Cómic
Simon Hanselmann y el arte de lo obsceno

Como si John Waters se hubiera imaginado una versión de Los Simpson a lo Todd Solondz, quizá esta sea la forma más cercana de poder hacernos una idea de lo que significa la serie por la que Simon Hanselmann se ha ganado la reputación como sumo transgresor del mundo de la viñeta. No puede ser de otra forma con títulos como Zona crítica, Bahía de San Búho, Hechizo total o Melancolía, todos publicados en España por la editorial Fulgencio Pimentel.
La imponente diversidad tonal en trazo y color plasmada en cada viñeta por el australiano resplandece en algunos de los momentos más radiantes que nos ha brindado el noveno arte en estos últimos tiempos. Su rotulación de halo impresionista brota en colores pastel expresados con tal encanto que parecen responder a una antítesis capaz de equilibrar el carrusel irrefrenable de burlas desenfrenadas hacia Búho, el único personaje con cierta evasión de la demencia autodestructiva que puebla los cientos de historias tóxicas que siembran esta serie, de las cuales Hanselmann llegó a asegurar a Vice, en 2019, que contienen un 70% de parte autobiográfica: “Mucho de lo que hay en mi trabajo es autobiográfico. Mi madre y sus cosas, sus problemas con las drogas y yo teniendo que lidiar con ellos, además de con el desempleo y con estafarle dinero al Gobierno fingiendo estar más deprimido de lo que realmente estoy. Pero eso no es verdad, no recibí dinero del Gobierno por estar deprimido. Aun así, es bastante autobiográfico, la verdad. No soy escritor, simplemente escribo sobre lo que vivo, sobre mi vida”.
A partir de esta base, el autor australiano forja una perspectiva desde la cual nos empuja a una versión disparatada de las novelas de Dennis Cooper, al mismo tiempo que nos aturde a base de gags trazados con una asunción total del feísmo surgido de la degradación humana llevada al límite.

Todo expuesto a machetazos de sexo turbio, drogas sin filtro y toda clase de extrañezas surgidas de la aberración, aunque también de estremecedores golpes de encanto efímero que surgen de las propias influencias de un tipo que reconoció en Zenda en 2021 que le gustaban mucho Los Simpsons en los años 90, “aunque ahora apesten”, por la firmeza en la escritura de los chistes por parte de Matt Groening en aquellas primeras temporadas. Hanselmann mostraba en esa entrevista su inclinación por la comedia televisiva británica, cosas como Peep Show, Black Books y Alan Partridge. Y también hablaba de otros creadores que le interesan: “Todd Solondz es sin duda mi director de cine favorito; admiro profundamente su compromiso extremo con lograr que el público se sienta extremadamente incómodo. Mi proyecto musical favorito de todos los tiempos es Mount Eerie, de The Microphones; me encanta cómo escribe Phil Elverum sobre la naturaleza y la existencia. De hecho, he estado con él unas cuantas veces en las últimas dos décadas y me maravilla su aprecio por los chistes de pollas, a pesar de la naturaleza a menudo seria y poética de su trabajo. Eso es lo que me gusta. La existencia. La poesía. Chistes de pollas”.
A partir de este armazón referencial, emerge una composición secuencial de las páginas que obedece una disposición en torno a las sitcoms televisivas de los años 80, aunque también podrían cuadrar como versiones lo-fi desastradas de las tiras cómicas dominicales de pioneros como Al Capp, Goerge MnManus o Cliff Sterrett.
Dentro de este marco de acción, los dibujos de Hanselmann son caricaturescos desde una visión paranoica de la gestualización humana y, sobre todo, antropomórfica, simbolizada en las miradas perdidas de perfil tan características de Werewolf Jones, un depravado politoxicómano capaz de apostar a que se pasa sus partes íntimas por un rayador o de cualquier clase de autolesión y acto amoral inimaginable.
Volúmenes como ‘Zona crítica’ resplandecen por albergar los momentos más depravadamente cómicos que se han visto en las páginas de un cómic a lo largo de este siglo
La brutalidad expresada por escenas como esta última ratifica el genio del autor aussie a la hora de evitar moralinas y desproveer del horror de las mismas hasta ser capaz de arrancarnos carcajadas dolientes y molientes. Porque, no nos engañemos, más allá de los momentos melancólicos, los viajes alucinógenos, el sexo de vertedero y los monólogos interiores de resacón, volúmenes como Zona crítica resplandecen por albergar los momentos más depravadamente cómicos que se han visto en las páginas de un cómic a lo largo de este siglo. Todo un festín de delirio y salvajismo antihumanista que resuena como un grano en el culo en esta era de la cancelación y la censura a mansalva.

En este sentido, la capacidad que Hanselmann ha demostrado para embellecer la depravación representada en sus dibujos define la salvaje bipolaridad condensada en estas historias en las que, como no podía ser de otra forma, los grandes protagonistas son Megg, Mogg, Búho y Werewolf Jones. Vigas maestras de una obra de arte, encubierta por sus modismos antisociales, en la que, como explicaba Hanselmann en Zenda, para él todo es cuestión de ritmo. “Quiero absorber al lector y generar en él una sensación de tiempo real. Por eso me ciño a una retícula rígida: sin joder, sin distracciones. Hay que mantener el diálogo en cada viñeta al mínimo; los personajes tienen que cobrar vida en la cabeza del lector. No se puede ser perezoso, a veces hay que dibujar la misma escena estática una y otra vez, alargando el tiempo. Me desconciertan mucho los cómics convencionales que presentan una escena de acción muy caótica y la rellenan con largos pasajes de texto expositivo, ralentizando al lector y quitándole todo el impulso a la escena. Este efectismo está sobrevalorado, no es necesario: es como un hombre con un pene pequeño conduciendo un Porsche. Pajilleros”.
Y aquí está también la clave por la cual la acción dispuesta por Hanselmann en sus cómics está articulada conforme a los cánones narrativos dispuestos por los genios de la viñeta de los años 30 anteriormente citados. Paralelismos más que evidentes del creador del universo más atroz, cómico y hermoso de la actualidad. El corte de magas definitivo contra los buenos modales y toda actitud desprovista de un ángulo obsceno en la representación de la vida.
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