Opinión
Sombras conspiranoicas: no digan posmodernismo, digan marxismo cultural
Este mes sale a la venta el nuevo libro del periodista Daniel Bernabé: La distancia del presente: Auge y crisis de la democracia española (2010-2020). La llegada de esta obra, que leeré cuando pueda adquirirla desembolsando lo que se merece, canaliza en mi bajo vientre todo mi recelo ante la deriva reaccionaria de algunas corrientes de la izquierda.
Hacía tiempo que no escribía. No me gano la vida con ello, ni mucho menos, con lo que la escritura me resulta un ejercicio dependiente, exclusivamente, de mi ánimo y motivación; no obstante, nunca deja de haber elementos que me perturban emocionalmente.
En estos tiempos en donde la pandemia se ha convertido en un frío espectro no abordado políticamente con toda la sustancialidad que se requiere y que sigue dejándonos unos dramáticos efectos de sufrimiento y muerte, las infamias, de las acciones anecdóticas a las estructurales, no dejan de sucederse: de inauguraciones ostentosas de gel hidroalcohólico en el Metro de Madrid a la primacía de los flujos del capital (la mal llamada “economía”) frente a la salud.
De forma paralela, pero no por ello menos infame, este mes sale a la venta el nuevo libro del periodista Daniel Bernabé: La distancia del presente: Auge y crisis de la democracia española (2010-2020). La llegada de esta obra, que leeré cuando pueda adquirirla desembolsando lo que se merece, canaliza en mi bajo vientre todo mi recelo ante la deriva reaccionaria de algunas corrientes de la izquierda.
El “fenómeno Bernabé” se explica, simple y llanamente, por su facultad de vender mercancías
Bernabé es apenas una imagen, una sombra, una excusa. Pero que quede claro, la falta de honestidad a la hora de afrontar un tema que no se ha estudiado con la profundidad que se requiere (en este caso el de “posmodernismo”, como veremos) es algo recurrente por parte de todos los abanderados de la “izquierda reaccionaria”, y el autor madrileño (como no) no se queda atrás. Aunque, a diferencia de su anterior obra (La Trampa de la diversidad), el tema del nuevo libro se aleja de la descripción y análisis de las supuestas derivas intelectuales “actuales”, el espectro del “posmodernismo” (tal y como es entendido en estos ambientes) sigue muy presente en todas sus declaraciones. Las cuales, por cierto, rezuman de toda la soberbia que ha ido ganando estos dos años por el inmerecido protagonismo que han adquirido sus textos.
Pero no he venido a hablar de Bernabé ─es un simple Macguffin─, su presencia se debe únicamente a su relevancia mediática (que yo, tristemente, alimento con mis palabras, pero me niego a eludir el problema), además, no he leído su nuevo libro (el anterior sí) y no voy a pecar de lo que critico. En fin, que luego no se diga. Sólo un apunte, el “fenómeno Bernabé” se explica, simple y llanamente, por su facultad de vender mercancías; o mejor dicho, por las buenas ventas de su anterior obra, lo que acaba reproduciendo, si tenemos en cuenta las formas que el autor emplea, una retórica en la que el “valor” (supuestamente sustancial) de alguien o algo se mide en su capacidad de generar dinero y no en su calidad intrínseca (si es que es posible cuantificar tal quimera). Una lógica de la que no sólo se alimenta, sino de la que llega a jactarse en algunas entrevistas.
Los tentáculos de la izquierda reaccionaria, haciéndole el juego vergonzosa y vergonzantemente a la extrema derecha (no me voy a cansar nunca de decirlo), se extienden por varias esferas políticas y mediáticas (este es el problema que vengo a denunciar): Daniel Seixo, José Errasti, Esteban Hernández, Roberto Vaquero, Víctor Lenore, Soto Ivars, Lidia Falcón, Profe Rojo y otros tantos personajes que, si bien no conforman un corpus homogéneo (ni mucho menos), pululan por la red y por tertulias periodísticas con cierta proyección. Pese a toda su retórica rupturista, toda su simbología comunista y toda su arenga revolucionaria sin “cortapisas posmo-buenistas”, el proyecto de la izquierda reaccionaria ─o al menos el proyecto que se vislumbra tras tanta perorata─ se reduce a una mera proclama (ultra-)conservadora (en defensa de un repliegue autoritario en torno al estado); un recelo cuasi-moralista ─en muchos casos misógino y tránsfobo─ hacia las nuevas formas de socialización, identidad y protestas “posmodernistas”; un paternalismo eurocéntrico supremacista; y un decálogo económico que ─pese a apelar al “obrero” cual receptor de un designio divino supra-histórico─ no deja de ser profundamente reformista en lo sustancial: se busca un pacto con el gran capital, manteniendo la naturaleza actual en cuanto a las relaciones productivas o, a lo sumo, persiguiendo el establecimiento de una suerte de capitalismo de estado(-nación), pero sin afrontar lo esencial: la abolición del trabajo y de la explotación del “hombre” por el “hombre” y de la naturaleza por el “hombre”.
Los sujetos que conforman la izquierda reaccionaria jalean sus proclamas desde sus cuentas de twitter o en insustanciales charlas-debates donde se presentan como intelectuales y líderes revolucionarios
“Ah, ya me dirán ustedes cuando se ha conseguido algún derecho social con batucadas y cancioncitas...”, claman. Tanto vociferar con que la única “manifestación cultural” digna, y por tanto revolucionaria ─per se─, es la proveniente de la clase obrera, que luego resulta que su “obrerismo” es tan clasista (no en el sentido revolucionario, se entiende) como el que más; lo único importante es la visión “pop” y esclerotizada de las experiencias revolucionarias (¡je!, nada “posmo”), ¿quién se lo iba a imaginar? Cosas de la trampa de la cultura o de la diversidad o alguna ocurrencia así, ¿qué más da? ¡Lo suyo es presentar fenómenos no contradictorios como si lo fueran!, “¡viva la lucha de clases!” “¡A las trincheras!” “¡A lanzar cocteles molotov!”, ¡qué no pare el simulacro! “No os preocupéis, ¡los espontaneístas son los otros!”
Los sujetos que conforman la izquierda reaccionaria jalean sus proclamas desde sus cuentas de twitter o en insustanciales charlas-debates donde se presentan como intelectuales y líderes revolucionarios o como expertos en historia, economía, ciencias políticas u otras disciplinas en las que jamás han conocido los entresijos y fundamentos que las constituyen. No es de extrañar, además, que aboguen por la “autoridad” frente al supuesto “horizontalismo de la izquierda posmoderna políticamente correcta”. Claro, cuando esta gente piensa en “autoridad” se ven a sí mismos como modelos de tal autoridad y no tardan en hacerlo patente en sus formas.
Digamos sólo que las redes sociales (un tema al que estos señores no paran de darle vueltas, por cierto) generan una suerte de juego de espejos y apariencias que afloran un ambiente ponzoñoso alimentado por el ego, toda una dinámica en la que, no obstante, acabo remitiendo personalmente (no voy a negarlo, no soy un necio), pero que me produce una gran incomodidad. Sea como fuera, como estudioso de la posmodernidad como categoría histórica (denominarme “teórico” sería una osadía) me siento interpelado ante el uso y desuso de los vocablos posmodernismo y posmodernidad, y de eso estoy más que servido. Ya he hablado en otros artículos sobre la naturaleza conceptual e histórica de ambos y no vale la pena a volver a reiterarlo. Pero hoy quiero centrarme en un punto central en la configuración del discurso reaccionario en la izquierda: el “posmodernismo” como teoría de la conspiración.
El auge actual de la extrema derecha en occidente, o alt-right, tras la crisis de 2008 se explica, en parte, por la consolidación hegemónica del relato conspiranoico del llamado “marxismo cultural”
Cuando digo “teoría de la conspiración” hablo de aquellos discursos que entienden todo un fenómeno histórico global como respuesta a un plan sistemático y racional generado conscientemente por un grupo concreto y delimitado. En otras palabras, me refiero a las interpretaciones que reducen la totalidad de un proceso histórico a la acción motivada de una élite, como si la historia se auto-replegase y conociese a sí misma.
El auge actual de la extrema derecha en occidente, o alt-right, tras la crisis de 2008 se explica, en parte, por la consolidación hegemónica del relato conspiranoico del llamado “marxismo cultural”. ¿En qué consiste tal teoría? Pues (siguiendo la versión más furibunda), según estos, la izquierda, tras haber “perdido” políticamente tras la desintegración del Bloque del Este (evidenciando la incapacidad de su “proyecto económico”), habría tenido que virar su estrategia y pasar a centrare en cuestiones culturales, “supraestructurales” o “periféricas”, y, de esta forma, contando con el apoyo y colaboración de una élite mundial afín, habría parasitado todos los espacios culturales y académicos conformando una especie de contubernio lesbo-ecologista-feminista-indigenista con el único propósito de destruir las bases de la sociedad occidental y sus valores. Nada nuevo bajo el sol.
Destaca, asimismo, la interpretación del marxismo por parte de la alt-right. Ellos operan con una interpretación del materialismo histórico ramplona, economicista y anclada exclusivamente en el Manifiesto Comunista. Esta lectura (pseudo)marxiana es reproducida, y en su caso defendida, por muchos de los izquierdistas reaccionarios a los que hago referencia. Así, la comprensión con la que se aborda la evolución intelectual de los “últimos” años (el tema de la cronología empleada da para otro cantar) viene a ser prácticamente la misma que la de la derecha conspiranoica: un supuesto descentramiento del materialismo que ha pasado de focalizarse en asuntos “económico-materiales” (“estructura”) a cuestiones “ideológicas” y “culturales” (“supra-estructura”). La diferencia entre ambas interpretaciones estriba en que mientras los alt-righter entienden esto como un fenómeno intelectual dentro del marxismo que se hace dominante tras el desplome de la URSS, el “marxismo cultural”, los izquierdistas reaccionarios lo entienden como una actitud intelectual claramente anti-marxista, el “posmodernismo”.
El posmodernismo en la izquierda reaccionaria cumple exactamente el mismo papel que el marxismo cultural en la alt-right
Ahora bien, el posmodernismo en la izquierda reaccionaria cumple exactamente el mismo papel que el marxismo cultural en la alt-right. Es más, la adecuación argumental, teórica e interpretativa es del todo asombrosa, como puede verse entre obras y textos procedentes de reaccionarios de izquierdas y entre libros ultraderechistas (las tropecientas tiras de libros con títulos tales como: El libro negro de la nueva izquierda y demás despropósitos).
En el sentido en el que lo estamos analizando en el presente artículo, el “posmodernismo” queda convertido en una ficción, un espectro, con el que se busca explicar y limitar un proceso en una narración más o menos coherente dotada de una significación cerrada. Su papel es ilustrativo. Carece, por tanto, de cualquier fundamento teórico y de solidez conceptual, pero cumple un determinado rol político: estimulando la acción contestataria a través de un enemigo cognoscible al que combatir.
“Posmodernismo” se reduce a todo aquello que carece de un discurso marcadamente “obrerista” ─que para los reaccionarios de izquierdas es sinónimo de “marxismo” o “comunismo”─. Este supuesto “marxismo” se manifiesta en interpretaciones que limitan el enfoque a una comprensión identitaria del “obrero”, haciendo énfasis en la llamada “cuestión de clase” desde una perspectiva objetivista y no dialéctica. Así, se ataca a una deriva intelectual ─que tal y como definen no existe (conformando un pastiche que va desde el posestructuralismo a la antropología cultural pasando por la teoría crítica y toda una gran amalgama de corrientes dispares)─ que por la influencia de sus tesis disolvería, fragmentaría, la conciencia (objetiva) de la clase obrera sobre sí misma al centrarse (presuntamente) en unas cuestiones (secundarias y “superficiales”) “identitarias” y culturales que le harían el juego al libre mercado al caer en la ruleta del “mercado de la diversidad” (como diría el amigo Bernabé). “Lo posmo”, de esta manera, sería el hipotético auge de lo “cultural” (en la acepción más limitada de la misma) en contraposición de lo material (entendido como economía o relaciones de producción). Todo ello bañado en una vergonzosa concepción de “materia”, digna del más rancio abolengo conservador decimonónico, fluctuando entre el positivismo y el esencialismo.
Incapaces, por omisión o ignorancia, de afrontar el incremento de la complejidad histórica y social, se repliegan en torno a sus manidas categorías (fragmentos teóricos de otras coyunturas que son descontextualizados y fosilizados) alzándose desde sus pedestales mediáticos para cargar con todo aquello que no son capaces de aprehender. Es así como reproducen la tesis conspiranoica del marxismo cultural. Siendo, en este caso, una élite intelectual financiada, apoyada o impulsada (depende de la versión) por el establishment neoliberal la que habría generado el entramado ideológico parasitario que le haría juego al capitalismo y desarticularía al marxismo. Claro, todo esto obvia la complejidad del proceso histórico: con sus afinidades electivas (que las hay), sus contradicciones, sus posibilidades y potencialidades, sus elementos positivos y negativos implicados y, sobre todo, con la irrupción de los subalternos de la modernidad (tratados con hostilidad por parte de los reaccionarios de izquierdas) y de sus nuevos discursos emancipadores. Todo forma una totalidad inabarcable, que impide el cierre categorial.
Pero, en fin, no esperen de mí conclusión esperanzadora. Volveré a enfrascarme a la elaboración de mi tesis doctoral cual “rata de despacho” (aunque, en este caso, el “despacho” es mi habitación de Cáceres en la casa de mis padres tras tener que volver de Madrid [Ayuso vete ya]). Tan solo recordar, por hallar algo de certidumbre, que las condiciones objetivas son, también, subjetivas y las subjetivas son, también, objetivas, la descomposición sistémica sigue su curso y las contradicciones del capitalismo cada vez son más evidentes, ahí es donde está la posibilidad y el punto de fuga para abordar nuestro tiempo y poder transformarlo de forma revolucionaria.
Pensamiento
Crítica a la diversidad con cortisona
Reseña de La Trampa de la Diversidad, de Daniel Bernabé (Akal, 2018).
Filosofía
A vueltas con la posmodernidad
Pensamiento
Pero, ¿qué es la posmodernidad?
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