solitaria cada vez me aburre más.
Bailo con mis poemas y también bailo con mi dolor. Es decir, yo coreografío para que no me duela. Entonces, en el fondo, lo que para muchos son movimientos para captar la belleza, para mí son movimientos para alcanzar el no dolor. Con lo cual, igual que te decía antes que para mí el placer era el no dolor, la belleza también es el no dolor. Y es es un no dolor que me hace entender también los movimientos ajenos, no solo físicos, sino de muchos tipos. Yo cada vez soy más cómplice con aquello a lo que conduce el dolor de los demás. Las reacciones cada vez las entiendo desde un dolor. ¿Me convierte esto en un Paulo Coelho de medio pelo o en un ser superior? Ni idea. Pero me pasa.
La escritura, la coreografía de las palabras, del texto leído o hablado, de la conversación, del teatro, todo esto creo que es mi forma de volver a moverme de un modo en el que me gusta y de un modo que controlo yo. Por ejemplo, en el teatro tengo la sensación de que soy un gran manipulador. Lo que hago es marcar un baile con el público e ir cambiando el ritmo. Y eso me divierte horrores porque no lo puedo hacer con mi cuerpo, pero sí lo puedo hacer con mis textos.
Cuando uno depende de los cuidados, cuesta aprender a que le cuiden. Pero sobre todo, cuesta darse cuenta después de que desde ahí uno también puede cuidar. Y quien dice cuidar dice manipular porque manipular a mí me sigue encantando.