Feminismo y soberanía: Hacia un feminismo andaluz.


El feminismo andaluz, pone la territorialidad por delante y viene para decirnos que, más allá de un simple relato, ser andaluza es una cuestión política. Y como toda cuestión política, necesita una herramienta.
Andalucía, que viene de soberanía. Se trata de poner los puntos sobre las íes y de que se termine ya el cachondeito que rodea lo andaluz, porque mientras ellos (los de Despeñaperros parriba) se ríen, nosotras, cada día, perdemos un poco más de nuestra soberanía (si es que algo nos queda).

Virginia Piña Cruz es co-portavoz del SAT en la provincia de Jáen y activista feminista.
11 oct 2019 11:30


Desde hace algún tiempo, varias voces de mujeres hablan desde Andalucía sobre la precariedad, el aislamiento, la pobreza, el olvido y la invisibilización que sufrimos quienes hemos habitado y habitamos esta tierra. Es lo que se empieza a conocer como “Feminismo Andaluz”, una propuesta para hacer feminismo que también atraviese la territorialidad, y todo lo que ello nos supone. Lejos de caer en esencialismos, de lo que trata es de compartir y hacer más llevadera esa “realidad material” que nos rodea, es decir, esas tasas de pobreza, de paro, de éxodo juvenil, de futuro incierto, de negación de nuestras ancestras y de ridiculización, junto con un poco de exotización, de nuestra cultura.

Andalucía es un territorio de la periferia tanto de España como de Europa. Aunque, geográficamente pertenece a occidente, la realidad es que en términos políticos, Andalucía sufre una realidad propia de la periferia: Invisibilización, negación y expropiación. Nuestra tierra es generadora de una cuantiosa parte de los recursos agrícolas que se generan en el Estado Español, que, a pesar de ir disminuyendo año tras año, sigue dejando importantes sumas de dinero. Nuestra agricultura, que antes fue nuestra joya de la corona, actualmente ha dejado de ser útil para el bienestar de nuestras gentes, y ha terminado para servir, exclusivamente, a intereses financieros mundiales. Una agricultura basada en términos productivistas, y no en alimentarios, es lo que se ha pretendido. Andalucía tiene cuatro millones de hectáreas cultivables, es productora mundial en aceite de oliva, la huerta de Europa, y, sin embargo, el aceite que se pueden permitirse las familias andaluzas es el que importa Carrefour o Mercadona de otros lugares del mundo.

Igual que con la producción agrícola, pasa con la mano de obra andaluza. Lejos de encontrar un futuro en nuestra tierra, vemos como nuestros pueblos se vacían y la emigración nos persigue en todas las familias. Madrid, Barcelona, Londres, Berlín, son ciudad que acogen a las miles de andaluzas que han tenido que irse.
Nuestra pesadilla aún continúa.

Mientras que nuestra juventud se ve obligada a emigrar, los jubilados ricos de los países del norte ocupan nuestras zonas costeras para pasar aquí su vejez. A eso, hay que sumar un turismo masivo y descontrolado, agresivo, que nos hace cada vez más precarias y nos expulsa de las ciudades para enviarnos a las periferias. A nivel estatal se conoce el problema de Barcelona o Madrid, pero en Andalucía, el problema lo tenemos, principalmente, en Cádiz, Málaga, Sevilla y Granada, donde, actualmente, las viviendas que alojaban a nuestras vecinas están pasando a ser apartamentos turísticos, mientras que nosotras estamos forzosamente expulsadas de ellas, con un precio de alquilar desorbitado. Nuestros centros históricos quedan relegados a meros escaparates que solo sirven para el comercio y la hostelería, con la expulsión automática de todo lo que no suponga un beneficio para el turismo capitalista, esto es, los modelos de vida andaluces, tan arraigados al apoyo mutuo y la cercanía.
Sin olvidar que gracias a este modelo económico, donde nos quitaron la tierra mientras nos daban las bandejas de los bares o las camisetas con el nombre de las grandes marcas de ropa, el tener un empleo tampoco es la salvación, dado que este modelo económico solo nos permite llegar a sueldos precarios a cambio de muchas horas de trabajo.

Y es curioso que todo esto, todo lo que nos iba a salvar del “atraso” y nos iba a conducir directamente a la modernidad y al éxito, se vea reflejado en un perfil claro de la pobreza en el estado español: Mujer, andaluza, de la periferia de las ciudades, monomarental y joven (1). 

Pero es que…

A pesar de lo que nos cuenten por ahí, Andalucía es rica. Tiene materias primas imprescindibles para un modelo de vida saludable. Aunque su mayor riqueza considero que reside en la tierra, no hay que olvidar la pesca ni la minería. Culturalmente, somos el epicentro cultural del estado español, con reliquias monumentales incalculables, que no solo visten nuestras ciudades, sino que también nutren los museos de todo el estado español (darse un paseo por el Museo Arqueológico Nacional de Madrid es visitar la historia andaluza). Tenemos espacios naturales importantísimos, reservas de la biosfera, con el mayor espacio natural protegido del estado y el segundo de Europa (2). Podría también mencionar su situación geopolítica, en un enclave privilegiado para controlar todo el Mediterráneo y Oriente Próximo, y de ahí que los británicos no quieran entregar Gibraltar y que a pocos kilómetros tengamos otras dos colonias como son las bases militarizadas de Rota y Morón.
Toda esta riqueza, que ha servido durante siglos para hacernos prosperar, siendo ejemplo de modelos de vida saludables y del buen vivir, el sistema capitalista lo convierte en un fondo monetario. Es decir, lo mercantiliza. Y no solo los recursos que hemos mencionado, sino las formas de vida. Todo, absolutamente todo, termina teniendo una función productivista que únicamente tiene valor en un mercado mundial, sin importar lo más mínimo la realidad social que tengamos.

Y para crear este gran sistema capitalista, que reside en Andalucía, hay que crear unos discursos que lo avalen y que los sostengan. Mientras que en otras zonas, se utiliza la violencia para exterminar a la oposición, aquí se crean una serie de estereotipos y de prejuicios que debilitan la propia moral andaluza. El ideal del vago andaluz, de la buscavidas andaluza, de los catetos y las catetas del pueblo, nos hacen creer que la andaluza no es merecedora de la riqueza de su propia tierra: “las andaluzas no tenemos derecho a poseer la tierra que habitamos, porque somos unas vagas que no la trabajaríamos” ¿Para qué queremos las andaluzas la tierra si no la trabajaríamos? o “la andaluza tiene un dialecto pésimo, que nadie lo entiende, porque son unas catetas, que no merecen la cultura” ¿Para qué queremos ser soberanas de nuestra propia riqueza cultural, si nunca la entenderíamos?.

Todos estos discursos, que nos repiten una y otra vez en los medios de comunicación y en las esferas políticas, y que solo tienen el objetivo primordial de arrebatarnos la soberanía, finalmente terminan calando en nuestro propio autoconcepto, haciendo que nos creamos realmente que somos todo aquello que repiten, escenifican una y otra vez, y que nos sitúa muy por debajo del derecho a la soberanía.

Y en esto llegó… el feminismo andaluz

Después de todo esto, se hace más que necesario un feminismo que nos mencione y nos visibilice. Que visibilice las formas de vida, la pobreza y la precariedad, nuestra falta de soberanía frente a la riqueza de nuestra tierra y que destruya esos discursos que nos hablan desde la superioridad moral.

Para eso, desde hace unos años, viene existiendo unos nuevas formas de feminismo en Andalucía, que es lo que llamamos el feminismo andaluz. Un feminismo que habla desde la territorialidad y las problemáticas concretas que surgen en ella, es decir, colocamos a Andalucía como eje fundamental que nos define como mujeres, al mismo tiempo que entendemos Andalucía desde las problemáticas que sufren las mujeres que aquí habitamos.
Existe una reivindicación clara contra los discursos que nos niegan y nos invisibilizan, que muchas veces vienen desde el propio feminismo hegemónico. Necesitamos rescatar las voces de nuestras ancestras, esas vidas de lucha, de tierra y de alegrías que cubrían las casas pintadas con cal. Necesitamos rescatar a esas referentes que demuestran que Andalucía es más fuerte que todos los estereotipos, que todas las voces que nos señala, que todas las acciones políticas que nos denigran. Que ellas resistieron, y si ellas lo hicieron, nosotras no vamos a ser menos.

Sin un discurso histórico emancipador, es muy difícil combatir los relatos que nos sitúan en esa otredad, que denigran nuestras experiencias de vida. Sin el conocimiento de esas experiencias de lucha y de vida históricas, es fácil que nos sigamos creyendo a quien dice que la andaluza ni puede, ni quiere. Al mismo tiempo, necesitamos preguntarnos el por qué conocemos las luchas en las fábricas textiles de mujeres en EEUU, pero no las experiencias de lucha de jornaleras andaluzas como las Cabras Montesas, o por qué sabemos sobre el exterminio de ciertas culturas situadas en EEUU, pero no del exterminio y expulsión de las andaluzas musulmanas y gitanas.
Y no solo es situar los hechos, sino también el conocimiento. Darle la importancia que tiene a los conocimientos que nacen y son necesarios en Andalucía y que no, necesariamente, tienen que pasar por la academia. La importancia que puede tener en Andalucía el conocer la tierra y sus fases. Se ataca a las jornaleras y jornaleros en base a un nivel de estudios formales, cuando están siendo sus conocimientos los que están rescatando a la agricultura tradicional, que tan bien sabía existir en equilibrio con los ecosistemas y la sociedad. O el reconocimiento al flamenco, ese que nace en la calle y se aprende con una candela en mitad del barrio, que no tiene mayor instrumento que el propio cuerpo, y que está muy denostado por el antigitanismo y el clasismo. O también a los cuidados y las tareas no visibles que las mujeres han llevado a cabo en Andalucía y han sido tan necesarios para sostenerla.

Andalucía, en términos feministas, necesita aglutinar toda la diversidad que posee, toda la solidaridad que se lleva practicando durante siglos, que se refleja cuando le echamos a la olla un puñao más de garbanzos por quién pueda venir. Se trata, como nos dijo una compañera durante la presentación del monográfico de feminismo andaluz, de hacer de nuestros patios de vecinas, el mejor ejemplo de la solidaridad que rompe fronteras. Creo que son los mínimos a través de los cuales crear un feminismo situado que nos defina y nos nombre en todas las expresiones posibles, y que nos haga caminar, por fin, a la ansiada soberanía.

______________________________

 (1) https://www.elsaltodiario.com/desigualdad/mujer-andaluza-rostro-pobreza-espana

(1)  Parque natural de la Sierra de Cazorla, Segura y las Villas. 

Sobre este blog
Espacio de enunciación colectiva, encrucijada de ideas y reflexiones en torno a la descolonización de Andalucía, de sus prácticas y de su teoría social crítica. Cooridinado por Javier García Fernández @JavierGarcaFde1
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