Análisis
La propuesta abolicionista de Igualdad, otro intento de regular el cuerpo de las trabajadoras sexuales

La figura de la prostituta no es solo una categoría laboral o una práctica sexual, sino que es uno de los dispositivos más antiguos y eficaces del patriarcado para disciplinar a todas las mujeres.
Concentración en contra de la Ley Abolicionista-Prohibicionista en Madrid. 4 de octubre de 2022 - 2
Concentración en octubre de 2022 contra de la ley abolicionista que el PSOE quiso aprobar en ese momento. Elvira Megías

El Ministerio de Igualdad ha anunciado que en septiembre presentará un anteproyecto de ley abolicionista de la prostitución. Este anuncio no sorprende demasiado: el feminismo institucional —especialmente el procedente del PSOE— lleva años abrazando el abolicionismo como horizonte político. Mientras la derecha más reaccionaria intensifica su ofensiva contra los derechos de las mujeres, el gobierno redobla sus esfuerzos por controlar los cuerpos de las mujeres, esta vez en nombre del feminismo. En este contexto, el cuerpo de las trabajadoras sexuales aparece una vez más como un territorio a regular. Sin embargo, esto no es accidental.

Hay algo más profundo en juego aquí. La figura de la prostituta no es solo una categoría laboral o una práctica sexual, sino que es uno de los dispositivos más antiguos y eficaces del patriarcado para disciplinar a todas las mujeres. Lo que se considera prostituta ha variado históricamente. En cada época, esta categoría se ha redefinido para marcar los límites de lo aceptable según los códigos morales dominantes. Es un sujeto que opera como marco de exclusión, como categoría que deslegitima, como regulador de la buena mujer. No hace falta mantener relaciones sexuales por dinero para ser marcada, basta con transgredir las normas de género establecidas. Se trata de un dispositivo que opera señalando constantemente dónde está el límite de lo respetable, qué puede hacer una mujer sin perder su dignidad. La prostituta, tal como la construye el orden dominante, funciona como una amenaza constante: “Cuidado, no querrás que te confundan con una de esas.

La legislación que plantea el Ministerio de Igualdad corre el riesgo de reforzar, en lugar de cuestionar, las estructuras patriarcales que utiliza

Entonces, si la prostitución no es una categoría únicamente laboral, ¿qué es exactamente lo que se pretende abolir cuando hablamos de abolir la prostitución? Lo que implica no es tanto un cambio laboral o profesional, sino un cambio en el mecanismo de regulación de los cuerpos de las mujeres. ¿Qué se pretende perseguir? ¿Cómo engarza esta persecución con el auge reaccionario? Y, más allá de esta ley en concreto, ¿qué lugar ocupa la prostitución dentro de nuestro esquema de género y poder? ¿Cuál es el papel que juega la figura de la prostituta dentro de la construcción de la mujer decente en el patriarcado? ¿En qué medida la liberación de las mujeres pasa por una emancipación y mayor autonomía de las trabajadoras sexuales?

Si la prostituta es, efectivamente, uno de los dispositivos centrales para mantener el orden de género, entonces no estamos hablando solo de una ley sobre el trabajo sexual. Estamos hablando de una legislación que corre el riesgo de reforzar, en lugar de cuestionar, las estructuras patriarcales que utiliza.

¿Abolir qué?

La prostituta es al mismo tiempo un sujeto y una función que cumple el patriarcado para diferenciar y segregar a las mujeres dignas de las que no lo son. Esta categoría ha cambiado a lo largo del tiempo, pero sigue siendo una construcción histórica y política, no una realidad natural ligada necesariamente a que una mujer tenga relaciones sexuales por dinero. El proceso discursivo que naturaliza el sujeto prostituta —y que no lo reconoce como resultado de procesos de subjetivación patriarcal— es tan problemático y esencialista como el que entiende a la mujer como un sujeto por fuera de los procesos de subjetivación, ya sea por caminos biológicos o culturales. Así como no hay un ser mujer fuera de los discursos de género, no hay un ser prostituta natural o esencial. Ambas son construcciones discursivas.

Tal como la nombra el orden dominante, la prostituta no ha sido siempre la mujer que se acuesta por dinero. En distintos momentos históricos, ha sido la obrera que salía sola por la noche a los bailes, la madre soltera, la mujer que abortaba, o la que deseaba mal. De hecho, está tan alejada de la práctica sexual que, durante la Guerra Civil, el mando republicano ordenó la retirada del frente de las milicianas que combatían el golpe de estado, nombrándolas como prostitutas. En la posguerra, la chica que fumaba o bailaba con desconocidos por las noches estaba en riesgo de convertirse en una de esas mujeres caídas que el régimen encerró y torturó en las instituciones del Patronato de Protección de la Mujer.

La prostituta no es una práctica ni una esencia, sino un dispositivo de control y disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres

Hoy la adolescente que se besa con dos chicos en un botellón puede convertirse en la puta del instituto. La prostituta no es una práctica ni una esencia, sino un dispositivo de control y disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres, un pilar dentro de la moral de la buena mujer, su necesaria antítesis, aquello que marca el límite de lo que puede ser una mujer sin dejar de ser digna. Nombrar a una mujer como puta no ha sido un simple insulto, sino una operación de poder destinada a mantener ese límite.

La prostituta es la figura que el patriarcado ha creado para definir lo que una mujer no debe ser, para producir un límite y una frontera en el espacio de la feminidad aceptable. De ahí que no haya subversión del orden patriarcal sin atender a las putas y a lo que de putas hay en todas nosotras.

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Producir lo impuro para sostener la norma

El orden patriarcal disciplina a las mujeres con la amenaza constante de ser señaladas como prostitutas, esa figura abyecta que representa lo impuro, lo impensable dentro del ideal femenino. Tal y como expone Judith Butler en Cuerpos que importan, el cuerpo social necesita figuras que habiten y marquen su frontera. Figuras que señalen perfectamente donde está el límite, hasta dónde podemos llegar antes de ser expulsadas de la norma. El sujeto de la prostituta encarna este espacio de abyección en el patriarcado. Es la mujer que se aparta del orden normativo, que está fuera de los límites de la femineidad legítima. Así, funciona como una amenaza para todas las demás, como un dispositivo de control.

Pero este dispositivo solo funciona si la separación se mantiene visible. Y aquí reside una paradoja fundamental: lo que debe permanecer invisible —la prostitución— debe ser constantemente enunciado en su prohibición. Como señaló Foucault en Historia de la sexualidad, el poder no opera simplemente silenciando, sino produciendo discursos que hablan constantemente de aquello que supuestamente prohíbe. La prostitución opera de manera similar, necesita ser permanentemente regulada, marcada y señalada precisamente para mantener su función reguladora. No es casualidad que históricamente se hayan implementado políticas específicas para marcar y señalar a las prostitutas, así como los burdeles. En la España del siglo XIX, era una pluma amarilla en la cabeza lo que las distinguía en el espacio público. 

Estas estrategias no eran prácticas meramente administrativas, buscaban mantener visible la separación, recordar en el cuerpo de algunas mujeres el límite que ninguna debía cruzar. Porque incluso si esa práctica desapareciera, el sistema seguiría necesitando la figura que marca la frontera. En este sentido, aunque ninguna mujer se acostara por dinero, la figura de la prostituta seguiría siendo imprescindible para el patriarcado. Porque la prostituta no es solo una mujer que ejerce un trabajo sexual, sino la figura negativa que define los límites de la femineidad aceptable, lo que hacía falta para sostener el orden. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las mujeres obligadas a llevar plumas en la cabeza, a internarse en hospitales y a ver como sus cuerpos son tomados como un territorio más que regular dicen Sí, soy?

Romper el embrujo

El resquebrajamiento comenzó a fines de los años 70, cuando Carol Leigh, conocida como The Scarlot Harlot, acuña el término trabajo sexual en un ensayo de 1978 para confrontar a las feministas prohibicionistas que usaban un lenguaje despectivo al hablar de ella y sus compañeras.

Este concepto surge en el contexto del movimiento feminista estadounidense, específicamente vinculado al activismo de grupos como COYOTE en San Francisco, que defendían los derechos laborales y humanos de las mujeres que ejercían la prostitución. El término trabajo sexual sirvió para unir a mujeres que ejercían diversas formas de comercio sexual y para plantear una reivindicación política basada en la dignidad, el reconocimiento y la protección legal alejándose del estigma moral. Este concepto no solo ha dado lugar a un movimiento social que, desde un prisma feminista, defiende que las trabajadoras sexuales merecen los mismos derechos laborales y humanos que cualquier otra persona, sino que le dieron la vuelta al tablero.

El concepto de ‘trabajo sexual’ puso sobre la mesa una práctica concreta que había sido ocultada y señaló cómo las medidas abolicionistas solo las llevaban a vivir en condiciones de mayor peligrosidad

Por un lado, pusieron sobre la mesa una práctica concreta que había sido ocultada bajo el velo de la vergüenza y, de paso, señalaban que todas las medidas abolicionistas solo las llevaban a vivir en condiciones de mayor peligrosidad. Pero por otro, rompieron el hechizo. Sí, las prostitutas son trabajadoras sexuales, y no mujeres caídas. Sí, son un sujeto político autoorganizado con una propuesta política muy clara.

El Sindicato OTRAS, por cierto, tiene desde hace años en su página web un proyecto de ley sobre el trabajo sexual al que debería echar un ojo la Ministra de Igualdad. Aquí es donde surge la pregunta: ¿Cuál va a ser entonces el dispositivo que separe a la mujer decente de la impura? Si las trabajadoras sexuales logran desafiar su lugar, si consiguen cuestionar esa categoría moral que las separaba de las respetables, algo se resquebraja en la maquinaria patriarcal. ¿Cuál va a ser esa figura que marque el límite? ¿No están poniendo en apuros uno de los dispositivos centrales del patriarcado?

La pregunta no es si estamos a favor o en contra de la prostitución. La pregunta es si somos capaces de reconocer los dispositivos de poder que operan a través de ella y si tenemos la valentía de cuestionarlos, aunque eso signifique revisar nuestras propias certezas feministas. Mientras sigamos legislando sobre los cuerpos sin escuchar a quienes los habitan, mientras sigamos pensando que podemos salvar a mujeres sin preguntarles de qué quieren ser salvadas, estaremos reproduciendo las mismas lógicas patriarcales que decimos combatir. Solo que ahora, en nombre del feminismo.

La pregunta no es si estamos a favor o en contra de la prostitución. La pregunta es si somos capaces de reconocer los dispositivos de poder que operan a través de ella y si tenemos la valentía de cuestionarlos

Así, las posiciones abolicionistas del PSOE adquieren otro sentido. No se trata necesariamente de una conspiración patriarcal, sino de algo más sutil, la necesidad de mantener ciertos límites simbólicos que organizan nuestro orden social. Tal vez lo que está en juego no es tanto eliminar la prostitución como preservar la función que cumple en nuestro imaginario colectivo: la de marcar una frontera moral que distingue entre formas aceptables e inaceptables de sexualidad femenina.

Cuando las propias trabajadoras sexuales organizadas desafían estas categorías, cuando se niegan a ser salvadas y exigen ser escuchadas, algo se agrieta en ese ordenamiento. Y tal vez sea precisamente esa grieta la que nos permita ver hasta qué punto algunos feminismos han encontrado en la figura de la prostituta el lugar perfecto para proyectar sus propias incomodidades. Quizás el sistema ya esté buscando nuevas figuras abyectas que ocupen su lugar, la mujer trans, la migrante, la que aborta sin culpa… El patriarcado tiene una capacidad asombrosa para reinventarse, pero también para mostrar sus costuras cuando alguien se atreve a desafiar sus categorías más sagradas.

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jramosp57
13/7/2025 11:17

Magnífico artículo, sobre todo porque hace pensar y disuelve posiciones preconcebidas. A mí me ha hecho pensar y para ello he utilizado un método que han utilizado muchos filósofos, la analogía. Pensemos que queremos regular las condiciones de trabajo de los trabajadoras/es y sus derechos. En una democracia que se precie se convocan a las organizaciones de las/os trabajadoras/es y se pactan unos acuerdos que se pueden llaman estatutos de las/los trabajadoras/es. En una dictadura no se convocan a las organizaciones y se impone unas ordenanzas laborales que no regulan derechos sino que los restringen. A veces posiciones progresistas son las mascaras de posiciones reaccionarias.

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