Opinión
No es una guerra de Trump contra el fentanilo, es una guerra contra los pobres

El presidente de los Estados Unidos ha firmado otro de sus nuevos decretos a bombo y platillo al que ha llamado “Ley contra el Fentanilo”. Con esta nueva norma, Donald Trump pretende acabar con la pandemia de adicción al opiáceo que está segando la vida de miles de estadounidenses, sobre todo entre las clases bajas y las zonas más económicamente deprimidas. Pero, una vez más, la solución de esta nueva guerra contra las drogas pretende atajar el problema a base de represión policial y penas desmesuradas de cárcel que, también una vez más, acabarán cayendo sobre los pobres, aumentando la marginalidad y no solucionarán el grave desafío al que se enfrenta la sociedad norteamericana con esta peligrosa pandemia.
Si el país del American Dream tiene en sus cárceles a una de cada cuatro personas reclusas en el planeta, utilizar la represión policial para intentar frenar la epidemia de los opiáceos no servirá más que para hacer rebosar las prisiones mientras condenas a los encarcelados a una vida de exclusión social. Y no serán millonarios blancos los que pisen la cárcel, sino gente pobre y en gran porcentaje racializada, que es a quien realmente le ha declarado la guerra la Administración Trump.
La nueva Ley Contra el Fentanilo será la nueva arma para reprimir a los más pobres, la excusa para perseguir a las personas racializadas y una herramienta más de Trump en su guerra contra los de abajo
Igual que la guerra comercial de los aranceles la acaban pagando los consumidores estadounidenses mientras los gigantes tecnológicos de Silicon Valley acaban recibiendo concesiones fuera como moneda de cambio, de la misma forma que la reforma fiscal se ensaña con los pobres mientra reduce la factura de impuestos a los ricos, la nueva Ley Contra el Fentanilo será la nueva arma para reprimir a los más pobres, la excusa para perseguir a las personas racializadas y una herramienta más de Trump en su guerra contra los de abajo.
Aquí hago un breve inciso porque no he podido evitar darme cuenta de un detalle en el vídeo de la firma de la ley contra el fentanilo que ha publicado en redes la Casa Blanca. En el vídeo, Trump se rodea de personas que sostienen retratos de familiares que han perdido por culpa del fentanilo y se hace fotos con ellos mientras les promete acabar con esta lacra. Entre toda la gente que rodea al presidente, sólo una mujer que se ve durante medio segundo en la última fila es negra. Tan sólo uno de los retratos que se muestran de personas fallecidas es racializada. Las personas que rodean al presidente mientras firmaba la ley son todas blancas.
¿Por qué el presidente se rodea de gente blanca con fotos de víctimas blancas cuando la pandemia de la adicción a los opiáceos afecta principalmente a la gente racializada? Lo hace precisamente por eso. Mostrando a gente blanca, lo que Trump pretende comunicar a sus votantes es: “Yo os voy a defender a vosotros y vuestras familias de los peligrosos narcotraficantes negros y latinos, así como de los malvados comunistas chinos que la producen”. Está todo medido y calculado en sus puestas en escena.
Otra vez la fallida War On Drugs como excusa
La Guerra contra las drogas (War On Drugs) nunca funcionó y no parece que vaya a funcionar. Al menos no para acabar con la adicción y el consumo de las drogas, aunque sí que ha servido para otros menesteres gubernamentales. Richard Nixon la impuso como una forma de enfriar las protestas contra la guerra de Vietnam y los movimientos pacifistas contestatarios (la primera hippy) que señalaban el neoimperialismo militar de los Estados Unidos. La persecución a los supuestos “enemigos públicos número uno”, tal y como llamó Nixon a Timothy Leary, un extravagante profesor que fue expulsado de Harvard por experimentar con el LSD y se convirtió en un gurú de las drogas psicodélicas, siempre ha tenido más que ver con acallar voces discordantes con el establishment y con una guerra racista y aporafóbica.
La War On Drugs de Nixon fue la ley que permitió al Gobierno estadounidense reprimir a los pobres y los racializados con el permiso de la sociedad blanca y rica
En la misma época que los hippies decían no a la guerra, un movimiento político de defensa ante el racismo institucional y la marginalidad a la que había sido relegada la comunidad negra en los barrios pobres de las grandes urbes. Los Black Panters (Panteras Negras) desarrollaron proyectos culturales, comedores o escuelas infantiles en los barrios pobres donde los negros habían sido marginados. Pero, también, se armaron hasta los dientes para defenderse del racismo institucional que ejercían los cuerpos policiales del Estado sobre ellos. La War On Drugs fue la excusa para que el Gobierno de Estados Unidos arremetiera con dureza contra los Panteras Negras y encarcelar durante años a todo aquel que se le encontrara un cogollo de maría o una dosis de LSD. La War On Drugs fue la ley que permitió al Gobierno estadounidense reprimir a los pobres y los racializados con el permiso de la sociedad blanca y rica.
La nueva guerra contra las drogas de Trump no es más que un remake de la fallida batalla de Nixon, aunque con tintes de matón geopolítico. El nuevo presidente está utilizando la pandemia del fentanilo para presionar en la guerra comercial a sus países vecinos, Canadá y México, a los que acusa de no poner el suficiente esfuerzo para frenar, incluso de permitir, el comercio del opiáceo en sus fronteras con los Estados Unidos. Pero también vemos que lo está usando para apretar las tuercas en la batalla económica y geopolítica contra China y como arma narrativa para que sus ciudadanos, esos que acaban pagando los aranceles en última instancia, apoyen las políticas comerciales de Trump. Porque claro, nadie quiere pagar un precio extra por el pedido que hiciste en Temu, pero tampoco quieres que tu barrio se llene de yonkis del fentanilo.
Pero en un plano más local, la estrategia de la lucha contra el fentanilo de Trump está siendo la misma que lleva haciendo Estados Unidos durante décadas: represión y cárcel. Diez años mínimo por tráfico, si hablamos de pequeñas cantidades de menudeo, es una barbaridad que haría sonrojar a cualquier dictador de un país autoritario antidrogas. Pero todavía es más sangrante si lo comparamos con lo que le ha ocurrido a los verdaderos causantes de que la sociedad norteamericana esté enganchada a los opiáceos: Purdue Pharma.
Una pandemia de un opiáceo vendido en farmacias mató a miles de personas pobres y que son los barros de los lodos del fentanilo que azota el país actualmente
En los años 90, la farmacéutica de la familia Sackler aprovechó el sistema de sanidad privado estadounidense, donde cualquiera con licencia médica puede hacer recetas de todo tipo, las laxas regulaciones farmacéuticas y agresivas técnicas de venta con los médicos para que recetaran un opiáceo llamado OxyContin (Oxicodona) para simples lesiones o dolores, expandieron el adictivo fármaco por todo el país, a sabiendas de sus peligros. Una pandemia de adicción sacudió, sobre todo, las zonas pobres del país, a los miles de desempleados de las zonas mineras y fabriles que el neoliberalismo había dejado sin empleo. Una pandemia de un opiáceo vendido en farmacias mató a miles de personas pobres y que son los barros de los lodos del fentanilo que azota el país actualmente.
No os hago más spoiler y si os interesa la historia os recomiendo que veáis la maravillosa serie Dopesick (2021) donde se narra a la perfección, pero sí que os diré que más de tres décadas más tarde, de que se demostrara que eran conocedores de su adicción y de que reconocieran varios de los cargos y de miles y miles de muertos por culpa del OxyCotin, la farma ha sido sancionada con 7.400 millones de dólares (mucho menos de los beneficios obtenidos), pero ninguno de los hombres, blancos y ricos que fueron arquitectos de aquella masacre de gente pobre va a entrar en prisión. Que unos millonarios empresarios que causaron miles de muertos no vayan a entrar en la cárcel pero que ahora llevar unas cuantas dosis de fentanilo en el bolsillo te pueda costar diez años a la sombra no es una macabra casualidad, sino que es la muestra de que no es una guerra contra el fentanilo, sino una guerra contra los pobres.
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