Deportes
FC Ambigú, la supervivencia del deporte base
Los clubes de deporte base, muy arraigados en asociaciones vecinales o centros educativos, han dado el paso a la gestión de instalaciones municipales sin regularización y más corazón que medios. El voluntarismo y el desconocimiento de la legislación hacen necesaria una adecuación para adaptarse a la legislación en este ámbito que, en la gran mayoría de las situaciones, caen en saco roto. Esto, junto a la falta de financiación al deporte base, hacen del ambigú de los centros deportivos la salvación económica que los clubes necesitan para subsistir, con mayor dedicación que a su propia actividad.

A diferencia de hace unas décadas, donde los colores y las denominaciones de los clubes iban vinculadas al origen del mismo: el nombre del barrio, el gentilicio, o el apodo del grupo, hoy día nos encontramos con entidades que han sido suplantadas por denominaciones comerciales, como es el caso del Unicaja Málaga de Baloncesto o el Coosur Real Betis, entre otros. Algunos, en cambio, derivan esa referencia publicitaria al nombre de su estadio agradeciendo esa inversión en la reforma o en la solvencia económica del club.
Todas las fórmulas parecen aceptadas en el deporte profesional, cada vez más globalizado y alejado de la esencia de su origen. Para eso quedan las pequeñas actividades deportivas del barrio o del pueblo, según el ámbito en el que nos encontremos. Las antiguas peñas o asociaciones deportivas amateur se ven obligadas a modernizarse o adaptarse, económicamente hablando, a estos nuevos modelos de entidades deportivas con enfoque mercantil a pesar de que muchas de ellas vienen soportando prácticamente la totalidad del deporte base del municipio.
Mientras el club profesional que mantiene el nombre ya es propiedad de grupos de empresarios foráneos y tienen un carácter de gran empresa, copando todos los mimos de las autoridades locales y las ayudas e inversiones públicas, las demás entidades o clubes base se ven en la lucha por mantener una misma filosofía, muchas veces muy lejos de su verdadera realidad, que no es otra que la de fomentar el deporte como alternativa a otros hábitos menos saludables en las barriadas.
Tan sólo en Andalucía nos encontramos con alrededor de 4500 y más de 7500 equipos de fútbol base, por señalar una modalidad. De los que podríamos decir que tan sólo unas decenas cuentan con una estructura profesional que les permita afrontar una actividad de gestión y dirección como se les requiere. La figura de la dirección deportiva, gestoría laboral, contabilidad, asesoría fiscal, entre otras, queda muy lejos del requerimiento básico en el alta como asociación o club deportivo con presidencia, tesorería y secretaría. El perfil voluntario y solidario con el que nacen se vuelve un lastre con el requerimiento y exigencia de actualización y conocimiento que cada vez más supone atender un cargo en la estructura del club.
La figura de la dirección deportiva, gestoría laboral, contabilidad, asesoría fiscal, entre otras, queda muy lejos del requerimiento básico en el alta como asociación o club deportivo.
Para el mantenimiento de estas, comienzan a aparecer originales fórmulas que llegan a convertirse en muchos casos en actividades mercantiles con una exigencia mayor que la propia tarea habitual del club. De los más de 1500 campos de fútbol en Andalucía, un gran número comparten una titularidad municipal con una gestión propia del club, en la mayoría de los casos, con la apertura, cierre, control y revisión (las tareas de mantenimiento corren a cargo de la entidad local), y gestión de suministros (los gastos suelen ir a cargo también de la administración local). En numerosas ocasiones, la gestión del alquiler la soportan los clubes puesto que son los que administran la instalación.
Estas concesiones vienen, por un lado, derivadas de una relación viciada donde ambas partes prefieren no alterar sus acuerdos, frecuentemente verbales, y continuar en precario para mantener la actividad. Por otro, el apoderamiento de las posibles actividades económicas que permite la instalación, inclúyase los alquileres, el cobro de entradas por ver jugar a los más pequeños y pequeñas o el propio ambigú, se convierte en la única fuente de ingresos de muchas entidades.
Su origen en peñas de barrio, vinculadas a una asociación con un terreno anexo para juego y a veces a una cuestión familiar por la creación o fundación de las mismas, se apoyaba en el bar o local más cercano como punto de encuentro, almacén y oficina para atender alguna demanda puntual que se prestara más allá del entreno semanal y el traslado a los campos de juego.
Estas, que en su día nacieron como sociedades deportivas sin interés de lucro, apoyadas en una competición de carácter local y sin necesidad de estructura económica, han ido adaptándose y evolucionando hacia un símil de clubes amateurs sin estructuras deportivas profesionales ni planificación alguna.
El origen de los clubes deportivos en peñas de barrio, vinculadas a una asociación con un terreno anexo para juego y a veces a una cuestión familiar por la creación o fundación de las mismas, se apoyaba en el bar o local más cercano como punto de encuentro.
Primero llegaron las acreditaciones técnicas. El paso del voluntariado como forma de gestión, asumiendo la responsabilidad de llevar a un grupo de niños y niñas, requiere en los últimos años de nuevas exigencias como son la acreditación personal desde el ámbito federativo, las actualizaciones y homologaciones de otras certificaciones o las certificaciones de ausencia de delitos penales de naturaleza sexual.
La actualización de la práctica deportiva, con intereses y competencias de diferente índole, hace que la peña de barrio se traslade al campo de césped artificial municipal. Es un primer paso en la pérdida de identidad y, al mismo tiempo, en la incapacidad propia de gestión de la misma. De repente se incrementa el capítulo gastos de la entidad (alquiler de local por necesidad de almacenaje, lugar de reunión, etc.) y las preocupaciones se centran más en solventar la situación que en la propia actividad deportiva. Para paliar esto, durante los años de bonanza económica de las administraciones locales, las subvenciones o ayudas se convierten en la salvación de estas, y se desarrolla un sistema dependiente y escasamente sostenible: aumento de equipos, instalaciones bien equipadas, inscripciones en torneos y campeonatos de cuantías cada vez más alta que se desvanecen rápidamente con la llegada de la crisis y los techos de gasto en los municipios.
El paso de unas instalaciones sencillas a otras de titularidad municipal hace incrementar el capítulo de gastos de la entidad y las preocupaciones se centran más en solventar la situación que en la propia actividad deportiva.
Desaparecen las ayudas y subvenciones al deporte base. Por ello, la inventiva lleva de nuevo a buscar una fuente de ingreso, principal en la mayoría de los casos, por la inercia de venir considerando la gratuidad o cuota simbólica en la inscripción al club. Esa tradicional consideración del bar como principal actividad de la peña se traslada a la propia instalación municipal. En muchos casos en forma precaria y sin ningún tipo de licencia ni adecuación. De un simbólico punto de avituallamiento con venta de refrescos se pasa a un ambigú donde la plancha de cocina es la protagonista. En torno a esta, las bebidas alcohólicas de todo tipo empiezan a acompañar a los espectadores habituales. El partido en casa del domingo se convierte en la expectativa de ingreso para salvar el mes. La visita de un rival u otro marca el importe recaudado. El resultado, futbolísticamente hablando, únicamente marca el debate en la barra. Si la caja es buena, permite mantener a la entidad o a la familia de turno que gestiona el ambigú, la goleada, aunque sea a favor, no garantiza la continuidad a final de temporada.
Esta práctica, muy frecuente en la última década en cualquier ciudad deportiva de cualquier pueblo de la geografía se consolida y determina la realidad económica de los clubes y asociaciones deportivas. Se organizan eventos con más interés en esa recaudación a partir del consumo de bocadillos que en la práctica deportiva en sí. A esto se añade la venta de productos caseros, desde pinchos de tortilla hasta platos de paella. Obviándose cualquier insinuación sobre un registro sanitario o el carnet de manipulador de alimentos.
Es aquí donde surge la nueva controversia en el deporte base. Administraciones que deben hacer echar la vista a otro lado y dejar de aplicar las nuevas normativas o leyes en materia deportiva y de espectáculos. Nos encontramos con la nueva Ley 5/2016, del Deporte en Andalucía, que hace referencia a la prohibición de “venta de alcohol y tabaco en instalaciones deportivas”, así como el Real Decreto 109/2010 que responsabiliza a la empresa, en este caso club o entidad deportiva, de acreditar a sus trabajadores y trabajadoras, si es que pueden considerarse como tal, como manipuladores de alimentos. Pero al margen de la cuestión higiénico-sanitaria, tenemos una nueva legislación en cuestión de protección del menor, en el caso del deporte base. Así, la Ley Orgánica 1/1996, de Protección Jurídica del Menor, modificada por la Ley 26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, así como la Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado, establecen la obligación de que se aporten certificados negativos del Registro Central de Delincuentes Sexuales para todos los profesionales y voluntarios que trabajan en contacto habitual con menores. Pero al mismo tiempo, se carece de protocolos para ejecutar tal control por parte de la administración, siendo habitual encontrarnos con personas voluntarias que de forma puntual colaboran con algún evento deportivo de base.
Como conclusión, sólamente nos queda la reflexión de hacia dónde estamos llevando el deporte base y la organización de las asociaciones deportivas. Resulta de especial interés dotar y cualificar al personal responsable de dichas entidades al mismo tiempo que el voluntariado tiende a convertirse en una actividad cada vez más controlada y concreta. La realidad es que las asociaciones deportivas que soportan el deporte base carecen de estructura que les permita, por un lado, diseñar y coordinar proyectos que sufraguen los costes de mantener a unos profesionales o semiprofesionales con titulación deportiva; y por otro, de mantener una gestión y control de la entidad en todo lo denominado extradeportivo. Seguiremos jugando al límite y anotando en el último minuto para mantener la permanencia.
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