We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Violencia machista
“Muchas mujeres se preguntan ¿por qué me ha pasado esto a mí si yo soy feminista?”
Mujeres feministas que se preguntan por qué acaban en relaciones violentas, jóvenes acusados de acoso que no consiguen ver el abuso en sus actos. Hombres condenados por violencia que se sienten víctimas. La socióloga Elena Casado reflexiona sobre los sentidos que habitan las violencias y se interroga sobre otras formas de enfrentarlas.
La socióloga Elena Casado (Alcalá de Henares, 1967) es profesora en la Universidad Complutense de Madrid e integrante del grupo Sociología Ordinaria. Experta en violencias machistas, Casado intenta desentrañar los sentidos de la violencia a caballo entre el barrio y la academia, la investigación y el activismo. Para ello, habla con mujeres que padecen violencia, hombres acusados de maltrato, mantiene el oído pegado a las calles, y la mirada crítica puesta en el Estado. Nos recibe en su casa de Usera con un café y ganas de charlar de todo.
Te reivindicas como feministas choni, de barrio, ¿qué implica esto a la hora de analizar las violencias?
El barrio me ancla a tierra. Nunca quise ser académica ni pensé que iba a estar en la universidad como forma de vida. Al principio, trabajando con teorías y conceptos, experimenté cierta desconexión de la realidad. Para mí ha sido una experiencia personal muy dolorosa y muy potente, ver cómo determinadas cosas te apartan de la realidad. Ver esos peligros y volver. El barrio y mi cotidianidad aquí me sirven para enfrentar mis contradicciones. Me parece que esa es una posición política, por un lado visibilizar mis privilegios, por otro pensar que cualquiera puede producir conocimiento legítimo.
El barrio me enfrenta a mis contradicciones y me tensa de una manera productivaHay dos cosas que para mí funcionan como principio de realidad muy cotidiana. En estas casas se oye todo. En frente viven tres generaciones. Una de las mujeres es de mi edad, la oigo llorar muchas noches. Me enfrenta con lo que es vivir los años de la crisis, convivir con generaciones distintas, en una familia extensa. La otra es que otra mujer, Nicole, trabaja en mi casa cuatro horas a la semana. Me gusta estar cuando viene para no escudarme: “Toma, enfréntalo, eres alguien que puede pagar este servicio. Nicole en su casa no tiene a nadie que le limpie”. Esa es mi contradicción. Así que no es simplemente la romantización del barrio, sino que es el lugar que a mí me tensa de una manera que creo que es productiva.
Entraste en la universidad en los años 80, y aún sigues ahí. ¿Cómo ha cambiado la agenda feminista desde aquellos tiempos? ¿Cuál era el lugar de la violencia de género?
Creo que nos falta siempre un poco de memoria histórica. Cuando yo empecé en el feminismo, en los 80, ignorábamos también lo que había pasado antes. Entonce el foco estaba fundamentalmente en las violencias sexuales. Tiene que ver con que, en ese momento, el centro del movimiento estaba en reivindicar el espacio público, “la calle y la noche también son nuestras”, eslóganes que se han recuperado y me emociona oír.
También hablábamos de acoso laboral, aunque menos, y casi en el mismo nivel, de la ausencia de las mujeres en los curriculums universitarios. Hubo varios acontecimientos muy visibles, como el de las niñas de Alcasser, muy vinculado a pánicos morales también. En aquel contexto se buscaba un espacio para reivindicar la sexualidad pero al mismo tiempo siendo conscientes de los peligros. Una campaña muy fuerte, similar a la actual, consiguió la reforma del Código Penal en el 89. Antes no se contemplaba que fuera violación la penetración con objetos, o la que no fuera vaginal, todo lo que estuviera más desligado de lo reproductivo parecía que suponía menos daño. Esa reforma fue clave, pero también supuso un poquito de desinfle. O sea, una vez que se consigue que los delitos dejen de ser contra el honor y la honestidad y pasan a ser delitos contra la libertad sexual, hay un cierto descanso.
Entonces salen a la palestra casos de malos tratos como el de Ana Orantes. Ahí se produce un giro. Todas esas reivindicaciones respecto a lo público pasan a la esfera de lo privado. No queremos violencia en la calle pero tampoco en casa. Ojo que en los muchos olvidos que producimos en nuestras narraciones, a veces no reconocemos todo el trabajo. He ido conociendo a mujeres que venían de la Sección Femenina. Cuando hablas con ellas te cuentan que ya estaban trabajando sobre algo que aún no llamaban violencia de género. Estaban recogiendo los malestares de las mujeres en situaciones muy complicadas y haciendo una cierta labor de apoyo. Pero no era lo mayoritario. Por ejemplo: en las jornadas feministas de Santiago de Compostela del 88 contra las violencias machistas, creo recordar que no había ni una sola ponencia sobre los malos tratos, estábamos trabajando otras cosas. El cambio posterior creo que ha sido importante porque ponía sobre la mesa otras realidades. Hasta el punto de que, durante unos años, se igualó la lucha contra la violencia de género y el feminismo.
A pesar de esa centralidad de la violencia machista en la agenda feminista, de la emergencia de nuevas leyes, de las numerosas campañas de sensibilización, seguimos enfrentándonos a la violencia de género y los feminicidios no cesan.
Esto me preocupa mucho. Por un lado, todo lo que hemos hecho ha contribuido a visibilizar relaciones de poder desiguales. Pero, por otro lado, creo que la popularización de la violencia y la objetivación que se ha hecho sobre la idea del maltratador como individuo se nos ha vuelto muy en contra. Por ejemplo, en un peritaje sobre acoso en la universidad en el que estoy implicada, el chaval no identificaba para nada lo que estaba haciendo como una situación de acoso; es más, decía continuamente: “Pero si yo no soy un maltratador, yo no soy eso, ser eso es horrible”.
Hemos construido una categoría tan monstruosa y deleznable en torno al “maltratador” que en lugar de convertirse en algo que nos sirva para movilizar a veces sirve para lo contrario
Hemos construido una categoría tan monstruosa y deleznable que, en lugar de convertirse en algo que nos sirva para movilizar, a veces sirve para lo contrario, para despegarse hacia el “yo no soy eso”. No es muy distinto a lo que nos decían señores condenados y en prisión en una investigación.“Yo no soy mi abuelo, yo he defendido la igualdad”, decían. Creo que tenemos que pensar en las etiquetas que generamos y el efecto que tienen. Del mismo modo que muchas mujeres no se encuentran cómodas definiéndonos como víctimas de la violencia de género, esta objetivación en torno al “maltratador” dificulta hablar del maltrato, poder plantear en una pareja “no me gusta como me tratas en esta situación” o “no me gusta esto que se ha producido aquí”.
Creo que tenemos un problema, porque yo lo que me encuentro cada vez más es eso de “el mío no es el típico caso.” Me da igual que hablemos de violencias sexuales que de violencia en la pareja que a mí, cada persona que me viene a contar su historia, esa es la primera frase que me dice. Y digo, ¿y si no tenemos 'típico caso'? ¿Y si el típico caso es una fantasía que nos hemos generado y que no responde a la realidad, es más estamos mirando tanto los típicos casos que se nos escapan todos los que no son típicos?
¿Cómo se ha construido este típico caso en el que la gente no parece encajar?
Identifico un equívoco en la idea de progreso: plantearnos que la violencia es una cosa del pasado y lo que nos quedan son los restos. ¿Cuáles son estos restos? Señores a los que les falta educación, que son mayores o de pueblo, migrantes y gente racializada. Es decir, todos los otros que puedan representar aquello que el resto de la sociedad blanca biempensante y burguesa ya no somos, porque nosotras yo nos lo tenemos muy pensado.
Me parece que a veces las categorías nos están sirviendo para barrer el problema debajo de la alfombra, para invisibilizar las diferentes desigualdades, la de género en particular, y para decir: no es un problema social, es un problema de unos individuos concretos que son especialmente ceporros y machistas. Así, cuando sucede, decimos: “No me lo puedo creer, no entendemos, es una muerte sin sentido”. ¿Cómo que sin sentido? al menos no les robemos a las asesinadas el sentido de lo que está pasando, el sentido de la desigualdad.
¿A qué te refieres cuando hablas de sentido?
Es desde qué marcos o con qué narrativas nos contamos las cosas. Vi una exposición que me impresionó bastante, eran dibujos de niños y niñas que habían sufrido abusos sexuales y dibujaban a su agresor. Todos los dibujos eran como muy de monstruo: grandes, dientes afilados, casi una caricatura. Entraban por la ventana de noche sin que tú pudieras hacer nada. Lo significativo era que, en muchos casos, los agresores eran los padres de los críos. Para asumir el trauma necesitaban dibujar monstruos ajenos a su vida que entraban por las ventanas. Creo que socialmente hacemos lo mismo. Que nos representamos un monstruo para hacernos la vida más vivible y no incomodarnos en lo cotidiano.
En cuanto al sentido de la violencia, obvio que tiene que ver con la desigualdad de género, pero tiene que ver con más cosas. Tiene que ver con la invisibilización de los trabajos que nos sirven para reproducir cotidianamente la vida. La desvalorización de todo ese trabajo desvaloriza a quienes se ocupan de él, fundamentalmente las mujeres. Tiene que ver con la idea de amor romántico, pero también con estos ideales regulatorios que tenemos en torno al éxito y el yo autónomo. Todo eso hace una malla muy tupida.
Yo utilizo la metáfora de la tramas de sentido porque, no es que sean normas tan rígidas que nos acogoten, porque si fuera así igual las rompíamos más fácilmente, como la luna de un cristal. Pero son capaces de seguir sujetando con una cierta flexibilidad, que es lo que permite que, a pesar de todo, nos quedemos ahí. También hay muchas cosas que están cambiando. Yo doy clase a gente de 17 y 18 años y en los últimos tiempos noto mucho un cambio de léxico, de sensibilidad, que la gente te pregunte utilizando la palabra patriarcado o que una chica ya hable de personas racializadas y utilice el adjetivo. Ahí pienso “qué bueno”, porque hay otros códigos, otros elementos que están entrando a configurar otra trama.
¿Crees que ese cambio de léxico trae un cambio de sentido?Creo que es sintomático de cosas que están cambiado. Hay cosas que yo no me hubiera atrevido a verbalizar en una clase y hoy lo están haciendo. Eso no quita que haya contradicciones potentísimas en su cotidianidad. A lo mejor de ahí la frase de “lo mio no es el típico caso”. Muchas mujeres se preguntan: “Por qué me ha podido pasar esto a mi si yo soy feminista”. Yo creo que la violencia de género nos sirve también para cuestionar la filosofía de la conciencia, en el sentido de que no basta con tener conciencia, eso a mí no me ha evitado estar en relaciones lamentables, que no digo que eran de malos tratos pero que me las podía haber ahorrado. Creo que el feminismo no nos salva de ello: nos ayuda a ver los problemas, pero a veces nos somete a más contradicción y más culpa, yo creo que también es necesario el cuestionamiento colectivo, el compartir.
Frente a estas mujeres que se dicen feministas y se cuestionan, me vienen a la mente algunos hombres que parecen identificarse como feministas para no tener que cuestionarse.
El feminismo se puede convertir en una herramienta para legitimar la propia posición. Ese “¿cómo me estás diciendo que esto es acoso si yo soy feminista?”. Esto revela la identificación con un discurso pero con poco sometimiento crítico de cuáles son mis privilegios aquí o cómo estoy funcionando. Hay una prueba que suelo hacer cada año en las clases, invito al alumnado a que recopilen campañas de visibilización de malos tratos. Les pregunto si se identifican con algún personaje de alguna de las campañas. Nadie se identifica. Jamás se ven ellos como posibles agresores ni ellas como posibles víctimas, porque “es imposible que esto me pasa a mí”. Creo que esa negación dificulta el que realmente nos hagamos cargo de cuál es el caldo de cultivo de la violencia.
¿Qué otra mirada podría saltar este límite para hacer de la violencia algo inteligible en nuestras propias vidas y no algo ajeno y monstruoso que solo pasa a personas anómalas?
Quizás hablar directamente, no del qué somos sino del qué hacemos y qué deseamos. ¿Qué deseamos en el sentido de cómo deseamos vivir nuestras vidas? Veo que tenemos pocas herramientas para pensar eso colectivamente y, desde luego, para negociarlo en una pareja heterosexual, y me temo que no solo.
A mi los sustantivos me dan siempre repelús, y ‘maltratador’ o ‘víctima’, aunque pueden ser adjetivos, los hemos convertido en sustantivos, en algo esencial
A mi los sustantivos me dan siempre repelús, y ‘maltratador’ o ‘víctima’, aunque pueden ser adjetivos, los hemos convertido en sustantivos, en algo esencial. Y entonces te dicen cosas locas como “detecta al maltratador antes de que te maltrate”. Otra cosa es que digas: detecta prácticas de incomprensión y de mala relación en tus relaciones, y eso lo podemos hacer todas, pero no es caer en el sustantivo. Yo creo que hay que volver a insistir en qué prácticas nos parecen inaceptables o qué practicas nos parecen deseables, algunas de las discusiones que se están teniendo en torno al consentimiento creo que van por ahí: luego ya veremos si tú eres un violador o no, ya lo dirá el juez. Ahora, si esto que me estás haciendo es inasumible, si me estás imponiendo tu voluntad, me da igual lo que pase luego en el Código Penal. Creo que centrarse en las prácticas puede ser una de las claves.
¿En tus entrevistas con varones condenados por violencia pudiste ver cómo se salían de los sustantivos?
Una de las cosas que queríamos era entender más allá de que este señor ha sido un capullo con su pareja porque es un machista y la quiere controlar. Qué tramas de sentido ha habido en la cabeza de esta gente y con qué hilos, que son colectivos. Una de las cosas que se repetían bastante es que todos ellos apelaban a la idea de respeto, de pedir respeto. Y no lo enunciaban como el respeto autoritario de mis abuelos, sino como el respeto entre iguales. Cuando entrevistábamos a mujeres no aparecía la palabra respeto como término, sin embargo todos ellos la utilizaban. Y dices, claro, es que parte de las identidades masculinas se están jugando en terrenos que son muy frágiles también. Entonces muchos de ellos se concebían como maltratados en la medida en la que no me ha respetado, no se ha hecho cargo de mis necesidades, no ha respondido a las expectativas que yo tenía, yo he sido el maltratado.
Claro, yo me puedo indignar oyéndolo, pero eso no me va a llevar mucho más lejos. Lo que queríamos era entender desde dónde se contaría esa sensación de haber sido víctimas que, de alguna manera, alimentaba una respuesta terrible y cruel, y ahí es donde te digo que no lo veo tan distinto en la estructura de lo que hoy te cuentan algunos chicos. Es que en realidad era “fíjate lo que ella me hizo”, una discusión muy individualizada, muy: tú me hiciste yo te hice. Ahora bien, que el contexto desde el que interpretamos cada cual las relaciones de poder no tiene nada que ver. A mi me chocó eso, todos estos hombres que se definían como feministas, como defensores de la igualdad. Y tu decías ¿qué me está contando? Definitivamente mucha incapacidad para reconocerse en la etiqueta.
¿Las mujeres han cambiado mucho y los hombres no tanto?
Mira, sacaba el otro día un dato, que me parece muy significativo, sobre cómo había evolucionado el número de médicos, médicas, enfermeros y enfermeras en España desde los 70. En la evolución de médicos ves que al principio había muchísimos chicos y poquitas chicas. Eso va cambiando: están equilibrados, ahora hay hasta más mujeres. Vamos con la enfermería, se podría imaginar que también se hayan equilibrado los géneros. No, mentira. Ves que la línea de enfermeros se mantiene más o menos en el tiempo, mientras el número de enfermeras sigue creciendo. Es decir, que la feminización no ha disminuido, sino que ha aumentado.
La norma de valor y lo universal es lo masculino, el tener un empleo y ser autónomo. Sin embargo, lo feminizado sigue siendo lo tapado, lo desvalorizado y que, por tanto, es poco deseable en términos sociales. A pesar de que hay un discurso como muy místico sobre qué bonito es el cuidado, ese supuesto ideal da con cuerpos completamente machacados, con poco reconocimiento laboral, con una tensión muy potente entre los discursos de qué bonito la madre, y la madre real que sufre todos los días.
¿Qué tiene que ver en la violencia esa falta de reconocimiento?
La socialización masculina hegemónica está muy centrada en que tú no solo eres independiente sino que otra gente va a depender de ti. Cuando por cualquier situación vital tienes que reconocer que la gente no depende de ti tanto como tú esperabas y que, además, tú eres más dependiente de lo que te creías, eso supone una crisis muy potente para muchas masculinidades porque implica no estar cumpliendo con el ideal regulatorio. Sin embargo, a las mujeres no nos cuesta reconocernos como dependientes. Como las personas feminizadas habitualmente nos hemos tenido que pelear por el reconocimiento —es nuestro peligro a veces, o al menos el mío— te quedas atrapada como un perrito con una cuerda esperando a que ese jefe, ese novio, esa gente a la que tú otorgas autoridad y valor, te conceda el reconocimiento. Pero creo que al ser mucho mas conscientes de nuestras contradicciones, porque las vivimos día a día, incluso en los momentos críticos tenemos más herramientas para abordarlas que ellos. Que en ese ideal regulatorio de autonomía tienen menos herramientas para ponerse en cuestión colectivamente.
¿Qué pasa con las violencias que suceden fuera de los vínculos interpersonales?
Yo creo que el feminismo ha conseguido visibilizar las violencias interpersonales, y hemos empezado a visibilizar las violencias institucionales, desde las cárceles a los CIEs, la violencia obstétrica o el acoso en la universidad. Hay otras formas de violencia, las autoinflingidas. Para mi son preocupantes en el sentido que producen mucho sufrimiento cotidiano. Me refiero a formas de autolesión muy extendidas, mucho más de lo que nos pensamos. Da igual que sea con cortes o los denominados trastornos de conducta alimentaria, o incluso el hecho de que la mayoría de personas que tiene enfermedades autoinmunes son mujeres. Son formas que implican una gestión muy individualizada de muchos malestares que, en muchos casos, son de género. Ahí lo que yo tengo son preguntas.
¿Qué tendrán las relaciones de género? ¿Cuánto malestar que no encuentra lugar donde ponerlo se nos pega en el cuerpo?
¿Qué tendrán las relaciones de género? ¿Cuánto malestar que no encuentra lugar donde ponerlo se nos pega en el cuerpo y necesita “aliviarse”. Algunas de las mujeres que practican autolesión, hablan de autolivio y me parece muy significativo. Cuánto malestar vital acumulamos que después tenemos que sacar de alguna manera. Por ejemplo, yo tengo jorobada la mandíbula, el síndrome de articulación temporo-mandibular, super común también entre mujeres. ¿Cuántas dormimos con férula? Qué tiene que ver irte a la cama así con los malestares del día a día. Para mí esa es otra de las formas en las que mi cuerpo se hace daño a sí mismo, igual porque durante el día no tengo mucha capacidad de decir ¡a la mierda todo! Cuando no encontramos un sitio donde poner ese dolor, se nos queda en el cuerpo, en las articulaciones y en la vida. Y cuando no duermes pensando y no encuentras muchos espacios donde compartirlo, eso va dejando huellas en el cuerpo. Me parece que hay ahí una forma de violencia en cuanto a producción de daño, producción de sufrimiento, muy cotidiano.
¿Tiene la violencia una función instrumental, expresiva?Yo más que pensar en la dicotomía instrumental-expresiva me gusta hablar de violencia comunicativa. Toda violencia comunica, la violencia tiene un sentido aunque muchas veces la experimentamos como sin sentido. Por ejemplo, un chico en una agresión sexual, no esta claro que haya algo instrumental, claro que hay algo de expresivo, pero la clave está en que se está comunicando con un ideal regulatorio de masculinidad, con sus iguales, a través de los cuerpos a los que está sometiendo. Yo creo que la violencia siempre comunica, comunica lo legítimo y lo ilegitimo comunica qué se puede ser y qué no, quién es el que manda. “Yo no quería hacerle daño, mi objetivo es que me deje en paz, que no entre en mi fortaleza”. El efecto es que te hace daño, pero poner tanto el foco en la intencionalidad limita la lectura.
¿Cuál es el lugar de la violencia en el proceso de diferenciación de género?
Creo que definir violencia de género como violencia contra las mujeres es muy limitado. No solo porque no seamos los únicos sujetos que la sufrimos sino porque nos impide ver que el propio proceso de diferenciación entre lo masculino y lo femenino es un proceso que está atravesado por violencia. Porque es convertir lo que es continuo en términos de diversidad sexual biológica en categorías; pum pum, dos cajas y todo el mundo aquí y nadie queda afuera y ahora a vigilar las fronteras para que nadie se salga de su lugar. Esa diferenciación de género implica muchas violencias, sobre los cuerpos, sobre las vidas. Para mí, hablar de violencia de género es hablar de todas aquellas violencias que son resultado de la desigualdad sustentada sobre una masculinidad hegemónica que se marca como canon y todo lo que no responde a esto puede ser sometido.
Hay que entender que las violencias contra personas trans o no binarias son una forma fundamental de violencia de género en el sentido de que es recordarnos que las fronteras están claras, tonterías las justas, y estos son sujetos montruosos, y si tú no quieres ser monstruosa aléjate de ellos. Creo que tampoco haremos bien si perdemos de vista que esa violencia de género que tiene esa diferenciación violenta como fundacional hoy la experimentamos mayoritariamente de manera abrumadora las mujeres. Y la ejercen también de manera mayoritaria los varones.
Por otro lado, si seguimos insistiendo en los hombres con intenciones violentas y las pobres mujeres víctimas estamos compartiendo un repertorio muy generizado en el que a las víctimas solo las vemos como víctimas pero no vemos el poderío de su cotidianidad de cada mañana tirar para alante como jabatas. Ni somos capaces de ver que los señores a los que presuponemos la intencionalidad se están comunicando con un código cultural que va mucho más allá de ellos. Es una duda que tengo con el acoso en la universidad. Es obvio que hay que sancionar a alguien que ha acosado pero, ¿es el único culpable de esta situación? Si lo que está manejando es un código compartido ¿cómo narices hacemos? Porque, si no, de nuevo estamos barriendo bajo la alfombra, te estamos acusando de ser culpable de algo mucho más extendido y tú no vas a entenderlo.
¿Cuál debe ser el rol del Estado en todo esto?
Hay que decir más que el Estado reproduce impunidad, que hay una fetichización entorno al concepto de la violencia. A mi me parece escandaloso que la comisión para la revisión del Código Penal en materia de delitos sexuales no se haya reunido hasta la semana pasada y lo haya hecho porque se les acaba el plazo. Todo el mundo está en contra de la violencia de género, pero al mismo tiempo se sigue recortando.El servicio del 016 se mantiene como se mantiene, que es un horror. Ves los presupuestos de los pliegos dónde están los contratos para las casas de acogida y es que son un escándalo. Hay una tensión terrible entre los discursos de “si tienes miedo llama al 016” y que por la noche acabes llamando y te salte el contestador.
Creo que hay que decir que el Estado no solo no nos está defendiendo a quienes sufrimos violencia sino que está dejando constantemente impunes las bases y que, desde luego, no está moviendo políticas públicas suficientes. Yo creo que no hay que pensar en el Estado como nuestra solución, después de todo es patriarcal, confiemos en él lo justo, pero demos la batalla continua para visibilizar que no nos está protegiendo, sino al contrario.
Por ejemplo, con el sindicato Otras, nadie se plantea que entremos a cerrar todos los clubes de alterne de Madrid, eso nadie lo ha dicho. Lo que decimos es que no se regulen derechos. Si nos parece tan escandaloso que la gente se prostituya saquemos una normativa de aquí a mañana que diga: cerrad todos los clubes de alterne. ¿Alguien va a decir eso? no lo va decir nadie. Me parece ilustrativo de esas contradicciones en un discurso muy compartido, pero muy vacío y creo que ahí el feminismo tiene que reivindicar su espacio.
Relacionadas
Opinión
Madres protectoras Cuando la mayoría de medios decían que Juana Rivas había secuestrado a sus propios hijos
Violencia machista
Violencia Machista ¿Es útil el #YesAllMen? Dilemas de la posición masculina frente a las violencias machistas
Justicia
Juana Rivas La Fiscalía italiana acusa al exmarido de Juana Rivas de violencia física, vejaciones y amenazas a sus hijos
Es una entrevista magnífica. Aborda con eficacia aspectos muy complejos de todo este entramado de violencia. Me ha encantado
Habría que peinar un poco más la corriente de palabras, y usar la puntuación para que se entienda. Cuesta leer artículos una profesora que no se expresa asertivamente, que mezcla lo particular con lo general. Hay partes interesantes que quedan sin desarrollar, como la masculinidad reguladora, que otras llaman 'mandato de masculinidad', donde se enmarca la exigencia de 'respeto'.
Tampoco me parece muy sincera como persona: si alguna alumna tiene de 17, son por máximo cuatro meses de primer curso hasta que cumplen los 18. Todas las demás son mayores de edad.
En otros leyes educativas Sí había estudiantes universitarias de 16 años, y menores de edad toda la carrera (antes de la constitución del 78, esta era a los 21).
En fin, una entrevista totum revolutum para solo mencionar la violencia más fuerte contra las mujeres, la prostitución, al final, y parece que ¡cómo no en este medio! ara justificar al supuesto sindicato (parapatronal) y criticar el abolicionista.
¡Pues claro que el objetivo es que no haya locales de alterne ni burdeles ni polígonos Marco ni donde las vidas de las mujeres (y algunos muchachos jóvenes ) se expongan como carnicería para depredadores que pagan o se lucran.
¿Ha denunciado la entrevistada a algún local por prostitución o a un club por trata? . .
Quienes entendemos el feminismo como igualdad de derechos, sí que estamos trabajando por el cierre de los burdeles .ya hay Ayuntamientos que se están planteando su cierre (Madrid, Elche, en canarias).
Gracias por la entrevista. Creo que nos deja un montón de cosas interesantes sobre las que reflexionar