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Opinión
Cuando salvamos Alén: una lucha popular en defensa del territorio y contra los macroproyectos

Nunca hubiera pensado que me emocionaría tanto con una publicación en el Boletín Oficial. Hasta que el pasado 20 de mayo supimos que el Gobierno Vasco emitió una declaración de impacto ambiental negativa sobre el proyecto eólico Artzentales-Sopuerta, cuya implantación estaba prevista en el cordal Alén-Mello, situado en la comarca de Encartaciones. Este es solo uno de los ocho megaproyectos eólicos que afectan a la comarca en estos momentos, pero la decisión pública tiene un valor simbólico especial. Es una victoria del movimiento popular en defensa del territorio. Después de una lucha de casi tres años, a lo largo de los cuales se ha ido articulando, en medio de mil aventuras, una respuesta ciudadana cada vez más amplia ante el despliegue de los macroproyectos en Enkarterri, por fin vemos caer este proyecto.
Cuando lo presentaron, nadie sabía que nuestra comarca iba a convertirse en “zona de sacrificio” de la industria eólica. Hablaban de compensaciones para los pueblos. Decían que podían bajar el precio de la luz, construir un polideportivo y otras cosas del estilo. Pero lo único que teníamos claro era que no queríamos ninguna compensación; solo queríamos que dejaran nuestro territorio en paz. A partir de entonces comenzamos a investigar. Y cuanto más profundizábamos, más evidente se hacía que el proyecto que nos amenazaba era solo la punta del iceberg: detrás se desplegaba una compleja red económico-política que conectaba empresas, fondos de inversión, partidos e instituciones. Una trama donde la industria —y también la lógica de guerra— ocupaban un lugar central.
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Al principio nos parecían gigantes, como al Quijote. Y, en realidad, lo eran. Detrás de los ocho megamolinos de este proyecto se alzaban la llamada “transición verde y digital”, el hidrógeno de Petronor, los fondos Next Generation, la soberanía energética europea... y mucho más. Nos sentíamos como hormigas en un laberinto.
Lo primero que aprendimos fue que para defender nuestro territorio teníamos que defender también el de nuestras vecinas y, en última instancia, el de todos los pueblos amenazados.
Comprendimos que la barbarie que ahora alcanzaba Alén ya se había devorado buena parte del Cantábrico y de la península ibérica, y que era la misma que durante décadas ha asolado los ecosistemas de América Latina y del resto del mundo. Ahora venía a por nosotras. Nuestra única opción era unirnos, tejer alianzas con personas y colectivos de otros pueblos y regiones, y asumir que defender mi territorio es defender el de todas, y defender el de todas es defender el mío. Cuando nos llamaban nimby, respondíamos con un lema que les molestaba: Ez hemen, ez inon (Ni aquí ni en ninguna parte).
La energía ha dejado de ser algo que resuelven otros, y hemos empezado a verla como un asunto que nos afecta directamente, y en el que reivindicamos una soberanía para la gente
Para orientarnos en ese laberinto no solo tuvimos que entender el funcionamiento del mercado energético, sino también aprender a presentar alegaciones, leer informes técnicos, interpretar leyes, proponer mociones… Nos vimos empujadas a ocupar un papel activo frente a la Administración en la gestión de la energía. Este proceso no solo transformó nuestro lugar en el espacio público: también nos llevó a cuestionar la energía que usamos en nuestra vida privada. La energía ha dejado de ser algo que resuelven otros, en otro lado, y hemos empezado a verla como un asunto básico, que nos afecta directamente, y en el que reivindicamos una soberanía para la gente. Cuando hablamos de energía, hablamos también de alimentos, agua, tierra, madera y todos los elementos que se necesitan para una vida digna.
Ahora sabemos que no podemos esperar soluciones que caigan del cielo de las instituciones y menos de las empresas, sino que para defender el territorio tenemos que asumir un papel activo en todo esto, tomar decisiones personales y colectivas, y que estas decisiones tienen que ser valientes.
Finalmente, este proceso también nos ha servido para aprender que el territorio somos todas: las personas, pero también los animales, las plantas y los otros seres animados e inanimados que lo habitan. Hemos entendido que el alimoche y todas las especies son nuestras aliadas. La Diputación de Bizkaia, en esto, ha sido la única institución que ha defendido de forma clara su supervivencia frente a este despropósito.
Este es solo un día feliz dentro de una lucha larga, vendrán otros megaproyectos, aquí y en otros lugares, pero sabemos que todo lo aprendido es ya parte del patrimonio colectivo de las luchas que vendrán
El alimoche ha quedado como nuestro pájaro guía, sin duda. Pero en sentido más amplio, hemos entendido que somos uno con todas las especies, que somos la tierra defendiéndose a sí misma, que cualquier solución a la crisis que vivimos tiene que partir de la protección de los ecosistemas, porque nuestra vida depende de ellos.
Sabemos que este es solo un día feliz dentro de una lucha larga. Que vendrán otros megaproyectos, aquí y en otros lugares. Pero también sabemos que todo lo aprendido —lo relatado aquí y mucho más— es ya parte del patrimonio colectivo de las luchas que vendrán. Y hoy, mientras saboreamos esta alegría, vemos al alimoche sobrevolar Alén en su vuelo majestuoso, finalmente libre. Se nos conmueve el corazón, porque sabemos que vuela con nosotras. Como la paloma de la paz de Sánchez Ferlosio, vuela con nosotros.
Ecologismo
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Gracias por este artículo Nos llena de alegría por el triunfo, por el territorio salvado, por la justicia social y medioambiental, por la esperanza que otorga a otras luchas similares (buen cerquita me pilla: Las Merindades de Burgos, por los valores comunicados en el artículo que compartimos, porque se puede ganar y por ser una recarga de energías en este duro y largo combate
Mil gracias.