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Elecciones 10N
Anomalías en barbecho
Ante la política de tierra quemada a la que estamos asistiendo, da la sensación de que no queda otra opción que la de apostar por este barbecho político, que no inacción política, y girar nuestra mirada hacia lo invisible y lo subterráneo.
Cuando hace casi cuatro años entré a trabajar en el Ayuntamiento de Madrid, una historia que me contaban mi abuela y mi abuelo asaltaba mi cabeza de forma recurrente. Antes del inicio de la Guerra Civil, mis abuelos vivían en un cortijo rodeado de olivos cerca del jienense pueblo de Martos. Al iniciarse la contienda y la colectivización de tierras, los señoritos huyeron del cortijo dejando este vacío. En ese momento, mi abuela, sus padres y el resto de cuidadores del cortijo y sus tierras quedaban como únicos habitantes.
Fruto de ese momento anómalo, me contaba mi abuela que quienes habían sido los sirvientes de los señoritos se hicieron con el cortijo y comenzaron a gestionarlo. Gestionarlo también conllevó acceder a la despensa en la que se guardaba toda la comida, incluidos los preciados embutidos cuya ingesta, en aquellos tiempos, era escasa entre las clases populares.
Parece que uno de esos días se dio un festín en el que, en el despacho del señorito, se colgó un jamón sobre el escritorio de maderas nobles y forrado de cuero. La grasa del jamón chorreaba sobre el escritorio en el cual también se cortaba chorizo, lomo y otras viandas. En mitad del festín mi bisabuelo apareció en el despacho y le dijo a quienes allí celebraban: “Ya veréis cuando vuelvan los señoritos”.
El envejecimiento y asimilación a la “vieja política” de las marcas electorales de la “nueva política” ha resultado tan rápido como deprimente
Más allá del pesimismo antropológico y de la pasión triste que pueda encerrar esta afirmación de mi bisabuelo, creo que su afirmación atesoraba un principio de realidad que no debemos dejar escapar. Todo en la vida, incluso la vida misma, tiene un final, y más si se trata de una anomalía.
Flaco favor nos hacemos, nos hacíamos, si pensábamos que los gobiernos municipalistas iban a durar para siempre. Flaco favor nos hacemos si pensamos que la “nueva política” y sus diferentes marcas electorales —ya sea en el ámbito municipal, autonómico o estatal— iban a tener el lustre que tuvieron en los momentos de su lanzamiento. Su envejecimiento y asimilación a la “vieja política” ha resultado tan rápido como deprimente.
Las metodologías por las que se toman decisiones estratégicas utilizando diferentes escenarios siempre me han parecido un ejercicio fundamental que denota madurez política. En este tipo de metodologías siempre aparece una que resulta muy lesiva para los intereses de quien está desarrollándola. Colocar encima de la mesa el peor escenario posible no debe ser entendido como un elemento que paralice la acción política, sino como forma de amortiguar el golpe en caso de que se produzca ese escenario como elemento clave que nos permita saber reaccionar y actuar cuando el escenario no sea el deseado.
En los meses que han pasado desde la derrota del bloque de izquierda en el Ayuntamiento de Madrid, ni en las semanas que han transcurrido tras la ausencia de investidura, no hemos podido escuchar muchas propuestas o autocrítica, más bien casi ninguna
En los meses que han pasado desde la derrota del bloque de izquierda en el Ayuntamiento de Madrid, y en las semanas que han transcurrido tras la ausencia de investidura, han corrido ríos de tinta con sesudos análisis de las causas y consecuencias de ambos hechos políticos, pero no hemos podido escuchar muchas propuestas o autocrítica, más bien casi ninguna.
Hoy, a pocas semanas de una nueva campaña electoral y su consecuente nueva llamada a las urnas, el marco nacional se impone a lo municipal o autonómico, el territorio difuso de un Estado sin nación se impone al territorio cotidiano de las patrias barriales. Las promesas de colocar en el centro del debate político la ciudad y el territorio cercano se diluyen como un
azucarillo en el agua.
De nuevo nos encontramos con la política entendida como blitzkrieg (guerra relámpago) en la que la elaboración de programas y listas de forma participada ha quedado durmiendo el sueño de los justos. Una política en la que los híperliderazgos masculinos sustituyen a la inteligencia colectiva que había predominado en el 15M.
Pero la mutación no se ha dado solo en los cómos, sino también el los qués. ¿Dónde han quedado la centralidad de los discursos de la“nueva política” sobre la deuda o el proceso constituyente? Quizá el bipartidismo era mucho más sólido de lo que creíamos y las pretensiones constituyentes se han quedado rápidamente fuera de juego en un proceso por el cual prima lo reconstituyente a lo constituyente. Quizás hemos pasado de la posibilidad de una segunda transición que atendiera el déficit democrático y de justicia social de este país, ese bienestar insuficiente, democracia incompleta, que de forma tan locuaz definía Vicenç Navarro, a un apuntalamiento del régimen del 78 que se vería simbolizado en un mero recambio de élites.
Desde luego que esta “nueva política” que se declara en sus diferentes versiones heredera del 15M ha realizado una lectura cuanto menos simplista de lo ocurrido, pues no parece que la tensión entre las dos lógicas que se expresaban en las plazas, que podemos resumir en el “no nos representan” vs el “¿qué hay de lo mío?”, haya sido resuelta.
De nuevo nos encontramos con la política entendida como blitzkrieg en la que la elaboración de programas y listas de forma participada ha quedado durmiendo el sueño de los justos
En agricultura hay una técnica bastante antigua que se conoce como barbecho. Esta técnica consiste en dejar la tierra de cultivo sin sembrar durante uno o varios ciclos vegetativos. Con ella se trata de recuperar y almacenar materia orgánica que permita la regeneración del terreno para poder plantarla en un futuro mejorando las condiciones de la misma. Se trata pues de esperar a que los ciclos terminen, que se repongan los nutrientes y la composición química del suelo antes de otro tiempo de cosecha para, de este modo, conseguir restaurar el equilibrio de los elementos que componen la tierra. De este modo, durante el barbecho se dan una serie de procesos de regeneración subterránea, invisibles, pero fundamentales para que la tierra vuelva a alcanzar sus niveles óptimos de fertilidad.
Creo que esta metáfora puede ayudarnos a pensar sobre qué hacer ante este nuevo panorama político que tenemos por delante. Un panorama en el que no pocas personas nos hemos quedado en una situación de orfandad política. Es por ello que, lejos de centrar nuestra atención en lo que ocurre en las pantallas y bajo los focos de los platós de televisión, creo que debemos prestar atención a lo que ocurre fuera del foco mediático, prestar atención a los procesos subterráneos e invisibles.
Creo que solo una fuerte cura de humildad política y de barbecho hará que el territorio que pisamos vuelva ser fértil. Solo podremos cosechar nuevas anomalías si dejamos que nuestro territorio se regenere. Pues, ante la política de tierra quemada a la que estamos asistiendo, da la sensación de que no queda otra opción que la de apostar por este barbecho político, el cual no debemos confundir con una inacción política, y girar nuestra mirada hacia lo invisible y lo subterráneo. Pues, como bien dice Flako en su libro autobiográfico Esa maldita pared, “en contra de lo que piensa la mayoría de la gente, bajo la ciudad no (solo) hay mierda. En las cloacas están las puertas secretas hacia el oro”.
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