Pensamiento
Nuria Romo, antropóloga: “Los procesos de medicalización no son neutros, se hacen sobre todo hacia las mujeres”

La XLI Semana Galega de Filosofía, celebrada en Pontevedra hace unas semanas, concentró por unos días a numerosas pensadoras e investigadoras del campo de las Ciencias Sociales y las Humanidades. Tuvimos la oportunidad de hablar con Nuria Romo Avilés, una referente en los estudios de género y drogodependencia, para conocer de primera mano sus impresiones sobre la relación entre el malestar y el consumo de psicofármacos, los cambios de tendencia en el consumo de alcohol entre las adolescentes o el papel que juegan los sesgos de género a la hora de diagnosticar y medicalizar, entre otros temas.
La ponencia que presentas en esta Semana Galega de Filosofía lleva por título Medicalización del malestar, uso y abuso de hipnosedantes. Lo primero que nos gustaría preguntarte es precisamente qué entiendes tú por medicalización, a qué procesos haces referencia cuando empleas este término.
Medicalización es un término que se empieza a utilizar en la investigación socioantropológica en los años sesenta del siglo XX para hacer referencia a procesos de la vida que no son médicos y que se tratan como médicos desde la biomedicina. Entre ellos podríamos hablar de la pérdida, de la separación, del duelo, del desamor o de muchas situaciones de la vida cotidiana que la biomedicina medicaliza y que, por lo tanto, permite que se traten con ciertos fármacos.
La medicalización aparece también en paralelo a todos esos procesos de comercialización de la industria farmacéutica que desde los años cincuenta empiezan a publicitar, a recomendar, a sugerir el uso de psicofármacos de distinto tipo para el tratamiento de o medicalización de estos procesos de la vida cotidiana. Entonces, son dos procesos que creo que se dan en paralelo en el siglo XX y que han llevado a sociedades como la nuestra, muy medicalizada, en la que hay situaciones de la vida en las que todos y todas buscamos el apoyo de la biomedicina.
Los procesos de medicalización no son neutros, se hacen sobre todo contra o hacia las mujeres, que somos las más medicalizadas en distintos momentos de nuestra vida, desde la menarquía hasta la menopausia, en el embarazo, en momentos clave en la vida de las mujeres en los cuales la medicalización abre la puerta a que el malestar sea entendido como algo medicalizable y, por lo tanto, tratable.
Paralelamente, nos vamos al siglo XIX y a la construcción de la mujer como una persona histérica, necesitada de medicación y a la construcción de esa patología dentro de las clasificaciones diagnósticas, al uso en psiquiatría sobre el que tanto reflexionamos desde la antropología. Y desde ahí a revisar pues cómo se ha construido la salud mental de las mujeres y la comprensión de la desigualdad de género. Porque para mí, detrás de los procesos de medicalización y de malestar hay desigualdad de género.
¿Podrías profundizar en el papel de la psiquiatría y las desigualdades de género que crea? ¿Cómo ha ido evolucionando si es que lo ha hecho, el estereotipo de la “mujer histérica”?
En el siglo XIX se genera desde la psiquiatría un control de la salud mental y también de los comportamientos disruptivos de género de las mujeres, es decir, de aquellas que no cumplían con los roles de género y que eran las locas o las brujas, tratadas con frecuencia desde la psiquiatría sin un diagnóstico claro. Si salimos del diagnóstico psiquiátrico y nos vamos a la situación social, sabemos que hay un malestar entre las mujeres que no cumplen los roles de género, no únicamente entre las que no los cumplen porque no quieren, sino también en aquellos casos en los que no pueden o en los de aquellas que son violentadas.
Pensad que, por ejemplo, los datos de violencia de género hablan de que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia a lo largo de su vida por su pareja o por su no pareja. Eso quiere decir que son mujeres muy medicalizadas ¿por qué? Yo creo que un eje clave de la desigualdad de género es el tema del reparto de los cuidados sociales, del mantenimiento de la sociedad. Hay desigualdad en la violencia, hay desigualdad en el acceso al mundo del trabajo, hay desigualdad en el acceso al mundo educativo y hay desigualdad en algo muy importante que genera muchos procesos de medicalización, que es en los cuidados. Y a pesar de que las mujeres se incorporan en los años sesenta del siglo pasado al mundo del trabajo no hay un reparto de los cuidados y eso genera malestar.
Entonces, las dos cuestiones están en paralelo. Una, la creación de la histeria, como la enfermedad femenina que se ha mantenido. Las mujeres no nos ponemos, somos histéricas y perdemos los nervios con frecuencia. Se nos tiende a ver como más débiles e histéricas y eso se ha mantenido desde el siglo XIX. Por otro lado, hay una lucha dentro del colectivo de las mujeres por romper la desigualdad, que se va medicalizando.
¿Y qué papel juega aquí el diagnóstico? Entiendo que tampoco es neutro.
Los diagnósticos se basan en signos y síntomas que rompen sobre lo sociocultural, no lo tienen en cuenta. Por otro lado, el género no está solo en lo sexual, está también en lo identitario y en todo lo que nos rodea. En cómo nos comportamos, en cómo vivimos y en qué roles y estereotipos cumplimos. Desde ahí yo creo que está clarísimo que todo esto está condicionando como se diagnostica, ¿no?
La investigación es muy contundente sobre sesgos de género en diagnóstico. Nosotros estamos investigando las rupturas sobre la prescripción de fármacos como las benzodiacepinas y, por lo tanto, sobre el diagnóstico. Es decir, no todos los procesos de medicalización se producen sobre una persona con diagnóstico y no todos los malestares se están produciendo sobre personas que tienen un diagnóstico. Puede haber personas que no han ido nunca a psiquiatría, sino que han estado tratadas desde atención primaria. La cuestión es que, aparte del diagnóstico, hay unos fármacos que sirven para contrarrestar el malestar, para relajar, para vivir mejor y que han roto el sistema de prescripción médico y el sistema totalmente cerrado en el que creíamos que era una enfermedad mental, un diagnóstico y un fármaco.
En este caso son unos fármacos que para mí se acercan más a “drogas” porque son consumidos fuera del sistema médico, no tienen ese mismo tipo de consumo ni ese mismo tipo de seguimiento, que es lo que lo hace también más peligroso, puesto que toda la epidemia que está viviendo en Estados Unidos de consumo de fentanilo es consumo de otros fármacos.
En este caso para el dolor, no para la ansiedad ni para dormir, pero al fin de cuentas son fármacos que rompen sobre el sistema de regulación de, en este caso, sustancias psicoactivas.. Así que los sesgos de género afectan a la investigación, afectan al diagnóstico y afectan al tratamiento. A la investigación porque en muchos casos las mujeres no han estado en los ensayos clínicos de los propios fármacos; en el diagnóstico porque las categorías son un poco sensibles al contexto, probablemente ante personas racializadas tampoco tengan la misma sensibilidad. En el caso de las chicas de 14 a 18 años en España es la principal droga de abuso, según la encuesta del Plan Nacional sobre Drogas. Serían por orden alcohol, tabaco y luego los hipnosedantes. O sea que es una ruptura también muy fuerte sobre el sistema de regulación de las drogas.
Ya que mencionas esa necesidad de confrontar el malestar, ¿hasta qué punto relacionas este creciente malestar, individual y colectivo, con el aumento en el consumo de psicofármacos?
Como hablamos de sustancias que son legales, prescritas, se supone, ante un diagnóstico, pero en el fondo son sustancias que son en ocasiones autoconsumidas por lo que sus usos aparecen en la encuestas sobre consumo de drogas ilegales que lleva a cabo el Plan Nacional sobre Drogas. Estas encuestas muestran que las mujeres de todas las edades consumen más que los hombres desde que son adolescentes hasta que son adultas. Todo este grupo de hipnosedantes entre los que destacan, por ejemplo, las benzodiazepinas, que son fármacos para tratar la depresión y la ansiedad, pero fueron clave para para confrontar múltiples situaciones de estrés de la vida desde los años sesenta.
Entonces no tienes a priori una posición de rechazo, no eres apocalíptica en cómo se está entendiendo esa deriva social del uso de los psicofármacos.
Cuando se ha realizado investigación en los centros de salud, lo que se ve es que en cuanto los profesionales de Atención Primaria tratan algunas situaciones de demanda clínica con sensibilidad consiguen una disminución en la prescripción. Los datos del Plan Nacional sobre drogas hacen referencia a consumo no prescrito. Y es difícil de comprender, porque claro, tú te imaginas que esto tiene que ver con un diagnóstico, un problema, un fármaco que te prescriben... Y hay un porcentaje de la población que sigue la prescripción médica, es decir, el uso prescrito en la dosis que se les indica, pero no todo el mundo.
Luego hay un saco de gente que los está usando para confrontar otras cosas. En cuanto tú aprendes que todo eso lo confrontas con medicación que pasa a ser una droga más. Estos usos rompen el sistema de regulación de drogas que se establece en Naciones Unidas para regular todo lo que son las sustancias legales o ilegales. Porque claro, todo el peso de la política internacional está en regular el tráfico y el consumo de las sustancias que son ilegales, pero luego la gente va buscando las sustancias psicoactivas más accesibles.
¿Y hay diferencias de clase también? ¿Habría una geografía de clase para ver eso?
Hay mucho, mucha investigación hecha en Atención Primaria viendo perfiles. Y hay, por ejemplo, un alto consumo de personas prescritas entre las personas mayores.
Ahora, durante la pandemia hicimos una investigación en hostelería y el colectivo de las limpiadoras surgía como un grupo hiper medicalizado con este tipo de fármacos. Sufren porque sufren sus cuerpos, porque tienen mucha presión, carga de trabajo...
Pero creo que el malestar de la desigualdad afecta también a mujeres de clases pudientes. Por ejemplo, en esa investigación que nosotros hicimos, en algunos casos entrevistamos a mujeres que eran ejecutivas, que tenían mucha presión en el trabajo, que tenían presión en su casa porque querían estar con sus hijos... Algunas veces el consumo partía del sistema médico, otras veces no. La antropología, la etnografía, permite ver los recorridos, cómo la gente puede en un momento dado ir a Atención Primaria pero luego consume sola, luego vuelve otra vez a Primaria o quizás a Urgencias, pero vuelve a consumir sola y va rompiendo lo que parece que es un protector para los efectos secundarios, que es seguir la pauta que te indica el profesional. Insisto, me parece que es un uso más de drogas.
Preparando esta entrevista, pensábamos en el papel o en los usos que históricamente ha tenido el dolor a nivel social. Y da la sensación de que esta medicalización del malestar parece provocar una fractura entre vida y dolor, casi como una negación de este. No sé si crees que se puede leer así. Quizás por el malestar en sí o por la falta de herramientas para superarlo.
A fin de cuentas el malestar es un dolor también, aunque sea un dolor psíquico. De ahí toda la visión antropológica del dolor, desde Le Breton: cuando rompe el dolor no solamente es algo físico que se puede medir en una escala, sino algo que va mucho más allá porque afecta al ser humano en toda su totalidad y esto está mostrando dolores diferentes, la búsqueda de formas de calmar esos dolores con todas estas posibilidades químicas que traen todos estos fármacos y que al fin de cuentas, son accesibles también, no tienen penalización social. El fentanilo también se extendió sin penalización social.
Ahora está habiendo bastante llamada de atención sobre otro tipo de fármacos que se llaman nitazenos, que están empezando a circular en Europa y son todavía más potentes que el fentanilo. Pero claro, la industria química es ilimitada ¿no? Y esto, además, también tiene un uso médico, es decir, un uso clínico y una necesidad médica. El problema es cómo manejamos ese uso médico o uso personal, quién lo regula. Es otro de los fracasos del sistema de regulación de drogas, porque el sistema de regulación de drogas, cuando surge, regula todo lo que debe de ser ilegal, controlado por los Estados. El tabaco y el alcohol generan graves problemas de salud y, sin embargo, son legales. Y luego se abre la puerta a la regulación de uso farmacéutico, del uso clínico, del uso médico. El sistema de regulación de las drogas no funciona, no funciona para lo ilegal, no funciona para lo legal.
¿Por donde pueden pasar las soluciones a medio plazo a la hora de encarar este problema?
Primero tiene que haber sensibilidad social, porque como cualquier otra sustancia que tenga efectos psicoactivos, tiene efectos secundarios adversos y efectos secundario a largo plazo y puede generar adicción. Tiene que haber una reflexión sobre cómo confrontamos los problemas de salud mental, cómo confrontamos las situaciones de la vida cotidiana que nos generan malestar. Y, sobre todo, tiene que haber más igualdad de género. Es que estos fármacos no los consumen igual hombres que mujeres, que hay tres mujeres por cada hombre desde los 14 años.
¿Entonces, qué problemas o qué situaciones están haciendo que las chicas consuman más que los chicos? Esto tiene detrás desigualdad de género en las edades adolescentes. Probablemente no va a tener que ver con los cuidados familiares en la misma medida que las mujeres de más edad, pero a lo mejor tiene que ver con el cuerpo y la diferente presión que viven las chicas. Puede tener que ver con la sexualidad, puede tener que ver con otros elementos que están haciendo que las chicas tengan una situación de desigualdad de género.
Las chicas llevan una década subiendo, incrementando también el consumo de alcohol. Y ahora mismo hay más chicas consumiendo alcohol que chicos en España y más chicas haciendo consumo intensivo de alcohol que los chicos en España entre los 14 y los 18 años.
¿Qué es el consumo intensivo?
Cinco consumiciones en una ocasión de consumo, cuatro para las chicas, lo que los ingleses llaman binge drinking: beber mucho y rápido. Es el consumo más dañino a nivel hepático y a nivel de neurotoxicidad por el modo de asimilación del alcohol. Cuanto más despacio bebas y más comida tengas en el estómago, más despacito vas a asimilarlo y tu cuerpo va a ir reaccionando mejor a la toxicidad, porque al fin de cuentas, el alcohol es una droga y un tóxico.
Y las chicas rompen hace una década, las últimas investigaciones que hemos realizado con la participación equipos multidisciplinares de la Universidad de Oviedo y de la Universidad de Sevilla, han sido, sobre todo, sobre alcohol y género, porque ha habido un cambio en la tendencia en España, en Europa y en América Latina.
Por ejemplo, en América Latina, no en todos los países, pero sí en algunos. Los datos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) muestran como ya en edades adolescentes hay más chicas bebiendo que chicos. Nosotros lo hemos interpretado como un juego sobre los roles de género, cómo rompen los roles de género: yo estoy ahí, puedo estar. Y luego también siguiendo algunos conceptos de Teresa del Valle, un concepto muy bonito que es “el tiempo de las mujeres”: se ha generado una cultura en la adolescencia entre las chicas de “yo salgo, estoy con mi amiga y bebo, bebo mucho”.
No sé hacia dónde vamos, vivimos una época de mucha incertidumbre, de presión estética en relación con el cuerpo. Yo creo que están viviendo con presión por parte de las redes sociales. Ha habido un cambio muy fuerte en los medios de comunicación, en las redes, en los grupos sociales, en cómo sales, en por qué sales, en cómo te apoyas en los amigos, en las amigas. Y esto ha generado presión sobre el cuerpo y la imagen. Yo creo que puede ser uno de los elementos que explique ese mayor uso entre las chicas adolescentes. La presión sobre la estética, estar todo el día on. Ha habido cambios sociales a los que vamos dando respuesta. Y yo creo que esto es parte de la respuesta a ese cambio social que vivimos.
Hay mucha gente que está hablando de sociedad paliativa, una sociedad que se relaciona con el dolor negándolo. ¿Cómo crees que ha cambiado la experiencia del dolor en nuestra sociedad en una perspectiva del tiempo, las últimas décadas.
Para nosotros en antropología el dolor cambia porque es parte de la sociedad y su cultura. El dolor no es solamente físico. El dolor es contextual y tiene un uso social. El dolor se muestra y se vive de manera diferente dependiendo de dónde estés. Entonces no se podía mostrar igual en el siglo XVIII que ahora, porque no es solamente algo físico como lo entiende la biomedicina, sino que tiene mucho que ver con el contexto en el que está y con lo que quieres mostrar.
Las mujeres mostramos más el dolor que los hombres, Y eso tiene que ver con que los hombres son los más perjudicados, porque muchas veces llegan tarde al diagnóstico de algunas enfermedades ya que han contenido el dolor. Pero hay culturas que muestran más el dolor, como la cristiana, la católica y otras como la protestante, que inhiben más la expresión del dolor. O sea que hay un impacto cultural. Los ritos de paso de los diversos grupos de humanos que habitan la tierra tienen algún manejo en su relación con el dolor.
Por ejemplo, en distopías como Black Mirror está presente esta idea de alcanzar un estado permanente de positividad y de estar bien todo el rato. Se fantasea mucho con la negación de la pérdida en algunos episodios, en los que tienes la posibilidad de clonar el cuerpo o la conciencia de un ser querido fallecido. Estamos negando el dolor, la pérdida.
Sobre todo, entre las personas adolescentes lo importante está ya en qué subes, cómo lo subes, dónde lo subes. La presentación del consumo de alcohol en las redes sociales ha sido el objeto de una etnografía digital que hemos realizado en la que comenzamos a seguir cuentas de Instagram en abierto durante un periodo de tiempo para analizar y describir observacionalmente las publicaciones. En los resultados vimos cómo no se suelen mostrar vomitonas, ni mareos ni de cuando te caes y no ves... nadie pone ninguna imagen sobre nada de esto, sino que siempre es: “Es viernes, una copa”. Esa es la imagen que más se repite.
¿Qué opinas del concepto de salud mental? Parece problemático pensar que la salud mental se asocie a la idea de “estar bien”. Quizá esa sobreexposición esté generando procesos internos que son dolorosos.
Hay una interpretación cultural de las situaciones relacionadas con la salud mental. Hay una psiquiatría transcultural. No todos los pueblos interpretan situaciones relacionadas con lo que se llama salud mental de la misma manera. Aquí hemos entendido que salud mental es lo que tiene que ver con la psiquiatría, con las categorías diagnósticas que impone la Sociedad Americana de psiquiatría o la Organización Mundial de la Salud, que es con lo que se diagnostica en Atención Primaria. Pero la salud mental tiene mucho más alrededor y eso, desde luego, es lo que lo que hace el concepto complejo.
Luego hay otro tema que es la falta de conocimiento y de comprensión de cómo se ha desarrollado el tratamiento de la salud mental desde las instituciones psiquiátricas. Y ahí hay unos temas que son tremendamente complejos y que como con la reforma psiquiátrica, se cerraron, se cerró la institución, pero no se cerró el estigma. Entonces, todavía seguimos pensando en los locos. Nosotros, como parte de uno de los últimos proyectos que hemos hecho, hemos recogido historias de instituciones psiquiátricas andaluzas para ver cómo eran diagnosticadas las mujeres a principios de siglo. El estigma de esa institución y de la enfermedad mental ha generado confusión.
Por último, una pregunta menos canónica. ¿Qué serie, película o libro recomendarías que te parezca relevante o que haya marcado tu trayectoria?
Pues hay una película que se llama Hysteria, que cuadra muy bien con lo que comentaba al principio. Y Dopesick, que es mucho más actual. Está muy bien porque explica ese juego perverso de la industria farmacéutica a la hora de crear un perfil de persona necesitada de prescripción farmaceútica.
Y por último, hay un estudio que hizo una investigadora argentina, Cecilia Arizada, sobre el consumo de benzodiacepina en Argentina, que yo creo que es de los mejores que he leído en el que hizo un trabajo excelente en el que retrató una realidad sobre el consumo que se sigue manteniendo.
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