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Opinión
Prohibir no es liberar: una reflexión feminista sobre el uso del hiyab

Al igual que para muchas otras mujeres musulmanas, para mí llevar hiyab es una forma de reafirmar quién soy y de vivir mi fe con libertad. No se trata solo de una prenda de vestir decorativa, sino de una decisión que nace de mis convicciones personales y religiosas. Por eso, cuando se plantean prohibiciones o restricciones sobre su uso, lo vivo como una vulneración de mis derechos básicos. La Constitución Española, en su artículo 16, garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, siempre que no se altere el orden público. Respetar esa libertad significa también reconocer y acoger la pluralidad de expresiones religiosas que conviven en esta sociedad diversa.
Desde una mirada occidental, muchas veces se nos ve a las mujeres musulmanas a través de prejuicios muy arraigados: como si fuésemos personas sin educación, sometidas o incapaces de tomar decisiones sobre nuestros propios cuerpos y nuestras vidas. Esta visión no solo es injusta, sino que borra por completo la diversidad y autonomía que existe entre nosotras. A menudo, se parte de una lógica etnocéntrica que cree que todo lo que no se ajusta al modo de vida occidental necesita ser corregido o liberado. Pero lo cierto es que existen muchas formas de ejercer la libertad, y también se puede hacer desde otros valores, otras culturas y otras espiritualidades.
Dentro de la comunidad musulmana, las mujeres nos reconocemos no solo por cómo nos vemos, sino también por los valores y las experiencias que compartimos. Quienes decidimos llevar el hiyab lo hacemos desde una elección consciente, sabiendo que, aunque es una forma de conectar con nuestra fe y nuestra identidad, también puede exponernos a miradas cargadas de prejuicios. En contextos donde este símbolo religioso todavía se interpreta con desconfianza, muchas veces nos enfrentamos a obstáculos en lo laboral, en lo personal, y en la necesidad constante de demostrar que somos válidas, capaces y “libres”. Es una lucha cotidiana que se vuelve más difícil en un contexto europeo donde crecen los discursos islamófobos y las políticas excluyentes. Todo ello nos hace sentir cada vez más fuera de lugar.
Impedir que una mujer que lleva el hiyab acceda a la formación es negarle una herramienta esencial para su libertad. Cuando se le dice “con esto no puedes entrar a educarte”, se está limitando su futuro
En la edad adulta, muchas mujeres desarrollamos herramientas para sostener nuestra identidad con mayor madurez y conciencia. Pero cuando las propias instituciones impiden el uso del hiyab en los centros educativos, la situación se vuelve especialmente preocupante. Estas prohibiciones, muchas veces justificadas en nombre de una supuesta “liberación” occidental, entran en contradicción directa con el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos y creencias. Lo paradójico es que se niega el acceso a la educación —una herramienta fundamental para la autonomía— a quienes decidimos llevar esta prenda. La idea de que prohibir el hiyab nos abrirá la puerta a una vida más libre no solo parte de un prejuicio, sino que se convierte en otra forma de imposición. Y ninguna liberación real puede construirse desde la fuerza o la exclusión.
Islamofobia
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En distintas partes de España ya se están impulsando propuestas e iniciativas para vetar el uso del hiyab en centros educativos públicos. Así mismo, muchas jóvenes musulmanas han vivido presiones por parte del profesorado durante su etapa escolar: comentarios fuera de lugar, comparaciones despectivas o actitudes de menosprecio relacionadas con el uso del hiyab. En la adolescencia, no siempre contamos con la madurez, la información o la autoestima necesarias para afrontar ese tipo de situaciones. Y es importante recordar que la relación entre profesorado y alumnado es desigual: el profesorado tiene una posición de poder que puede influir profundamente en el recorrido de una alumna, especialmente si proviene de un entorno vulnerable.
Muchas de estas jóvenes pertenecen a familias recién llegadas, con situaciones económicas difíciles y padres que no han tenido acceso a estudios superiores. El profesorado, en muchos casos, no es del todo consciente del impacto que pueden tener sus palabras. Pero los comentarios hirientes, si no hay un entorno que acompañe, pueden llegar a condicionar el futuro académico de una chica. Por eso es urgente que desde el sistema educativo se promueva una formación que contemple la diversidad cultural y religiosa desde una mirada respetuosa y comprometida.
El argumento que suele usarse para justificar la prohibición del hiyab es el de “liberar a las mujeres”. Sin embargo, esta idea plantea una contradicción: ¿qué mejor forma de liberarse que a través de la educación? Impedir que una mujer que lleva el hiyab acceda a la formación es negarle una herramienta esencial para su libertad. Cuando se le dice “con esto no puedes entrar a educarte”, se está limitando su futuro, poniendo obstáculos adicionales para que pueda alcanzar las mismas oportunidades que una joven occidental.
Feminismos
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Aunque la mayoría de las mujeres que usan el hiyab lo hacen por decisión propia, no podemos ignorar que existen casos, aunque minoritarios, de chicas que se sienten presionadas a llevarlo, ya sea por imposición familiar o cultural. En estos casos es importante que existan protocolos y apoyos adecuados para detectarlos y brindar la ayuda que se necesite. Por eso, es crucial normalizar el uso del hiyab y fomentar relaciones de confianza entre los centros educativos y las alumnas que lo llevan. Solo así se podrán sentir seguras para expresar cualquier situación de presión o imposición, sin miedo a ser juzgadas o estigmatizadas.
En un mundo cada vez más globalizado, donde muchas familias emigran y construyen sus vidas en otros países, es fundamental que las instituciones educativas se conviertan en espacios de inclusión y no de exclusión. Las generaciones actuales, que no se sienten completamente de un lugar ni del otro, necesitan sentirse aceptadas tal como son, con sus identidades múltiples.
No se trata de negar que existan casos de imposición del hiyab, sino de abordarlos con sensibilidad y herramientas adecuadas. Pero usar esos casos como excusa para prohibir el velo solo agrava la exclusión
No se trata de negar que existan casos de imposición del hiyab, sino de abordarlos con sensibilidad y herramientas adecuadas. Pero usar esos casos como excusa para prohibir el velo solo agrava la exclusión. Si se hubiera vetado el uso del hiyab, muchas jóvenes no habríamos podido acceder a la educación. Y sin educación, no hay autonomía posible. La verdadera libertad no nace de la imposición ni del miedo, sino del respeto, del diálogo y de la garantía de derechos para todas.
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El yihab sería una prenda para conectar con la fe y la identidad musulmana si fuera una prenda utilizada por hombres y mujeres, o al menos si hubiera un equivalente masculino. Pero no lo hay. Con lo que llegamos a al callejón sin salida de justificar cómo una prenda que oculta a las mujeres y sólo a las mujeres del resto de la sociedad, sirve para conectar con un fe y una identidad que no sea reaccionaria, misógina y caduca.
Llevar el yihab por decisión propia es un síntoma de la asunción como propios de patrones machistas. No hay nada emancipador ahí. Sinceramente no hemos llegado a donde estamos ahora como para justificar el uso de una prenda misógina. Estamos señalando a babosos, a los hombres que no se involucran en el trabajo mental que lleva una familia, ¿y ahora vamos a aceptar una prenda que hace de las mujeres un objeto titularidad de sus maridos porque es parte de una cultura marginada en nuestra sociedad? Al margen de todo esto, no estoy en contra de la prohibición como tampoco lo estoy de prohibir los toros. No es estratégicamente útil. Rechazo las razones de la extrema derecha islamófoba para atacar a los musulmanes, al igual que rechazo los postulados misóginos y reaccionarios de la extrema derecha musulmana.
Estoy en contra de la prohibición, pero recomiendo la lectura de El lunes nos querrán de Najat El Hachmi.
Nazanin Armanian:
"(...) El islamismo “yihadista”, patrocinado por EEUU, Francia y Gran Bretaña, y cuyo principal rasgo es ser anticomunista y anti moderno (que no anti imperialista) y es la otra cara de la Islamofobia, apareció hacia 1978 junto con el juanpablismo católico en las fronteras de la URSS. Que siguiera siendo utilizado por sus patrones, es gracias a sus magníficos resultados, también para Israel que disfruta la destrucción “low cost” de sus principales rivales, a mano de los fanáticos religiosos. El fin de la URSS, el regreso de la religión como actor político, y la globalización del neoliberalismo, son las principales causas de un retroceso sin precedente en los derechos de la mujer a nivel mundial. (...) El velo –prenda que cubre el pelo, la cabeza y el cuello de la mujer-, es la bandera política de dicha fuerza (independiente de la conciencia de sus portadoras de ello), y el anuncio del desmantelamiento de los derechos políticos, económicos, sociales e incluso personales conquistados durante el siglo XX por mujeres y hombres en aquel espacio geográfico estratégico. (...) No hay que confundir el velo-bandera con la prenda que llevan sobre su cabeza millones de mujeres -como las kurdas, tayikas, paquistaníes o senegalesas. Pues son el complemento de su indumentaria, signo de identidad étnica (como el sari o el tul de las ghashghaies), o la señal exterior de la subordinación de la mujer al hombre (Biblia-Corintios 11:1-10). (...)".
A pesar de que esta exposición de Nazanin me cala profundamente, estoy en contra de la prohibición del uso del hiyab. Desearía que las mujeres se lo quitaran por su propia voluntad.