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Derecho a la vivienda
Reglas del juego si eres clase media y quieres comprar un piso en Madrid en 2025

A nosotros, como a tantos otros, nos echaron de nuestra casa. Una casa en la que ya llevábamos casi los cinco años de alquiler, pero cuyo propietario decidió que era buen momento para vender. Según nos contó por teléfono, para poder comprarse una casa más grande que la que ya tiene frente al mar y jubilarse con sólo tres propiedades, que es que le fríen a impuestos y menuda vergüenza, oiga usted.
Nosotros estábamos felices en nuestra casa, mucho, y le ofrecimos comprarla. Nos pidió 450.000 euros por 69m2. Sin trastero, sin plaza de garaje, sin piscina, sin portero y con un calentador eléctrico de duchas austeras. Estas razones fueron el motor que propició la búsqueda de un lugar mejor. O al menos, de un lugar que pudiéramos pagar.
Con mensualidades inasumibles, el alquiler dejaba de ser una opción y emprendimos, con ilusión, la misión de encontrar un piso para comprar. Un nuevo hogar en el que quizás, algún día, nuestra familia pudiera aumentar.
Siendo ya el centro de Madrid sólo accesible para sueldos muy altos e inversores con planes en turismo o vivienda de lujo, comenzamos a fijarnos en los barrios fuera de la M-30. Ingenuos y creyentes en las transacciones del cara a cara, nos recorrimos las agencias inmobiliarias de las zonas que más nos interesaban. Dando nuestros datos, deseos y cualquier otro tipo de información a una ingente cantidad de gente de la que no volvimos a saber nada. La respuesta siempre era la misma: no hay casas.
Tras ver que el trato personal con las agencias no funcionaba, no nos quedó de otra que sumergirnos en las páginas web de gestión inmobiliaria: Idealista, Fotocasa, etc.
Conforme los días pasaban, empezamos a entender cómo eran las reglas del juego. Una notificación salta en tu teléfono y tienes que pulsar. Al instante. Da igual lo que estés haciendo. Paras y abres la app, chequeas las tres primeras fotos y cotejas la zona. Si te cuadra, llama. No te vayas a entretener leyendo la descripción, cuarenta segundos son demasiados. Alguien se habrá adelantado y agendado la primera visita disponible, la cual es clave. Si el piso merece un poquito la pena y no eres el primero en verlo, entonces seguramente lo hayas perdido.
Primera regla: Vive por y para las notificaciones y programa siempre la primera visita disponible. Así, impedirás que otro que viene a ver la casa y le guste se quede con ella.
Segunda regla: cede tus datos a cualquier agente inmobiliario que te los pida, especialmente los de Tecnocasa — sólo así te enseñan el piso—, y esto incluye el famoso “análisis financiero”. Unas 10 preguntas sobre tus ingresos, los de tu pareja, tu manera de vivir, ahorros disponibles etc. Y todo esto tras haber visto tres fotos y casi ni haber leído la descripción ¿Por qué? Según ellos, para cerciorarse de que puedes pagar la operación y, así, evitar compradores frágiles que terminen frustrando la operación.
Regla número tres: asegúrate de que puedes tomar una decisión de cientos de miles de euros en 15 minutos. Porque es lo que duran las visitas. Y ten preparados todos los medios para poder pagar allí mismo y al instante la señal, que suelen ser unos cuantos miles. Si es un inmueble sin grandes defectos y no puedes pagar al instante, probablemente la persona que venga detrás se quedará con él.
Pasaban así los meses y ahí estábamos nosotros. Con todas las alarmas de emails y notificaciones posibles, siempre dispuestos a parar nuestra vida para encontrar una casa. No la soñada, con que fuera habitable era ya más que suficiente. Sin embargo, ni con esas. Porque este tablero tiene también jugadores VIP. Se llaman inversores y se adelantan comprando directamente por teléfono. Así que tanto tú como otras diez personas tenéis, por ejemplo, una cita agendada desde hace más de una semana, rompiendo planes familiares o lo que haga falta, y el día de antes, por la noche, te mandan un mensaje por la aplicación diciéndote que la vivienda ya ha sido comprada por alguien que ni siquiera la ha visto.
A medida que van pasando las semanas y los meses, sin darte cuenta, entras en dinámicas abusivas en las que tienes cada vez menos y menos control. No puedes pensar mucho, pues necesitas casa para vivir y, en la búsqueda, las amenazas son constantes. Es la selva. Y tú eres otro animal más, buscando una salida a cualquier costa.
En varias visitas nos hemos encontrado personas dentro del inmueble, generalmente mayores o personas migrantes que no interactúan contigo, y apenas lo hacen con el agente inmobiliario. Está claro que se marchan en contra de su voluntad. Y tú, pese a tu procesión, te das cuenta de que eres un privilegiado. Para que unos lleguen a un barrio necesariamente otros tienen que marcharse. Miles de personas abandonando un centro irrespirable por los precios se traduce en la llegada masiva de toda esta gente a otros barrios periféricos, más asequibles, subiendo a su vez los precios allí y provocando otra expulsión, en este caso de personas mucho más vulnerables. Un fenómeno extractivo que está sucediendo a la velocidad de la luz y que traerá consecuencias sociales difíciles de adivinar.
Recuerdo el día que decidimos escribir este artículo. Fue el día en el que todo cuadró y dimos la señal. Ese día, por casualidades de la vida, fuimos los primeros en ir a ver ese piso. Era sábado. Llovía. Después de las experiencias que habíamos tenido en los últimos meses, nos gustaba a los dos y decidimos al instante que ése sería nuestro lugar. Quince minutos. Firmamos un papel, pagamos la señal y nos abrazamos.
Entonces, la persona que nos había enseñado el inmueble recibió la llamada de una agencia inmobiliaria que se negaba a renunciar al piso. Un segundo intermediario que también quería arañar algo. Pretendía pagar más señal para desplazarnos y recolocárselo a otros. Tras la agencia, también llamó una pareja, similar a nosotros, que directamente propuso pagar veinte mil euros más por el piso y quedárselo. Esto último generó en nosotros una sensación de profunda tristeza y de decepción. Lo habían conseguido: que nos robáramos el plato los unos a los otros. El mercado manda pero ¿quién hace el mercado? El mercado lo hacemos todos. Sí, nosotros también. Víctimas y a la vez verdugos en el despiadado juego del calamar que acontece en nuestra propia ciudad.
Al día siguiente fuimos a ver el piso con nuestros padres y el intermediario nos comunicó que quería hablar con nosotros en privado. Pese a haber pagado ya la señal, nos mostró mensajes de texto de varias personas interesadas en pagar más y nos extorsionó para ingresarle un dinero extra a él —a expensas de los vendedores— para evitar así perderlo.
Y tristemente eso es precisamente lo que hicimos.