Memoria histórica
Antonio Machado, contra la hipócrita ópera bufa del comité de no intervención

“Italia y Alemania invaden subrepticia y cobardemente España, mientras la diplomacia y los gobiernos de Francia e Inglaterra ayudan indirecta y eficazmente a los invasores”.

Última foto quizá de Antonio Machado
Última foto quizá de Antonio Machado

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22 feb 2020 09:47

El poeta Antonio Machado publicó sus últimas colaboraciones en la prensa española en el diario La Vanguardia. La primera de ellas apareció el 16 de julio de 1937, se titulaba El poeta y el pueblo y versa sobre la defensa y difusión de la cultura, de la que su obra y personalidad fueron y son máximos y cabales exponentes. No viene mal recordar cómo termina ese artículo en el día en que se cumplen 81 años de la muerte de su autor: “Para nosotros, la cultura ni proviene de energía que se degrada al propagarse, ni es caudal que se aminore al repartirse; su defensa, obra será de la actividad generosa que lleva implícitas las dos más hondas paradojas de la ética: sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da”.

Camino ya de su exilio en Francia, durante su estancia en Barcelona después de haber residido en Rocafort (Valencia) -en donde vivió desde noviembre de 1936-, el poeta firmó uno de los veintinueve artículos publicados en el periódico catalán. En esta ocasión el texto coincide con el segundo aniversario del golpe militar contra la segunda República, que daría paso al más trágico de los episodios nacionales de nuestra historia. ¿Qué hubiera escrito don Benito Pérez Galdós -cuyo centenario de su muerte se celebra este año- de la más cruel de nuestras guerras, que daría paso a una dictadura de casi cuarenta años?

La Vanguardia mostraba entonces bajo su cabecera el subtítulo diario en defensa de la democracia y contaba entre sus habituales colaboradoras con firmas nacionales e internacionales de incuestionable prestigio, todas en apoyo del régimen instaurado el 14 de abril de 1931, que -como es sabido, aunque no lo suficiente- contó con la solidaridad de gran número de artistas e intelectuales de todo el mundo: Thomas Mann, Illya Erenburg, André Malraux, Max Aub, Ramón J. Sender, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Carles Riba, José Gaos, José Bergamín, Arturo Serrano Plaja, Corpus Barga, etc.

Machado ya había cumplido 62 años cuando se hospedó en el hotel Majestic de Barcelona en la primavera de 1938. Lo acompañaban su madre Ana, su hermano José, su cuñada Matea y sus sobrinas Eulalia, Carmen y María. La República había reconvertido el hotel -que hoy luce una placa en recuerdo de aquella breve estancia del poeta sevillano- en una suerte de albergue. Don Antonio coincidió en la capital de Cataluña por ese tiempo con el poeta ruso Illia Ehrenburg, que lo encontró “tan viejo como la misma España” cuando tuvieron oportunidad de saludarse. Ese avejentado y desmejorado aspecto lo confirma una de las últimas fotografías que se conservan de Machado, amablemente facilitada por Manuel Álvarez Machado, editor de la web que lleva el apellido del poeta.

Del Majestic pasará don Antonio y sus familiares a la Torre de Castanyer, en San Gervasi, abandonada por sus propietarios e incautada por la Generalitat. Se trataba de un vistoso palacete rodeado de jardines que las miserias y carestías de la posguerra evitaban considerarlo confortable. En ese palacete vivirán hasta cuatro días antes de que las tropas facciosas entren por la Diagonal en la ciudad. El 22 de enero salen de Barcelona y duermen por última vez en España en la localidad gerundense de Viladesens la noche del 26 al 27 de enero. Cruzada la frontera pirenaica, un día más tarde llegan a la localidad de Colliure y se instalan en la modesta pensión Bougnol-Quintana, conducidos por el escritor Corpus Barga. El 22 de febrero a mediodía don Antonio se despide de su madre y fallece a las tres de la tarde, tres días antes de lo haga doña Ana. Desde hacía algunos días, según la última carta escrita por Machado y dirigida a Luis Álvarez Santullano, gestor de la Institución Libre de Enseñanza, el poeta estaba afectado por “un funesto catarro bronquial”. En el bolsillo de su abrigo quedó el último verso de su vida, evocador de su niñez sevillana, como contraste sin duda con los días fríos y oscuros que antecedieron a su muerte: “Estos días azules y este sol de la infancia”.

 
El artículo al que me he referido al principio apareció en la tercera página del diario La Vanguardia el 19 de julio de 1938. Machado alude en las primeras líneas a las “pandillas de militares que hace dos años se levantaron contra el Gobierno de la República”, dando lugar a la guerra en España y empuñado las mismas armas que “el Estado había depositado en sus manos para la defensa de la nación, una iniquidad nada insólita porque la Historia nos había dado ya muchos ejemplos de ella”. En opinión del poeta, el hecho era en aquellas circunstancias más grave, “porque no contentos los facciosos con volver hacia el pueblo las armas que al mismo pueblo habían arrebatado, recabaron el auxilio militar de dos grandes potencias codiciosas, Alemania e Italia”:

“España fue vendida al extranjero -afirma don Antonio-, y hoy tiene invadidas las dos terceras partes de su territorio. De suerte que la España leal, la España auténtica, lucha contra los traidores de casa y los ladrones de fuera”. El poeta nos recuerda que no es la primera vez que un pueblo lucha por su independencia amenazada y que en este caso toda pugna contra invasores es una lucha asimismo contra la traición de dentro. A continuación se refiere a otra pelea, la que se sostiene contra la hipocresía diplomática, que a su juicio “es insuperable e inaudita y reina en las esferas del Gobierno de cuatro grandes Potencias, dos de las cuales han merecido muchas veces el título de democráticas que todavía ostentan, y otras dos se dicen totalitarias, descaradamente enemigas del género humano, más allá de los límites de sus respectivas fronteras. Y todas cuatro se han proclamado no intervencionistas en la guerra de España. Pero dos de ellas (Italia y Alemania) invaden el territorio español con gran copia de elementos militares -(invasión cobarde y subrepticia, mas no por ello menos evidente)-, mientras los Gobiernos y la diplomacia de las otras dos ayudan indirecta y eficazmente a los invasores, aceptándolos como no intervencionistas, concediéndoles patente de corso para sus abominables piraterías y privando a España de los medios más legítimos para su defensa. Porque los cómico es un avivador de lo trágico -subraya Machado-, yo no vacilo en señalar cuánto ha habido, cuánto hay todavía de ópera bufa en ese flamante Comité de no intervención, donde -(con excepción de Rusia, cuya actuación, no exenta de amarga ironía, es siempre noble y desinteresada)- intervienen todos, para el asesinato de un pueblo”.


A continuación, y después de apuntar que contra todos lucha hoy su país, el poeta se dirige a los ciudadanos franceses con estas palabras: “¿Será más fuerte que todos nosotros la ola de cinismo que invade el mundo? ¿No pensáis que, mientras se sigue hablando de no intervención en España y de voluntarios italianos, se está pidiendo a gritos el fuego que abrasó a Sodoma?”. Machado escribe finalmente que ha llegado la hora de la intervención en su país: “Os lo dice un hombre que no aspira a la más leve significación individual, pero que, en estos momentos, lleva en el corazón a España entera, sin excluir a la que directamente sufre el yugo oprobioso de Hitler y Mussolini. Llegó la hora de intervenir en España, no en favor de España con vuestros ejércitos y vuestras escuadras, sino en defensa de la libertad y de la justicia (cobarde y brutalmente atropelladas en España), con una política francamente enemiga de antifaces y de cobardías, de equívocos y complacencias con el enemigo. Y tanto más ha llegado la hora de vuestra intervención, cuanto que, con ella, acudiréis en defensa de vuestra frontera y de vuestras rutas marítimas abandonadas, si es que no también enajenadas, como lo fueron las nuestras, por los fascistas de vuestra casa”.

Todavía insistirá el autor de Campos de Castilla en sus aceradas críticas a la no intervención en el último de los artículos publicados en La Vanguardia y que dará título a todo el conjunto. Fechado el 6 de enero de 1939, en Desde el mirador de la guerra califica su autor la no intervención de error monstruoso e iniquidad, “enderezada toda ella a hacer creer que la lucha de nuestra península es una mera guerra civil promovida por Rusia, una lucha de opiniones encontradas, cuya repercusión más allá de nuestras fronteras solo podría contribuir a precipitar la revolución social”, cuando lo que esa guerra representa a todas luces es “la invasión constante, sistemática y progresiva de nuestro territorio por quienes aspiran a un nuevo reparto del mundo en detrimento de los dos imperios democráticos del occidente europeo”.

Las últimas frases escritas por el gran poeta español en una publicación de su país, antes de cruzar la amarga frontera del exilio, al que no sobreviviría ni siquiera un mes, fueron estas: “España, por fortuna, la España leal a nuestra gloriosa República, cuantos combaten la invasión extranjera, sin miedo a lo abrumador de la fuerza bruta, habrán salvado, con el honor de la Europa occidental, la razón de nuestra continuidad en la Historia”.

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